Los toros de la nostalgia
Desde el caf¨¦ de Fornos -Alcal¨¢, esquina a Sevilla- hasta la Puerta del Sol se alineaban ¨®mnibus, jardineras, coches a la calesera, g¨®ndolas: iban a los toros. Las cuadrillas, al descubierto, en los coches arrastrados por las mulas enjaezadas a la andaluza, sonando los cascabeles. Los picadores iban a caballo. Las mujeres luc¨ªan los mantones de Manila; dejaban sus picos asomar por las ventanillas. Los hombres hab¨ªan tomado su co?¨¢ y su caf¨¦ despu¨¦s de una buena comida, y encend¨ªan su habano largo, interminable, en el momento en que en el reloj de La Equitativa sonaba la hora de partir hacia la plaza.Sigo, casi letra a letra, con algo menos de literatura, la descripci¨®n de una tarde de toros en Madrid el a?o 1908 hecha por el que fue cronista de la villa, Antonio Velasco Zazo. Ya en sus tiempos era un nost¨¢lgico. Cualquier cr¨®nica de Madrid que se abra, por la p¨¢gina que sea y la firme quien la firme, es la historia de una nostalgia. "...Calle de Alcal¨¢ arriba, bajo el cielo intensamente azul y el sol esplendoroso; calle que nos parec¨ªa la m¨¢s ancha, m¨¢s bonita y m¨¢s alegre del mundo entero y por la que, al cabo de dos horas, volv¨ªamos a bajar despu¨¦s de satisfacer nuestra ilusi¨®n y calmar la sed con el agua fresquita de la fuente del Berro, trayendo en el bolsillo, como recuerdo de la fiesta, uno de aquellos abanicos de papel, grandes, en forma de disco, y el programa con el retrato y rese?a de los toros".
Ritos y remedos
Los ritos se han perdido: quedan los remedos. ?sta era una ciudad ritual. Las tardes de toros o las noches de ¨®pera en el Real; los carnavales, los fastuosos entierros -con el cortejo a pie hasta el l¨ªmite de la parroquia-, los carnavales -destrozonas en la calle, org¨ªas en la Zarzuela-, las estaciones en la tarde del Jueves Santo, las kermeses y las verbenas en el centro de la ciudad. Ya no hay rito, ya no hay liturgia. De aqu¨ª nacen las reflexiones de los pesimistas: ya no hay nada.
Peligrosa confusi¨®n. La nostalgia suele ser ornamental: se evocan las formas, los adornos, los cascabeles. El dolor espa?ol es enormemente visual; la imaginaci¨®n del pasado es ¨®ptica. Pero apenas se deja uno deslizar por ese camino cuando ya se ha pasado al fondo. Y ya parece que los toros eran mayores y m¨¢s bravos; los toreros, m¨¢s corajudos, m¨¢s broncos y m¨¢s mortales; las mujeres, m¨¢s hermosas y m¨¢s apasionadas; el caf¨¦, m¨¢s arom¨¢tico; el habano, m¨¢s colonial; la calle de Alcal¨¢, m¨¢s ancha. Jorge Manrique lo matiz¨® muy bien cuando dijo que todo tiempo pasado fue mejor: "Como", escrib¨ªa, "a nuestro parescer...". Es nuestro parecer el que nutre la nostalgia. Y en el fondo todo era cuesti¨®n de nombres de ganader¨ªas, de nombres de cartel o de vitolas de puro.
Pero, ?no hay ritos ahora? Tal vez un d¨ªa, dentro de 100 a?os, alguien evoque el rito de los vagones de metro apretujados a la hora de la corrida, de los hombres-anuncio tambale¨¢ndose en el centro de la plaza, de los silbatos agudos de los guardias mandando los autom¨®viles al aparcamiento; las minifaldas en las gradas, las pancartas en los tendidos; aquella plaza de las Ventas, aquel San Isidro de Paco Ojeda cuando el viento, el fr¨ªo y el agua daban un fondo tr¨¢gico a la fiesta, cuando las turistas americanas se tapaban los ojos.
Tal vez la tarde de toros en Madrid, cualquiera de estas veinte tardes de la feria de 1983, sean la nostalgia de ma?ana.
Probablemente s¨®lo necesitan que el tiempo pase sobre los futuros nost¨¢lgicos: que empiecen a tener la nostalgia de s¨ª mismos y a decantar la realidad perdida por lo que tengan ya de hombres perdidos.
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