Ram¨®n Tamames, en verde
Corr¨ªa el a?o de gracia de 1954, bajo un lujo de aceitunas rellenas. Con la mand¨ªbula cuadrada y el entrecejo voluntarioso, Ram¨®n Tamames tambi¨¦n fue uno de los primeros estudiantes que puso el dedo gordo virginal en la cuneta y parti¨® a bordo de un cami¨®n de melones hacia el otro lado de los Pirineos, donde no hab¨ªa ideas imperiales, bragueros ortop¨¦dicos, escol¨¢stica ni gonococos de urinario, sino canciones de Juliette Greco, existencialistas apaches con jersei negro de cuello alto y novios de Barrio Latino que se besaban en la acera con un volumen de Sartre en la mano. Mientras algunos compa?eros de la facultad se iniciaban en los prost¨ªbulos de la calle de San Marcos y esperaban su turno de combate en un rellano perfumado con salfumante, Ram¨®n Tamames era un sano muchachote de albergue que visitaba la catedral de Reims, descubr¨ªa mineros rubios en la cuenca del Rhur y trabajaba de pe¨®n levantando muros de contenci¨®n de la nieve en valles alpinos. Hac¨ªa deporte, tomaba apuntes de todo y ya iba con gran bamboleo de hombros enfurecido en direcci¨®n a una cumbre, no se sabe cu¨¢l. He aqu¨ª la historia de un joven uniformemente acelerado.Hab¨ªa llegado al uso de raz¨®n en medio de un Madrid fam¨¦lico, cuando Franco so?aba con la gasolina de r¨ªo, y debajo del flequillo el ni?o guardaba una memoria de ?bombardeos, lluvia de pan sobre los tejados, sopas de ajo, lentejas con gusanos, el primer Cara al sol en el asfalto de la ciudad y ¨¦l asomado a la ventana con la mosca de su tierna orejita viendo c¨®mo se llevaban preso a su padre, que hab¨ªa sido comandante de Sanidad en el Ej¨¦rcito republicano. Le acusaban de haber intentado cambiar el nombre del pueblo extreme?o Don Benito por el de Camarada Benito. Espa?a estaba iluminada por un sol victorioso de 40 vatios si no hab¨ªa apagones, cantaba Concha Piquer y, tan robusto como ahora se le ve, Ram¨®n Tamames era en aquella ¨¦poca un angelito esmirriado, aunque iba a un colegio llamado Gimn¨¢sium. No medraba de carnes, ay dolor, as¨ª que la familia lo factur¨® a un lugar de C¨¢ceres para sacarlo del raquitismo a base de inyecciones de jam¨®n de bellota. Poco despu¨¦s, el p¨¢lido infante volvi¨® al Madrid de las gachas con una fiebre pal¨²dica a cambio de nada. Dios aprieta, pero no suelta.
El apellido de la casa empez¨® a sonar
De pronto, en la baja posguerra, el apellido de la casa comenz¨® a sonar a trav¨¦s de los aparatos de radio, marca Invicta o Telefunken, siempre asociado a cornadas de toro. El padre de Tamames y un t¨ªo carnal, cumplida la venganza franquista, eran unos famosos cirujanos especialistas en empalmar femorales y en taponar boquetes de asta. Durante las cenas de serr¨ªn, en las noches estrelladas de la autarqu¨ªa, los espa?oles o¨ªan el nombre de aquel m¨¦dico junto a un parte de enfermer¨ªa, despu¨¦s de una minuciosa descripci¨®n del paquete intestinal de cualquier torero. Entonces Ram¨®n Tamames estudiaba el bachillerato en el Liceo Franc¨¦s, crec¨ªa ya ancho de espaldas delante de Dios y de los hombres, lograba las mejores notas, jugaba al baloncesto con su hermano, ten¨ªa un talante de apisonadora en los remolinos de pasillo, sacaba la bola del b¨ªceps en la clase de historia, un entusiasmo febril le herv¨ªa en la cabeza, quer¨ªa ser el primero en todo, incluso en el amor a Cristo o en las carreras de 100 metros libres, y se sentaba en el pupitre del aula como en un trono; pero entonces a¨²n no llevaba aquella trenca con capucha y trabillas (de madera que le hizo c¨¦lebre como tirol¨¦s entre los amigos. Ram¨®n Tamames era un estudiante con empuje de le?ador, gimnasta, so?ador de caba?as en el monte, con una visi¨®n apote¨®sica de las cosas.
