Beirut pas¨® la noche en el s¨®tano
Las bombas suelen anunciarse, pero el proyectil de mortero que alcanz¨® el tercer piso del Ministerio de Informaci¨®n liban¨¦s, donde est¨¢ el centro de prensa, sorprendi¨® a los 40 empleados y periodistas que decidieron pernoctar en el edificio al no poder regresar a sus casas a trav¨¦s de unas calles en las que no cesaba el crepitar de las armas.
Minutos antes de las 22.30 horas, las emisoras de radio hab¨ªan anunciado la conclusi¨®n de un nuevo alto el fuego y en el exterior no se o¨ªan ya explosiones cercanas. Para apaciguar los ¨²ltimos temores de los moradores forzados, los responsables del centro repet¨ªan hasta la saciedad que el ministro de Informaci¨®n y portavoz del Gobierno, Roger Chikani, hab¨ªa llegado a un acuerdo con Nabih Berri, el jefe de la poderosa milicia chiita Amal, para que el ministerio, custodiado por una peque?a guarnici¨®n de soldados, quedase al margen de los enfrentamientos.Tranquilizados y vencidos por el sue?o y el desgaste nervioso, periodistas y empleados, atrapados en el ministerio tras el brusco estallido a mediod¨ªa de los combates en el centro de la ciudad, se atrevieron, por fin, a abandonar las escaleras y pasillos para tumbarse en los c¨®modos divanes instalados a lo largo de las ventanas de la sala principal.
Periodistas y reporteros gr¨¢ficos hab¨ªan renunciado casi todos a desplazarse por las arterias de la capital porque en m¨¢s de una ocasi¨®n soldados nerviosos les hab¨ªan amenazado con sus armas si no respetaban el toque de queda decretado a mediod¨ªa del lunes por el Ej¨¦rcito.
A las 22.30 horas del lunes, y en tan s¨®lo una fracci¨®n de segundo, los cristales saltaron hechos a?icos y decenas de peque?os trozos de metralla cruzaron la habitaci¨®n a gran velocidad en medio de los gritos aterrorizados de las personas all¨ª congregadas, que, o se hab¨ªan tirado al suelo o se arriesgaban a correr escalera abajo hacia el s¨®tano.
S¨®lo Wolfgang, corresponsal del diario alem¨¢n Frankfurter Allgemeine Zeitung, permanec¨ªa inm¨®vil en su puesto intentado in¨²tilmente proseguir la conversaci¨®n, que minutos antes hab¨ªa iniciado por el ¨²nico tel¨¦fono que a¨²n funcionaba en el centro, con unos compatriotas suyos residentes en Beirut que le deb¨ªan creer muerto tras haber o¨ªdo la explosi¨®n.
"Todos al s¨®tano, r¨¢pido", gritaron algunos cabecillas improvisados mientras la mayor¨ªa de las mujeres lloraban y la comitiva iniciaba entre l¨¢grimas y lamentos su bajada hacia los garajes y la imprenta subterr¨¢nea, refugios seguros si otros proyectiles golpeaban nuevamente las paredes del ministerio.
Inexplicable y afortunadamente no hubo ni una sola v¨ªctima que lamentar, y, todo lo m¨¢s, trozos de cristal proyectados por el estallido ara?aron alguna que otra mano y el soplo de la deflagraci¨®n provoc¨® tambi¨¦n pasajeros dolores de cabeza.
Al iniciar la bajada hacia el s¨®tano, los nuevos refugiados dejaron detr¨¢s de s¨ª una habitaci¨®n desolada, sin cristales en las ventanas, con las cortinas rotas y los peri¨®dicos y bloques de apuntes diseminados sobre la moqueta junto con parte de la comida acumulada por la peque?a cafeter¨ªa para poder alimentar a los corresponsales si se prolongaban los combates.
En el segundo s¨®tano del ministerio, las mujeres libanesas se sentaron en las escasas sillas disponibles mientras los m¨¢s cansados se esforzaban en improvisar un lecho al lado de las impresoras de offset juntando cartones y bolsas de papel, y uno de los enviados especiales de la Radiotelevisi¨®n Italiana, Pietro Buttita, marcaba una y otra vez n¨²meros de tel¨¦fono para tratar de enlazar con su Embajada y el contingente militar italiano y desmentirles uno de los numerosos rumores que se propagaron esa noche por la ciudad: el de su supuesta detenci¨®n, junto con el corresponsal de este peri¨®dico, por el Ej¨¦rcito liban¨¦s.
Eran ya cerca: de la una de la madrugada cuando las alentadoras noticias procedentes de la superficie sobre una disminuci¨®n de la intensidad de los combates y el ofrecimiento de Al¨ª, un camarero chiita del bar de la prensa, para servirnos de gu¨ªa, nos incit¨® a cinco periodistas a intentar desplazarnos hasta el cercano hotel Cavalier para pasar la noche algo m¨¢s c¨®modamente.
Nunca 500 metros, recorridos a toda prisa pero par¨¢ndonos en las esquinas para asegurarnos, antes de cruzar, de que nadie nos iba a disparar, me hab¨ªan parecido tan largos. Pero el trayecto se desarroll¨® sin percances y ni siquiera tuvimos que recurrir a los buenos oficios de Al¨ª cuando pasamos al lado de un puesto de control de la milicia drusa. "Ahora que estamos en el poder", dec¨ªa divertido nuestro acompa?ante chiita, "protegeremos a los extranjeros".
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