Explicaciones en torno a un himno
Ante el peligro de que la letra que compuso para el himno de la Comunidad Aut¨®noma de Madrid quede aceptada oficialmente, el autor de este art¨ªculo expone los motivos por los que cedi¨® a la tentaci¨®n de escribirla y los criterios que inspiraron su trabajo, comenta algunas cr¨ªticas y explica el trance singular que supone, en su opini¨®n, la constituci¨®n de Madrid como ente aut¨®nomo.
Con motivo de haber tomado el encargo de fabricar el himno de Madrid aut¨®nomo, tambi¨¦n a m¨ª me han mostrado extra?eza, formulado censuras o zaherido con bromas no pocos amigos o conocidos, en general de los que me profesaban estima y me otorgaban larga confianza. Me siento, pues, movido, ahora que el encargo est¨¢ cumplido y el himno, no sin algunos retoques recibidos de inspiraci¨®n ajena, corre serio peligro de quedar aceptado oficialmente, a ofrecer algunas, no justificaciones, de las que no siento en este trance necesidad alguna, pero s¨ª explicaciones sobre el caso, que quiz¨¢ puedan, deleitar al p¨²blico.El encargo -debo confesarlo- lo tom¨¦ sin muchas vacilaciones: el hecho de que se me hiciera y la manera en que se me hac¨ªa ten¨ªan ya de por s¨ª algo de tentador; era de pensar que en los hombres que hab¨ªan tenido la peregrina ocurrencia de encargarme a m¨ª hacer un himno deb¨ªa de latir alg¨²n deseo, m¨¢s o menos secreto, de que el tal himno no reprodujese precisamente el modelo consagrado, con exaltaci¨®n del ente patrio correspondiente mediante hilvanamiento de las f¨®rmulas consabidas sobre patria, honor, sangre, muerte y ma?ana, sino m¨¢s. bien que dijese alguna otra cosa, algo que, con suerte, fuese m¨¢s verdadero o menos enga?oso, sin dejar por ello de sonar bien. Y luego, cuando con este motivo tuve el placer de trabar conocimiento con Joaqu¨ªn Leguina y Agapito Ramos, que eran los que por entonces me llevaban el encargo, su presencia y conversaci¨®n me confirmaron en lo bien fundado de sospechas tan honorables.
Pero, al fin, eso no ser¨ªan m¨¢s que motivos externos, que me temo que no habr¨ªan bastado a arrancar de m¨ª un himno si no fuera que el encargo tra¨ªa consigo tentaciones m¨¢s ¨ªntimas y nacidas de su propia ocasi¨®n y tema.
En una carta publicada aqu¨ª a ra¨ªz del asunto, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, con tanta amabilidad como agudeza, tuvo a bien atribuirme, como sola tentaci¨®n que, a su ver, me pod¨ªa hacer tomar tal encargo, la loca pretensi¨®n de aprovechar el himno para hacer con ¨¦l, al mismo tiempo, el antihimno. Algo de eso hab¨ªa probablemente, aunque ¨¦l desde luego exageraba, con harta honra para m¨ª, al sacar a colaci¨®n con el caso la singular empresa del Quijote.
Pero otro motivo hab¨ªa, que estaba en el ente mismo para quien se me encargaba, de tal modo que ninguna otra patria, regi¨®n, villa o confed¨¦raci¨®n mundial de Estados que no fuera justamente Madrid aut¨®nomo habr¨ªa sido capaz de inspirarme nada parecido a un himno, y, en cambio, la constituci¨®n de Madrid aut¨®nomo se?alaba un trance singular y la culminaci¨®n de un proceso pol¨ªtico que me tocaba el coraz¨®n, pues el ardid o List, como dec¨ªa el otro, de la vieja figura del Estado para subsistir por medio de su cambio, con distribuci¨®n interna de concesiones auton¨®micas en que se ahogase toda pretensi¨®n desintegradora, es cosa que apenas si ten¨ªa un ilustre precedente en la organizaci¨®n de la Commonwealth; pero para otro trance m¨¢s viejo del Estado (como Estado imperial), as¨ª como tampoco la construcci¨®n federal de Estados como Suiza, o Alemania, o Rusia en ¨²ltimo t¨¦rmino, eran casos del mismo ardid para salvaguardar un Estado previamente formado como unitario; ni Francia hab¨ªa llegado, en sus manejos con occitanos, corsos o bretones, a tanta consecuencia y totalidad en el procedimiento como la Espa?a de la actualidad, que con la constituci¨®n de Madrid aut¨®nomo cerraba un proceso completo de distribuci¨®n de autonom¨ªa a todas y cada una de las circunscripciones que, ajust¨¢ndose a los l¨ªmites de provincia de la Administraci¨®n estatal decimon¨®nica, hubiera mani festado el bastante inter¨¦s (m¨¢s o menos compartido, y generalmente menos, por las poblaciones mismas) en recibir tal autonom¨ªa.
