El 'afeitado', un traumatismo cruel
La costumbre de afeitar los toros destruye la fiereza de los animales y desluce gravemente la fiesta taurina
Los carteles de las corridas de toros aseguran rotundos que "los ganaderos garantizan que las astas no han sido despuntadas ni sometidas a manipulaci¨®n fraudulenta". La frase es una ret¨®rica m¨¢s entre las muchas que anidan en la fiesta: no hay tal garant¨ªa. Los aficionados sospechan que gran parte de las reses saltan a la arena afeitadas, mediante un proceso fraudulento, cruel y burdo que no s¨®lo mutila sus defensas naturales sino que lo derrumba psicol¨®gicamente, hasta anular la fiereza natural que es caracter¨ªstica del toro de lidia.
Sorprende que la autoridad gubernativa no haya eliminado esta pr¨¢ctica delictiva, a pesar de que lleva, muchos a?os de vigencia y que, con frecuencia, adem¨¢s, no se produce con secretas complicidades, discreci¨®n y silencio, sino con ruido, complicado movimiento de animales de enorme tama?o, concurrencia de sujetos y empleo de aparatosos artilugios.El toro que va a sufrir la operaci¨®n de afeitado es metido en lo que llaman mueco, o caj¨®n de curas; en cualquier caso, hay que inmovilizarlo, lo cual ya es, de suyo, extremadamente dificultoso. Por una ventana del mueco aparecer¨¢ el asta, que un individuo corta con serrucho; puede ser un trozo de seis o siete cent¨ªmetros.
S¨®lo quitarle el veneno", dicen, rara vez, determinados taurinos, cuando pretenden que el retoque sea escaso. Se refieren, naturalmente, a la parte dura del pit¨®n, o almendrilla, o diamante. Pero lo normal, para que el afeitado tenga los efectos que, se persiguen, es que el serrucho ataque m¨¢s abajo, hacia la pala, y seccione la parte del cuerno sensible, provista de vasos y nervios, por donde discurre la m¨¦dula. El traumatismo produce en el toro intenso dolor, que acusa berreando desesperadamente y pateando. El sufrimiento es, sin duda, much¨ªsimo mayor que el que pueda producirle la lidia, porque no tiene ninguna posibilidad de defensa.
Cortado el tu¨¦tano, el asta sangra y el afeitador contiene la hemorragia taponando el orificio con una astilla, que clava a golpe de mazo. Despu¨¦s dar¨¢ nueva forma al pit¨®n mediante escofina, que de nuevo lacera zonas de extrema sensibilidad. Unos toques de grasa ennegrecer¨¢n la punta, con la pretensi¨®n de que parezca su color natural y disimule las raspaduras.
Derrumbamiento psicol¨®gico
Cuando se suelta al toro, ya es otro animal. Carece de tacto, se resiste a cornear con unos mu?ones que le arden, pierde el apetito, no duerme. La herida se le infecta y entra en estado febril. Pero, principalmente, sufre un derrumbamiento psicol¨®gico. Sabe que ha perdido el s¨ªmbolo de su poder¨ªo. Cuando salga de la oscuridad del toril y aparezca en la arena, ser¨¢ un animal enfermo y derrotado.
A¨²n tiene peligro el toro en estas condiciones, y es habitual la referencia a Islero, el Miura que mat¨® a Manolete, del que se dice que tambi¨¦n estaba afeitado. Pero se trata de un peligro menor respecto al toro envalentonado que combate en toda su integridad f¨ªsica, amenazando con los pu?ales de su cornamenta limpia.
Los estamentos taurinos profesionales reaccionan violentamente cuando la cuesti¨®n del afeitado entra a debate: "?Se afeita mucho menos de lo que dicen!", suelen protestar. Pero ellos saben y la afici¨®n da por seguro que se afeita m¨¢s de lo que se multa. Si no se afeitaran m¨¢s toros que los multados por el Ministerio del Interior (poco m¨¢s de una. veintena al cabo del a?o) podr¨ªa decirse que este fraude no existe: supondr¨ªa menos del 0,15% de las reses que se lidian en la temporada; una bagatela.
Pero la realidad es que son muchos m¨¢s, a juzgar Por la cantidad de toros romos que se ven. Suelen argumentar los taurinos que el toro, en el campo, desbasta sus pitones contra superficies duras, para calmar la comez¨®n del hormiguillo. Hay verdad en algunos casos, pero que intenten generalizarlos es de una ingenuidad enternecedora.
