Miguel
Siempre he pensado que Delibes ten¨ªa que escribir este libro. Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso. En la conversaci¨®n, Miguel dice "rijoso", que ya es peyorativo, con un menosprecio judeocastellano, casi vacceo, hacia el sexo. Ahora, por fin, ha entrado en tema, aunque tarde. Solitario del amor y la muerte, hacia los sesenta ,descubre ir¨®nicamente la voluptuosidad, esa limosna inevitable que hay que darle a la carne. Y aqu¨ª de Juan Ram¨®n: "La carne, en oto?o, dice, / transparente, que no hab¨ªa / m¨¢s en ella, que ella puede / ser el m¨¢s que ella se quita".-Miguel, seguro que no conoc¨ªas esos versos de Juan Ram¨®n.
-Seguro.
La carne, en oto?o, dice. Rosas de oto?o de don Jacinto Benavente. "En el oto?o de la vida, cuando se aquietan las pasiones, puede surgir a¨²n una segunda floraci¨®n del amor, como rosas de oto?o que todav¨ªa pueden perfumar una existencia". Josep Verg¨¦s, que descubri¨® a Miguel en el 47, con el Nadal, saca ahora esta novela epistolar, que se ajusta, as¨ª, a la mejor tradici¨®n de la novela rom¨¢ntica, amorosa: Werther, Las relaciones peligrosas, etc. Si el amor, tantas veces, se entreteje de cartas, parece que el g¨¦nero natural del amor literario ha de ser el epistolar. Lo que pasa es que el romanticismo tard¨ªo de Miguel es provinciano, peque?oburgu¨¦s, de consultorio, o sea, ir¨®nico y distanciado: l¨²cido. "Muy se?ora m¨ªa: Por puro azar tropec¨¦ ayer con su mensaje en La Correspondencia Sentimental cuando aguardaba turno en la antesala del doctor. Yo solamente hojeaba la revista por encima, pero al transitar por la p¨¢gina que inserta su minuta, algo tir¨® de m¨ª, se dir¨ªa que aquellas l¨ªneas estaban imantadas, cobraron de repente relieve y movimiento, de modo que no pude sustraerme a su llamada". En este arranque est¨¢ todo el gran escritor, m¨¢s Balzac y Flaubert. "Muy se?ora m¨ªa", dice el entrado y provinciano a la mujer a quien se piensa beneficiar. "Tropez¨® con el mensaje de la dama. Es un hombre vulgar que no se ha parado a pensar en "encontr¨¦", "descubr¨ª", "hall¨¦". Miguel -sabidur¨ªa inmensa de escritor tenido supuestamente por realista, pero tan lejos de lo catastral-, deja que su personaje utilice el verbo m¨¢s vulgar y t¨®rpido: "Tropec¨¦". Ya tenemos definido al personaje por su escritura, como a otros personajes por su habla. Siempre he dicho que lo que mejor sabe Miguel es poner voces.Aqu¨ª pone voz de hombre vulgar, sesent¨®n y enamorado. Llama "doctor" af m¨¦dico, o sea que quiere quedar fino. Toda la carta guarda el protocolo equivalente a la rueda del pavo real o el canto del urogallo, antes del amor. "Al transitar por la p¨¢gina que inserta su minuta". Elige el redicho "transitar", lo que le define como cursi de clase media, mejor que el vulgar¨ªsimo "pasar". Lo cursi es una sublimidad frustrada (ver ensayo de G¨®mez de la Serna en Cruz y Raya, de Bergam¨ªn). Sabe, el remitente, que minuta vale por carta, aviso, llamada o cosa as¨ª, y cae en el mal gusto (que ¨¦l cree bueno) de utilizar un t¨¦rmino ya casi exclusivamente gastron¨®mico: la minuta del restaurante, con lo que denigra aquello que est¨¢ queriendo estilizar. He aqu¨ª un ser dado mediante el lenguaje, mediante el mon¨®logo interior, como los de Joyce o su secretario, Samuel Beckett. ?Se le puede llamar a esto un escritor realista en el sentido galdobarojiano de la palabra? No. Los estructuralistas, ya tan remotos, nos ense?aron -o sencillamente nos recordaron- que la literatura consta de palabras, y que el que escribe atestado / atiborrado, de primera intenci¨®n, sin distanciamiento, no es escritor. Cada una de estas cartas de Delibes es un acontecimiento de poes¨ªa conseguida mediante el encuentro lirismo / vulgaridad: cursiler¨ªa. Y el libro todo, un anti / Werther, un ejemplo de amor cotidiano, cabizbajo y tard¨ªo. Como realmente es. Siempre supe que Miguel, reserv¨®n en el tema, har¨ªa este gran libro de amor.
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