Los principios marem¨¢ticos y los principios de la eticidad
En el suplemento literario de EL PA?S correspondiente al de abril pasado apareci¨® una cr¨ªtica sobre mi reciente y primera edici¨®n espa?ola de los Principios matem¨¢ticos de la filosofla natural, de Isaac Newton, obra cumbre de la ciencia cl¨¢sica. Al d¨ªa siguiente de leerla envi¨¦ al peri¨®dico una r¨¦plica que no apareci¨®, y semanas m¨¢s tarde otra -m¨¢s breve- que sufri¨® la misma suerte. Ulteriores gestiones me informan de que constituye una norma inapelable en EL PA?S no publicar cr¨ªticas de cr¨ªticas. As¨ª, en vez de tener derecho al mismo espacio en la misma secci¨®n, todo cuanto queda a mi alcance es cuartilla y pico en cartas a los lectores. Ser¨¦, pues, brev¨ªsimo.Aludo en primer lugar a un hecho perfectamente demostrable. Mi cr¨ªtico, C. Sol¨ªs, combina las funciones de juez muy severo con las de parte muy interesada. Si yo no hubiese editado los Principios de Newton, mi cr¨ªtico estar¨ªa a punto de lanzar a la calle una edici¨®n del mismo libro, que bajo su directo patrocinio y direcci¨®n preparaba Alianza Editorial, lugar donde hace a?os est¨¢ empleado. A mi entender, tal como hay testigos sin tacha y testigos tachables, hay principios ¨¦ticos de discrin¨²naci¨®n a la hora de hacer cr¨ªticas que no admitir¨¢n cr¨ªticas.
Tras publicar una edici¨®n de la Optica, de Newton, precedida, por unas pocas p¨¢ginas de t¨®picos y una cronolog¨ªa sumaria, el se?or Sol¨ªs se cree en el derecho de gobernar como el protegido por alguna patente momentos del esp¨ªritu humano, que en principio no eran de nadie por serlo de todos, pero que ahora admiten el m¨ªo y el tuyo de sus autonombrados depositarios. Incapaz de aparecer como cient¨ªfico, como fil¨®sofo o como simple escritor competente, el se?or Sol¨ªs ha decidido presentarse en sociedad como scholar vitalicio en Newton, para lo cual organiza a nivel de pasillo la fulminaci¨®n de competidores que no sean d¨®ciles pupilos o seniles maestros, confundiendo el ejercicio del pensamiento con la defensa de intereses burocr¨¢ticos privados.
La falta de espacio impide replicar al cortejo de bajezas e infundios con el que querr¨ªa abrumarme al se?or Sol¨ªs y -cosa m¨¢s penosa a¨²n- me impide trazar un cuadro aproximado de la radical inadecuaci¨®n a nivel te¨®rico y literario de personas semejantes que, obsesionadas por mandar sobre un tema, pero intimidadas ante los riesgos de pensar en nombre propio, reparten datos como conceptos, moda como arcano cient¨ªfico, capilla como rigor. S¨®lo me queda sugerir a cualquier interesado en Newton y sus precedentes que compare la edici¨®n que mi cr¨ªtico hizo de la ¨®ptica (Alfaguara, Madrid, 1977, 454 p¨¢ginas). y la hecha por m¨ª de los Principios matem¨¢ticos de la filosof¨ªa natural (Editora Nacional, Madrid, 1982, 903 p¨¢ginas); que haga el favor de hojear nuestras respectivas introducciones a estos libros, y que juzgue por s¨ª mismo a qui¨¦n de nosotros dos podr¨ªa convenirle evitar dicha comparaci¨®n, tomando como base simplemente estilo, bibliograf¨ªa, pulcritud editorial y conocimientos.
Si no me equivoco, el lector comprobar¨¢ que un planteamiento por extenso de la imago mundi newtoniana presenta singulares ventajas sobre aquella taxidermia ritual que querr¨ªa imponer el se?or Sol¨ªs. En realidad, es justamente la diferencia entre pensar y embalsamar lo que a ¨¦l le conviene mantener en tinieblas, aunque sea por el procedimiento de las zancadillas alevosas. /
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