El paralelo universitario de 1956 le cogi¨® en pleno fregado en. la facultad y no hubo nadie m¨¢s radiante que ¨¦l. Eran los tiempos de la lucha contra el SEU en medio de un traj¨ªn de albergues, bolsas internacionales de trabajo, esquelas mortuorias de Ortega y Gasset, delegados de curso que le¨ªan a Casona, pistoletazos en el bulevar de Alberto Aguilera, primeras represiones con caballer¨ªa rusticana y c¨¢rcel para algunos hijos de pap¨¢ vencedor. Ram¨®n Tamames formaba la peque?a compa?¨ªa con los Bustelo, Nadine Lafon, V¨ªctor y Javier Pradera, Enrique M¨²gica y Carlos Zayas en aquel juego de la ASU, unos j¨®venes inteligentes y dorados que hac¨ªan socialisimo de octavilla y a los que confesaba sus pocos pecados el cura Jes¨²s Aguirre. El grupo recib¨ªa visitas del exterior. Unas veces aparec¨ªa por aqu¨ª un tal Guridi, llamado El Ciclista, enviado por el PSOE de Toulouse. Otras se dejaba caer Jorge Sempr¨²n, apodado Federico S¨¢nchez, de parte de los comunistas de Par¨ªs. Hab¨ªa entre ellos un candor de filtraciones y submarinos con el encanto de un. espionaje con teleobjetivo. Firmaban manifiestos, predicaban la consigna de la reconciliaci¨®n nacional, liaban a algunos catedr¨¢ticos y luego se iban juntos a misa en la capilla de la universidad, donde la homil¨ªa corr¨ªa a cargo del m¨¢s moderno de todos. En aquellos a?os se o¨ªa decir a investigadores agn¨®sticos y alumnos infieles:
-Es un pico de oro.
-?Qui¨¦n?
-?Pero no lo sabes? El padre Aguifre. Es m¨¢s profundo que Teilhard de Chardin. Hace sermones de la escuela de Francfort.
All¨ª estaba a sus pies toda la profesora arrodillada con los j¨®venes rojos contritos, y Jes¨²s Aguirre con su lengua sagrada hac¨ªa malabarismos de florete sobre ellos. Cuando lleg¨® la democracia, este ser fascinante era un duque de Alba que hab¨ªa confesado a gran parte de la n¨®mina del Congreso, incluido el banco azul. No se sabe si tambi¨¦n a Ram¨®n Tamames.
En aquellos tiempos, Ram¨®n Tamames era un comunista cr¨ªptico y un cristiano evang¨¦lico que iba a la caza del hombre total, seg¨²n san Marx. Cultivaba el m¨²sculo, hac¨ªa, muebles, estudiaba de forma rabiosa, pintaba, esculp¨ªa, ligaba con la hermosa hija de Prieto Castro, tocaba el ¨®rgano, sub¨ªa a las monta?as, de modo que hab¨ªa tomado la vida como una haza?a. Tambi¨¦n se escalaba a s¨ª mismo todos los d¨ªas con grandes golpes de tac¨®n, basculando el tronco a contramano del p¨¦ndulo de la corbata. Por ley natural, termin¨® la carrera de Derecho con un saco lleno de matr¨ªculas de honor, y se doctor¨®, ?es necesario decirlo?, con premio extraordinario; estudi¨® Ciencias Econ¨®micas y, repiti¨® en ella el paseo por las cimas. Un toque de London School of Economics, un ba?o de Mercado Com¨²n en Bruselas, un ¨²ltimo barniz de Ginebra como reflejo de Naciones Unidas y el producto ya estaba listo para consumir. Se hizo t¨¦cnico comercial del Estado. Dio clases en una academia, y con aquellas lecciones fabric¨® el libro Estructura econ¨®mica de Espa?a; entr¨® de profesor ayudante en la facultad, consigui¨® llegar a catedr¨¢tico, iba con el malet¨ªn soltando conferencias por doquier a cien por hora con aires de gal¨¢n intelectual, y en la rebotica de los altos despachos algunos caballeros del r¨¦gimen se preguntaban:
-?C¨®mo puede ser rojo un chico tan guapo?
-Ya ves.
-Yo no lo creo. Ni siquiera lleva barba.
-Pues es comunista.
-?Estar¨¢ cabreado por algo que no sepamos?
Era un rojo homologable a escala europea
En cambio, los de la base le ve¨ªan bailar en Mau-Mau con su espl¨¦ndida se?ora leg¨ªtima y se sent¨ªan orgullosos de ¨¦l. Era un rojo homologable a escala europea, con un dise?o tipo Berlinguer, rico, infatigable y con un gui?o de modernidad, lo que se dice un rey de simposio. Por su parte, Tamames tambi¨¦n cre¨ªa que el comunismo espa?ol iba a ser como el italiano, algo no re?ido con el aperitivo de campari en las terrazas de moda una fuerza social mayoritaria muy ciudadana, poco campesina, elaborada por intelectuales con melena y gafas de gordos barrotes, un caldo de pol¨ªtica casi er¨®tica donde podr¨ªa nadar estilo mariposa y llegar, como siempre, el primero a la meta.
