1973-1983: memoria de una d¨¦cada / y 2
JAIME REQUEIJOLa cuarta guerra ¨¢rabe-israel¨ª, iniciada el 6 de octubre de 1973, fue tambi¨¦n el desencadenante de una serie de acciones que han desestabilizado la econom¨ªa mundial. La fuerte subida de los precios del petr¨®leo, el desmoronamiento del sistema monetario, la crisis industrial, el endeudamiento exterior masivo y el proteccionismo en el comercio mundial, analizados en la primera parte de este art¨ªculo, han modificado -seg¨²n el autor- la faz del mundo en, al menos, cuatro direcciones.
Desde que terminara la segunda guerra mundial, y de forma continua, el sistema financiero mundial se fue expandiendo y liber¨¢ndose de trabas: el euromercado constituye un ejemplo claro de su capacidad para circunvalar las restricciones internas de los distintos pa¨ªses.Se convirti¨® as¨ª en un poderoso mecanismo que pod¨ªa trasvasar con rapidez masas importantes de recursos de unos a otros pa¨ªses, gracias sobretodo a la convertibilidad de las principales monedas.
Ese proceso de internacionalizaci¨®n del sistema no se reflej¨® en las monedas: cada pa¨ªs manten¨ªa la suya y, consecuentemente, el paso de una a otra zona monetaria exig¨ªa el cambio de divisas. Como es bien sabido, los precios de las divisas -sus tipos de cambio- no experimentaron grandes alteraciones hasta 1973, puesto que el sistema monetario internacional se apoyaba en los cambios fijos, aunque ¨¦stos fueran ajustables. A partir de ese a?o, y al aceptarse la flotaci¨®n, los tipos comenzaron a oscilar de forma continua, reflejando sobre todo la disparidad de pol¨ªticas econ¨®micas y el impacto diferente de los choques energ¨¦ticos en las distintas econom¨ªas. Ante esas oscilaciones, los movimientos de capital se intensifican, porque se acent¨²a su comportamiento especulativo: la posibilidad de obtener considerables beneficios comprando y vendiendo las distintas monedas. S¨®lo que esa movilidad del capital afecta, a veces muy dolorosamente, a los equilibrios internos (precios y empleo) y externos. (situaci¨®n de balanza de pagos) de muchas econom¨ªas.
La interdependencia como dogal
Los adelantos t¨¦cnicos, sobre todo los alcanzados en materia de transportes y comunicaciones, y la interrelaci¨®n f¨ªsica, comercial y financiera de las distintas econom¨ªas ha dado lugar al fen¨®meno de la interdependencia: la capacidad de unas para influir sobre las otras.
No hay duda de que esa interdependencia fue positiva durante la onda de expansi¨®n 1948-1973, puesto que, a trav¨¦s de la especializaci¨®n, el comercio y los flujos financieros, todos, o casi todos, los pa¨ªses lograron mantener ritmos elevados de crecimiento. A lo largo de los ¨²ltimos 10 a?os, y al invertirse el signo del ciclo, esa interdependencia no hace sino transmitir con rapidez efectos depresores.
La interdependencia
Las medidas antiinflacionistas reducen el comercio, y por esa v¨ªa se obstaculiza el crecimiento de la producci¨®n; los elevados tipos de inter¨¦s que prevalecen en Estados Unidos desde 1979 encarecen el servicio de la deuda y hacen a¨²n m¨¢s d¨¦bil la situaci¨®n financiera externa de los pa¨ªses fuertemente endeudados; las pol¨ªticas econ¨®micas internas pierden eficacia al chocar contra la acci¨®n de las otras pol¨ªticas. La interdependencia se ha convertido as¨ª no en un factor general de impulsi¨®n, sino en un transmisor de desequilibrios.
La actividad econ¨®mica no de pende tanto del presente como del futuro, o, para ser m¨¢s exactos, de lo que esperamos que el futuro sea: en suma, de las expectativas. Si los agentes econ¨®micos consideran que el futuro es prometedor en cuanto a producci¨®n, rentas y beneficios, el ritmo de actividad se acelera, aunque los resultados presentes no sean tan brillantes; por el contrario, si ese futuro se carga de nubarrones o deja de ser previsible, la actividad econ¨®mica de hoy ir¨¢ perdiendo dinamismo, por que la variable que lo representa -la inversi¨®n- disminuir¨¢ continuamente de valor.
Dicho de otra manera, los diversos agentes econ¨®micos, cuando se enfrentan a expectativas que estiman negativas o inciertas, aumentan su preferencia por el corto plazo, y de esa suerte arrinconan toda una serie de decisiones con un largo per¨ªodo de maduraci¨®n, decisiones que afectan de forma muy directa a los niveles de producci¨®n y empleo de cada econom¨ªa.
Tambi¨¦n esa situaci¨®n es hoy observable a lo largo y, ancho de la econom¨ªa mundial: la preferencia por el corto plazo ante un futuro incierto en todos los sentidos.
