Marguerite Yourcenar, herida en accidente en Kenia
La noticia cay¨® en los teletipos parienses como un mazazo, al filo de esta madrugada: Marguerite Yourcenar, la primera mujer acad¨¦mica en Francia, traductora de P¨ªndaro, entre otros, como Virginia Woolf, y esto habi¨¦ndose clasificado como uno de los monstruos sagrados de la mejor literatura de la lengua francesa del siglo que ya se esfuma, ayer, en la carretera que conduce a Nairobi (Kenia) sufri¨® un accidente de autom¨®vil muy serio.Hospitalizada instant¨¢neamente, los m¨¦dicos se pronunciaron "con reservas", teniendo en cuenta la edad, de 80 a?os, de la autora de Las memorias de Adriano, el libro en el que ofrece una reflexi¨®n l¨²cida y suntuosa sobre el fin de las civilizaciones. Las noticias procedentes de Kenia, en plena noche por a?adidura, eran escuetas y raras, lo que acrecienta la angustia que inspira el estado de la escritora.
Hay que comprender el impacto que, en este pa¨ªs, ha producido el accidente desgraciado de esta mujer que no inspira m¨¢s que respeto en todos los medios de la sociedad francesa. Yourcenar, durante muchos a?os, alimentada por una cultura humanista impresionante, realiz¨® una especie de aprendizaje de la escritura, en franc¨¦s, traduciendo y comentando los arcanos de toda la antig¨¹edad.
Fue una escritora de minor¨ªas, una poetisa, novelista y traductora, portadora de toda la pureza de la narraci¨®n y de la densidad del estilo, automarginada respecto al marketing de los tiempos que le ha tocado vivir; pero desde siempre, esas minor¨ªas sab¨ªan que, por sus manos, pasaban libros cl¨¢sicos de la contemporaneidad. Desde hace pocos a?os, Yourcenar pas¨® de los c¨ªrculos minoritarios al cen¨¢culo de los escritores populares. Naci¨® en B¨¦lgica, pero ha viajado sin cesar, escribiendo en franc¨¦s, hasta que su naturalizaci¨®n se consum¨® para cumplir el ¨²ltimo requisito que le exig¨ªa la entrada en el c¨ªrculo m¨¢s macho de las instituciones de este pa¨ªs: la academia francesa.
Su ingreso, hace cuatro a?os, fue un acontecimiento hist¨®rico, precedido de debates que, en alg¨²n momento, recordaron las batallas imaginables en tiempo de la esclavitud de la mujer como carn¨¦ de identidad capaz de abrir las puertas de la patria de las gentes honorables. Por primera vez, una mujer visti¨® el traje de acad¨¦mica. Desde hace siglos algunas "locas", como madame D'Estael, hab¨ªan intentado la misma aventura.
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