Mientras Franco se tomaba con calma el largo trabajo de agonizar, Ram¨®n Tamames se hab¨ªa convertido en un empresario de publicaciones, escrib¨ªa libros a borbotones y el problema de p¨¢ginas no exist¨ªa para ¨¦l. Ten¨ªa un sentido macroecon¨®mico, macrosocial, macropol¨ªtico del mundo y un programa arrollador acerca de s¨ª mismo sin detenerse en matices. Cost¨®, pero lleg¨®; es decir, que Franco la di?¨®. Desde la oposici¨®n anfibia, el respeto de los gabinetes y el peluche de una discoteca, de pronto Ram¨®n Tamames en el Congreso de Roma en 1976 fue elevado por Carrillo a un puesto del comit¨¦ ejecutivo, y ya que la pol¨ªtica entonces era cosa de gente joven y guapa, todos le aclamaron como a un delf¨ªn. Tamames se equivoc¨®. Lo que esperaba de los comunistas lo hicieron los socialistas. Sus amigos de facultad estaban ahora en el poder; unos, sentados en el Gobierno; otros, de pie en la sala de espera, y todos eran dem¨®cratas finos con tajada y re¨ªan con el esplendor de dientes de quien ha conseguido meter su sue?o por el ojo de una aguja. Tamames mir¨® alrededor y se vio rodeado con espanto de fresadores, jornaleros y peones de alba?il.
-Santiago, dame una oportunidad.
-Espera, hombre.
-D¨¢mela, por Dios.
-Bueno. T¨² ser¨¢s concejal
Hab¨ªa logrado todos los premios, hab¨ªa escrito gruesos vol¨²menes, hab¨ªa dado conferencias y m¨ªtines con mucha garra popular, se hab¨ªa descamisado en las fiestas del partido, se hab¨ªa puesto gorritos de verbena y hab¨ªa bebido botas de vino com¨²n con sonrientes braceros s¨®lo para llegar a teniente de alcalde y encargarse de la gr¨²a municipal. Necesitaba darle un contorno magn¨ªfico a su existencia, y de repente abandon¨® el comunismo de capillita y descubri¨® la naturaleza en la propia terraza. All¨ª ten¨ªa unas macetas enormes con madro?os, chopos y naranjos. Sab¨ªa podar e injertar; conoc¨ªa la plaga del pulg¨®n y tambi¨¦n hab¨ªa pasado por una experiencia ecol¨®gica en carne viva: un d¨ªa se cay¨® de la bre?a y se descalabr¨®. En cambio hab¨ªa participado en la marat¨®n y, sin perder los pulmones en la costanilla de Callao, hab¨ªa instaurado el carril de las bicicletas.
Sabe que es un l¨ªder con arrastre
La naturaleza total, incluidas las tormentas, era algo que encajaba con su ¨¢nimo desbordante. El ecosistema y sus derivados pacifistas, la protesta radical contra toda clase de residuos, el campo libre, la voluptuosidad vegetal, la zona verde, el internacionalismo herbolario y la paz de las vacas constituyen un horizonte moderno de felicidad. El comunismo o el Evangelio de Cristo tienen una salida natural hacia las lechugas. Antiguos militantes hoy se alimentan de semillas, acarician a los lobos, lloran por las ballenas, hacen causa com¨²n con las focas o venden virutas de incienso en los mercadillos marginales. Ram¨®n Tamames sabe que es un l¨ªder con arrastre entre una juventud campestre y antinuclear. Se ha elevado en globo por encima de la pol¨ªtica parda y ahora trabaja para convertir todos los intereses en paisaje. Pero esa vida es dura.
Una tarde hay que tumbarse como un Francisco de As¨ªs en una autopista, otras habr¨¢ que inmolarse dentro de una hormigonera. Ram¨®n Tamames se prepara para este martirio ecol¨®gico haciendo gimnasia todos los d¨ªas. Por las ma?anas se le puede ver en ch¨¢ndal con mucho vaiv¨¦n por el parque de Berl¨ªn, y los lecheros, quiosqueros y repartidores de bimbo le saludan llenos de gozo. Dos veces a la semana practica la nataci¨®n o tira de pesas derramando un aroma de linimento. Despu¨¦s de tanta brega sale con la tripa metida, el pecho abombado de campe¨®n, bascula el tronco detr¨¢s de la corbata y fiero de taconazos parte hacia el trabajo. La jornada es larga. Da tiempo a tocar el piano, escribir un libro, pintar un cuadro, sulfatar un rosal, fabricar un armario, dar una conferencia, esculpir un chino de alabastro y descubrir que cada problema tiene una soluci¨®n. Ram¨®n Tamames comienza a escalarse a s¨ª mismo por la cara Norte. Es un hombre que cae bien. Sobre todo, a los nuevos j¨®venes u otros dorados seres del valle.
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