Del coraz¨®n
Hace ya muchos a?os, se organiz¨® un espect¨¢culo flamenco en Mairena del Alcor, el pueblo sevillano que hoy llora con nosotros la muerte del maestro. En aquel espect¨¢culo cant¨®, ya en sus postrimer¨ªas, el arbitrario, impetuoso, angustiado y genial Manuel Torre. Tras su actuaci¨®n deb¨ªa continuar el espect¨¢culo, pero, al parecer, Manuel Torre hab¨ªa cantado, en esa noche, de un modo terminante. Don Antonio Mairena, adolescente entonces, se dirigi¨® a la concurrencia y dijo: "Distinguido p¨²blico: despu¨¦s de la actuaci¨®n de Manuel Torre es imposible volver a cantar. El espect¨¢culo ha terminado". Con esas frases Mairena proclamaba el magisterio del terrible siguiriyero y otorgaba a una fiesta el rango de una ceremonia. Ahora, m¨¢s de medio siglo despu¨¦s, evocamos aquellas frases y sentimos la tentaci¨®n de repetirlas. Distinguido p¨²blico: don Antonio Mairena ha muerto. El espect¨¢culo ha terminado.Pero hablar as¨ª ser¨ªa injusto. Incluso ser¨ªa injusto con Antonio Mairena. El cante no se ha terminado. Se ha acabado la vida del maestro, pero no la del cante. Por el contrario, quiz¨¢ jam¨¢s el cante ha gozado de tan buena salud. Si esto es as¨ª ello se debe, en parte, precisamente a don Antonio: a su garganta prodigiosa, al enciclopedismo casi b¨¢rbaro de su saber flamenco, a su memoria inconcebible y puede que a menudo inventada o, en todo caso, recreada.
F?LIX GRANDE
F?BREGUES
Nos hemos preguntado muchas veces si los cantes que Mairena atribuye a los viejos maestros que ardieron en las ¨¦pocas anteriores a la aparici¨®n del fon¨®grafo (El Viejo de la Isla, El Planeta, La Andonda, El Fillo, El Nitri, Joaqu¨ªn la Cherna, El Loco Mateo) son verdaderamente los cantes de aquellos rumorosos antepasados o si, en mayor o menor medida, son elaboraciones que Mairena, con pudor y tal vez con astucia, arrimaba a los nombres de aquellos cl¨¢sicos del arte del desconsuelo y del consuelo. Con pudor, porque, de haber sido Mairena el creador, o el recreador siquiera, de tan impresionante abanico de formas expresivas, proclamar una paternidad tan caudalosa hubiera parecido presunci¨®n. Con astucia, porque, al encargar a los antepasados la paternidad de esa n¨®mina dilatada de formas exactas y majestuosas, zanjaba cualquier posible discusi¨®n e instalaba esos cantes directa, definitivamente, en la riqueza de la herencia flamenca, ya que en el mundo del flamenco lo antepasado es una ley, la cana es un motivo de respeto y la ra¨ªz es el origen de la germinaci¨®n.
Pero aun cuando esos cantes que ¨¦l atribuye a los creadores legendarios sean, efectivamente, creaciones del siglo XIX, ello no debe aminorar ni la gratitud ni el asombro que le debemos a Mairena. Ese asombro, esa gratitud, se los gan¨® Mairena paso a paso, parsimoniosa, inexorablemente, en una doble dimensi¨®n de su arte. Por un lado, cantando como el viejo lo hac¨ªa: de esa manera en donde la bravura y la serenidad, el rigor y el arrojo, la virulencia y la mesura, la pasi¨®n y el conocimiento formaban siempre un trabado caudal de homog¨¦nea fortuna; por otro lado, rescatando o reelaborando cantes casi olvidados, o casi no existidos, y en una proporci¨®n tan vasta y con una belleza tan solemne y un ¨ªmpetu tan puntual que, finalmente, la aportaci¨®n de don Antonio a la historia del cante ha sido ya algo m¨¢s que la aportaci¨®n de un artista, de un estilo e incluso de una escuela: es una aportaci¨®n tan gigantesca que se dir¨ªa que con Mairena se nos ha muerto, junto a un hombre, una universidad.
No hay cementerios de universidades. O dicho de otro modo: estamos enterrando el cuerpo exhausto de Mairena, pero no su sabidur¨ªa, su memoria ni su legado. Cuanto supo rescatar, inventar y expresar forma parte de nuestro patrimonio, y forma parte para siempre. A esta insistencia le llamamos eternidad. En ella queda don Antonio Mairena. Am¨® el cante con rigor y fervor, lo busc¨® con paciente angustia, lo emiti¨® con una delicadeza casi col¨¦rica y con una remota pero s¨²bita exactitud, y todo ese trabajo, que efectuaba d¨ªa a d¨ªa, noche a noche, en la tiniebla de la angustia y en el resplandor del hallazgo, fue conduci¨¦ndolo a la inmortalidad. Cuando caiga la tierra sobre su coraz¨®n (¨¦l se ha muerto del coraz¨®n; es l¨®gico: lo hab¨ªa gastado tanto) esa tierra no encontrar¨¢ a su coraz¨®n, pues ya no est¨¢ en su pecho: lo ha dejado distribuido en los cantes de El Nitri, de El Planeta, de El Fillo... y de ese otro antepasado rumoroso que ya se nombra don Antonio Mairena; aquel Antonio Cruz Garc¨ªa que naci¨® el 7 de septiembre de 1909 y que hoy, el 7 de septiembre, mientras cae la tierra sobre su exhausto cuerpo, ha empezado a nacer definitivamente, reunido con los grandes antepasados, departiendo con sus maestros, que ahora son ya sus compa?eros.
Babelia
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