Sevilla no necesita asombrar
Se est¨¢ decidiendo en estos d¨ªas la orientaci¨®n a seguir para la organizaci¨®n de la Expo-92, conmemorativa del V Centenario del Descubrimiento de Am¨¦rica, que se celebrar¨¢ en Sevilla.Como uno ya ha vivido bastante, recuerda una situaci¨®n similar cuando, hace ya m¨¢s de 30 a?os, se cuestionaba sobre el urbanismo con el que se quer¨ªa desarrollar Madrid: al que pomposamente se le llamaba el Gran Madrid.
Entonces, con toda modestia -como ahora-, me permit¨ª disentir del parecer oficial y predije unos desastrosos resultados; que desgraciadamente se quedaron cortos.
Se me llam¨® de todo: insensato irresponsable, indocumentado, etc¨¦tera. Pagu¨¦ cara mi discordante opini¨®n, en aquellas ¨¦pocas de vacas gordas de especulaci¨®n urban¨ªstica, porque se me neg¨® toda participaci¨®n t¨¦cnica en lo que tuviera algo que ver con el urbanismo madrile?o y hasta nacional.
Cuando a?os despu¨¦s lleg¨® la prevista cat¨¢strofe, que ya todos lamentaban, se sali¨® del paso diciendo simplemente que aquello era el resultado de una situaci¨®n imprevisible e irremediable.
Las exposiciones universales aparecieron a caballo entre los a?os finales del siglo pasado y principios del actual. Y vinieron a ser la expresi¨®n pl¨¢stica de la euforia progresista de la era industrial, subrayada con los recientes inventos de la m¨¢quina de vapor, del motor de explosi¨®n, de la l¨¢mpara el¨¦rtrica incandescente, las estructuras met¨¢licas de perfiles laminados y las tecnolog¨ªas industriales del vidrio.
Las exposiciones universales comenzaron, por iniciativa del pr¨ªncipe consorte Alberto, con la de Hyde Park, en Londres, en 1851, y continuaron, con enorme ¨¦xito, hasta los primeros a?os del siglo XX.
En la primera se ensayaron las primeras soluciones de prefabricaci¨®n y las experiencias t¨¦cnicas de Paxton en el palacio de Cristal, que suscitaron grandes aplausos, como despu¨¦s tendr¨ªa la promovida por Napole¨®n III en Par¨ªs, en 1855, y otras a continuaci¨®n, en 1867 y 1878.
Las exposiciones universales se multiplican en todo el mundo. En Sydney, en 1879; en Melbourne, en 1880; en Ainsterdan, en 1883; en Amberes y en Nueva Orleans, en 1885; en Barcelona, Copenhague y Bruselas, en 1888.
La exposici¨®n universal de Par¨ªs de 1889, conmemorando la toma de la Bastilla, fue, sin duda, la m¨¢s espectacular y la que produjo, con su simb¨®lica torre Eiffel, la mayor explosi¨®n de entusiasmo. No olvidemos que estaban,en plena belle ¨¦poque.
Una continuaci¨®n m¨¢s modesta -pero digna- de estas exposiciones universales de Londres y Par¨ªs, de finales de siglo, han sido las nuestras: Internacional de Barcelona e Iberoamericana de Sevilla de 1929.
De estas exposiciones s¨®lo ha quedado en los libros de arquitectura la referencia del desaparecido pabell¨®n alem¨¢n de Mies van der Rohe, en Barcelona, y un precioso paseo de palmeras en Sevilla.
La exposici¨®n universal de Bruselas de 1958, con su pretencioso Atomium, fallida copia del simbolismo de la torre Eiffel, quiso marcar un hito en la arquitectura del siglo XX, pero se qued¨® solamente en alg¨²n acierto arquitect¨®nico aislado.
Despu¨¦s, las de Nueva York, Seattle, etc¨¦tera, por mucho dinero que costaran, y costaron mucho, no consiguieron salir de un discreto decoro, sin casi ninguna repercusi¨®n internacional. Visto con objetividad, m¨¢s repercusi¨®n sociol¨®gica ha tenido en los ¨²ltimos a?os Disneylandia, sin pretender ser m¨¢s que una ciudad recreativa infantil.
?Qu¨¦ ha fallado en las exposiciones internacionales de los ¨²ltimos a?os?
?Ha faltado ingenio? ?Ha faltado entusiasmo? ?Qu¨¦ es lo que ha faltado?
Creo que simplemente ha faltado oportunidad.
El mundo nuestro dista mucho de ser el mundo ilusionado de finales del siglo pasado. No es el momento de hacer ese tipo de demostraciones de esp lendor y que la gente se entusiasme por la ciencia y la t¨¦cnica.
La ciencia y la t¨¦cnica han pasado ya su factura de destrucci¨®n de la naturaleza, de deshumanizaci¨®n de las ciudades, de desequilibrio ecol¨®gico, sociol¨®gico y psicol¨®gico de las gentes, que han perdido, l¨®gicamente, su capacidad de asombro, admiraci¨®n y simpat¨ªa hacia todo ese supuesto progreso que no les ha tra¨ªdo la felicidad y que se les quiere presentar en unas instalaciones arquitect¨®nicas rimbombantes y novedosas.
El olor del azahar
Nuestro mundo de ahora, tambi¨¦n a caballo entre dos siglos, est¨¢ de vuelta y dolorido de pasados desafueros econ¨®micos y pl¨¢sticos, es, o quiere ser al menos, culto, refinado, humano y cordial; es decir, que sin prescindir ni despreciar el progreso cient¨ªfico y t¨¦cnico, sin renunciar a la electr¨®nica, pero situando todo eso en el lugar que jer¨¢rquicamente le corresponda en nuestra vida, sepa valorar el sonido de la fuente y el olor del azahar.
Sevilla no necesita epatar a Chicago ni a ning¨²n otro sitio. Necesita, simplemente, mostrar lo que es, lo que tiene y a lo que aspira a ser como ciudad del futuro y como cabeza de una comunidad con una gracia y se?or¨ªo singulares, llena de naturalidad campera y un embrujo irrepetible, que s¨®lo ella es capaz de mostrar en las grandes ocasiones, y ¨¦sta es, sin duda, una de ellas.
Un ¨²ltimo aviso a los caminantes. Que nadie piense que estoy abogando, y sin querer ofender, por una andaluzada a la antigua usanza. Sino simplemente por indicar que no se trata de quedarse en la espuma m¨¢s o menos graciosa de otros tiempos y anacr¨®nica en los nuestros.
El ambiente y su expresi¨®n formal, al que me estoy refiriendo, es muy sutil y peligroso y, por tanto, dificil¨ªsimo de concretar en jardines, fuentes y edificios. Yo este planteamiento lo veo como un desaf¨ªo. Como una forma nueva de concebir una exposici¨®n que pueda representar con dignidad ¨¦l grandioso y, a la vez, sencillo acontecimiento que quiere conmemorar.
Recordando al poeta, se podr¨ªa decir que todo esto podr¨¢ hacerlo Andaluc¨ªa. "Y Sevilla".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.