Al fin, todos santos
Cada 22 minutos muere un vecino de Madrid. Si la bomba destructora nos indulta, jam¨¢s obtendremos sepultura perpetua en el gran cementerio. Todo est¨¢ completo entre marmolinas sint¨¦ticas, flores de pl¨¢stico y los gases del autob¨²s n¨²mero 110.
Imagineros y marmolistas venden sus obras de sarc¨®fago, nicho y pante¨®n a lo largo de la avenida de Daroca. Est¨¢n cerca del cementerio de la Almudena (un mill¨®n de metros cuadrados y otros tantos c¨²bicos), y a todos ellos les preocupa lo mismo: que el auge de la incineraci¨®n entre gente joven precipite su ocaso art¨ªstico.Ya no queda espacio para sepulturas perpetuas. El p¨²blico renuncia a la eterna in movilidad y a la losa de 200.000 pesetas que la cubr¨ªa. No s¨®lo es temporal la vida, sino el cobijo que le sigue.
Por eso, en el alegre negocio de Antonio Valent¨ªn (figuritas y accesorios mortuorios de fantas¨ªa) la demanda del b¨²caro de acero inoxidable del tama?o de una coctelera va en aumento. Y aunque salen menos ¨¢ngeles y sagrados corazones de un metro y medio de estatura se venden muchos libros de marmolina con epitafios po¨¦ticos. Una se ?ora quiere el de aquel rinc¨®n. Grande como un breviario de cartujo, blanco y abierto, su leyenda reza as¨ª: "Una l¨¢grima, se evapora,/ una flor es vanidad;/ el eco de una plegaria/ se escucha en la eternidad". La se?ora se atusa la cabellera como si fuera un bigote de medio luto, paga 5.500 pesetas por la creaci¨®n sint¨¦tica y ella misma, muy dichosa, se lleva el producto para depositarlo antes del d¨ªa de Todos los Santos a pie de tumba.
Choques de autom¨®viles
"En esta fecha tan se?alada del primero de noviembre", dice el director de la Almudena, Alfonso Izard, 32 a?os, "sigue siendo tal la aglomeraci¨®n en el interior del cementerio que se registran choques de autom¨®viles entre las mismas sepulturas". La direcci¨®n dispone de botiqu¨ªn para atender urgencias y, en el peor de los casos, su personal tambi¨¦n se ocupa de los vivos. Los coches, as¨ª como el autob¨²s de la EMT n¨²mero 110, circulan a cierta velocidad por las calles asfaltadas de la necr¨®polis. "Me pare usted delante del pante¨®n de la familia Ortu?o", pide un viajero, y el bus se detiene y obsequia su nube de gas¨®leo quemado a unos seres que muy probablemente perecieron, como la mayor¨ªa de los madrile?os, a causa de enfermedad del aparato respiratorio. Luego sigue adelante el convoy rojo y vuelve a parar donde manda la se?al, esta vez junto al nicho de un residente llamado Patrocinio L¨®pez. Tambi¨¦n aqu¨ª la contaminaci¨®n marchita flores y oscurece l¨¢pidas. Su labor fumigadora desde el motor de explosi¨®n rodante hace que la ciudad de los muertos est¨¦ m¨¢s proxima a la del resto de agonizantes. En la gran capital fallece un ciudadano cada 22 minutos.Y bien; el muerto al hoyo y el vivo al bollo: la corona de flores pl¨¢sticas, "con tonalidades que superan a las de la realidad", seg¨²n el vendedor Mariano Galindo, 50 a?os en el negocio, "sale a un precio ventajoso de 1.500 pesetas". A ver qui¨¦n, con la crisis y el s¨ª o no de la margarita de la CEE, se gasta 2.000 duros en una guirnalda fresca. Sin embargo, hay historias tiernas y arom¨¢ticas "Casi todas las semanas viene a comprarme flores una se?ora de Vallecas para la tumba de su hijo, al que mat¨® un cami¨®n", dice Galindo, "y es una mujer humilde; pero como le indemnizaron esa muerte del chico ella se lo gasta todo en flores para ¨¦l". Es clienta des de hace 14 a?os.
