300 'ni?os de la guerra' desean volver a Espa?a desde la Uni¨®n Sovi¨¦tica
Una mu?eca vestida de flamenca sobre el televisor y un cartel tur¨ªstico en la pared, emisiones de Radio Exterior de Espa?a para Ocean¨ªa escuchadas por la ma?ana temprano antes de ir al trabajo, cartas -pocas- que llegan tarde y mal, alg¨²n viej¨ªsimo ejemplar de la Prensa espa?ola ... son los v¨ªnculos, que mantienen con su pa¨ªs los ni?os de la guerra de Espa?a que contin¨²an viviendo en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Hoy, a¨²n, siguen quedando en la URSS unos 1.200 espa?oles con pasaporte sovi¨¦tico. De ellos, unos 300 desean regresar, pero no encuentran c¨®mo sobrevivir en Espa?a.
A la mayor parte s¨®lo les resta una soluci¨®n: aguantar hasta cumplir los 60 a?os, jubilarse entonces de su trabajo en la URSS e iniciar una nueva vida en Espa?a con la pensi¨®n que reciban del Gobierno sovi¨¦tico (en torno a unas 20.000 pesetas mensuales, en el mejor de los casos). Unos pocos -menos de 10, al parecer- tienen adem¨¢s problemas con la burocracia sovi¨¦tica, que les niega el visado de salida. Si hay suerte -y si el bolsillo lo soporta, y si hay humor para luchar durante seis meses seguidos con los bur¨®cratas encargados de conceder el pasaporte-, los ni?os, m¨¢s o menos cada dos a?os, viajan a Espa?a para reencontrarse con el paisaje que les vio nacer -pero que ellos apenas recuerdan como suyo- y ver a familiares que, en el mejor de los casos, conocieron cuando ten¨ªan ya 30 a?os. El a?o 1937 fue el del bombardeo de Guernica, primer bombardeo masivo realizado indiscriminadamente contra un objetivo civil. Ese mismo a?o, 2.895 ni?os -vascos y asturianos la mayor parte, madrile?os y levantinos unos pocos- iban siendo embarcados hacia la Uni¨®n Sovi¨¦tica para huir del horror. La historia les terminar¨ªa jugando una trist¨ªsima broma y cuatro a?os despu¨¦s, en la URSS, reencontrar¨ªan otra vez el miedo durante la segunda guerra mundial. En 1937 ten¨ªan entre 5 y 12 a?os. No se consideraba prudente separar de sus madres a los que eran m¨¢s peque?os y los mayores -si la guerra se alargaba- pod¨ªan ser ¨²tiles en el frente. En algunos casos se adelant¨® la hora de salida de los barcos para evitar escenas dram¨¢ticas en los muelles. Las traves¨ªas hasta la URSS, sin embargo, no tuvieron que ser muy penosas, porque son bastante d¨¦biles los recuerdos que mantienen al respecto los 2.895 ni?os y ninas de la guerra de Espa?a.
