La maldicion de los Habsburgo
La maldici¨®n de los Habsburgo no comienza con el suplicio al que fue sometido por sus m¨¦dicos Alberto I, quien pas¨® d¨ªas enteros colgado de los pies para que se drenara el veneno que supuestamente le hab¨ªa suministrado alg¨²n s¨²bdito o pariente asesino. No termina tampoco con el cad¨¢ver de Fernando Maximiliano colgado de los pies de la c¨²pula de la capilla de un hospital de M¨¦xico para drenar los l¨ªquidos de un primer embalsamiento, a tal punto perfunctorio y perecedero, que el cuerpo del desdichado archiduque no s¨®lo comenzaba a despedir miasmas delet¨¦reos: la carne se le hab¨ªa puesto negra y quebradiza. Siglos antes de Alberto y varios monarcas envenenados, varios pr¨ªncipes ahogados y reyes locos, la maldici¨®n nace en un cant¨®n suizo donde se levantaba el castillo de los halcones, o havichsburg, de donde se deriva el nombre de la dinast¨ªa: dice la leyenda que en ese recinto poblado de altaneras aves, uno de los primeros Habsburgo viol¨® a una Joven y que ¨¦sta muri¨® al dar a luz a un ni?o que naci¨® muerto, y junto con el cual fue sepultada. De la misma manera, a?os y d¨¦cadas despu¨¦s de que Fernando Maximiliano recibiera el tiro de gracia que acab¨® con su vida y con su imperio en el cerro de las Campanas, la maldici¨®n se manifest¨® tina y otra vez, hasta llegar al asesinato de Sarajevo, el 28 de junio de 1914, del archiduque Francisco Fernando y culminar en 1922 con la muerte, en Madeira, del ¨²ltimo de los emperador.es Habsburgo, Carlos Francisco. Fue entonces, dicen, que los halcones que hab¨ªan seguido a los Habsburgo desde el cant¨®n suizo de Aargu a sus residencias imperiales de Viena, abandonaron para siempre el palacio de Sch?nbrunn y, con ellos, tambi¨¦n la maldici¨®n levant¨® el vuelo.En el gran p¨²blico, el conocimiento de los anatemas a los que supuestamente han sido condenadas algunas familias din¨¢sticas, o al menos de espesor din¨¢stico, produce un efecto tranquilizador que va m¨¢s all¨¢ de la catarsis aristot¨¦lica por el simple hecho que los personajes de la tragedia o tragedias encarnan sus propias vidas y no las de Edipos o Macbeths imag¨ªnarios. Lo que quiere decir que la justicia divina es algo m¨¢s que una especie de Deux ex machina al servicio de los dramaturgos, y que trasciende al escenario de la vida irreal para castigar la arrogancia y la prepotenc¨ªa de los ricos. En otras palabras, el dinero no es la felicidad. Tampoco el poder. All¨ª tienen ustedes a los Habsburgo, a los Kennedy. Y qu¨¦ triejor prueba que Paul Getty, quetan¨ªo sufri¨® en vida, el pobre.