El fer¨¦tro es mayor que la sepultura
A Dios gracias, los incidentes en el cam po santo son m¨ªnimos, seg¨²n su director. Se trabaja contra reloj desde las nueve de la ma?ana, todas las ma?anas, hasta las tres de la tarde. Luego, ya no hay entierros. "Un problema, com¨²n es que nos llegue un f¨¦retro y no quepa en la sepultura", lamenta el director, y entonces hay que romper el habit¨¢culo, lo cual significa una decepci¨®n una frustraci¨®n para la familia del finado que ve c¨®mo la ceremonia, que pod¨ªa haberse concluido en 15 minutos, se prolonga demasiado".Pero fuera de estas anomal¨ªas, que son un fallo de las funerarias, la cosa va sobre ruedas. En este mismo momento, un flamante furg¨®n funerario R-18, con matr¨ªcula todav¨ªa de pruebas, avanza por el sector nuevo de la necr¨®polis seguido de un taxi con monjas y ancianos muy contritos. El furg¨®n se estaciona, procurando no levantar polvo, junto a unos cardos borriqueros m¨¢s all¨¢ de la fuente de ca?o central que hay en una avenida. El conductor es de la empresa Villalba. Dice: "Esto anda como la seda, t¨ªo; renovarse o morir". Y el empleado municipal que se ocupa de trabajos de reducciones y traslados, Lorenzo Rodr¨ªguez, 45 a?os, saca mu?equitos, pl¨¢sticos, trapos y pedazos de ata¨²d de las sepulturas que est¨¢n siendo vaciadas masivamente: "Hay que hacer sitio a los reci¨¦n llegados", comenta Rodr¨ªguez, cargando el cami¨®n. El hedor es molesto y una monja se tapa la nariz, mientras los sepultureros suspenden de las sogas el f¨¦retro de la v¨ªctima de un accidente.
En este sector (el m¨¢s vivo del cementerio) se apilan cruces y l¨¢pidas para el derribo. Alguien se las va llevando y reciclando material. Algunos nichos (los altos, m¨¢s baratos, 7.000 pesetas) se enfrentan al sol manchego con unos toldos diminutos de color arenoso. As¨ª, por ejemplo, las flores duran unos d¨ªas m¨¢s. Y hay quien pone peque?as balaustradas muy barrocas para agrandar el espacio diminuto de la fachada. El nicho de alg¨²n ni?o parece, de esta forma, un cochecito de paseo disparado al aire. El guarda municipal, cuyo uniforme empieza en la gorra de plato y all¨ª mismo concluye, camina entre este hacinamiento de fosas y cubiletes tomando notas en un bloc. ?Denuncias, acaso? "Algo de eso", dice ¨¦l, "algo de eso: toda la tolder¨ªa ¨¦sta rid¨ªcula, la van a prohibir, la vamos a quitar cualquier d¨ªa". Es evidente, se?ores: "No te olvidan".
Hay una mujer que, peligrosamente, intenta trepar a un hueco elevado por una escalera de pintor, sin v¨¦rtigo. Al fin, desiste y solloza: "No llego, no le puedo limpiar el retrato". M¨¢s tranquila est¨¢, sentada en la l¨¢pida de su esposo, la se?ora de Mart¨ªnez Moreno: "Muri¨® en el 79 y vengo casi todos los d¨ªas a hablar con ¨¦l, a estar con ¨¦l".
El traslado del cad¨¢ver
En las oficinas no cesan las consultas. El reloj est¨¢ parado a las 6.30 y la venta de p¨®lizas por el conserje se hace con la velocidad de un juego de cartas de casino. "Lo m¨ªo es un traslado", explica una se?ora andaluza, "me lo quiero llevar a Sevilla". El empleado levanta la voz: "Pues nada, si usted coge el coche y se lleva el cad¨¢ver por su cuenta se ahorrar¨¢ dinero; no le costar¨¢ m¨¢s de 15.000 pesetas, la gasolina aparte". La se?ora no puede creer que eso sea legal. "Y tan legal", prosigue el empleado desde la ventanilla, que es id¨¦ntica al nicho medio, "necesita permiso de Sanidad y del Obispado. Ya est¨¢". Una funeraria le saldr¨ªa mucho m¨¢s caro. "Y en un Simca 1200 tal vez le quepa, depende de c¨®mo salga de la reducci¨®n el cad¨¢ver. Hay unos que a los 10 a?os est¨¢n peque?itos y le caben en una caja de gaseosas; otros, no. Otros, caray, te dan un susto". Tampoco en esto hay seguridad. Cuidado con las curvas.Entre el cementerio cat¨®lico y el crematorio est¨¢ el civil. Un pu?o cerrado delante de Pablo Iglesias (escultura), el cartel: "?Abuelo, venceremos!", con la escritura emocionada, y enfrente, Salmer¨®n. Este cementerio es peque?o y parece m¨¢s holgado. Nada hay despu¨¦s de la muerte, proclama desde 1942 el epitafio de la familia Meneses Puertas. "Tenemos 20 entierros al mes", dice el encargado Antonio Garc¨ªa, 34 a?os en el oficio y 53 de edad. Pero lo que desea contarnos es que "yo vivo aqu¨ª mismo, en esa casita dentro del cementerio, con mi mujer y tres hijos y el padre de mi se?ora, y a ninguno se nos aparecen los muertos, porque aqu¨ª nadie se levanta".
