Jos¨¦ Vallejo , 25 a?os despu¨¦s
Acaba de cumplirse un cuarto de siglo de la muerte repentina del profesor Jos¨¦ Vallejo, catedr¨¢tico de Filolog¨ªa Latina durante 20 a?os en la universidad de Madrid y antes en la de Sevilla. Hab¨ªa sido el maestro indiscutible de dos generaciones profesionales de la docencia y la investigaci¨®n de las humanidades cl¨¢sicas y de la ling¨¹¨ªstica latina.Vallejo era un sevillano que a los 24 a?os hab¨ªa obtenido una c¨¢tedra de instituto de Lat¨ªn en la m¨¢s brillante promoci¨®n de aquella d¨¦cada. Su talento y su laboriosidad llamaron pronto la atenci¨®n de Men¨¦ndez Pidal, que le vincul¨® al Centro de Estudios Hist¨®ricos y a la prestigiosa Revista de Filolog¨ªa Espa?ola (la famosa RFE), que hab¨ªa fundado y dirig¨ªa personalmente don Ram¨®n. Incorporado como profesor de Lat¨ªn al Instituto Escuela, pudo ya a edad temprana alternar la ense?anza y el estudio como har¨ªa hasta el final de su vida cuando repart¨ªa el tiempo entre la facultad y el Instituto Nebrija de Filolog¨ªa Cl¨¢sica. Varios de sus alumnos del Instituto Escuela cultivaron despu¨¦s las disciplinas human¨ªsticas, empezando a realizarse la singular vocaci¨®n de magisterio que ten¨ªa Vallejo, junto con un modo absolutamente peculiar de ejercerla. Yo creo que ¨¦l nunca llam¨® a nadie para que trabajara con ¨¦l o siguiera las l¨ªneas de investigaci¨®n en las que ¨¦l estaba empe?ado. Pero tampoco rehuy¨® nunca hablar con cualquier joven estudioso refiri¨¦ndole con naturalidad lo que sab¨ªa de la materia que interesaba a su interlocutor y declarando paladinamente, sin falsas modestias, sino con inmenso realismo, lo que ¨¦l mismo ignoraba o no hab¨ªa sido estudiado todav¨ªa.
Vallejo, que no hab¨ªa tenido propiamente maestros de lat¨ªn, no ocult¨® nunca su admiraci¨®n por la obra y los m¨¦todos de tres grandes personalidades de la. generaci¨®n anterior a la suya: Men¨¦ndez Pidal, G¨®mez Moreno y, Julio de Urquijo. Despu¨¦s del Instituto Escuela de Madrid, Vallejo ense?¨® desde 1930 en la universidad de Sevilla, como he dicho, no sin alternar su docencia del lat¨ªn en Espa?a con los cursos, en centros universitarios del mundo anglosaj¨®n, y alguna temporada de estudios en pa¨ªses de habla alemana.
Vallejo fue tambi¨¦n mi maestro y el de otros varios latinistas y helenistas espa?oles que empezaron a cultivar esas disciplinas entre los a?os treinta y el final de los cincuenta. Public¨® relativamente poco para lo mucho que hab¨ªa estudiado: unas seis o siete docenas de trabajos de investigaci¨®n, seg¨²n se incluyan o no entre sus estudios personales, los extensos comentarios cr¨ªticos a que era tan aficionado y en los que, discutiendo con los autores, vert¨ªa ideas originales y un nutrido haz de brillantes sugerencias. Pero esos trabajos se aducen y se discuten todav¨ªa en la bibliograf¨ªa internacional. Fue siempre tambi¨¦n un entra?able amigo de sus amigos, entre los que, como alumno primero y como colega despu¨¦s, tuve el honor de contarme. Pienso en Gonzalo Men¨¦ndez Pidal, en Jos¨¦ Rey, en Miguel Herrero Garc¨ªa, Eugenio Asensio, Luis Oitiz Mu?oz, Jos¨¦ Manuel y Jes¨²s Pab¨®n, Abelardo Moralejo, Eulogio Varela, Federico Navarro, ?lvaro d'Ors, Michelena, Manuel Fern¨¢ndez-Galiano, Diego Angulo, etc¨¦tera.