Entre aficionados, la creencia es que a la autoridad le basta voluntad verdadera de erradicar el afeitado. Quienes lo cometen arman demasiado ruido como para pasar desapercibidos y no tienen demasiados lugares apropiados donde consumar la fechor¨ªa. Los sospechosos se limitan a una reducida camarilla. La investigaci¨®n parece sencilla.
Las ¨²ltimas multas impuestas por el Ministerio del Interior han soliviantado a los ganaderos, que denuncian campa?as de desprestigio contra su rancio abolengo. Lo cual no impide, sin embargo, que, en confidencia, algunos de ellos reconozcan que el afeitado existe y que precisamente los ganaderos m¨¢s complacientes con el fraude se han librado de sanciones por motivos que no aciertan a explicar.
Normalmente los ganaderos son contrarios a que les despunten las reses, y algunos, de una integridad irreprochable, antes las mandar¨ªan al matadero que tolerar el fraude. Pero ninguno se atreve a denunciarlo, quiz¨¢ porque teme represalias. Ni siquiera la propia Uni¨®n de Criadores de Toros de Lidia ha sancionado disciplinaria mente a los agremiados infractores.
La denuncia de Bienvenida
De cualquier forma, la conmoci¨®n que ha producido la reciente divulgaci¨®n de las multas por afeitado es teatro de t¨ªteres compara do con el gran circo que ocasion¨® la denuncia de Antonio Bienvenida el a?o 1952. En diciembre de aquel a?o, sus declaraciones a Carlos de Larra, Curro Meloja, en la inolvidable emisi¨®n Tauromaquia, de Radio Madrid, helaban la sangre de los taurinos y calentaban la de los aficionados: "S¨ª, don Carlos", afirmaba el maestro, 'los toros hasta ahora han salido afeitados, y de aqu¨ª en adelante s¨®lo los torear¨¦ en puntas".
All¨ª empez¨® el esc¨¢ndalo. Var¨ªas figuras del toreo optaron por cortarse la coleta, en tanto las que segu¨ªan con ella en el cogote entraban en estado de paroxismo y vetaban al denunciante. Luis de Armi?¨¢n se sum¨¦ a la campa?a de saneamiento de la fiesta. Abc ampli¨® el pleito a la cuesti¨®n de los sobres, y la que se arm¨®. En septiembre de 1953 la Direcci¨®n General de Prensa hac¨ªa p¨²blica una nota "en defensa de la honestidad de la profesi¨®n period¨ªstica", para poner un parche a los trapos sucios de ciertos revisteros taurinos de la ¨¦poca. Por su parte, por primera vez en la historia de la tauromaquia los toreros hac¨ªan en p¨²blico la colada de sus pringosas casta?etas. Nacional acusaba a Bienvenida de regalar un coche a un cr¨ªtico; Julio Aparicio, acostumbrado a que los cronistas ditir¨¢mbicos le llamaran fen¨®meno, contemplaba con estupor c¨®mo un peri¨®dico le descend¨ªa a torerete.
Tambi¨¦n entonces los taurinos argumentaban lo del toro que se rasca el cuerno. Cuando se anunci6 la primera novillada en Las Ventas despu¨¦s de la valiente denuncia de Bienvenida, la plaza se llen¨® para ver qu¨¦ sal¨ªa, y lo que sali¨® fueron reses con unas cornamentas impresionantes. Y a este tenor los restantes d¨ªas de pan y toros. De repente, el ganado bravo ya no se rascaba; probablemente hab¨ªa o¨ªdo Radio Madrid. Un fen¨®meno parecido ocurri¨® en 1982, cuando el Ministerio del Interior inhabilit¨® a tres ganaderos: a partir de la sanci¨®n, a los toros les crecieron los pitones.
Cuando la inhabilitaci¨®n fue recurrida y qued¨® sin efecto, los toros volvieron a rascarse los cuernos. La historia se repet¨ªa. En 1954 los toros volvieron a ser romos y, por curiosa coincidencia, reaparec¨ªan los toreros retirados, cesaba el veto a Bienvenida. La reconciliaci¨®n se produjo, simb¨®licamente, en la corrida de la Prensa que torearon el maestro y Aparicio. Despu¨¦s no hubo nada, hasta los a?os sesenta, que protagoniz¨® El Cordob¨¦s. Entonces ya no se afeitaba: se podaba.
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