Signos de admiraci¨®n
El homenaje que el Instituto de Cooperaci¨®n Iberoamericana ofreci¨® recientemente al escritor argentino Ernesto S¨¢bato ha sido ocasi¨®n para que se revise la obra del autor y se vuelva sobre la importancia de sus s¨ªmbolos. Desde la perspectiva espa?ola, esa obra y su ejemplo no despiertan otra cosa que signos de admiraci¨®n.
Cuando escribo esta p¨¢gina, S¨¢bato, el hombre digno, el novelista profundo, inexorable, est¨¢ todav¨ªa entre nosotros. Cuando esta p¨¢gina aparezca, Ernesto S¨¢bato ya estar¨¢ en Buenos Aires, aclamado por su pa¨ªs y viviendo en peligro. ?Qu¨¦ nos deja este hombre, qu¨¦ nos deja el maestro en esta breve e intensa visita? La admiraci¨®n que siempre le tuvimos a su persona y a su obra. ?Qu¨¦ m¨¢s nos ha dejado? Nos deja esa nostalgia irreparable y al mismo tiempo alegre que expande siempre lo que llamamos dignidad. Ha estado con nosotros, ha hablado, como siempre lo hizo, sin filtros en la lengua, con una pausada valent¨ªa que parece que viene caminando entre los milenios de la historia de la honra de los hombres. Ha hablado, como siempre lo hizo, con palabras gr¨¢vidas de esa obsesi¨®n bell¨ªsima que tienen los hombres aut¨¦nticos por la justicia y por la libertad. Nos ha dejado su gratitud, su entusiasmo por el destino democr¨¢tico que el pueblo espa?ol se est¨¢ dando a s¨ª mismo, y nos deja tambi¨¦n la angustia de un americano por la distancia que a¨²n separa, en algunos pueblos de Am¨¦rica, la dignidad sagrada de los hombres y el destino democr¨¢tico de las comunidades.Indignaci¨®n hermos¨ªsima
Nos ha hablado de la pol¨ªtica de bloques con indignaci¨®n hermos¨ªsima, con minuciosa c¨®lera. Ha repudiado todas las tiran¨ªas, sin distinci¨®n de supuestas ideolog¨ªas, sabiendo bien que todas, todas ellas, sin distinci¨®n, son hermanas de sangre y bochornosas para toda mirada libre.
Con 72 a?os, abarrotado de esa juventud que confieren la autenticididad moral y el coraje, la honradez y el arrojo, la pasi¨®n y la inteligencia, ha caminado nuestras calles, acompa?ado de esa Matilde apacible, silenciosamente sonora, que lleva ya medio siglo a su lado (?feliz boda de oro, maestros!). Ha conversado con periodistas, con profesores de literatura, con j¨®venes seguidores de su obra creadora y admiradores de su severidad moral, esa severidad que es como un pu?o llamando sin descanso, sin cuartel, a la puerta del porvenir.
Ha contado su patria, toda la Am¨¦rica de habla castellana, pero sobre todo la desventurada Argentina, y la ha contado con tan fiera esperanza, con ilusi¨®n tan viril y con angustia tan en¨¦rgica, que a cada instante sus palabras nos hac¨ªan recordar aquella memorable sentencia de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez "El hombre es libre, tiene que ser libre, ser¨¢ libre".
El destino de los seres que hablamos este impetuoso y delicado, viej¨ªsimo y eterno idioma de Castilla nunca ha estado m¨¢s junto, m¨¢s prieto. Nunca hemos sido todos m¨¢s hermanos que hoy. Los unos porque estamos edificando nuestro futuro en democracia; los otros porque est¨¢n peleando por la democracia futura, nunca vimos tan claro que somos materiales de un edificio magn¨ªfico y com¨²n: la democracia hispanoamericana. Todas las comunidades amamantadas en el idioma castellano tienen que ser dem¨®cratas, ser¨¢n dem¨®cratas. Y ello suceder¨¢ muy pronto. Estallar¨¢ este planeta desdichado, sucio, de locos, obstruido por el terror, el abuso y la prepotencia, o la entera y hermana Hispanoam¨¦rica ser¨¢ pronto una fragua de democracia. Ahora nosotros tenemos que ayudar a nuestros hermanos. Y una manera de ayudarles es aprender cuanto nos pueden ense?ar los m¨¢s dignos de entre ellos, escuchar sus palabras aut¨¦nticas, o¨ªr el rumor de su coraje estereof¨®nico, de su ternura y de su indignaci¨®n mundiales.
