Seres o enseres
Los chal¨¦s adosados de esa colonia son uniformes, un¨ªvocos, unifamiliares. Todos tienen en el jard¨ªn un pruno id¨¦ntico, un pino semejante, la misma tapia con hiedra, y cuando alguien toca el timbre de cualquier cancela comienza a ladrar un perro parecido. La colonia converge en varios semic¨ªrculos hacia una zona com¨²n donde est¨¢ la piscina de ri?¨®n, la jaula del tenis, algunos columpios, peque?os andamios de tuber¨ªa roja para juegos infantiles, y en ese espacio de c¨¦sped bien cuidado se mueven seres unidimensionales, ni?os gorditos en triciclo, adolescentes en patines, madres j¨®venes sentadas en corro bajo las toldillas con un bodoque de lana en los pies. Durante el d¨ªa, a ellos no se les ve. Son directivos de empresa o profesionales establecidos que trabajan en la ciudad, en despachos an¨¢logos de oficinas equivalentes, en las colmenas repetidas en forma de cajas de cristal. Pero a la ca¨ªda del sol vuelven al dormitorio sim¨¦trico de la urbanizaci¨®n a bordo de coches similares y all¨ª se diluyen tambi¨¦n como elementos m¨®viles en esos vol¨²menes de ladrillo color tabaco.Aquel tipo tampoco pose¨ªa ninguna caracter¨ªstica especial si se quita la peca en una nalga. Hab¨ªa muchos bigotes igual que el suyo. Existen en el mundo demasiadas miradas marrones de expresi¨®n vulgar y ¨¦l no era un privilegiado en este sentido. S¨®lo muy pocos elegidos pueden presumir de llevar en la cara una cicatriz de navaja que les saque del anonimato. Se trataba de un cuarent¨®n de dise?o medio, un ejecutivo vaciado en molde, con chaqueta de dos aberturas, yugular palpitante contra el cuello de la camisa, patillas grises y corbata con pasador; uno de esos que se pone un chandal los domingos y realiza 100 flexiones de bisagra, seg¨²n prospecto de mano, para bajar tripa o sacar las gambas al ajillo por las orejas y luego se viste con un polo de cocodrilo en la tetilla. No le pasaba nada raro en la cabeza, aunque aquella tarde el hombre regresaba al hogar un poco m¨¢s cansado que de costumbre.
Hab¨ªa levantado mec¨¢nicamente la puerta met¨¢lica y en principio not¨® que el garaje esta vez no ol¨ªa igual. Desped¨ªa un vaho como de madera h¨²meda, pero all¨ª se ve¨ªa lo de siempre, media tonelada de le?a, aparatos de gimnasia, la segadora, las podaderas y otros cacharros indefinidos. Apag¨® el motor del autom¨®vil y realizando todos los gestos habituales lleg¨® al sal¨®n principal de la casa a trav¨¦s de la escalerilla interior. Un chiquillo pecoso se cruz¨® con ¨¦l sobre la moqueta del comedor y ni siquiera le hab¨ªa saludado. Era normal. Este se?or repiti¨® los movimientos de cada crep¨²sculo. Puso el televisor en marcha, se sent¨® en el sof¨¢ y abri¨® el peri¨®dico por la p¨¢gina de deportes. Tambi¨¦n entonces, como todas las tardes, se oy¨® desde la cocina la voz de una mujer.
-?Eres t¨²?
-S¨ª.
-?Qu¨¦ tal hoy?
-Bien.
-?Te preparo algo?
-Creo que me apetece una copa.
El televisor era de la misma marca y en ese momento emit¨ªa una papilla com¨²n a todos los mortales del pa¨ªs. En la pantalla se suced¨ªan rostros intercambiables que expresaban pasiones afines con un sonido aproximado y por su parte el hombre estaba rodeado de objetos familiares. La decoraci¨®n de la sala coincid¨ªa hasta en el chino de falso marfil plantado en la estanter¨ªa. Hab¨ªa cajitas de plata en la mesa de centro, huevos de m¨¢rmol en un cuenco y el carrito de licores hab¨ªa comenzado a tintinear con un lenguaje que ¨¦l sab¨ªa de memoria. La mujer se agit¨® detr¨¢s del peri¨®dico para preparar la bebida y antes de servirla cumpli¨® de rodillas una vez m¨¢s el rito de quitarle los zapatos, de ponerle las babuchas al marido, o sea, al guerrero vencido que hab¨ªa vuelto del trabajo.
