iLo que cuesta escribir un 'best seller'
Las discusiones recientes sobre c¨®mo crear un best seller (ya sea en formato de bolsillo o en edici¨®n de lujo) descubren las limitaciones de la sociolog¨ªa de la literatura, dedicada a estudiar las relaciones entre el autor y el aparato editorial (antes de que est¨¦ terminado el libro) y entre la obra y el mercado (despu¨¦s de publicado aqu¨¦l). Como es f¨¢cil apreciar, al pensar as¨ª se descuida otro importante aspecto del problema: el que plantea la estructura interna de la obra. No me refiero a ella en el sentido tan superficial de su calidad literaria (problema que escapa a toda comprobaci¨®n cient¨ªfica), sino en el de una endosocioeconom¨ªa del texto narrativo, mucho m¨¢s exquisitamente materialista y dial¨¦ctico.La idea no es nueva. Fue elaborada en 1963 por m¨ª, junto a Roberto Leydi y Giuseppe Trevisani, en la librer¨ªa Aldovrandi de Mil¨¢n. Yo mismo lo coment¨¦ en II Verri (en el n¨²mero 9 de ese a?o, donde aparec¨ªa tambi¨¦n un estudio fundamental de Andrea Mosetti sobre los gastos que tuvo que afrontar Leopold Bloom para sobrevivir durante la jornada del 16 de junio de 1904 en Dubl¨ªn).
Hace, pues, ya 20 a?os que se piensa en el mejor modo de calcular, para cada novela, los gastos a los que tuvo que hacer frente el autor para elaborar la experiencia narrada. El c¨¢lculo es f¨¢cil para las novelas en primera persona (los gastos son los del narrador) y m¨¢s dif¨ªcil en las novelas de narrador omnisciente, que se reparte entre varios personajes.
Pongamos un ejemplo para aclarar ideas. Por qui¨¦n doblan la campanas, de Hemingway, cuesta muy poco: un viaje clandestino a Espa?a en un vag¨®n de mercan c¨ªas, comida y alojamiento resueltos por los republicanos y la amiguita en un saco de dormir, ni si quiera los gastos de una habitaci¨®n por horas. Se ve en seguida la diferencia con M¨¢s all¨¢ del r¨ªo y entre los ¨¢rboles: basta con pensar en cu¨¢nto cuesta un martini en el Harris Bar.
Una anchoa y medio kilo de hierbas cocidas
Cristo se par¨® en ?boli es un libro escrito enteramente a costa del Gobierno; El simpl¨®n le gui?a el ojo al Fr¨¦jus le cost¨® a Vittorini una anchoa y medio kilo de hierbas cocidas (m¨¢s caro fue Conversaci¨®n en Sicilia si tenemos en cuenta el precio del billete desde Mil¨¢n, a pesar de que entonces todav¨ªa hab¨ªa tercera, y las naranjas compradas durante el trayecto). Las cuentas, en cambio, se complican con La comedia humana, porque no se sabe bien qui¨¦n paga; pero, como gran conocedor del hombre, Balzac debi¨® de organizar tal embrollo de balances falsificados, gastos de Rastignac escritos en la columna de Nucingen, deudas, letras de cambio, dineros perdidos, delitos de estafa y quiebra fraudulenta que ser¨ªa in¨²til pretender ver algo claro.
M¨¢s sencilla es la situaci¨®n para Pavese: unas pocas liras para un chato de vino en una tasca y ya est¨¢, excepto en Entre mujeres solas, donde hay gastos adicionales de bar y restaurante. Nada costoso fue el Robinson Crusoe, de Defoe: s¨®lo hay que calcular el billete de embarque; luego, en la isla, todo se arregla con material de desecho. Despu¨¦s est¨¢n las novelas que parecen baratas, pero que, a la hora de hacer las cuentas, han costado mucho m¨¢s de lo que parece: por ejemplo, en Dedalus, de Joyce, se deben calcular por lo menos 11 a?os de pensionado con los jesuitas, desde Conglowes Wodd hasta Belvedere, pasando por el University College, m¨¢s los libros. No hablemos ya de la dispendiosidad de Hermanos de Italia, de Arbasino (Capri, Spolello, todo un viaje; t¨¦ngase tambi¨¦n en cuenta con qu¨¦ perspicacia Sanguineti, que no era soltero, hizo su Capricho italiano: us¨® la familia y se acab¨®). Tambi¨¦n es bastante cara la obra proustiana: para frecuentar a los Guermantes no se pod¨ªa ir, por supuesto, con un frac alquilado, y luego flores, regalitos, una mansi¨®n en Balbec con ascensor, el sim¨®n para la abuela y una bicicleta para ir a buscar a Albertine y a Saint Loup; pensemos lo que costaba una bicicleta entonces. No sucede lo mismo con El jard¨ªn de los Finzi Contini, en una ¨¦poca en que las bicicletas eran ya cosa corriente; como mucho, una raqueta de tenis, un jersei nuevo y andando: los otros gastos los pagaba la familia hom¨®nima, gente ciertamente hospitalaria.