Educaci¨®n en castellano
Al llegar a Rusia, los ni?os eran reagrupados en hogares en los que comenzaron a recibir educaci¨®n en castellano y por profesores espa?oles. En la mayor parte de los casos iban alberg¨¢ndose en las mismas residencias seg¨²n su procedencia geogr¨¢fica, lo que explica que, a¨²n hoy, la mayor parte conserve los acentos vasco o asturiano que denotan su origen. Repartidos por toda la parte europea de la URSS, la vida fue transcurriendo tranquilamente hasta 1941. Franco hab¨ªa ganado la guerra, pero nadie pensaba que fuera a durar mucho. Los ni?os segu¨ªan recibiendo una educaci¨®n de elite. Tarde o temprano volver¨ªan a Espa?a y se convertir¨ªan en dirigentes. Quiz¨¢ Stalin pensaba en el futuro de los ni?os cuando les conced¨ªa todo tipo de facilidades. Quiz¨¢ los ni?os de la guerra de Espa?a eran s¨®lo un capricho m¨¢s del dictador georgiano. Lo cierto es que en la URSS se editaron libros de texto para los colegios de espa?oles e incluso los hispanistas sovi¨¦ticos elaboraron, exclusivamente para ellos, una antolog¨ªa de la literatura cl¨¢sica y moderna de Espa?a. Los mimos continuaron incluso cuando estall¨® la guerra. En el asedio de Leningrado, los ni?os recibieron raciones alimenticias suplementarias. Algunos devolvieron ampliamente el favor muriendo en la defensa de la ciudad. Al parecer, ment¨ªan diciendo que ten¨ªan m¨¢s edad de la que realmente contaban para ser aceptados como voluntarios. Otros tuvieron m¨¢s suerte, en lo que cabe, y fueron evacuados. As¨ª, seg¨²n cuentan relatos de la ¨¦poca, cuando el Ej¨¦rcito rojo logr¨® abrir una brecha en las l¨ªneas alemanas, trazando una v¨ªa de ferrocarril sobre las aguas heladas del lago Ladoga, los primeros en utilizar este paso fueron los ni?os. En otros frentes de la URSS, seg¨²n avanzaban las tropas nazis se iban cerrando las escuelas y los ni?os eran trasladados hacia las rep¨²blicas sovi¨¦ticas de Asia. Fueron ¨¦stos los peores momentos de sus vidas. Pero los rmismos continuaban. A¨²n hoy, muchos recuerdan c¨®mo ten¨ªan preferencia a la hora de recibir las mantas y los alimentos con que, entre otras muchas cosas, Estados Unidos ayudaba a la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Tierra extra?a
Pero la situaci¨®n se fue deteriorando. Los ni?os, que hab¨ªan comenzado a estabilizar sus vidas despu¨¦s del hambre y los horrores de la guerra de Espa?a, reencontraron el sufrimiento en una tierra que, adem¨¢s, les resultaba extra?a, Unos pocos, impulsados quiz¨¢ por el hambre y aprovechando el desconcierto creado por la guerra, se dedicaron al robo. As¨ª se empez¨® a formar un peque?o sector marginal entre los que estaban destinados, en un principio, a ser los hombres nuevos de la -futura Espa?a. A¨²n hoy, curiosamente, es "dif¨ªcil indagar sobre estos golfillos vascos o asturianos trasplantados al Asia central. Un extra?o pudor parece envolver y ocultar sus memorias. Se sabe que algunos volvieron a la normalidad una vez acabada la guerra. Otros, corno Manuel Garc¨ªa, recorrieron buen n¨²mero de c¨¢rceles y campos de trabajo en Siberia. Los ni?os ten¨ªan ya entre 13 y 20 a?os cuando acab¨® la segunda guerra mundial. Muchos comenzaron la instrucci¨®n superior. La mayor parte de ellos, hijos de obreros, campesinos y mineros del norte de Espa?a, encontraron en la URSS unas posibilidades de promoci¨®n que muy probablemente no hubieran tenido de quedarse en su propio, pa¨ªs: casi la tercera parte finaliz¨® estudios de rango universitario. Franco segu¨ªa en el poder. Los ni?os ya no eran ni?os y se iban diseminando por toda la URSS. Algunos contra¨ªan matrimonio con sovi¨¦ticos. Otros se compromet¨ªan en la tarea de la reconstrucci¨®n econ¨®mica del pa¨ªs y acababan en regiones remotas en las que -a veces durante 15 a?os o m¨¢s- no volver¨ªan a hablar ni a escuchar el castellano. Comenzaba la dispersi¨®n. En las grandes ciudades, los ni?os segu¨ªan en contacto. Alguno recuerda todav¨ªa hoy c¨®mo por entonces fue la primera vez que prob¨® el chorizo, que le trajo consigo a su vuelta de Espa?a un guerrillero comunista del maquis. La nostalgia gastron¨®mica -tan com¨²n a todas las migraciones- fue tambi¨¦n una constante. As¨ª, la tortilla de patatas y los acentos regionales se convert¨ªan en anclas que les manten¨ªan sujetos a sus se?as de identidad. Los Gobiernos de Mosc¨² y Madrid segu¨ªan sin tener relaciones. Era dif¨ªcil, pues, pactar y organizar el retorno. Cualquier gesti¨®n realizada por el intermedio de la Cruz Roja chocaba con la falta de voluntad de los pol¨ªticos.