Por supuesto que el poder, por s¨ª solo, y por razones que tienen todo de humanas y nada de divinas, atrae la violencia y la muerte: nada m¨¢s natrural que envenenar a un rey para heredar su trono y su fortuna, o que arrojarle una bomba a un l¨ªder para cambiar, quiz¨¢, el curso de una revoluci¨®n. Pero,aparte de todos los fratricidios y parricidios, tiranicidios y regicidios que en el mundo ha habido por esos y otros motivos m¨¢s o menos profanos, y de los casos de insania frecuentes en las antiguas familias reales, debido no a una decisi¨®n arbitraria de la providencia, sino a las leyes de la gen¨¦tica, no existen pruebas de que los poderosos y los ricos, por el simple hecho de serlo, sean m¨¢s desdichados. M¨¢s bien de lo contrario: los ricos viven muy bien y son m¨¢s felices que los pobres. El verdadero azote, la verdadera maldici¨®n, no de unas cuantas familias, sino de cientos de millones de ellas de todo el mundo, ha sido la miseria, la abyecci¨®n que han arrastrado por generaciones
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La maldici¨®n de los Habsburgo
Viene de la p¨¢gina 11 enteras, por siglos. Pero como dijo -?lo dijo Lenin?-, la muerte de un individuo es una tragedia; la muerte de miles, cuesti¨®n de estad¨ªsticas. Y si la tragedia de ese individuo est¨¢ aureolada por la pompa real y, las circunstancias macabras, mejor todav¨ªa.Si esto viene a cuento ahora, es porque una de las manifestaciones m¨¢s c¨¦lebres de la maldici¨®n de los Habsburgo ha vuelto a ocupar la atenci¨®n del p¨²blico. El 31 de enero de 1889, el pr¨ªncipe Rodolfo, heredero del trono de Austria-Hungr¨ªa, fue hallado rnu¨¦rto, de un tiro en el pabell¨®n de caza de Mayerling, cercano a la poblaci¨®n del mismo nombre, en la baja Austria. A su lado, nuerta tambi¨¦n, y cubierta de osas, estaba su amante, la baronesa Mar¨ªa Vetsera. Pasados el trauma y Ia sorpresa del hallazgo, la versi¨®n oficial fue que Rofolfo hab¨ªa dado muerte a Mar¨ªa letsera y despu¨¦s se hab¨ªa suicidado. Para lograr que el Papa de turno autorizara la inhumaci¨®n lel pr¨ªncipe en tierra sacra, el lobierno austriaco a?adi¨® que todolfo sufr¨ªa de un trastorno mental, y que por lo mismo no hab¨ªa sido responsable de sus actos. A esto sigui¨® pronto la versi¨®n popular y rom¨¢ntica: ante la imposibilidad de casarse con Mar¨ªa Vetsera -por estar ya casado y ser el heredero de una monarqu¨ªa cat¨®lica-, Rodolfo hizo un pacto suicida con su amante, a la que amaba, claro, con delirio, como lo sabe todo aquel que tuvo oportunidad de ver a Charles Boyer en La tragedia de Mayerling. Otras versiones, menos conocidas por el p¨²blico, circularon entonces y durante alg¨²n tiempo. Se, dijo, por ejemplo, que su propio padre, el emperador Francisco Jos¨¦, lo hab¨ªa mandado matar porque Rodolfo, entre cuyas malas costumbres figuraba la de tener amigos socialistas y anarquistas y publicar art¨ªculos con seud¨®nimo en los peri¨®dicos antimon¨¢rquicos, representaba un peligro para la estabilidad del imperio. Se lleg¨® a decir, incluso -ninguna teor¨ªa es despreciable si con ella se logra escribir un best-selIer- que el pr¨ªncipe y Mar¨ªa Vetsera hab¨ªan huido de Europa, disfrazados, y que la Casa de Austria, para no enfrentarse a la verg¨¹enza de confesarlo al mundo, alquil¨® dos cad¨¢veres -o los improvis¨®-, los visti¨® de Rodolb y Mar¨ªa y como tales los enter¨®, mientras los verdaderos amantes se enterraban vivos en el anonimato y entre las palmeras y las orqu¨ªdeas de una jungla americana parecida a las que inventaba Bernardin de Saint-Pierre.