Escuchar lo hondo
Una manera de ayudar a nuestra familia americana es escuchar lo mucho y hondo, sufrido, clarividente, esperanzado que tienen que decir, que dicen, los hispanoamericanos que huelen a dignidad y a sufrimiento, a desventura y a energ¨ªa, al llanto que llega de la sangre vertida y al entusiasmo que se desprende del futuro. As¨ª se han escuchado mutuamente Ernesto S¨¢bato y Felipe Gonz¨¢lez. Cuando S¨¢bato regres¨® de esa entrevista, que ¨¦l adjetiva como memorable, le preguntamos c¨®mo hab¨ªa transcurrido esa conversaci¨®n. Nos respondi¨®: "Tienen ustedes al frente del Gobierno a un hombre que huele a dignidad". Pens¨¢bamos nosotros: usted tambi¨¦n, maestro.
Pens¨¢bamos que la urgente, entusiasta tarea que tenemos los espa?oles de contribuir al establecimiento de democracias en Am¨¦rica (el programa inmediato y expl¨ªcito de Felipe Gonz¨¢lez es ¨¦ste: que en la celebraci¨®n del quinto centenario no haya ni un solo preso pol¨ªtico en las tierras americanas) por fuerza ha de apoyarse en nuestro homenaje a estos americanos que llevan a su espalda un vasto fardo de honradez que los sujeta firmemente al suelo, que los suelda a la realidad, que los cauteriza al destino. El contagio de nuestra democracia, y despu¨¦s la mezcla de todas, la aventura com¨²n de nuestra dignidad com¨²n, necesitan de mediadores magistrales que sepan relatarnos todos los sufrimientos americanos y contarnos el griter¨ªo del continente clamando por la democracia.
Y que sepan relatar en Am¨¦rica todos nuestros problemas y toda la obstinada alegr¨ªa de la democracia espa?ola. Los grandes mediadores, verdadera y minuciosamente preocupados por el destino de los hombre y mujeres concretos, de los pueblos concretos, son en verdad muy pocos. Uno de ellos se llama Ernesto S¨¢bato. Sin escucharle a ¨¦l, la aventura com¨²n podr¨ªa quedar desvariada. Con su consejo, que viene de sus cicatrices, ganaremos palmo a palmo el futuro; abriremos, para que no se cierren nunca, los portones del porvenir.
Hace unos d¨ªas, en un coloquio p¨²blico en torno a la moral civil, record¨¢bamos una frase de S¨¢balo: "?Basta! El ¨²nico r¨¦gimen compatible con la dignidad del hombre es la democracia". Se?al¨¢bamos que la palabra ?basta! aparec¨ªa entre signos de admiraci¨®n. Despu¨¦s, tras una en¨¦rgica respuesta de S¨¢bato en torno a su actitud en Argentina, los numerosos asistentes rompieron a aplaudir largamente, casi violentamente, mientras S¨¢bato bajaba la mirada con la humildad de los maestros. Pens¨¢bamos entonces que ese aplauso era uno de los dos signos de admiraci¨®n que lleva la palabra ?basta! Pens¨¢bamos que el otro signo de admiraci¨®n es el aplauso que suena en Argentina desde hace muchos a?os alrededor de este gran novelista, de este hombre puntualmente civil que nos ha visitado, que ha dejado en nosotros la alegr¨ªa de pertenecer a la desventurada y obstinada especie de los hombres, que ya regresa a su pa¨ªs dej¨¢ndonos la nostalgia de su entereza, la virilidad de su genio, el perfume de su autenticidad. Y entonces s¨²bitamente comprendemos que una de las palabras m¨¢s grandes del idioma, que es la palabra gracias, se nos queda un poco peque?a: o que para alcanzar el derecho de pronunciarla tenemos que crecer. Esto nos deja: la evidencia de que constantemente tenemos que crecer.
es poeta y director de Cuadernos Hispanoamericanos.
Babelia
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