Dif¨ªcil adaptaci¨®n
El deshielo iniciado despu¨¦s de la muerte de Jos¨¦ Stalin, en 1953, favorece una soluci¨®n al problema. Entre 1956 y 1957, m¨¢s de 1.500 ni?os regresan a Espa?a. Ten¨ªan entonces entre 25 y 30 a?os. Es dificil conocer la cifra exacta, pero se calcula que, aproximada mente, un 10% debi¨® de regresar de nuevo a la URSS. La adaptaci¨®n para muchos no fue f¨¢cil; dificultades a la hora de encontrar trabajo, problemas con la polic¨ªa franquista, una pegajosa sensaci¨®n de sentirse extranjero en su propia tierra e ignorado por los propios familiares... En algunos casos se produjeron episodios propios de la m¨¢s negra Espa?a: la vuelta del hermano pr¨®digo complicaba el reparto de herencias. A veces, simplemente, se tem¨ªa el contacto con el rojo que volvi¨® de Rusia por miedo a posibles represalias pol¨ªticas. (Uno de ellos, por ejemplo, cuenta c¨®mo, despu¨¦s de ver a su madre, por primera vez en m¨¢s de 20 a?os, ¨¦sta le pas¨® la mano por la frente para comprobar si -como afirmaba la propaganda del momento- los comunistas, en efecto, ten¨ªan cuernos.)Una docena de ni?os -los que la polic¨ªa franquista consider¨® m¨¢s rebeldes- fueron expulsados del pa¨ªs despu¨¦s de despojarles de la nacionalidad espa?ola. Este grupo -que, como todos los dem¨¢s, hab¨ªa llegado a Espa?a con un salvoconducto de la Cruz Roja y abandonaron en la URSS su ciudadan¨ªa sovi¨¦tica- vivi¨® una extra?a odisea, yendo y viniendo sobre el puente del Bidasoa, del puesto franc¨¦s al puesto espa?ol y ,viceversa, siendo siempre rechazados hasta que, finalmente, despu¨¦s de pasar una temporada recluidos en Espa?a, se les envi¨® de vuelta a Mosc¨², en avi¨®n, haciendo escala en Londres. Todos ellos tuvieron que dejar sus casas, muebles y escasos bienes en Espa?a, siendo obligados por las circunstancias a recomenzar por tercera vez sus vidas.
En su reciente visita a Mosc¨², el ministro de Asuntos Exteriores espa?ol se interes¨® por el caso de estos ni?os, si bien recalc¨® los problemas que el paro ha creado en nuestro pa¨ªs y que dificultar¨ªan el regreso de aquellos ni?os que salieron provisionalmente de Espa?a hace m¨¢s de 35 a?os. Alg¨²n ni?o recuerda la generosidad con que el Gobierno de la Rep¨²blica Federal de Alemania acoge a los alemanes del Volga que deciden volver a la tierra de la que sus mayores se ausentaron hace m¨¢s de dos siglos.
"Que hay paro en Espa?a, ya lo sabemos. No hace falta que nos lo diga Mor¨¢n", dice uno de los ni?os, paisano, por cierto, del ministro asturiano. "Pero no creo que sea tan dif¨ªcil conseguir un modo de vida y una vivienda modesta a las 300 personas que desear¨ªan regresar". Con indudable- amargura y recordando la acogida que el Gobierno espa?ol dio hace pocos a?os a los boat people que hu¨ªan de Indochina, este ni?o de la guerra, de cincuenta y muchos a?os, concluye: "M¨¢s nos hubiera valido ser vietnamitas..."
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.