El regreso al cine y la melancol¨ªa del turismo
Despu¨¦s de dos pel¨ªculas sobre formas de la locura (la matrimonial, en Duelo para can¨ªbales; la esquizofr¨¦nica de un buen salvaje, en Hermano Carl) y una documental sobre los palestinos, Tierras prometidas -que no he visto-, Sontag ha regresado al cine al cabo de nueve a?os con ideas cambiadas y su antigua mirada de soslayo. Requerida por la RAI a realizar, dentro de una amplia serie, un filme semitur¨ªstico sobre una ciudad italiana de su elecci¨®n, Sontag logr¨® desarrollar el proyecto inicial hasta llegar a Excursi¨®n sin gu¨ªa, exhibida la pasada semana en el festival de San Sebasti¨¢n.Despu¨¦s de haber pensando en una o dos ciudades diferentes, Sontag eligi¨® Venecia, capital de la melancol¨ªa; una ciudad -como dice el narrador al comienzo del filme- que incluso los italianos visitan como si fuese extranjera. En el ¨¢mbito escenogr¨¢fico y famoso de esa ciudad que todos poseemos aun sin haber pisado y la memoria sublima a trav¨¦s de un caudal de im¨¢genes legadas, la escritora sit¨²a el declive de una historia de amor. Dos personajes emblem¨¢ticos (¨¦l, ella: ¨¦l, nativo; ella, con un acento al hablar italiano; ¨¦l, intelectual; ella, una bailarina que en momentos vac¨ªos da unos pasos de danza y coloca una rosa ante el t¨²mulo f¨²nebre de Diaghilev) enfrentados a una ciudad emblem¨¢tica y terminal, poblada en su revuelo de fantasmagor¨ªas. "Venecia es una ciudad en la que es f¨¢cil pensar en la muerte", dicen las voces del filme, "en el recuerdo, incluso en recuerdos que uno no posee. A Venecia se viene con un talante sobrecargado de recuerdos latentes".
Con Excursi¨®n sin gu¨ªa, Sontag ha roto uno de sus votos art¨ªsticos m¨¢s firmes: no partir, para el cine, del soporte anterior de la literatura. La pel¨ªcula adapta el relato hom¨®nimo publicado por primera vez en The New Yorker, y recogido luego en su extraordinario libro de relatos Yo,etc¨¦tera. Pero si en el cuento cuentan antes que nada los marcos deslizantes de un paisaje irreal, cuyos fondos discurren como las transparencias de una vieja pel¨ªcula, en el filme, por su naturaleza, los objetos ocupan primer plano y ras voces del cuento, ahora con sus caras, son el segundo plano -comentario o r¨¦plica- del espacio urbano.
Los dos protagonistas de la cinta (y hay que se?alar en el papel de ella a la core¨®grafa y bailarina de vanguardia Lucinda Childs, a quien uno recuerda por sus colaboraciones esc¨¦nicas con Bob Wilson) circulan indolentes por la ciudad, mientras a su alrededor Sontag muestra con alusiones el melanc¨®lico arte del turismo. Todo el que ha viajado sabe que las ciudades no son sino escenarios donde nuestra cabeza dispone fantas¨ªas y traza por la noche, despu¨¦s del recorrido diurno, itinerarios falsos, hechos a la medida del deseo. Los amantes de Excursi¨®n sin gu¨ªa, como el buen viajero, se mueven al comp¨¢s de las. decoraciones que el lugar visitado les ofrece: ante el edificio risue?o de los m¨®viles, los actores se agitan bulliciosos, y en el sal¨®n suntuoso del palazzo reviven ceremoniosamente su ya acabado amo r.
Sontag logra entrelazar magn¨ªficamente la aventura privada y crepuscular del sentimiento con el paso devastador de los turistas. Las voces de los gu¨ªas, mensajes telef¨®nicos, serenatas de calle, vendedores y una singular secuencia metaf¨®rica que demuestra hasta qu¨¦ punto Susan Sontag olvida hoy a Godard, su antiguo mentor, y piensa m¨¢s en Eisenstein y en Syberberg: colocando la c¨¢mara literalmente por los suelos, la realizadora se detiene en reflejar al m¨ªnimo detalle los movimientos de las palomas que comen en las baldosas de la plaza de San Marcos. El ojo microsc¨®pico de Sontag proporciona la imagen m¨¢s certera del turista moderno; su mezcla, animal de rapacidad y desconcierto.
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