Vallejo, que hab¨ªa perdido muy joven a sus padres y que no tuvo hijos, estaba especialmente ligado, adem¨¢s de a sus amigos, a la familia de Felisa, la esposa entra?able, universitaria tambi¨¦n y meteor¨®loga de profesi¨®n, y a sus parientes, entre los que se contaba el poeta y dramaturgo Alejandro Casona, casado con la hermana de su mujer.
No es este el momento ni el lugar para una enumeraci¨®n ni para un examen cr¨ªtico de las publicaciones de Vallejo, de las que ya en su d¨ªa ofreci¨® una pormenorizada relaci¨®n Garc¨ªa Calvo. S¨ª es, en cambio, oportuno a los 25 a?os de su muerte decir unas palabras sobre la significaci¨®n de su figura en la cultura de Espa?a, cuando se posee ya una perspectiva para enmarcar el recuerdo del intelectual y la obra del cient¨ªfico. Era un sabio sencillo y un esp¨ªritu selecto. Su ingenio, en ocasiones burl¨®n, rayaba a veces en la mordacidad, con esa contenci¨®n final tan andaluza del que nunca se permite rebasar las fronteras del buen gusto. Pero es que estaba siempre desbordado por su capacidad de ocurrencias y por su especial inclinaci¨®n a ver la vida, el mundo, la realidad y la gente con un margen de iron¨ªa envolvi¨¦ndose en el gesto esc¨¦ptico con que la gente del Sur vela tantas veces una profunda timidez.
Vallejo se consideraba disc¨ªpulo de Men¨¦ndez Pidal, prendado de su magisterio y de sus motivaciones. Un¨ªa al aire de la escuela la erudici¨®n personal del humanista, con ribetes de bibli¨®filo empedernido y constante. La colecci¨®n de los libros de memorias, pulcramente ordenada y cuidada con esmero, constitu¨ªa la parte m¨¢s personal de su biblioteca, no muy nutrida, pero bien seleccionada, de estudioso y de lector infatigable. El historiador de la lengua y estudioso historicista que era Vallejo se complac¨ªa en fijar las primeras apariciones de usos ling¨¹¨ªsticos y modos de decir castellanos, que pod¨ªan datarse principalmente en los libros de memorias, en donde su aparici¨®n suele ir acompa?ada de alguna especie de excusa o captatio benevolentiae.
Vallejo era historicista en filolog¨ªa y tambi¨¦n en su concepto del hombre, de las lenguas y de Espa?a. Era tambi¨¦n un positivista moderno, para el que en sintaxis latina, por ejemplo, y en las otras disciplinas afines, lo que no eran hechos o datos no contaba. La investigaci¨®n cient¨ªfica consist¨ªa para ¨¦l en explicar lo que ten¨ªa una explicaci¨®n plausible, y registrar, como documentos, todo lo dem¨¢s.
El esp¨ªritu del pueblo
Igual que para el com¨²n de los fil¨®logos de escuela de Pidal, para Vallejo la lengua era algo as¨ª como la proyecci¨®n y la forma del esp¨ªritu de un pueblo: la forma, en el sentido humboldtiano, entendida como uno de los moldes, o el principal de ellos, en que se hab¨ªa plasmado el ser y el estilo de una naci¨®n o de toda una cultura. Por eso, en busca del Volksgeist espa?ol segu¨ªa con atenci¨®n la cronolog¨ªa y la geograf¨ªa de las andanzas cartaginesas en la pen¨ªnsula, y la protohistoria ib¨¦rica y celtib¨¦rica, que, al igual que lo vasco, antiguo, medieval y moderno, hab¨ªan conformado, junto con la romanidad, la realidad espiritual y social de Espa?a.
