La feminizaci¨®n de la pobreza
Mi punto de vista sobre el tema es el de una mujer. Intento examinar no lo que el desarrollo promete a las mujeres, sino su verdadero impacto sobre ellas. Para ello propondr¨¦ unos criterios para la investigaci¨®n sobre el efecto que ciertas herramientas tienen sobre las mujeres. Son herramientas que supuestamente aligeran el trabajo de la mujer, un trabajo que se prolonga hasta su muerte.Por trabajo me refiero a la carga impuesta a las mujeres por medio de ciertas actividades que deben realizar por su condici¨®n de mujeres. Esto incluye actividades econ¨®micas por las cuales, muy a menudo, no se las paga y actividades de subsistencia que los economistas no pueden medir adecuadamente. Me interesa el impacto de las nuevas herramientas sobre la dureza, el esfuerzo y la monoton¨ªa de la carga de las mujeres. No voy a hablar de c¨®mo aligerar el trabajo de ciertas mujeres determinadas. Intento principalmente buscar criterios para evaluar el trabajo de las mujeres como grupo.
La investigaci¨®n sobre mujeres y herramientas se ha multiplicado en los a?os setenta, aunque hay dos tipos profundamente diferentes. Uno estudia las herramientas que aligeran el trabajo que las mujeres desarrollan durante toda su vida. Esta investigaci¨®n la llevan a cabo principalmente mujeres que se ayudan ellas mismas de las nuevas t¨¦cnicas que adoptan. A esta ingeniosa adopci¨®n vern¨¢cula de las nuevas t¨¦cnicas por parte de las mujeres no se le suele denominar investigaci¨®n; en realidad, normalmente no se tiene en cuenta para nada. Pocos informadores conceden al genio que convierte una caja de cambios en una cocina el t¨ªtulo de investigaci¨®n.
El segundo tipo de investigaci¨®n es el realizado para las mujeres. Su objetivo principal suele ser el aumento de su productividad. Mide la mejora del bienestar de las mujeres desde el punto de vista del especialista.
Los dos tipos de investigaci¨®n resultan antag¨®nicos. La investigaci¨®n por parte de las mujeres tiende a mantenerlas fuera del mercado y a limitar la productividad de la comunidad en t¨¦rminos monetarios. Pero, por lo general, aligera la carga total de las mujeres.
El segundo tipo de investigaci¨®n integra a las mujeres en el desarrollo. Lo realizan especialistas, en ocasiones por encargo de clientes, y, tal como pretendo demostrar, aumenta tanto la carga de la mujer como la discriminaci¨®n por raz¨®n de su sexo.
Las mismas mujeres pueden apropiarse para sus propios fines tanto de la alta como de la baja tecnolog¨ªa. En este art¨ªculo me voy a centrar principalmente en t¨¦cnicas sencillas disponibles localmente, baratas, y de uso no obligado. Esta tecnolog¨ªa, que es ecol¨®gicamente blanda, socialmente descentralizadora y mec¨¢nicamente con frecuencia intermedia, puede ser tema de investigaci¨®n por y para las mujeres. La agricultura org¨¢nica, el gas de desechos org¨¢nicos, la calefacci¨®n solar pasiva y adem¨¢s, posiblemente, las tricotadoras equipadas con un microprocesador pueden emplearse para servir bien a la subsistencia o bien al desarrollo. Las mujeres pueden emplear la horticultura para mantener la unidad familiar independiente de la econom¨ªa monetaria y del mercado. Por otra parte, puede servir tambi¨¦n para multiplicar los lazos econ¨®micos monetarios dentro de la comunidad, para aumentar su dependencia de productos alimenticios b¨¢sicos y para aumentar la cantidad de dinero en movimiento.
