Euskadi, la naci¨®n y la historia
Abertzales y espa?olistas coinciden en una cosa: la centralidad absoluta de la figura de Sabino Arana en la g¨¦nesis del nacionalismo vasco. Para los primeros, Sabino descubre la gran verdad de que Euskadi es la patria de los vascos y es el restaurador de unas esencias nacionales cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Para sus oponentes, es el forjador de un conjunto de mitos y creencias irracionales que suscitan la divisi¨®n en el propio pa¨ªs en torno a la idea de naci¨®n, negando la espa?olidad no menos esencial de Euskal Herr¨ªa. En ambos casos la naci¨®n parece estar ah¨ª por obra y gracia de Sabino, bien como forma perfecta que obliga religiosamente a sus hijos, bien como creaci¨®n esp¨²rea que resulta preciso desenmascarar en nombre de la unidad espa?ola. La doble significaci¨®n funciona adem¨¢s porque es operativa a la hora de orientar pol¨ªticas destinadas a consagrar el desgarramiento interno que caracteriza a la sociedad vasca contempor¨¢nea, quebrando toda perspectiva de integraci¨®n en nombre de la propia verdad que se trata de imponer por unos u otros medios coactivos.Lo que ocurre es que, como advierte Thompson, los mecanos conceptuales funcionan mal en historia, y menos para explicar los hechos nacionales. Aunque parezca una perogrullada, las naciones no vienen dadas ni pueden ser producto de una mente cargada de pasi¨®n; se hacen en la historia, mediante procesos de estructuraci¨®n (y desestructuraci¨®n), que pueden rematar en un logro definitivo o en situaciones muy diversas de frustraci¨®n. En Europa -y entre otros-, checos, escoceses y lituanos ser¨ªan ejemplos de ese amplio abanico de posibilidades. En todos los casos, y justamente para huir del mito, hay que rnirar hacia atr¨¢s y reconstruir la triple l¨ªnea de evoluci¨®n: econ¨®mica, pol¨ªtica e ideol¨®gico-cultural. En el caso de las relaciones vasco-espa?olas, esa clave reside en la etapa foral.
Claro que la pol¨¦mica no est¨¢ menos polarizada en torno al significado de los ffieros. Para la tradici¨®n sabiniana. son lagi zarrak, las viejas leyes expresi¨®n de la soberan¨ªa orig¨ªnaria vasca. De ah¨ª el valor simb¨®lico de la "reintegraci¨®n foral", abolitoria de la ley unificadora de 1839. Las Juntas Gener¨¢les de cada provincia ser¨ªan parlamentos con potestad legislativa, y de hecho habr¨ªa fancionado s¨®lo una uni¨®n personal, a trav¨¦s, del rey, con otros territorios de la Corona espa?ola.
La cr¨ªtica, aqu¨ª con todas las de ganar, subraya en sentido contrario el alto grado de integraci¨®n y fidelidad al rey, as¨ª como el l¨®gico protagonismo legislativo del rey y su Consejo de Castillo.. La situaci¨®n vasca, en t¨¦rminos institucionales, responder¨ªa al denominador com¨²n de la absorci¨®n de peque?os territorios por las grandes monarqu¨ªas del antiguo regimen, inclusive la de Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa en Francia, con variantes institucionales que se conservan tanto mejor cuanto m¨¢s reducida sea su dimensi¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica frente al absolutismo. Sin olvidar otros datos: emplazamierito estrat¨¦gico, capacidad negociadora...
Ahora bien, esa subordinaci¨®n no impide, sin embargo, que la conciencia de una situaci¨®n pol¨ªtica diferenciada vaya afirm¨¢ndose, paso a paso, entre los siglos XVI y XIX. Y con especial intensidad en Vizcaya y Guip¨²zcoa, cuando, tras la guerra de Sucesi¨®n, otros reg¨ªmenes forales sean suprimidos y las tres provincias, m¨¢s Navarra, en un extra?o laurak bat por exclusi¨®n, conserven una situaci¨®n pol¨ªticoadministrativa que perdura hasta bien entrada la era constitucional (1841-1876).