Ahora, y a casi 100 a?os de la tragedia de Mayerling, ha surgido una versi¨®n m¨¢s. Con la diferencia de que es un miembro de la augusta familia y Casa de Austria quien la ha formulado, y prometido que dar¨¢, pronto, m¨¢s detalles y pruebas. Seg¨²n parece, el rey Juan Carlos, en una reuni¨®n informal que tuvo hace tiempo con el entonces canciller austriaco, Bruno Kreisky, intercedi¨® a favor de una parienta suya, hija de Pedro de Borb¨®n: se trataba nada menos que de Zita, la ¨²ltima emperatriz austriaca, viuda de Carlos Francisco, ya nonagenaria, y quien deseaba regresar a Viena a pasar sus ¨²ltimos d¨ªas. Kreisky logr¨® que se levantara la prohibici¨®n que imped¨ªa el retorno de la emperatriz, y Zita, ya instalada en la capital de su antiguo imperio, hizo sus primeras revelaciones. El pr¨ªncipe Rodolfo, seg¨²n ella, fue asesinado, pero no por su padre, sino por sus propios amigos. ?stos se hab¨ªan confabulado para dar muerte al emperador Francisco Jos¨¦, y Rodolfo amenaz¨® con denunciar la conspiraci¨®n.
Los historiadores se muestran esc¨¦pticos y piensan que Zita no podr¨¢ presentar las pruebas suficientes y que por lo mismo la tragedia de Mayerling permanecer¨¢ envuelta en el misterio. Pero, aunque as¨ª fuera, es dif¨ªcil imaginar c¨®mo una revelaci¨®n de esa clase, por fundada que est¨¦, pueda interesar o conmover a nadie. a estas alturas -aparte de los especialistas y, quiz¨¢, de los austriacos-, m¨¢s de lo que pueden conmover a asombrar todav¨ªa los detalles accesorios y truculentos, independientes del motivo del crimen o suicidio a d¨²o, y que, desde luego, nunca aparecieron en los folletones, las pel¨ªculas y toda la basura sentimentalista que provoc¨® Mayerling. Truculenc¨ªas como: en un intento de ocultar al menos la muerte de Mar¨ªa Vetsera, se decidi¨® que dos de sus t¨ªos la tomar¨ªan cada uno por un brazo y la bajar¨ªan por las escaleras sosteni¨¦ndola de pie. Pero result¨® que la bala, que le quit¨® la vida a la amante de Rodolfo le rompi¨® tambi¨¦n el cuello y, pasado el rigor mortis, la cabeza de Mar¨ªa Vetsera parec¨ªa de trapo, por lo que hubo que amarrarle un palo a la espalda, y el cuello, al palo. Adem¨¢s, como a causa del impacto de la bala se le hab¨ªa saltado un ojo, que qued¨® colgando del nervio ¨®ptico sobre su mejilla, hubo que colocarlo de nuevo en su lugar. Ahora bien: si lo del pacto suicida fue cierto y cierto tambi¨¦n que Rodolfo mat¨® a Mar¨ªa Vetsera la noche anterior, luego la cubri¨® de rosas y despu¨¦s esper¨® el amanecer para levantarse ¨¦l mismo la tapa de los sesos: ?la quiso as¨ª, la ador¨® as¨ª toda la noche, con el ojo fuera? ?O lo coloc¨® en su ¨®rbita y el ojo volvi¨® a saltarse?
Son esta clase de tremendismos, m¨¢s que los motivos del crimen o la muerte misma, los que alimentan la leyenda de las maldiciones. Aunque a veces, con tal de justificar las maldiciones, se considera como malditos a quienes no lo fueron tanto. Por ejemplo, y a prop¨®sito de ojos: aunque a Alberto I se le incluye entre todos aquellos Habsburgo que sufrieron en carne propia la maldici¨®n que pesaba sobre la augusta casa que fue martillo de los herejes, como la llam¨® Graci¨¢n, la verdad es que, tuerto, pero vivo -la congesti¨®n de la sangre en la cabeza le estrope¨® un ojo-, rein¨® varios a?os m¨¢s. En cambio, Maximiliano, adem¨¢s de perder la vida, perdi¨® el azul de sus ojos: como los m¨¦dicos juaristas no encontraron en toda la ciudad de Quer¨¦taro unos ojos de vidrio azules para el cad¨¢ver reci¨¦n embalsamado, le arrancaron los ojos negros a una santa ?rsula de tama?o natural, y se los pusieron al emperador sin pesta?ear.
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