La ciudad se transforma
Es un fen¨®meno curioso el que sucede todos los a?os, durante nueve d¨ªas consecutivos, con esta ciudad que sus primitivos moradores denominaron en euskera Iru?a. Pamplona es una ciudad que vive durante el resto del a?o esperando a los Sanfermines porque esos nueve d¨ªas representan la cat¨¢rsis colectiva.El personal pamplonica se divide, a la hora de los Sanfermines, en dos opciones -quedarse en la ciudad o irse de vacaciones- que a su vez se desdoblan en dos subopciones: la de aquellos que se quedan con la familia o los que deciden permanecer solos, sin se?ora ni ni?os. Tradicionalmente se ha dicho que los Sanfermines son machistas y, a juzgar por el n¨²mero de maridos que mandan a la familia a la playa, algo debe haber de cierto.
Esta teor¨ªa, adem¨¢s, se complementa con algunos rasgos que hasta ahora han caracterizado a los Sanfermines: los encierros son para hombres, los tendidos de sol en la plaza de toros est¨¢n pr¨¢cticamente vedados para las f¨¦minas, y no por decisi¨®n de la empresa sino por opci¨®n de los propios mozos pamplonicas; las pe?as, uno de los ingredientes de las fiestas, son tambi¨¦n para hombres. Por suerte, el sistema democr¨¢tico ha incorporado una innovaci¨®n: en los ¨²ltimos a?os han sido dos mujeres las que han disparado el chupinazo de las fiestas, rompiendo as¨ª una tradici¨®n absurdamente machista.
Y es que Pamplona se transforma cada a?o para vivir sus fiestas. Es el caso de aquel abogado que en Sanfermines deja la toga, se pone las alpargatas, una camisa blanca, el pa?uelo rojo y con un mono que se coloca en el hombro, sujeto con una cadena al cintur¨®n, va de bar en bar repitiendo la siguiente letan¨ªa:
-Camarero, una de pachar¨¢n para m¨ª, y para este amigo que llevo en el hombro, una de An¨ªs del Mono.
El mono mor¨ªa invariablemente a los tres o cuatro d¨ªas, v¨ªctima de una patolog¨ªa no aclarada pero que podr¨ªa asimilarse a la cirrosis.
Y es tambi¨¦n el mismo caso de un digno representante de comercio que un domingo de San Ferm¨ªn se present¨® en una de las puertas de acceso a la plaza de toros con un ciclomotor Mobylette. En la puerta sostuvo con el empleado el siguiente di¨¢logo:
-Aqu¨ª est¨¢ mi entrada y la de esta amiga m¨ªa (refiri¨¦ndose a la moto).
-Pues me parece que las motos no pueden entrar.
-Pero hombre, si lleva su entrada... Adem¨¢s, a la pobrecita le hace mucha ilusi¨®n porque nunca ha visto una corrida.
-Esp¨¦rese, que voy a consultar. Bueno, que pase. A fin de cuentas tiene su entrada.
Son los tipos de esta ciudad, que cada a?o, durante nueve d¨ªas, se transforma.
Babelia
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