Un seco golpe
No sucedi¨® nada hasta la hora de la cena. Probablemente, este sujeto se sinti¨® c¨®modo, se afloj¨® incluso el nudo de la corbata en el sill¨®n y estuvo con la nariz pegada a la hoja leyendo la Prensa largo tiempo sin ser molestado, aunque al otro lado del papel percib¨ªa los ruidos cotidianos y unas siluetas humanas que iban y ven¨ªan de la nevera a las butacas en sucesivos viajes. Era una familia perfecta. Nadie entre ellos se hab¨ªa mirado a los ojos. Junto a ¨¦l hab¨ªa ahora una madre y tres hijos hipnotizados por las im¨¢genes de aquella pel¨ªcula de Ingrid Bergman y cada uno ten¨ªa en el regazo una bandeja con la tortilla a la francesa, dos rodajas de mortadela y un vaso de leche. De pronto, en medio de un silencio de televisor se produjo un golpe seco en la segunda planta del chal¨¦. Sin levantar la cara, el hombre pregunt¨® con cierta rutina:
-?Hab¨¦is o¨ªdo eso?
-Qu¨¦.
-Algo ha ca¨ªdo arriba.
-Ser¨¢ el gato.
-?Qu¨¦ gato?
-No seas pesado. ?Qu¨¦ gato va a ser?
Pod¨ªa tratarse de una broma del chaval, aunque ¨¦l estaba dispuesto a jurar que hasta ese d¨ªa nunca hab¨ªa tenido un gato en casa. Pero en ese instante Ingrid Bergman parec¨ªa pasarlo muy mal al pie de un volc¨¢n en llamas y la cuesti¨®n qued¨® zanjada. No hubo m¨¢s palabras, ya que aquella era una familia modelo, es decir, que all¨ª nadie abr¨ªa la boca mientras el televisor continuara funcionando. Tambi¨¦n ocurri¨® un leve percance cuando son¨® el tel¨¦fono. Una voz muy amigable preguntaba por un tal Enrique. Se hab¨ªa confundido de n¨²mero. All¨ª no viv¨ªa nadie que se llamara as¨ª.
-Oye, macho.
-Diga.
-?Eres Enrique?
-No, se?or. Mi nombre es Jorge.
Alguno de la reuni¨®n, tal vez, hab¨ªa celebrado la extra?a salida del padre con una risita sin apartar la vista de la pantalla donde Ingrid Bergman acababa de recibir todo el amor que se merece y al terminar el programa aquellos seres del sal¨®n fueron ahuecando el ala uno a uno hacia las habitaciones y dejaron solo a aquel hombre hundido en la butaca. Encendi¨® el ¨²ltimo cigarrillo de la noche y se puso a lanzar aros de humo al espacio pensando en los problemas de la oficina. Las cosas andaban bastante mal, pero ¨¦l pod¨ªa estar contento. Todav¨ªa no lo hab¨ªan echado a la calle, ten¨ªa una casa con jard¨ªn, una esposa y tres hijos saludables. Entonces comenz¨® a pensar en ellos. Esa noche casi le hab¨ªan parecido m¨¢s altos o tal vez m¨¢s gordos, no lo sab¨ªa exactamente. Hab¨ªa sorprendido de refil¨®n en su mujer un talle muy esbelto, un culo vibrando dentro de un pantal¨®n que no conoc¨ªa. Eso le excit¨® un poco.
Ella ya hab¨ªa apagado la luz de la mesilla cuando Jorge decidi¨® acostarse. Entr¨® a oscuras en la alcoba y tuvo en seguida la misma sensaci¨®n del garaje. Aquel recinto ol¨ªa ahora de una forma distinta. Eso tampoco le preocup¨® demasiado. Se limit¨® a desnudarse met¨®dicamente y a ejercitar los gestos maquinales de 15 a?os de matrimonio. Palp¨® el pijama por debajo de la almohada, hizo las tres flexiones de costumbre y se meti¨® en la cama. Peg¨® la cadera contra el trasero templado de la mujer, cruz¨® los brazos detr¨¢s del cogote y se qued¨® boca arriba con los ojos abiertos en la oscuridad. Se mantuvo un buen rato as¨ª. Entonces, la mujer pregunt¨®:
-?Duermes?
-No.
-?Me quieres?
Fue otra sesi¨®n de amor con piloto autom¨¢tico. Dentro de las s¨¢banas, cada bulto hab¨ªa adoptado la posici¨®n de querencia y de nuevo la mano izquierda de ¨¦l comenz¨® a explorar rutinariamente aquel cuerpo cuyos caminos conoc¨ªa muy bien. Los hab¨ªa recorrido mil veces. Sab¨ªa que llegando a un punto la mujer se pondr¨ªa a bombear lentos suspiros como una m¨¢quina, y luego se ver¨ªa obligado a acariciar esa zona para que ella balbuciera la primera palabra caliente. Realizar este trabajo en tinieblas ten¨ªa la ventaja de que uno pod¨ªa bostezar impunemente mientras bregaba. La operaci¨®n dur¨® los 15 minutos reglamentarios. La pareja se manose¨® en un comp¨¢s de tres por cuatro, logr¨® sacar algunos acordes de mediana calidad y cuando las cavernas de los dos se llenaron de sangre, se puso a navegar en seco remando hacia puerto franco. No hubo una sola sorpresa. Aquel pasajero hab¨ªa cre¨ªdo adivinar en el subconsciente un magnetismo de otra ¨ªndole en la carne de su esposa, probablemente una mayor suavidad en la piel, tal vez un volumen distinto en la par¨¢bola de los senos o una forma desconocida de crujir en el momento supremo, pero estaba demasiado cansado. Tambi¨¦n ella hab¨ªa pasado la pulpa de los dedos por la nalga del otro sin tropezar con aquella peca del tama?o de una peseta. Ambos se quedaron sobados como bollos despu¨¦s del d¨¦bito, se dieron la espalda y hablaron entre bostezos de algunas cosas.
