Corme, cantera atl¨¢ntica de n¨¢ufragos y navegantes
Corme, pueblo coru?¨¦s con poco m¨¢s de: 2.000 vecinos y docenas de jubilados que miran al mar, enclavado en el comienzo de la llamada costa de la Muerte, ha sido mudo testigo de innumerables naufragios en esas embravecidas aguas, que se han cobrado las vidas de no pocos vecinos de] lugar. Si la muerte llega a Corme por el mar, la vida tambi¨¦n. De hecho s¨®lo tiene mar. Ni siquiera una lonja propia ni otra flota pesquera que los peque?os botes, bordeando entre surada y nortada, entre todos los vientos. Pero para marineros, Corme. Criados al filo de la tormenta, ciudadanos de todos los mares, no hay pesquero o comercante que se precie que no tenga en m¨¢quinas o cubierta a un hijo de Corme. Muchos no tuvieron tiempo de aprender nada. A los ocho o nueve a?os comenzaban su peregrinaje en pataches de vela y en peque?os cargueros de cabotaje, siempre so?ando con Pasajes o Trintxerpe, "donde no hab¨ªa miseria", y desde all¨ª, hacia todos los puertos del mundo.
Los a?os 1982, cuando una surada (viento del Sur) convirti¨® al mar en un infierno, y 1959, cuando el Bevigno Correa y el Manuel se hundieron con su tripulaci¨®n, son fat¨ªdicos en la historia de Corme. Las campanas no cesaron de tocar en d¨ªas y el pueblo se visti¨® de luto. Pero el mar ha cobrado su impuesto de dolor casi todos los a?os, a la puerta de casa o en rutas m¨¢s lejanas. No hace mucho que un marinero natural de Corme mor¨ªa en la r¨ªa de Bilbao despu¨¦s de un golpe fortuito.Corme es s¨®lo un s¨ªmbolo del valor y sacrificio de las gentes del mar. En Galicia, y concretamente a le largo de la llamada Costa da Morte, hay otros muchos pueblos que podr¨ªan escribir una saga semejante: Lace, Camelle, Arou, Camari?as, Mux¨ªa...
La lista de naufragios, de pesqueros propios o de nav¨ªos extranjeros que tienen que acercarse a la costa para girar, camino de Europa o ?frica, se hace tan interminable como contar los barcos en los que sirvi¨® como tripulante un t¨ªo Andr¨¦s o un t¨ªo Severino. Cuando la mareas son muy vivas, no es dif¨ªcil avistar restos fantasmales despuntando en los bajos.
La tragedia del naufragio est¨¢, no obstante, a veces salpicada de simp¨¢ticas an¨¦cdotas, porque la gente de este paisaje, hermoso y temible, va m¨¢s all¨¢ de la supervivencia con reservas de voluntad y optimismo. Cuentan que cuando se hundi¨® el vapor franc¨¦s Nil, el 10 de octubre de 1927, el cual, entre otros enseres, llevaba un buen cargamento de licores, algunos marineros de Camelle hirvieron el caf¨¦ en champ¨¢n franc¨¦s.
?sta y otras muchas historias fueron recogidas en un libro por un grupo de estudiantes de EGB de la zona, dirigidos por el maestro Ba?a Heim. Recorrieron palmo a palmo la Costa da Morte y escribieron con su propio estilo el que es, hasta ahora, ¨²nico compendio de una gesta cotidiana.
Y usted, ?cu¨¢ndo comenz¨® a navegar? El t¨ªo Andr¨¦s, 74 a?os, un car¨¢cter envidiable a pesar de las molestias de una creciente sordera y de la mala pata que le dej¨® un golpe de mar, nos mira fijamente por un instante. Parece remontarse interiormente a una memoria de chiquillos descalzos, pelando patatas en el vaiv¨¦n, acarreando le?a o carb¨®n para alimentar la calder de vapor, luchando contra el sue?o en un amanecer de salitre. Busca palabras para expresar lo evidente: "Eu nac¨ªn no mar". Nacieron en el mar. Y ¨¦sa fue su escuela.
