Suicidios juveniles
DECIR QUE una muchacha se suicida (M. A. A., 14 a?os, Zaragoza) por sacar malas notas es por lo menos una abreviatura poco descriptiva. Nadie se suicida por un solo hecho, sino por el ¨²ltimo hecho de una cadena, que puede ser larga en una vida corta, y que da una noci¨®n de la imposibilidad de vivir. Los suicidios juveniles est¨¢n aumentando en el mundo, y en Espa?a, bastante m¨¢s all¨¢ de lo que el aumento demogr¨¢fico de las poblaciones adolescentes podr¨ªan permitir calcular. Las notas, en muchos casos, son un s¨ªmbolo.Est¨¢n causando des¨®rdenes graves de conducta. Se ha quedado antigua -inutilizada, desde?ada, devorada por lo tradicional- la idea moderna de suprimirlas, como la desuprimir los ex¨¢menes. Siguen siendo un sistema de recompensas y castigos en una sociedad competitiva, y de valoraci¨®n social dentro de la familia y el grupo. No se ha cesado tampoco en la hipervaloraci¨®n del t¨ªtulo en la sociedad, ni en la elevada inversi¨®n que supone su paso hacia ¨¦l. Para familias tituladas, continuarlos es una cuesti¨®n de honor; para clases inferiores econ¨®mica o culturalmente, botar a sus hijos hacia una carrera es una ansiedad de reivindicaci¨®n, a base de enormes sacrificios. El padre de familia, a su vez, est¨¢ sobrecargado por un papel cada vez mayor que el que puede desempe?ar. Le da un aspecto sacrificial, una redenci¨®n por el trabajo, cuando no puede darle una dedicaci¨®n que est¨¢ por encima de sus medios de individuo: la antigua tarea de mantener los valores morales y tradicionales de una sociedad inm¨®vil era quiz¨¢ posible; pero es imposible ahora ser un padre -o madre- profesional, reciclarse al nivel de los estudios de los hijos, responder a todas las interrogantes que plantea al adolescente una sociedad abierta y cargada de informaciones contradictorias. Sin embargo, el mundo social le sigue instando a que lo haga as¨ª, y le hace responsable de los fracasos de sus hijos, cuando, en realidad, escapan a su alcance. Cuando es capaz, o cuando est¨¢ demasiado presionado, sustituye esa profesionalidad que no puede tener pair el castigo, la disciplina, la agresividad (en la que muchas veces hay una proyecci¨®n de su propio desastre). Eos hijos pueden sentir terror, culpabilidad, cargas excesivas de conciencia, y hasta llegar a tener la idea de que unas notas, muchas veces dadas con exceso de irresponsabilidad, o mezcladas con problemas de comportamiento o conducta, han destrozado su futuro. Su t¨ªtulo.
La extensi¨®n del problema a los no estudiantes es palpable: la escasez de trabajo, la tendencia del veterano a infravalorar el esfuerzo del joven en el taller o la oficina -en el fondo, una defensa de su propio puesto-, la abundancia de interrogantes de la vida misma, la falta de objetivos definidos, el despido al que no le ve justificaci¨®n, pueden descargar de tensi¨®n vital una vida enormemente joven y enormemente posible. Las alteraciones de conducta que el s¨ªmbolo injusto y desprestigiado de lo que llamamos notas, pero que pueden ser tambi¨¦n notas laborales o notas familiares, no siempre tienen, afortunadamente, la gravedad de esta pena de muerte que puede infligirse el individuo a s¨ª mismo. Pero s¨ª se reflejan en abandonos de hogar, marginaciones, comportamientos anormales. Muchas veces, cuando se rastrea una vida fracasada, se puede encontrar la huella lejana de una nota desfavorable.
No hay ninguna necesidad de atribuir el suceso de Zaragoza, en el que no hay m¨¢s que v¨ªctimas -la suicida y sus padres-, a esa situaci¨®n general; ni tampoco hay raz¨®n para abreviarlo en las malas notas con que se descarga una conciencia social. Cada disparo en la sien encierra una historia propia. Pero s¨ª es una llamada de atenci¨®n, un. recuerdo de que los suicidios juveniles est¨¢n siendo una plaga y que una forma de evitar los que se puedan consiste precisamente en que cada uno considere y reflexione lo que pesa sobre cada adolescente en esta sociedad y trate de evitar la culpabilizaci¨®n de ¨¦ste. A menos que se quiera conseguir ¨²nicamente producir un portador de t¨ªtulo.
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