Dos gigantes que se distancian
A finales de los a?os sesenta y principios de los setenta, la capacidad de direcci¨®n de la econom¨ªa norteamericana parec¨ªa en entredicho, a juzgar por los repetidos ataques contra el d¨®lar que se produc¨ªan en los mercados de divisas. La situaci¨®n es muy otra en la actualidad. Al cortar el nexo d¨®lar-oro, el Gobierno norteamericano se liber¨® de la hipoteca que le supon¨ªa la conversi¨®n en oro de su moneda por los tenedores extranjeros de la misma, coriversi¨®n que aceleraba y magnificaba las crisis de confianza.
No puede eliminar del todo el problema de confianza en su moneda -cuando una divisa se hace abundante tiende a devaluarse con relaci¨®n a las dem¨¢s-, pero en las circunstancias actuales lo contrarresta con gran eficacia: la propia crisis convierte el d¨®lar en la moneda de refugio por excelencia, y los altos tipos de inter¨¦s norteamericanos, fruto de su pol¨ªtica antiinflacionista, aumentan la demanda de d¨®lares, porque hacen m¨¢s atractativos los activos denominados en esa moneda.
Aunque la situaci¨®n no puede ser permanente -la competitividad norteamericana se resiente de la sobrevaluaci¨®n del d¨®lar-, un d¨®lar fuerte presenta indudables ventajas -a corto plazo: a¨ªsla en parte a la econom¨ªa norteamericana de la inflaci¨®n de otros paises; abarata las inversiones exteriores y facilita la expansi¨®n de sus empresas; y, sobre todo, asienta, en el ¨¢mbito econ¨®mico y pol¨ªtico, el liderazgo estadounidense al poner de manifiesto, sin sombra de duda, que todo el mundo w.cidental es tributario de su pol¨ªtica econ¨®mica. Por el contrario, el segundo gigante econ¨®mico mundial, el Mercado Com¨²n Europeo, cruje por los cuatro costados. La depresi¨®n ha intensificado sus debilidades y contradicciones. Se ha encontrado con una industria envejecida, con una agricultura que, en virtud de la pol¨ªtica com¨²n, devora los presupuestos comunitarios y con una creciente tasa de paro; de ah¨ª que los debates presupuestarios sean en el seno de la Comunidad cada vez m¨¢s agrios y menos constructivos. Pese a todos los intentos de articular una pol¨ªtica econ¨®mica ¨²nica, el ¨²ltimo de los cuales consisti¨® en crear el Sistema Monetario Europeo, los recelos nacionalistas son cada vez m¨¢s visibles y m¨¢s lejanos al objetivo de la uni¨®n econ¨®mica. La Europa de las patrias -o, lo que es igual, la vieja Europa- priva sobre la Europa buscada en el Tratado de Roma, la captaci¨®n inmediata de votos sobre los grandes designios.
?Y los pr¨®ximos 10 a?os?
De forma resumida hemos intentado describir los efectos principales de la crisis y los cambios que tales efectos han producido en el tejido econ¨®mico mundial. Cambios que tienen un triple significado: mayor inestabilidad de todas las econom¨ªas, olvido de las necesidades futuras, influencia acrecentada de la econom¨ªa estadounidense.
Superar la crisis actual va a exigir una transformaci¨®n en profundidad de la organizaci¨®n econ¨®mica internacional, tema muy complejo y muy dificil de llevar a cabo en medio de la depresi¨®n. Por ello, y puesto que precisamente la econom¨ªa norteamericana muestra signos de recuperaci¨®n, es hora de aprovechar ese tir¨®n para lograr que las principales econom¨ªas occidentales crezcan a mayor ritmo y el impulso se generalice. Ello permitir¨ªa superar los problemas inmediatos y ocuparse de los problemas de fondo, de solucionar los cinco desajustes a que nos hemos referido en la primera parte de este art¨ªculo. ?C¨®mo lograrlo? Dos condiciones son necesarias para ello. La primera supone coordinar las pol¨ªticas monetarias y fiscales de los grandes pa¨ªses industriales para que la reactivaci¨®n no se vea .ahogada por los desequilibrios derivados de la falta de sincronizaci¨®n.
Dado que, a nuestro entender, no habr¨¢ recuperaci¨®n duradera sin cerrar las cinco brechas -lo que significa remodelar el sistema monetario internacional, efectuar un amplio ajuste industrial, suavizar los problemas de la deuda exterior, reforzar el sistema financiero internacional y contener la marea proteccionista-. La segunda condici¨®n consiste en iniciar de inmediato esa tarea de reorganizaci¨®n en la que el papel fundamental corresponde a las econom¨ªas m¨¢s desarrolladas. Al fin y al cabo, no es tan dif¨ªcil comprender que en un mundo intercomunicado no hay soluciones individuales, y que Armaggedon es s¨®lo un espejismo sin sentido.
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