El crimen de los ¨¢rboles ca¨ªdos

As¨ª dijo que los iba a dejar si no se alejaban de sus robles ya ca¨ªdos. "Como a xeada da noite encrespa as herbas" (Como la helada de la noche estira a las hierbas). ?sa fue la advertencia de Marcelino Ares, o Garabelo, antes de ajustar al hombro la FN autom¨¢tica y apuntar al hombre con el ojo infalible del viejo cazador.El de Gomesende, en Lugo, es un crimen ancestral, un estallido cainesco propio de la noche de los tiempos, pero ya no tendr¨¢ un cantor ciego que lo describa con morbo cavernoso y arte medieval por las ferias de Galicia. Es el otro tiempo que a¨²n sucede, la terrible ira que a¨²n acecha y se dispara por un bocado de tierra, por un minuto de riego, por una vaca despistada en prado ajeno, por medio metro de linde..., por el tronco abatido de un ¨¢rbol. El s¨¢bado, en Gomesende, los ¨¢rboles eran robles, m¨ªtico s¨ªmbolo de fecundidad que hoy se bate en retirada en Galicia.

Todo homicidio estremece. Pero aterra leer en esa sangre que salpic¨® la hojarasca en una aldea gallega. El amor a la tierra, ese subconsciente ¨¦tnico de las ra¨ªces, tiene sublimes expresiones literarias. En la desolaci¨®n, en la decrepitud, en la encrucijada apocal¨ªptica de una sociedad rural en agon¨ªa y crisis, surge el env¨¦s absurdo, un sentido de la propiedad casi psic¨®pata. El pleito por lo nimio, por lo cativo, por el palmo de terru?o.