La destrucci¨®n de los sexos
Bajo la etiqueta de investigaci¨®n de mujeres en tecnolog¨ªa apropiada (a la que nos referiremos a partir de ahora con las siglas TA) se ha confundido totalmente las investigaciones hechas por mujeres y las hechas para la mujer. Deseo desenredarlas, porque son investigaciones realmente independientes, si bien complementarias. S¨®lo cuando se reconozca la complementariedad entre las investigaciones por y para las mujeres ser¨¢ posible encontrar un equilibrio democr¨¢tico entre las prioridades t¨¦cnicas y legales que contribuyen a aligerar las cargas de la mujer y las otras prioridades que convierten a las mujeres en competidoras econ¨®micas, en una situaci¨®n algo desigual.
Durante 30 a?os se ha estado juzgando el desarrollo econ¨®mico y se ha convertido actualmente en tema para los historiadores sociales. Para gran parte de los hombres y mujeres que se han visto afectados por el desarrollo, ¨¦ste ha supuesto la modernizaci¨®n de su pobreza, que hay que diferenciar de la feminizaci¨®n de la pobreza, y que se ha visto emp¨ªricamente asociada con lo anterior. Mencionar¨¦ en primer lugar tres rasgos de la pobreza modernizada asexuada, para mencionar a continuaci¨®n tres rasgos m¨¢s que la agravan para las mujeres:
1. En todas partes, las actividades de subsistencia se han visto degradadas en el proceso de crecimiento. industrial. Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil caminar, trabajar, construir su propia casa, alimentar a su propia familia, aprender un oficio sin tener que ir a la escuela.
2. En todas partes, las redes de parentesco, vecindario, plaza del pueblo y docenas de otras redes de apoyo se han visto reducidas a lazos econ¨®micos monetarios. Todo tipo de regalos se desvanecen en dinero.
3. En todas partes, las normativas profesionales han sustituido a los valores vern¨¢culos. Ya no es nadie de la aldea, sino un forastero, quien se piensa que sabe mejor c¨®mo decir algo, tratar una enfermedad o hacer cualquier trabajo.
Estos lamentables efectos secundarios sociales del desarrollo se est¨¢n comprobando cada vez m¨¢s. Y son tan inevitables como los m¨¢s divulgados efectos secundarios ecol¨®gicos. Como la contaminaci¨®n, la modernizaci¨®n de la pobreza afecta tanto a los hombres como a las mujeres. Pero hay otra clase de efectos secundarios poco advertidos que afectan de manera espec¨ªfica a la mujer y contribuyen a lo que he denominado la feminizaci¨®n de la pobreza.
Inevitablemente, el desarrollo priva a las mujeres de las tareas espec¨ªficas de su sexo. Las convierte en una fuerza de trabajo mixta; las convierte en el segundo sexo. En todas partes, el desarrollo obliga a las mujeres a hacer algo hasta entonces desconocido: a competir individualmente con los hombres. El desarrollo libera a las mujeres y las alista en una lucha con los hombres por el mismo puesto de trabajo, una lucha que est¨¢n abocadas a perder. Hasta ahora no se ha tenido en cuenta suficientemente la importancia crucial del sexismo como efecto secundario del crecimiento industrial.
Olvidamos f¨¢cilmente que en las sociedades preindustriales sencillamente no exist¨ªa ning¨²n tipo de trabajo que pudiera ser realizado indistintamente por hombres o mujeres. Donde aparecen ejemplos, est¨¢n limitados a esclavos, intocables o parias. Ninguna herramienta agr¨ªcola, ning¨²n utensilio dom¨¦stico ni ning¨²n animal dom¨¦stico en una sociedad preindustrial eran manejados indistintamente o empleados en la misma forma por hombres y mujeres. Las herramientas asexuadas son un invento del siglo XIX: son las herramientas empleadas en lo que ahora se denomina trabajo.
Durante los ¨²ltimos 30 a?os, la asistencia t¨¦cnica ha supuesto la exportaci¨®n de una ¨¦tica de trabajo asexuada, de herramientas asexuadas y la destrucci¨®n de la subsistencia sexuada. Pero la eliminaci¨®n de tareas definidas por el sexo y la creaci¨®n de una fuerza de trabajo mixta, dentro de la cual compiten hombres y mujeres, siempre ha perjudicado a estas ¨²ltimas. Este proceso da una oportunidad a unas pocas mujeres, degrada a muchas y enfrenta a estos dos grupos entre s¨ª.
