Un aullido, un lamento
Entre paquidermos asi¨¢ticos poco orejudos, selvas de la jardiner¨ªa californiana, una Jane dom¨¦stica y modosita, chimpanc¨¦s mim¨¦ticos y un hijo sin caries, lo ¨²nico verdadero que le quedaba a Weissmuller-Tarz¨¢n era el grito. El actor, con blasones familiares austroh¨²ngaros, cre¨® un aullido tirol¨¦s que sus colegas posteriores calcaron en el play-back. Con un lenguaje verbal de irreverente sintaxis e incapaz de mejorar su l¨¦xico, Weissmuller dejaba que resonaran m¨²ltiples mensajes en la polisemia del grito. Por eso pudo seguir grit¨¢ndolo en su encierro hospitalario. Lo que fue signo de su dominio en la jungla, tambi¨¦n fue, al final de su vida, un lamento.Weissmuller debut¨® en el cine con un papel, premonitorio: el de Ad¨¢n. Pero la hoja de parra, primera consecuencia de la verg¨¹enza del pecado, pareci¨® demasiado exigua y fue suprimida del montaje final. Por aquel entonces, 1929, el campe¨®n ol¨ªmpico amortizaba sus 174 victorias individuales patrocinando los ba?adores BVD, y los gerentes de la marca no estaban dispuestos a que la imagen de su pupilo quedara mermada por el mal ojo que pod¨ªan echarle los puritanos. Fue la primera e inevitable victoria de la cultura sobre la naturaleza. Una cautela que perseguir¨ªa al h¨¦roe a lo largo de todos sus filmes.
A diferencia de otros tarzanes, Weissmuller jam¨¢s pas¨® por la vicar¨ªa para santificar sus amores, que, por otra parte, se le suponen. La ¨²nica evidencia del sexo conyugal, el hijo, fue escatimada con una agudeza de los guionistas: era un hijo adoptivo. En los libros, la frigidez de Tarz¨¢n revelaba cierta misoginia o, a lo peor, una homosexualidad rechazada. En el cine, el pasmo er¨®tico de Tarz¨¢n se debe al cari?o y paz conyugal. La Metro les puso a la pareja un piso (La huida de Tarz¨¢n) con ascensor y hojas tropicales.
Sin Jane
Cuando Maureen O'Sullivan abandon¨® al personaje, en 1942, todo cambi¨®. Weissmuller pas¨® a la RKO y tuvo que v¨¦rselas dos veces con nazis que, por espabilados o por despiste, hab¨ªan decidido hacer la guerra mundial en la selva. En 1945, la misma RKO le busc¨® otra Jane (Brenda Joyce), pero ya no era lo mismo. Y s¨®lo entonces Weissmuller se busc¨® complicaciones en faldas ajenas. Tarz¨¢n salv¨® virtud y riquezas de una tribu de amazonas, tuvo que v¨¦rselas con la sacerdotisa que acaudillaba a los hombres leopardo y con saqueadores de zool¨®gico que, otra vez, iban capitaneados por una mujer. En Tarz¨¢n y las sirenas, Johnny Weissmuller impide, haci¨¦ndose pasar por Dios, el matrimonio no deseado de una ind¨ªgena con un comerciante de perlas. Lejos quedaban los tiempos en que Chita y Tarz¨¢n contemplaban perplejos un sedoso deshabill¨¦ de Jane, consuelo metropolitano al prohibido dos piezas que hab¨ªa lucido a mayor gloria de la verosimilitud y lo africano. Tarz¨¢n-Weissmuller pis¨® una vez la ciudad de Nueva York para liberar a su hijo. Incluso all¨ª, y a pesar del despreciable traje, Weissmuller recurrir¨¢ a las cuerdas para deslizarse por un paisaje de rascacielos, tumba de King-Kong.
Weissmuller fue quien mejor ilustr¨® el mito ad¨¢nico del hombre (blanco y occidental, para m¨¢s se?as). No era tanto el buen salvaje como el arquetipo del ciudadano despojado de toda la faramalla que oculta sus virtudes esenciales. La ley de la jungla es una met¨¢fora negativa para el orden civilizado. Para Tarz¨¢n no era as¨ª. No debe pervertirse a la naturaleza, porque la naturaleza, por s¨ª sola, impone el reino de los blancos y el ingl¨¦s chapurreado. Es probable que Weissmuller, un mal estudiante, fuera ajeno a todo ello. Si Bela Lugosi muri¨® crey¨¦ndose Dr¨¢cula, Weissmuller muri¨® lament¨¢ndose de que por ese mundo primigenio e idealizado donde ¨¦l rein¨®, donde la maldad s¨®lo llegaba con los intrusos, ahora circulen las m¨¢quinas del Rally Par¨ªs-Dakar.
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