La monta?a m¨¢gica, en cambio, no es una broma: con la estancia en el sanatorio, el abrigo de pieles el colbac y el d¨¦ficit de la administraci¨®n de Hans Castorp. Y no hablemos de Muerte en Venecia: basta pensar en el precio de una habitaci¨®n con ba?o en un hotel del Lido y en que en esos tiempos un caballero como Aschenbach se gastaba una fortuna s¨®lo en propinas, g¨®ndolas y maletas Vuitton.
Preocupaciones para amortizar
Bien, ¨¦sta era la idea inicial; incluso pens¨¢bamos empezar varias tesinas sobre: este asunto porque cont¨¢bamos con un m¨¦todo y con datos verificables. Pero, reflexionando ahora. sobre el problema surgen otras dudas inquietantes Tratemos de comparar las novelas malayas de Conrad con las de Salgari. Salta a la vista que Conrad tras haber invertido una cierta suma en el t¨ªtulo de capit¨¢n de altura, se encuentra gratis un ingente material con el que trabajar, incluso le pagan para que navegue. La situaci¨®n de Salgari es muy distinta. Como ya se sabe, no emprendi¨® viaje alguno o apenas hizo alguno, y, por tanto, su Malasia, los suntuosos mobiliarios del buen retiro de Mompracem, las pistolas con culata de marfil, los rub¨ªes del tama?o de una avellana, los largos fusiles de ca?¨®n cincelado, los prahos, la metralla a base de herramientas, incluso el betel, todo es material de guardarrop¨ªa, car¨ªsimo. La construcci¨®n, la adquisici¨®n, el hundimiento del Rey del Mar antes de haber amortizado los gastos, costaron una fortuna. Es in¨²til preguntarse de d¨®nde sac¨® el dinero necesario Salgari, que estaba, como se sabe, en la indigencia. No podemos hacer sociologismo vulgar: firmar¨ªa letras de cambio. Pero es cierto que el pobre tuvo que reconstruir todo un estudio como para una gala de ¨®pera en la Scala.
La comparaci¨®n entre Conrad y Salgari me sugiere otra entre la batalla de Waterloo en La cartuja de Parma y la que se narra en Los miserables. Est¨¢ claro que Stendhal utiliz¨® la batalla aut¨¦ntica, y la prueba de que no era un montaje est¨¢ en que Fabriz?o no llega a darse cuenta. En cambio, Hugo la reconstruye ex novo, como el mapa del imperio, poco a poco, con enormes movimientos de masas, los caballos cojeando y gran despliegue de artiller¨ªa (aunque s¨®lo fueran salvas), pero de forma tal que desde lejos la oyera tambi¨¦n Grouchy. No quisiera ser parad¨®jico, pero lo ¨²nico que result¨® barato en aquella gran remake fue el merde de Cambronne.
Para terminar, una ¨²ltima comparaci¨®n. Por un lado, tenemos esa operaci¨®n tan rentable econ¨®micamente que fueron Los novios, un claro ejemplo de best seller de calidad que se calcul¨® al mil¨ªmetro y en el que se estudiaron los comportamientos de los italianos de la ¨¦poca. Desde los castillos en las laderas de los montes y el lago de Como hasta la Porta Renza, Manzoni tuvo todo a su disposici¨®n; n¨®tese con qu¨¦ perspicacia, cuando no da con el valiente o con la insurrecci¨®n correspondientes, los hace surgir de un edicto, ense?a el documento y con honradez Jansen¨ªstica advierte que no lo est¨¢ reconstruyendo todo por s¨ª mismo, sino que utiliza lo que cualquiera podr¨ªa encontrar en una biblioteca. La excepci¨®n es el manuscrito an¨®nimo, la ¨²nica concesi¨®n que hace a la guardarrop¨ªa; mas por entonces deb¨ªa haber todav¨ªa en Mil¨¢n algunas librer¨ªas de viejo medio clandestinas, como las que hay en el barrio G¨®tico de Barcelona, que por poco dinero te confeccionan un falso pergamino que es una maravilla.