Se flexiona, en cambio, un poco, el cad¨¢ver de la joven que han tra¨ªdo para incinerar (3.000 pesetas). S¨®lo un 2% del p¨²blico elige este fin. Y se levanta un poco ese cuerpo cuando el fuego del gas propano convierte en pavesas la tapa del ata¨²d y, de pronto, la vida que dej¨® de existir parece sublevarse en el interior del crematorio. "Yo no veo que se incorpore", dice el encargado, Eladio, de 47 a?os, mostrando el interior del horno por la parte trasera, que jam¨¢s atisban los familiares, "eso son leyendas". Y explica c¨®mo se suceden los pasos: "La familia no ve nada. Se queda en esa capilla. Por ese hueco entra el f¨¦retro. Por este lado lo recibimos, luego de subirlo con este peque?o montacargas a la camilla. Y lo empujamos un poco hasta cualquiera de las dos bocas de los hornos. El cuerpo, deshecha la caja y pulverizadas las ropas, va convirti¨¦ndose en cenizas y trocitos que caen de la primera a la segunda bandeja refractaria". Luego se enfr¨ªa (30 minutos) y unos aspiradores de aire recogen los restos por esta trampilla y lo paso entonces, m¨ªrelo usted, al molino que tenemos aqu¨ª, y en 10 minutos de trituraci¨®n el¨¦ctrica las cenizas se igualan todas". Depositadas en una lata amoratada y cil¨ªndrica, esas cenizas se entregan (3,5 kilos), con su inscripci¨®n, a los parientes. "Se las llevan en el coche o, si gustan, las dejan en uno de estos columbarios de las galer¨ªas (nichos diminutos)".
Y, entre tanto, esos parientes pasean por el jard¨ªn o rezan en la capilla desnuda: la cremaci¨®n dura una hora y media.
La p¨®liza de la Pur¨ªsima
En el n¨²mero 12 de la plaza de Espaa, central de un curioso monopolio de servicios funerarios, Federico Ram¨ªrez Sariz, de 33 a?os, dice que su madre muri¨® a las 14.30, y presenta con mano temblorosa el certificado de defunci¨®n que le firmaron a las 18 horas. Ahora el reloj marca las 18.45. Federico, con sus primos, quiere aligerarlo todo. Muestra al empleado un mont¨®n de papeles. Pero no bastan: "?Y la p¨®liza de la sociedad de la Pur¨ªsima?", le exigen. "?Qu¨¦ p¨®liza? ?No le sirve ya el ¨²ltimo recibo? ?No me mandar¨ªan un recibo sin tener p¨®liza!", protesta este hombre.Le tocar¨¢ volver a casa, revolver cajones y volcar recuerdos hasta localizar la p¨®liza. Luego regresar¨¢ a los servicios funerarios, corriendo por Madrid e imaginando a la madre en el Gran Hospital, de donde quiere sacarla cuanto antes. "No hay derecho", lamenta Ram¨ªrez Sariz, "no es justo que te mareen a¨²n m¨¢s con papeleos para venderte luego, sobre el cat¨¢logo, ah¨ª abajo, su carpinter¨ªa de lujo, que pagamos a plazos". En este s¨®tano del centro de la ciudad, bajo luz de ne¨®n y entre biombos modernos, el empleado, se?or Corral, se niega a dar tarifas de lo que con tanto ¨¦xito ofrecen: "Sin un certificado de defunci¨®n yo no doy nada", dice, respaldado por sus jefes. Y as¨ª no sabe usted, en vida, cu¨¢nto costar¨¢ al contado rabioso su propio sepelio.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.