Sexualidad vaticana
Soy un hombre corriente de media edad, cat¨®lico, funcionario p¨²blico y homosexual, que reparte su tiempo entre su trabajo y su soledad. Leo en EL PA?S (2 de diciembre de 1983) que "el Vaticano pide comprensi¨®n hacia la homosexualidad y la masturbaci¨®n, aunque las condena como desviaciones". Me dirijo a ese diario, de reconocido talante abierto y pluralista, en la esperanza de que d¨¦ cabida a la voz de un particular que pertenece a un grupo humano que no suele tenerla, y lo hago para manifestar que hoy me siento m¨¢s solo que nunca, m¨¢s desamparado tambi¨¦n y, como Rosa Montero, m¨¢s consternado. Muchos homosexuales cat¨®licos -estoy en lo cierto- se sienten, como yo, humillados por verse todav¨ªa objetos de una comprensi¨®n que ya no solicitan por considerarla injustificada e in¨²til; una comprensi¨®n que, no pudi¨¦ndose llamar aceptaci¨®n (seguimos todos indiscriminadamente marginados (le los sacramentos), s¨®lo es conmiseraci¨®n que nos otorga la misericordia de los puros desde su impoluta normalidad autosuficiente. Me siento m¨¢s solo y m¨¢s triste porque, si nunca fue la Iglesia ge nerosa con los homosexuales, ahora contin¨²a siendo taca?a y cicatera. No se lleg¨® -tampoco para nosotros- al cenit que preludiaba Juan XXIII, pero esta Iglesia se encam¨ªna a pasos agigantados al azimut que ha emprendido tan de cididamente el involutivo papa Wojtyla. No va siendo ya tiempo de dudas al elegir entre la palabra humana de la ciencia y la de un magisterio que se aferra -?y con qu¨¦ obsesi¨®n y desespero en los ¨²ltimos cinco a?os!- a un dogmatismo oscurantista y precient¨ªfico. Paulatinamente me he ido viendo en la Iglesia como miembro no deseado, voy vi¨¦ndome ya como extra?o en casa ajena. Ser¨¢ que la cat¨®lica ya no es mi Iglesia, lo que no quiere decir que la cambio porotra: quiz¨¢ vaya siendo cosa de apearse de ella simplemente. Despu¨¦s de todo, en el Nuevo Testamento se dice que si nuestra conciencia no nos condena, estamos en paz con Dios, y que, adem¨¢s, Dios es m¨¢s grande que nuestro coraz¨®n, m¨¢s grande que Wojtyla y Ratzinger juntos, ciertamente.
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