Todo lo contrario sucede no ya con muchos otros relatos hist¨®ricos falsos, como El trovador, sino con toda la obra de Sade y con la novela g¨®tica, como se desprende de la reciente obra de Giovanna Franci La messa inscena del terrone (y como se?al¨®, en otros t¨¦rminos, Mario Praz). Y no se hable ya de los cuantiosos gastos a los que tuvo que hacer frente Beckford para escribir Vathek: eso fue disipaci¨®n simb¨®lica, peor a¨²n que lo de Vittoriale; y es que ni aun los castillos, las abad¨ªas, las criptas de Radcliffe, Lewis y Walpole se encuentran ya hechas en una esquina de la calle, cr¨¦anme. Se trata de libros costos¨ªsimos que, aunque se hayan convertido en best sellers, no han amortizado los gastos de todo lo que se necesit¨® para realizarlos. Gracias a que sus autores eran arist¨®cratas que ya pose¨ªan bienes propios, porque para recuperar sus dispendios no hubieran dado abasto ni sus herederos. A esta famosa serie de novelas tan artificiosas pertenece, naturalmente, Gargant¨²a y Pantagruel, de Rabelais. Y, para ser exactos, tambi¨¦n la Divina comedia.
Hay, sin embargo, una obra que creo que se encuentra a medio camino: Don Quijote. El hidalgo de La Mancha va por un mundo que es tal cual aparece, en el que los molinos est¨¢n ya en su sitio; pero la biblioteca debi¨® de costar una fortuna, ya que todas esas novelas d caballer¨ªa no son las originales, sino que fueron escritas de nuevo, cuando fue menester, por Pierre Menard.
Tristes o despreocupados
Todas estas consideraciones tienen su inter¨¦s porque quiz¨¢ nos ayudan a comprender la diferencia entre dos formas de narrativa para las que la lengua italiana no posee dos t¨¦rminos distintos, es decir, la novel y el romance. La novel es realista, burguesa, moderna y cuesta poco porque el autor recurre a una experiencia adquirida gratis. El romance es fant¨¢stico, aristocr¨¢tico, hiperrealista y costos¨ªsimo, ya que en ¨¦l todo es puesta en escena y reconstrucci¨®n.
?Y c¨®mo se reconstruye sino usando piezas de guardarrop¨ªa ya existentes? Sospecho que ¨¦ste es el verdadero significado de t¨¦rminos abstrusos como dialoguismo e intertextualidad. Pero no basta con gastar mucho y reunir muchos elementos con los que crear el montaje para triunfar en el juego. Es preciso tambi¨¦n conocer la cuesti¨®n y saber que el lector lo sabe, y, por tanto, ironizar a prop¨®sito de ello. Salgari no pose¨ªa la suficiente iron¨ªa para darse cuenta de lo costosamente fingido que era su mundo; ¨¦sta es precisamente su limitaci¨®n, que s¨®lo puede ser comprendida por un lector que, lo lea varias veces como si ¨¦l lo hubiera sabido.
Ludwig, de Visconti, y Sal¨®, de Pasolini, son tristes porque sus autores se toman en serio su propio juego, quiz¨¢ para resarcirse de los gastos. Sin embargo, el dinero vuelve a las arcas s¨®lo cuando uno se porta con la nonchalance del gran se?or, precisamente como hac¨ªan los grandes maestros de la novela g¨®tica. Por eso ejercen sobre nosotros una gran fascinaci¨®n y, como sugiere el cr¨ªtico norteamericano Leslie Fiedler, constituyen el modelo de una literatura posmoderna capaz, incluso, de llegar a divertimos.
?Ven ustedes cu¨¢ntas cosas se descubren si se aplica met¨®dicamente una buena y desencantada l¨®gica econ¨®mica a las obras literarias? Podr¨ªan extraerse las razones por las que tal vez el lector, invitado a visitar castillos imaginarios de destinos entrelazados artificiosamente, reconoce el juego de la literatura y le torna el gusto. Por tanto, si se quiere quedar bien, hay que pasar por alto los gastos.
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