El futuro arsenal de Sabino va asimismo forj¨¢ndose. La independencia originaria y el pacto en la incorporaci¨®n a Castilla. La limpieza de sangre y la nobleza universal, de preocupaci¨®n compartida a signo de diferenciaci¨®n frente a otras tierras y supuesto de la "nobleza de la provincia" (Larramendi). La defensa del status quo fiscal, administrativo y militar en torno al pase foral. Por fin, ya en el siglo XIX, los fueros como soporte de un modo de vida id¨ªlico, rural y cristiano, libre de los males de la revoluci¨®n y el liberalismo.
La s¨ªntesis de Sabino Arana
Una vez abolidos los fueros en 1876, tras la derrota carlista, y a la vista del retroceso del euskera, rasgo esencial del pueblo vasco, ?por qu¨¦ no jugar a fondo con esos elementos diferenciales, evitando as¨ª su desaparici¨®n hist¨®rica? Campi¨®n y los euskaros lo ensayan, sin base sociol¨®gica, desde Navarra. Ser¨¢ Sabino Arana quien haga operativa la s¨ªntesis, en el marco de la industrializaci¨®n que experimenta Vizcaya a finales de siglo.
Sabino Arana no inventa apenas nada. Tiene los sumandos y da el total. Los argumentos de los fueristas sobre la independencia y la pureza del medio rural, el integrismo, el euskera como signo diferencial, la limpieza de sangre contrapuesta a la maquetizaci¨®n resultan funcionales para elaborar un rechazo radical del sistema de conflictos inducido por la industrializaci¨®n. Y esto es lo que hace atractivo al nacionalismo en el ¨¢rea de Bilbao, inicialmente, frente a la implantaci¨®n socialista y entre los obreros de fuera contra el bloque de poder -econ¨®mico y pol¨ªtico- que, con proyecci¨®n espa?ola, pone en pie una burgues¨ªa monopolista. La industrializaci¨®n lo cambia todo r¨¢pidamente, pero esos mismos desgarramientos devuelven actualidad a las ideas forjadas en la sociedad preindustrial. No hubo errores. Si el nacionalismo vasco emerge sobre una plataforma arcaizante es porque el pa¨ªs carece del desarrollo urbano y obrero que a lo largo del siglo XIX en cambio propicia sucesivamente el federalismo y el catalanismo popular. El vuelco demogr¨¢fico hace adem¨¢s que, tambi¨¦n a diferencia de Catalu?a, en la Vizcaya del novecientos, socialismo y espa?olismo coincidan, abriendo una fosa que la era franquista, la nueva oleada industrializadora de los sesenta y las estrategias pol¨ªticas s¨®lo har¨¢n ahondar.
La modernizaci¨®n crea. as¨ª los supuestos para que el mundo agrario sobreviva en el terreno de la ideolog¨ªa, tanto pol¨ªtica como cultural. Y la intensidad de las mutaciones, m¨¢s el recuerdo inmediato de las guerras carlistas y de la consiguiente ocupaci¨®n militar fomentan ese sentido ag¨®nico, de lucha a muerte por la supervivencia vasca, que singulariza al nacionalismo de Euskadi en el cuadro de otros nacionalismos coet¨¢neos suyos, en la Espa?a del cambio de siglo. Setenta a?os antes de Egin-, la referencia a "nuestros presos" preside las p¨¢ginas de la Prensa nacionalista. Y, al margen del legalismo del PNV, no falta quien sue?e con un futuro levantamiento vasco, producto de la represi¨®n espa?ola.
Como ha escrito G. J¨¢uregui, Franco cerr¨® el ciclo: Sabino Arana describ¨ªa a Euskadi como naci¨®n ocupada; el general hizo efectiva, y con toda crudeza, tal ocupaci¨®n. Luego, por fortuna, han surgido cauces institucionales para conseguir una articulaci¨®n democr¨¢tica de Euskadi en Espa?a. Las secuelas del pasado siguen ah¨ª, no obstante, y no s¨®lo en el problema capital de la permanencia de la acci¨®n terrorista. Ni en la pol¨ªtica de orden p¨²blico. La disyunci¨®n interna provocada en la sociedad vasca con la industrializaci¨®n sigue perpetu¨¢ndose en las principales estrategias enfrentadas en su sistema pol¨ªtico. Las bases sociol¨®gicas y culturales para la integraci¨®n son bien fr¨¢giles. Pero ello no impide su necesidad hist¨®rica en un proceso de construcci¨®n nacional, cuya voluntad de realizaci¨®n, por encima de todas las carencias y fracturas internas, resulta patente en la sociedad vasca de hoy.
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