De manera que, viniendo a convertir se la provincia de Madrid, con la capital del Estado dentro, en el ente aut¨®nomo ¨²ltimo, que, al poner el broche, parec¨ªa ser el cumplimiento -Enth¨¹llung y Aufhebung- del proceso todo, bien pue de el piadoso lector imaginar qu¨¦ duro habr¨ªa sido resistir a la tenta ci¨®n y rechazar la ocasi¨®n de com poner su himno.
Dos maneras de o¨ªrse
El himno, en consecuencia, ha resultado tener, por lo pronto, dos funciones o maneras de o¨ªrse, en cierto modo contradictorias: por un lado, con el inteligente y fiel apoyo de la m¨²sica de Pablo Soroz¨®bal Serrano, que tan justamente ha sabido aunar el aire popular con la tradici¨®n musical m¨¢s docta, debe sonar como un verdadero himno y cumplir como cualquiera las funciones que a un himno le competan, sin ser m¨¢s extravagante como himno de lo que Madrid aut¨®nomo sea como entidad pol¨ªtica; por otro lado, para los avisados y preocupados por los avatares pol¨ªticos del momento, el himno les cantar¨¢ discretamente algunas f¨®rmulas elementales sobre la realidad del proceso auton¨®mico y el papel que a Madrid le ha venido a corresponder en ello, procurando que tampoco la seriedad y bredulidad de los pol¨ªticos habituales deje aqu¨ª de recibir su toque de ingenua y dubitativa reflexi¨®n sobre s¨ª misma; lo cual, lejos de paralizar la praxis de los pol¨ªticos, puede acaso contribuir a hacerla m¨¢s consciente y realista. No es que crea yo que este trance pol¨ªtico en que el himno se inserta tenga que ser ins¨®lito y decisivo, que con ¨¦l vaya por primera vez a entrar el sentido com¨²n en la gobernaci¨®n y a quebrarse as¨ª el curso de la historia; ni dejo de sospechar, como cualquiera, que lo m¨¢s probable es que este intento del himno resulte, como tantos otros, integrado y asimilado en la ciega marcha de fuerzas mucho m¨¢s poderosas, al menos en su fugaz momento, que la poes¨ªa y la dial¨¦ctica. Pero al mismo tiempo, tampoco soy dogm¨¢ticamente fatalista, y basta con un atisbo de quiebro en el mecanismo pol¨ªtico para que uno no pueda menos de intentar aprovechar el trance y cantar hasta los himnos que sean, para por si acaso.
Pero, con todo, confieso que lo que menos me conmueve en todo esto son las relaciones del himno con la instituci¨®n auton¨®mica y con los hombres interesados en pol¨ªtica: m¨¢s me toca la posibilidad, por lejana que sea, de que el himno llegue a uso porparte de la gente corriente (por no llenarme la boca diciendo el pueblo), ya sea en el canto, ya en la rememoraci¨®n de algunos de sus versos. Es para eso para lo que el himno tiene una tercera funci¨®n o manera de o¨ªrse, que es a la que obedece el truco esencial de que est¨¦ cantado en primera persona, de manera que es el ente aut¨®nomo el que dice yo, con lo cual, cada vez que uno lo cante, que lo cante yo, por ejemplo, sin dejar de estar hablando de Madrid aut¨®nomo, estar¨¦ diciendo cosas acerca de m¨ª mismo. Y en tanto que a la gente corriente que lo oiga o lo repita la segunda intenci¨®n del himno seguramente le dar¨¢ de lado y ni se parar¨¢ a o¨ªrla (despreocupada, como la gente corriente debe andar de las autonom¨ªas y de toda la pol¨ªtica de los pol¨ªticos), algo puedo confiar, en cambio, en que la tercera, la m¨¢s puramente l¨®gica y ontol¨®gica, a muchos de la gente les llegue acaso, por v¨ªas que no saben "los doctos y envuelta con la primera, la del ritmo y la melod¨ªa.
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