La CSCE, una tribuna de propaganda para las superpotencias
La Conferencia de Madrid ha sido durante tres a?os la caja de resonancia de todos los momentos dif¨ªciles de las relaciones entre las dos superpotencias. Las diferencias entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica a prop¨®sito de las crisis de Polonia, Afganist¨¢n, los euromisiles... han marcado el ritmo de las sesiones en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperaci¨®n en Europa (CSCE).Durante cerca de tres a?os, Madrid ha sido para Washington y Mosc¨² simplemente una tribuna propagand¨ªstica desde la que repetir acusaciones rec¨ªprocas que bloqueaban todos los esfuerzos negociadores de los dem¨¢s pa¨ªses.
En Madrid, Estados Unidos ha tomado la bandera de los disidentes sovi¨¦ticos, de las familias separadas, de los jud¨ªos a los que se les proh¨ªbe abandonar la URSS, de los perseguidos sindicalistas polacos, de los guerrilleros afganos. Estados Unidos ha relatado casos concretos de violaciones de derechos humanos en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, ha organizado la presencia en la capital espa?ola de familiares de disidentes, que siempre han encontrado la ayuda de alg¨²n miembro de la delegaci¨®n norteamericana cuando la polic¨ªa les imped¨ªa el paso al Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid.
A
C.,
A la violencia dial¨¦ctica del representante de Estados Unidos Max Kampelman, un abogado jud¨ªo neoyorquino, hablador, desenvuelto y astuto, la delegaci¨®n sovi¨¦tica ha opuesto siempre el silencio, la inflexibilidad y el desinter¨¦s.
Dos estilos
Nombrado por James Carter y reconfirmado en el cargo por Ronald Reagan-, Kampelman ha estado siempre en Madrid perfectamente en la l¨ªnea en que su presidente contempla las relaciones con la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El representante norteamericano ha defendido durante los casi tres a?os al frente de su delegaci¨®n que no vale la pena llegar a acuerdos con la URSS que luego se convierten en papel mojado por el reiterado incumplimiento de Mosc¨².
Kampelman ha insistido una y otra vez en que, antes de seguir negociando, quer¨ªa ver alg¨²n gesto por parte de las autoridades sovi¨¦ticas. Gestos como la liberaci¨®n de alg¨²n disidente o la concesi¨®n de permiso para viajar a Israel a algunos jud¨ªos. La presencia en Madrid, al reanudarse la conferencia en febrero del pasado a?o, del entonces secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, sirvi¨® para ratificar esta posici¨®n.
Enfrente ha estado siempre la monol¨ªtica actitud sovi¨¦tica de considerar que la CSCE no es el foro adecuado para tratar estos asuntos. Tanto Le¨®nidas Ilichev como, m¨¢s tarde, Anatoli Kovaliov se limitaron continuamente a rechazar una tras otra todas las acusaciones que se vert¨ªan contra su pa¨ªs.
Durante meses enteros, Washington y Mosc¨² dieron la impresi¨®n de querer destacar sus diferencias para acabar con el esp¨ªritu de Helsinki. La Conferencia de Madrid ha coincidido con un per¨ªodo en que la distensi¨®n era una palabra hueca. Los debates en la capital espa?ola se han alternado con el di¨¢logo sobre los euromisiles y la amenaza del rearme. Parec¨ªa absurdo seguir discutiendo en Madrid cuando la amenaza del despliegue de nuevos misiles norteamericano en Europa colocaba las relaciones entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica en el punto m¨¢s bajo de los ¨²ltimos veinte a?os. A pesar de todo esto, los pa¨ªses europeos y el grupo de los neutrales y no alineados arrancaron al final algunas concesiones a las superpotencias y se lleg¨® a un documento final que no satisface a ninguna de las dos pero que se han visto obligados a aceptar ante un c¨²mulo de presiones de sus aliados. Muchos pa¨ªses de Europa occidental y alguno del Este estaban hartos, en los ¨²ltimos meses de la reuni¨®n de Madrid, de que una potencia no europea y otra que s¨®lo lo es en parte pudieran condenar al fracaso una conferencia que trata sobre la seguridad y cooperaci¨®n en Europa.
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