Perm¨ªtaseme a?adir algo m¨¢s sobre la destrucci¨®n de los sexos. En todas las sociedades preindustriales, el juego de herramientas locales est¨¢ formado por dos mitades diferentes. Todas las comunidades tienen su forma espec¨ªfica de dividir la carga de la existencia, el dominio de la realidad, el empleo del tiempo y el espacio. El tejido, el orde?o, la alfarer¨ªa lo hace el hombre o la mujer. En una cultura jam¨¢s hacen los dos un mismo trabajo. Bajo el dominio del sexo, las mujeres no pod¨ªan individualmente competir con los hombres; estaban encerradas en su propio dominio. Se enfrentaban entre s¨ª, no individuos, sino terrenos dominados por uno u otro sexo.
En la mayor¨ªa de las culturas, el dominio de las mujeres no se consider¨® nunca de igual dignidad. En el patriarcado se exclu¨ªa a las mujeres del poder p¨²blico. Los trabajos y las herramientas de las mujeres estaban abiertamente degradados. Toda mujer estaba en este sentido unida a las dem¨¢s por su com¨²n inferioridad. Pero bajo el dominio del sexo, las mujeres no pod¨ªan ser v¨ªctimas individuales. Y el desarrollo ha cambiado esta situaci¨®n. Ahora todas las mujeres est¨¢n obligadas a competir en un mundo de hombres. Es cierto que el desarrollo ha debilitado de alguna forma el patriarcado. Pero esto se ve grandemente contrarrestado por el efecto de sumar al antiguo dominio patriarcal la nueva discriminaci¨®n por raz¨®n del sexo. El desarrollo individualiza la inferioridad de la mujer y lo convierte en algo anteriormente desconocido, algo personalmente degradante.
Efectos sexistas de la industria
No obstante, la industrializaci¨®n no tiene el monopolio en la difusi¨®n del sexismo. La tecnolog¨ªa aplicada (TA) puede lograrlo tan bien o mejor. Es por esta raz¨®n por lo que recomiendo fuertemente la investigaci¨®n sobre los peligros de la TA asexuada. Y lo hago no porque me oponga a la TA asexuada. Acojo con agrado las herramientas que encajen en las manos de las mujeres tan bien como en las de los hombres. Pero pido que se investiguen los efectos sexistas de la TA asexuada, porque, de forma a¨²n m¨¢s eficaz que las m¨¢quinas industriales, la TA puede convertir a mujeres orgullosas en disminuidos f¨ªsicos del segundo sexo. A veces es imposible evitarlo. Pero no veo por qu¨¦ hay que promocionarlo ciegamente. S¨®lo la investigaci¨®n por mujeres en todo pueblo y barriada puede asegurar que las nuevas llaves inglesas y alicates, los nuevos medidores y colas, los nuevos criaderos de peces y molinillos, o una nueva raza de cabras en las zonas agr¨ªcolas den poder a las manos de las mujeres. Este tipo de investigaci¨®n no puede, de ninguna manera, ser realizado por especialistas para una aldea.
Hay que tener tambi¨¦n en cuenta un segundo efecto del desarrollo espec¨ªficamente sexista. Los beneficios del desarrollo econ¨®micamente evaluables han correspondido de manera desproporcionada a los hombres y se han producido de manera desproporcionada por el trabajo no pagado de las mujeres. Este hecho se ha ocultado por un sencillo mecanismo. Al trabajo dom¨¦stico moderno, el aumento de valor no pagado de los art¨ªculos de consumo en valores de uso, se le ha negado su reconocimiento como contribuci¨®n econ¨®mica al crecimiento industrial.
