?El fin de la pol¨ªtica en el Pa¨ªs Vasco?
EL SECUESTRO de Jos¨¦ Cruz Larra?aga, industrial de Beasain, y el asesinato de un camarero en Bilbao disipan cualquier duda acerca de la impermeabilidad de las bandas armadas ante las condenas de las fuerzas pol¨ªticas o el anuncio por el Gobierno de un reforzamiento, en los ¨¢mbitos penal, procesal y penitenciario, de las medidas antiterroristas. Hace d¨ªas, Jos¨¦ Mar¨ªa Benegas, candidato del PSE-PSOE a la presidencia del Gobierno vasco en las pr¨®ximas elecciones auton¨®micas, logr¨® transmitir en Televisi¨®n Espa?ola el drama que significa para los propios vascos ese clima cotidiano de violencia y de intolerancia.La intervenci¨®n del diputado guipuzcoano fue convincente al evocar la escalada de asesinatos y atentados que endurecen y degradan la sensibilidad moral de la ciudadan¨ªa. Sin embargo, el acierto de Benegas al esbozar el panorama del Pa¨ªs Vasco no se extendi¨® al an¨¢lisis de los problemas y a la propuesta de las soluciones. Nadie duda de que un Estado democr¨¢tico debe poner en pr¨¢ctica una estrategia eficaz para combatir y anular al terrorismo. Las dificultades surgen, empero, a la hora de comprender la naturaleza del fen¨®meno terrorista y de aplicar las f¨®rmulas adecuadas para su erradicaci¨®n.
Al replicar a quienes postulan el car¨¢cter indisociable de las medidas policiales y de las medidas pol¨ªticas, el Gobierno realiza a veces una descalificaci¨®n caricaturesca de sus cr¨ªticos. No basta con proclamar la necesidad de la acci¨®n policial, desarrollada dentro del marco del ordenamiento constitucional y basada en buenos servicios de informaci¨®n, para erradicar el terrorismo. Hay que reconocer tambi¨¦n que esa labor, pese al sacrificio. de tantos miembros de las fuerzas de orden p¨²blico, ha carecido hasta ahora de la planificaci¨®n y la eficacia necesarias para hacer frente a ese formidable desaf¨ªo. Las voces que, dentro o fuera del partido del Gobierno, reclaman procedimientos de guerra sucia no s¨®lo est¨¢n invitando a la democracia espa?ola a renunciar a sus principios y a practicarse la eutanasia, sino que tambi¨¦n est¨¢n renunciando por anticipado al objetivo de dotar a nuestro pa¨ªs de una eficaz polic¨ªa democr¨¢tica. No se trata de matar a los etarras, como algunos miembros de la mayor¨ªa aconsejan en voz baja, sino de conseguir que los etarras dejen de matar. La llamada guerra sucia, adem¨¢s de destruir jur¨ªdicamente al Estado de derecho y degradar moralmente a los titulares de sus ¨®rganos, reproducir¨ªa, en el nivel pol¨ªtico, los mismos mecanismos que llevaron anta?o a sectores significativos de la sociedad vasca a dar su apoyo a ETA.
La ilegalizaci¨®n expresa de Herri Batasuna y de los partidos que forman esa coalici¨®n o el cierre de la Prensa simpatizante con sus opciones no parecen decisiones adecuadas para conseguir el aislamiento social de los terroristas. Entre otras cosas, Herri Batasuna, que obtuvo 140.000 votos en las ¨²ltimas elecciones municipales de la comunidad aut¨®noma, no es un bloque monol¨ªtico compuesto por secuaces de la violencia, sino un complejo movimiento populista. La manifestaci¨®n del pasado s¨¢bado en Bilbao mostr¨® que detr¨¢s de ese movimiento hay una organizaci¨®n y una disciplina pol¨ªticas y que la calle puede ser movilizada en muchas direcciones. Resulta seguramente desagradable la admisi¨®n de estos hechos, pero si se quiere recorrer el camino de la paz en Euskadi es necesario partir de su existencia.
