El precio de la gloria
Estar entre los mejores en el mundo del tenis suele exigir una mentalidad asceta, acompa?ada de una ambici¨®n desmedida por ser el n¨²mero uno, el mejor. Ivan Lendl, John McEnroe, Jimmy Connors, Guillermo Vilas, sue?an con quedarse solos en el m¨¢ximo pedestal, para poder mirar condescendientemente a sus rivales por encima del hombro.El franc¨¦s Yannick Noah es, junto al sueco Mats Wilander, una de las pocas excepciones. Noah se toma las cosas con m¨¢s calma. En Nueva York ha dicho: "No quiero ser el n¨²mero uno. Para mi ese puesto no significa absolutamente nada. S¨®lo aspiro a jugar lo mejor posible, pero para mi satisfacci¨®n personal. Si eso representa ser el n¨²mero cuatro o el n¨²mero uno, para m¨ª no tienen ninguna importancia".
A
M. R.,
Las palabras de Noah sorprendieron a los periodistas norteamericanos, acostumbrados a relatar una sociedad totalmente competitiva. Como les sorprende tambi¨¦n que Noah aproveche sus horas de ocio, entre partido y partido, para ver la versi¨®n teatral de Vicios pequenos -el ¨¦xito actual en Broadway- o para visitar con sus amigos las exposiciones de pintura del Soho, el barrio de moda despu¨¦s de que Greenwich Village fuese pasto de la burgues¨ªa moderna.
Noah es diferente. Le gusta organizar sus vacaciones en un crucero que paga a todos sus amigos, entre los que se encuentran los miembros del grupo de moda en Francia Telephone -que roza el punk-, con los que se entretiene tocando la guitarra. Noah reconoce que su triunfo en Roland Garros ha afectado su vida personal: "Ya no vivo tan tranquilo como antes", pero le sigue gustando comentar en p¨²blico noticias como el boicoteo de algunos estados americanos a la vodka sovi¨¦tica o que el n¨²mero de lectores de libros ha aumentado en los Estados Unidos, donde ahora las mujeres leen m¨¢s que los hombres.
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