La Costa de La muerte
El cabo Roncudo, a unos metros de Corme, es el primer moj¨®n de la Costa da Morte (Costa de la Muerte). Desde aqu¨ª hasta Finisterre retumba el mar m¨¢s bravo de la costa gallega una sinfon¨ªa impresionante, y a veces sobrecogedora, de furnas y pe?ascos ba?ados por la espuma. En el Roncudo, como en la canci¨®n, est¨¢n clavadas tres cruces. Tres cruces de piedra en recuerdo del t¨ªo Poli?o, de uno de sus hijos, y otra, la m¨¢s reciente, de Jos¨¦ de Carabel, muerto en presencia de su mujer, Rosa Sinto, cuando arrancaba percebes en el acantilado. Hay m¨¢s cruces en esta costa heroica, donde se curtieron y curten navegantes de casta. Y pod¨ªa haber muchas m¨¢s, porque los fondos de este mar ind¨®mito son un gigantesco cementerio marino.
En el Roncudo se daban los percebes m¨¢s apreciados de Galicia, rojos y carnosos, porque el buen percebe quiere mar fuerte y se cr¨ªa golpe a golpe. El t¨ªo Severino no recuerda cu¨¢ndo fue la ¨²ltima vez que prob¨® ese manjar, de fama relativamente reciente, pero en otro tiempo era casi pan diario. "Llegaba uno a aburrirse y a cansarse de percebes". Descubierto por los gastr¨®nomos, plato de lujo en los restaurantes, el percebe de Roncudo fue esquilmado hasta la ra¨ªz como un metal precioso. El t¨ªo Severino naveg¨® durante 45 a?os, y ahora, en la jubilaci¨®n, cobra el salario m¨ªnimo. Por eso, a sus 73 a?os, como muchos otros, tiene que salir en su peque?o bote, Rosal¨ªa, a buscar fanecas o calamares por la r¨ªa.
Sus tres hijos varones andan en el mar, dos en el Gran Sol, y otro como jefe de m¨¢quinas, en un mercante que recorre el oc¨¦ano. En una lista interminable de barcos, Severino Vidal fue tripulante de tres que luego se hundieron en sendos naufragios. En el Col¨®n, a la entrada del Urumea donostiarra, perdi¨® a su hermano.
?ngel Filgueira no sabe nadar. "No tuve tiempo para aprender" A los nueve a?os iba de tripulante en el Barquero, y volvi¨® al cabo de tres meses, casi sin pisar tierra, en una primera ruta a Almer¨ªa. "Los cativos no pod¨ªamos salir del barco, a no ser de escapada". Le dieron cinco pesetas para pan y az¨²car, y pudo ir a la funci¨®n del cine Versalles "con un pie calzado y el otro no". Tiene 64 a?os y puede contar sin problemas, como sus compa?eros, a barco por a?o, en una lista de servicios legendaria Guardacoa, Sada, Everilda, Astelena, Kelge, Galante, Edena... Estuvo en la costa africana, en el Gran Sol, en Terranova. Durante la segunda guerra, muy cerca de donde ellos faenaban, un bombardero ech¨® a pique a otro pesquero, el Entrerr¨ªos, y tuvieron que salir a toda m¨¢quina hasta recalar en la Estaca de Vares.
Por Canad¨¢, Estados Unidos, todo el Mediterr¨¢neo, anduvo Jes¨²s Chans Vello. "A los 14 a?os ya estaba m¨¢s que cocido en el mar". Gan¨® en aquellos siete meses primero 10 pesetas. Comenz¨® de cr¨ªo en un costero y lleg¨® a capit¨¢n de un bacaladero en Terranova, despu¨¦s de recorrer un escalaf¨®n que se mide principalmente en serenidad y destreza. Se jubil¨® a los 57 a?os en Pasajes (Guip¨²zcoa), y all¨ª dej¨® a una hija y un hijo casados, ciudadanos ya del Pa¨ªs Vasco.
Pasajes y Corme
Pasajes es un signo de identidad en la biograf¨ªa de un marinero de Corme. De eso sabe un rato, por ejemplo, Jes¨²s Ferreiro, el director de Onda Pesquera en Donosti, la voz m¨¢s querida por las gentes del mar. Su padre tambi¨¦n lleg¨® un d¨ªa a Pasajes desde Corme. "Eso viene de muy antiguo", dice, a sus 70 a?os, Jos¨¦ Figuero Lista; "aqu¨ª hab¨ªa mucha necesidad, viudas con muchos hijos; si te quedabas enfermo no ten¨ªas paga ninguna, y de Pasajes siempre llegaron buenos vientos". Los marineros vascos y gallegos eran, para navieras y capitanes, la tripulaci¨®n id¨®nea. "A m¨ª me trataron en todo momento de maravilla", recalca Chans Vello, "y aqu¨ª hab¨ªa m¨¢s esclavitud'.