La declaraci¨®n del estado de excepci¨®n en el Pa¨ªs Vasco, posibilidad no descartada totalmente en Televisi¨®n Espa?ola por Jos¨¦ Mar¨ªa Benegas, no s¨®lo result¨® ineficaz durante el anterior r¨¦gimen, sino que contribuy¨® decisivamente a ampliar los apoyos sociales de ETA bajo el franquismo. El nuevo director general de la Guardia Civil, que desempe?¨® el cargo de delegado del Gobierno en el Pa¨ªs Vasco hace tres a?os, se ha pronunciado claramente en contra de esa eventualidad. Aparte de ello, los terroristas han demostrado su capacidad para actuar en el resto del territorio nacional, lo que podr¨ªa conducir, siguiendo la misma l¨®gica, a extender el ¨¢mbito de la excepcionalidad a toda Espa?a.
En su intervenci¨®n en el Congreso, el presidente Gonz¨¢lez consider¨® clausurada la etapa de las medidas pol¨ªticas, tal vez por identificarlas exclusivamente con el traspaso de competencias a la comunidad vasca. Ahora bien, hacer pol¨ªtica no es algo que pueda circunscribirse a las actuaciones administrativas. La reciente respuesta del Gobierno ante la sostenida ofensiva terrorista es tambi¨¦n una contestaci¨®n pol¨ªtica, que incluso prev¨¦ la eventualidad de medidas tan escasamente policiales como son la ilegalizaci¨®n de partidos y el cierre de peri¨®dicos. Pese al lento socavamiento de su base social, ETA cuenta todav¨ªa con apoyos significativos en el Pa¨ªs Vasco. ?Servir¨¢n, tal vez, las medidas policiales o las medidas pol¨ªticas de signo meramente represivo para mermar ese soporte social? ?O es que el rechazo de otra pol¨ªtica posible, como la que permiti¨® el desarme y la disoluci¨®n de ETA-VII Asamblea, responde s¨®lo a un agotamiento de la imaginaci¨®n del Gobierno?
El Gobierno de la comunidad aut¨®noma vasca, por su parte, ha respondido a los requerimientos del presidente Gonz¨¢lez con la petici¨®n de que sea transferida al Ejecutivo de Vitoria la coordinaci¨®n policial para combatir el terrorismo. La falta de confianza mutua entre el Gobierno de la naci¨®n y las instituciones auton¨®micas vascas hace, hoy por hoy, muy dif¨ªcil que esa propuesta sea admitida. Adem¨¢s de que la estrategia antiterrorista tambi¨¦n tiene que desplegarse fuera del territorio de la comunidad aut¨®noma, no parece que las redes de informaci¨®n del Ministerio del Interior pudieran ser entregadas actualmente al Gobierno de Vitoria.
Benegas aludi¨® en Televisi¨®n Espa?ola a las negativas repercusiones que han tenido sobre las relaciones entre las fuerzas pol¨ªticas vascas la multiplicaci¨®n de convocatorias ante las urnas (cinco entre diciembre de 1978 y marzo de 1980) y la expectativa de los inminentes comicios auton¨®micos. El electoralismo puede producir sus mayores estragos precisamente all¨ª donde las ambig¨¹edades program¨¢ticas y doctrinales de los partidos son un reflejo de sus bases sociales. Las cr¨ªticas dirigidas contra la ambig¨¹edad del PNV no carecen de fundamento. Sin embargo, la equivocidad pertenece al lenguaje de casi todos los pol¨ªticos, incluidos los socialistas, y cumple la funci¨®n -m¨¢s all¨¢ de la eventual hipocres¨ªa de quienes emiten los mensajes- de conseguir la adhesi¨®n de votantes con lealtades divididas, sentimientos confusos o emociones contradictorias. Los esfuerzos por arrinconar al PNV y por situar contra las cuerdas al Gobierno vasco nos siguen pareciendo una estrategia desacertada, electoralista y recusable en el conjunto de las medidas pol¨ªticas que los socialistas pueden tomar para contribuir a la pacificaci¨®n de Euskadi.
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