Un invitado al desayuno
Por lo visto, aquella mujer ten¨ªa un grave problema. Se acercaban las vacaciones, hab¨ªa que hacer compras en las rebajas y le hab¨ªa caducado la tarjeta de cr¨¦dito del Corte Ingl¨¦s.
-Ma?ana tendr¨¢s que firmarme el aval.
-Bueno.
-He encontrado el tresillo.
-?El tresillo?
-El tresillo estampado que t¨² quer¨ªas para el chal¨¦ de la sierra.
-Ah, s¨ª, la sierra.
-La se?ora se refer¨ªa al Guadarrama, aunque ¨¦l pensaba en un monte de Albarrac¨ªn, donde ten¨ªa la vieja casa de los abuelos. Despu¨¦s siguieron hablando de algunos proyectos en la penumbra del, sue?o. Las vacaciones estaban al llegar. Tambi¨¦n este verano ir¨ªan al Corte Ingl¨¦s para equiparse antes de partir hacia Benidorm como todos los a?os. El matrimonio divid¨ªa el verano entre el mar y la monta?a porque eso era muy bueno para los hijos. Desde que lo hab¨ªan hecho as¨ª nunca hab¨ªan cogido catarro, sobre todo el peque?o, que era muy propenso a la amigdalitis. El hombre sab¨ªa que su hijo menor hab¨ªa sido operado ya de la garganta, pero se sent¨ªa muy cansado. Finalmente se durmi¨®.
Los chal¨¦s adosados de esa colonia son uniformes, un¨ªvocos, unifamiliares y todos sus habitantes tienen problemas an¨¢logos. En los diminutos corrales de ladrillo color tabaco crece un pruno id¨¦ntico, un pino semejante, la misma enredadera y tambi¨¦n ladra un perro parecido. La urbanizaci¨®n converge en varios semic¨ªrculos hacia una zona com¨²n y all¨ª se mueven algunas criaturas en triciclo y madres j¨®venes fabricadas a troquel. Durante el d¨ªa, a ellos no se les ve. Son directivos de empresa o profesionales establecidos que trabajan en la ciudad, en despachos unidimensionales de oficinas equivalentes, en las colmenas repetidas en cajas de cristal. A la ca¨ªda del sol vuelven al dormitorio sim¨¦trico de la colonia a bordo de coches similares y algunos, pueden equivocarse de ratonera.
Este se?or se levant¨® a las siete de la ma?ana y tampoco observ¨® nada especial. Hizo las abluciones de un ejecutivo medio en un cuarto de ba?o, que era exactamente igual al suyo, se visti¨® con gestos autom¨¢ticos como todos los d¨ªas de labor y sali¨® bien perfumado con lavanda al sal¨®n para coger el malet¨ªn. El desencadenante fue aquel animalito. El hombre hab¨ªa entrado en la cocina para servirse el vaso de leche ritual cuando se sorprendi¨® al ver un gato ara?¨¢ndole la pernera. ?Qu¨¦ hac¨ªa ese bicho maldito en su casa? A partir de la visi¨®n del gato, que era el ¨²nico elemento extra?o en su vida, el tipo descubri¨® que hab¨ªa pasado la noche en el chal¨¦ de un vecino sin que nadie de aquella familia, ni ¨¦l mismo, se hubiera dado cuenta. Al volver del trabajo la tarde anterior, se hab¨ªa distra¨ªdo un poco, hab¨ªa entrado en la urbanizaci¨®n por otra calle. Desde ese instante no hab¨ªa hecho m¨¢s que desarrollar un programa.
Sin otra consideraci¨®n, el hombre mont¨® en el coche y se fue a la oficina. En el camino hacia la ciudad imagin¨® la clase de ser o de enser que le habr¨ªa sustituido en su propia casa o en ese elemento al que ¨¦l hab¨ªa suplantado en un hogar desconocido. Pero ¨¦stas eran cuestiones sin demasiado inter¨¦s. Ten¨ªa por delante otro d¨ªa, muy duro.
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