Recientemente ha cambiado esta situaci¨®n. Hace 10 a?os, Esther Boserup y Barbara Ward iniciaron la investigaci¨®n sobre el impacto econ¨®mico del desarrollo en las mujeres. Desde entonces, decenas de estudios han confirmado y aumentado sus sospechas:
1. El crecimiento econ¨®mico ha aumentado siempre m¨¢s las horas de trabajo de las mujeres que las de los hombres.
2. Con el aumento de la dependencia del dinero, el control de las mujeres sobre el dinero disminuye. En 1975, consider¨¢ndolo mundialmente, las mujeres aportaban las dos terceras partes del total de horas de trabajo y recib¨ªan el 10% del total de ingresos en dinero.
3. El trabajo pagado no disminuye el trabajo no pagado que realizan las mujeres en la sombra. Obliga a las mujeres a privarse de horas de ocio, de ayuda mutua y de control social mediante el cotilleo. Las amas de casa que mastican chicle mientras esperan en la lavander¨ªa no son pol¨ªticamente iguales al antiguo grupo de mujeres que conversan mientras lavan en el r¨ªo.
4. Contrariamente a lo que se suele creer, el estr¨¦s en las mujeres aumenta cuando sus casas est¨¢n conectadas a los servicios de gas, agua, electricidad y desag¨¹e. Este hecho es actualmente una conclusi¨®n definitiva a la que han llegado los historiadores del trabajo dom¨¦stico. Cuando se instala un grifo en una casa, el consumo de agua aumenta entre 25 y 50 veces. Sacar un cubo de agua de un pozo exige poco esfuerzo. Pero al meter el retrete en la casa, los nuevos niveles de limpieza corporal, de ropa personal y de ropa de casa y las instalaciones aumentan el trabajo total relacionado con el agua.
5. Estas tendencias aparecen en todos los sistemas pol¨ªticos. En todas partes, las mujeres son quienes pagan el crecimiento econ¨®mico realizando m¨¢s trabajo en la sombra y en los puestos de trabajo menos deseados. En Minneapolis, el ama de casa se convierte en taxista sin sueldo para transportar a los ni?os del colegio a las reuniones de los scouts y a las clases de baile, al tiempo que se ve obligada a tener un empleo para poder pagar el segundo coche. En Kiev hace cola en la carnicer¨ªa y en el departamento de concesi¨®n de pisos, al tiempo que tiene que buscar un trabajo para poder comprar cosas en el mercado negro.
Herramientas diferentes
Repito que no menciono estos efectos inevitables del crecimiento econ¨®mico porque me oponga, por principio, a todo desarrollo. Sin vender ciertas hierbas de su huerto, las mujeres que han recuperado la azada no tendr¨ªan dinero para comprar sal para la cabra o una bomba para el pozo. Menciono la sustituci¨®n de la subordinaci¨®n patriarcal por la dominaci¨®n sexista porque tal cambio est¨¢ de manera consistente asociado al crecimiento econ¨®mico, no se le suele tener en cuenta en la pol¨ªtica de desarrollo y es decisivo para quien quiera evaluar el impacto de la TA en las mujeres. Debemos aprender a hacer preguntas como ¨¦stas: ?hasta qu¨¦ punto disminuye el gas dom¨¦stico el esfuerzo total de las mujeres?; ?en qu¨¦ casos aumenta este esfuerzo total, incluso aunque reduzca el esfuerzo espec¨ªfico que supone tradicionalmente la b¨²squeda del combustible para la cocina? Para encontrar respuestas a estas preguntas s¨®lo se puede confiar en la investigaci¨®n por gente ordinaria, por mujeres. Hay que desconfiar de los consejos de los especialistas para la gente, aun si proceden del nuevo establishment blando y tranquilizador de la conciencia, posiblemente representado por una mujer.
