Las alegor¨ªas
Y el verano les trajo, a unos y a otros, la bonita guerra de las alegor¨ªas, las banderas, las ikurri?s (que, por lo visto, en vasco es lo mismo), el Valle de los Ca¨ªdos, Franco y Jos¨¦ Antonio, que si les meten o los sacan, el Se?or Santiago y el se?or Garc¨ªa-Sabell, que me parece el m¨¢s aleg¨®rico de todos. Don Manuel Fraga, a quien tanto debe el pensamiento espa?ol de la derecha, me parece que fue el primero en fijar las distancias entre la Espa?a oficial y la Espa?a real. Era lo que ¨¦l dec¨ªa, s¨®lo que todo lo contrario. La Espa?a real son Los Retamales, la reconversi¨®n industrial, la p¨¦rdida de nuestro imperio moral sobre Guinea, el sacrificio frutero espa?ol que exige el Mercado Com¨²n, las presas de Yeser¨ªas que se masturban con el tal¨®n (algunas) cuando les atan las manos, el desentendimiento entre las diversas polic¨ªas espa?olas, el trapicheo creciente de los coches de segunda mano, el cuerpamen de Carmen Platero, que para el oto?o debuta con Marujita D¨ªaz (puede ser la Platero in¨¦dita que pocos conocemos), Paco Ojeda y as¨ª. La Espa?a de las alegor¨ªas ya he explicado m¨¢s arriba cu¨¢l es, en sucinto inventario, pero, mientras toda la problem¨¢tica (horr¨ªsono palabro) sigue pendiente, el pa¨ªs se mete en una nueva era imaginaria, o sea, la guerra de las alegor¨ªas por gr¨ªmpolas y gallardetes, santos y delegados gubernamentales, delgados celestiales, valles pante¨®nicos, muertos sin sepultura (un muerto se va convirtiendo en la alegor¨ªa de? vivo que fue) y cruces alt¨ªsimas, como tel¨¢grafos de Dios en la sierra.Las llamadas guerras ideol¨®gicas, guerras de religi¨®n, todo eso, han sido, si no guerras economicistas (que hoy almuerzo con Santiago Carrillo y no quiero pasarme de materialista, con este calor), s¨ª guerras aleg¨®ricas. Cuando el hombre cree morir o matar por una idea est¨¢ matando / muriendo por una alegor¨ªa, pues que las ideas no matan, sino que vivifican, y una alegor¨ªa s¨®lo es una mala puesta en escena de las ideas mediante madonas simb¨®licas, santos de palo y ninfas celul¨ªticas que no han hecho la gimnasia/ Jane Fonda. Pero el verano, ya digo, les trajo a unos y otros la decorativa guerra de las alegor¨ªas, d¨®nde hay que meter a Franco, de d¨®nde hay que sacar a Jos¨¦ Antonio. En la discoteca El balc¨®n, de Majadahonda, nos echan un v¨ªdeo de los Beatles, y observo c¨®mo esta primera generaci¨®n democr¨¢tica de la minifalda y la maxipierna mira a los Beatles como yo podr¨ªa mirar a Antonio Mach¨ªn. Una passada. Quedan peinaditos y retro. A esta primera generaci¨®n democr¨¢tica le resultan ya los Beatles la alegor¨ªa kitsch de unos felices sesenta que ellos / ellas no conocieron, cuando a todos nos quer¨ªan hacer yeyenazis. La alegor¨ªa es la forma m¨¢s ruda y primitiva de representaci¨®n tect¨®nica de una idea. La alegor¨ªa se estiliza en s¨ªmbolo, con los griegos, vuelve a recaer en s¨ª misma, cama redonda de las ideas, con los romanos, se sintetiza en met¨¢fora, con Petrarca, y se ajusta lac¨®nicamente a la idea que expresa, mediante el signo, ya en nuestra modernidad. Estarse dando de ostraspedr¨ªn, verbalmente o f¨¢cticamente, con 38 a la sombra de julio, por una alegor¨ªa, es involucionar, no ya al XIX, como hemos teorizado aqu¨ª el otro d¨ªa, sino a un sistema de valores culturales primitivo, tribal y cavernario. Espa?a es un "triste tr¨®pico" que olvida, a veces, la progresi¨®n estil¨ªstica que m¨¢s arriba he dise?ado.
El redactor/ jefe de Stern, de vacaciones en Espa?a, me felicita por esta columna y se declara lector m¨ªo de a?os. Qu¨¦ pensara el herr de nuestra guerra/ guerrilla estival de las alegor¨ªas. Santiago Padr¨®s hizo un mosaico (este peri¨®dico lo ha dado) para Cuelgamuros, que, m¨¢s que expresarnos, nos vomita. A lo mejor s¨®lo es la so?arra de la siestorra de la secarra.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.