Todos cumplieron el sue?o de Pasajes. Tambi¨¦n Jos¨¦ Mar¨ªa Ca nosa y Benigno Mosqueira, que a los ocho a?os ya navegaban y que se acercaron tard¨ªamente a la tertulia, cuando ya el t¨ªo Andr¨¦s ha b¨ªa contado los pormenores de su vida, una hermosa y estremecedora historia digna de novela. "Para qu¨¦ le voy a decir cu¨¢ndo empec¨¦ en el mar. Yo nac¨ª en el mar. Muri¨® mi padre, yo era el ¨²nico hombre de la familia, y me embarqu¨¦ en un velero, el Loren; luego, en el Santiago, Carmen Insua, Ferrolano, los tres tambi¨¦n veleros; el Riveira, que ten¨ªa vela y m¨¢quina; despu¨¦s, el Conchita, Occidente, vuelta al Conchita cuando ya era marinero, porque de rapaz se pasaba a ser marinero. ?Qu¨¦ hac¨ªamos de ni?os? Todo, hac¨ªamos de todo, hasta llevar patadas en el culo. Bien, del Conchita a un costero, el Ribadeo, vuelta al Occidente, al Jes¨²s Mar¨ªa y, por fin, Pasajes".
"All¨ª me cogi¨® el Movimiento, y yo ingres¨¦ en el Batall¨®n Celta, formado por gallegos republicanos, muchos de Corme, que tambi¨¦n estuvo aqu¨ª el amigo Figuero, porque sabr¨¢ usted que ¨¦ste es un pueblo de izquierdas. Al tomar los franquistas Bilbao pas¨¦ al frente de Santander, estuve en el hospital, y cuando tomaron Santander, march¨¦ en un pesquero para Avil¨¦s, y cuando cay¨® Asturias, march¨¦ en un pesquero para Francia. La polic¨ªa francesa nos condujo hasta los Pirineos, en la frontera de Port Bou; luego fui para Barcelona y, por ¨²ltimo, Valencia, donde ingres¨¦ en un batall¨®n de pontoneros".
"Cuando acab¨® la guerra me metieron en la plaza de toros de Valencia, luego me tuvieron en unos campos de concentraci¨®n hasta que puede volver a Corme, bajo vigilancia. Lo pasamos muy mal, no me daban los papeles para embarcar. Despu¨¦s de una larga espera y mucha penuria consegu¨ª autorizaci¨®n para trabajar en un buque asturiano. Estuve tambi¨¦n en La Coru?a, en un pesquero. Un d¨ªa nos mandaron a Gij¨®n para hacer carb¨®n y nos dieron por toda comida un bollo de pan. Despu¨¦s de varios d¨ªas Ya hab¨ªa quien lloraba con el hambre; nos negamos a seguir en esa situaci¨®n, y al llegar al puerto de La Coru?a nos metieron en la c¨¢rcel. Nos cortaron el pelo al cero y estuvimos cuatro d¨ªas en el calabozo. Un a?o despu¨¦s nos hicieron consejo de guerra en El Ferrol. Salimos libres. Me fui para la marina mercante. Estuve en el Luisa, el Mouro, R¨ªo Urumea, Loyola y Suevia. ?se fue el ¨²ltimo. ?Ahora? Qu¨¦ voy a hacer ahora. Espero".
En Corme, a los jubilados se les trata con sumo cari?o y existe una familiaridad colectiva. Se dice t¨ªo y es como largar un cable de respeto y amistad. No hay sentido de lo extra?o. No es raro que a Mourelle da Rua, un navegante del siglo XVII, el primer hombre blanco que lleg¨® a las islas Vavo, en el Pac¨ªfico, los nativos le despidieran con una fiesta. Corme es una gran di¨¢spora y el mundo es, en cierta medida, una prolongaci¨®n de Corme. Al que ha llegado y a¨²n no se sabe su nombre se le llama t¨ªo home (t¨ªo hombre).
Es gente abierta y cordial. Con una poblaci¨®n que mengua d¨ªa a d¨ªa, muchos jubilados que se hicieron viejos navegando desde ni?os tienen que salir en su peque?o bote para compensar pensiones cicateras. Como el t¨ªo Severino, en su Rosalia. Ni siquiera tienen una Casa del Mar, incomprensiblemente paralizada desde hace varios meses. Juegan al domin¨® y pasean por el muelle, charlando con los j¨®venes que vuelven entre marea y marea y ruta y ruta, como estos d¨ªas ha vuelto Jos¨¦ Mar¨ªa Pombo Ferreiro, mec¨¢nico naval, 35 a?os, navegando desde los 12. Y miran al mar frente a frente. Fue su cuna.
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