El desarrollo tiene tambi¨¦n un tercer efecto secundario, tambi¨¦n inevitablemente orientado a un sexo. Priva a las mujeres de la iniciativa tradicional que les ha permitido iniciar el cambio cultural. De los tres efectos adversos del desarrollo que perjudican a las mujeres, esta p¨¦rdida de iniciativa ha sido la menos advertida, pero puede que sea la m¨¢s importante de remediar, de recuperar.
Para entender lo que supon¨ªa la iniciativa de las mujeres hay que revisar c¨®mo cambian las culturas vern¨¢culas. Lo hacen adquiriendo nuevos rasgos. Al objeto de nuestro estudio, las herramientas son los nuevos rasgos decisivos. Como se?al¨¦ anteriormente, las herramientas no han sido jam¨¢s asexuadas. Jam¨¢s estaban hechas para las manos de los seres humanos: s¨®lo para las de los hombres o las mujeres. Si se introduc¨ªa una nueva herramienta en un universo vern¨¢culo, tal introducci¨®n la realizaban u hombres o mujeres. Y cualquier nuevo objeto, m¨¦todo, hortaliza, raza animal o t¨¦cnica reconocida y aceptada como herramienta de esa cultura quedaba inmediata mente asociada con el dominio del hombre o con el de la mujer. Las herramientas se adoptaban siendo sexualmente espec¨ªficas en esa cultura. La fabricaci¨®n de herramientas supon¨ªa la sexualizaci¨®n de la realidad. Y las mujeres ten¨ªan tanto poder para sexualizar la realidad. Los dos participaban en la iniciativa cultural. Y ninguno de los dos pod¨ªa extender su dominio sin, en cierta manera, afectar al contrario. Cuando las mujeres del Jura adoptaron una nueva red de transporte para recoger la hierba de alta monta?a, los hombres tuvieron que adaptar la forma del antiguo trineo de heno para recibir la nueva carga. Se suced¨ªan tres docenas de operaciones, cada una espec¨ªfica de un sexo, como los pasos de un baile, hasta llenar el granero. En cada una de estas etapas, tanto los hombres como las mujeres pod¨ªan introducir una innovaci¨®n en su t¨¦cnica, retando a sus contrarios a dar el paso siguiente. En contraste, las herramientas asexuadas de hoy suelen estar bajo el control del hombre.
Vuelvo a repetir que no menciono estos testimonios porque desee retroceder. S¨¦ que en el Jura, ¨¦l llevaba los caballos, un trabajo prestigioso, mientras que ella llevaba la cesta de la comida y el rastrillo. Ni cito las innovaciones producidas por diferentes sexos porque desee regresar a un juego de herramientas dividido. Para m¨ª, las herramientas socialmente justas suponen un equilibrio entre redes de subsistencia y relaciones de producci¨®n. No s¨¦ si aqu¨¦llas deben ser espec¨ªficas a un sexo. Pero creo firmemente que quienes estudian las formas en que puede divulgarse la TA tienen que prestar atenci¨®n de manera particular al sexo. A trav¨¦s de la historia, una difusi¨®n de este tipo ha estado siempre sexuada y no necesit¨® para nada ni misioneros ni educadores.
La p¨¦rdida del sexo, la destrucci¨®n de la econom¨ªa de subsistencia y su impotencia para sexualizar las nuevas herramientas han perjudicado continuamente a la mujer de forma exquisita, uniendo la inferioridad de su sexo a la discriminaci¨®n sexual individual. Lo que el desarrollo industrial inici¨® podr¨ªa consumarlo y perfeccionarlo ahora la tecnolog¨ªa apropiada, tan de moda. Las nuevas herramientas son m¨¢s baratas; consecuentemente, pueden extenderse de manera m¨¢s uniforme. Son menos violentas; consecuentemente, resultan m¨¢s seductoras. Permiten a todo el que las usa que se sienta un obrero, un creador de riqueza. Viendo la cuesti¨®n en perspectiva, el crecimiento econ¨®mico, con sus tres efectos secundarios sexistas, no ha hecho m¨¢s que esperar a que la TA elimine completamente la econom¨ªa de subsistencia.
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