El mensaje de Vallejo ser¨ªa m¨¢s o menos el siguiente. Hijos de nuestra tierra y de nuestra propia cultura, vivimos enmarcados por nuestra geograf¨ªa y llevamos en lo m¨¢s profundo de nuestro esp¨ªritu la huella de una lengua que tiene un "genio" propio, con todas las exigencias que eso implica, y que posee una historia que resulta inseparable de sus mismas realizaciones. Una lengua que, antes de existir como tal, hab¨ªa sido lat¨ªn. Y del lat¨ªn, lengua, y de su literatura, proced¨ªa y procede el torso que constituye la estructura de las culturas peninsulares. Quiz¨¢ por eso Vallejo se interesaba tanto por la proyecci¨®n de la cultura latina sobre la espa?ola, hasta el punto de que una de las obras que dej¨® esbozadas, y la que m¨¢s le hubiera gustado concluir, era la bibliograf¨ªa de los traductores espa?oles de los cl¨¢sicos antiguos en la cultura espa?ola, hasta que la literatura nacional, ya en plena edad moderna, empez¨® a alimentarse con sus propias creaciones.
Pero el lat¨ªn y la cultura romana, de que procede por derecho la de Espa?a, no se establecieron en la antig¨¹edad sobre un desierto. En la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica hab¨ªa, antes de la colonizaci¨®n romana, algunas lenguas que eran veh¨ªculos de comunicaci¨®n y de creaci¨®n de cultura, y que entre los vascos, por ejemplo, se han conservado hasta hoy. De ah¨ª el inter¨¦s de Vallejo por lo ib¨¦rico y lo celtib¨¦rico, y por la ling¨¹¨ªstica euskera. La amistad con Urquijo y algunos estudios topon¨ªmicos son las pruebas de esto ¨²ltimo, as¨ª como su decidida asistencia a Michelena, en quien hab¨ªa descubierto los valores que hoy le reconocen todos los especialistas.
Yo dir¨ªa que la visi¨®n que ten¨ªa el maestro Vallejo de la lengua y de la vida de Espa?a era hist¨®ricosociol¨®gica, si se me permite definirla con una palabra que ¨¦l hubiera rechazado. Vallejo m¨¢s bien hubiera dicho que ¨¦l ve¨ªa la lengua -latina, ib¨¦rica, vasca, griega o castellana-, la vida y Espa?a, sencillamente como son, que es tambi¨¦n como aparecen a la vista del que las estudia en serio.
En lo que concierne a las ciencias del lenguaje, Vallejo, sin merma de sus profundas convicciones historicistas, estudiaba con inter¨¦s rayano en la avidez todas las innovaciones doctrinales y metodol¨®gicas de que ten¨ªa noticia, aunque no se dejara casi nunca convencer por ellas. Naturalmente, ya en su juventud, hab¨ªa le¨ªdo el Curso de Saussure, pero sin cre¨¦rselo del todo. Prefer¨ªa los historiadores y los soci¨®logos del lenguaje, aunque nunca se le oyera emplear este ¨²ltimo t¨¦rmino, tan poco de su gusto, por la falta de rigor a que conduce como una pendiente resbaladiza. Sus autores de cabecera eran entre los principales ling¨¹istas y fil¨®logos de estas escuelas de la primera mitad del siglo XX. Pero segu¨ªa a todos los ling¨¹istas e historiadores del mundo grecorromano. Yo he tenido en mis manos los primeros libros de Trubetzkoi y de Schrijnen, le¨ªdos por Vallejo al tiempo de su aparici¨®n, con las notas marginales de quien los hab¨ªa estudiado atentamente.
Uno de los papeles que conservo con especial admiraci¨®n son unos breves apuntes manuscritos de 1958 sobre las Estructuras sint¨¢cticas, el primero de los libros del creador del generativismo Noam Chomsky, publicado el a?o anterior en La Haya. Pocos espa?oles lo hab¨ªan conocido tan pronto. Vallejo segu¨ªa todo lo que ten¨ªa que ver con la sintaxis en general y en particular con el lat¨ªn cl¨¢sico, tard¨ªo y medieval, con la Espa?a antigua, con el mundo ib¨¦rico (de aqu¨ª el Vallejo interesado por las inscripciones de las monedas y la localizaci¨®n de las cecas prerromanas de la pen¨ªnsula)y lo vasco.
Pero la deuda de los fil¨®logos cl¨¢sicos espa?oles con el maestro ,desaparecido hace ahora 25 a?os tiene otras dos vertientes: la revista Em¨¦rita y la biblioteca del Instituto Nebrija o del Consejo, que son la impecable continuaci¨®n de la labor que el Centro de Estudios Hist¨®ricos hab¨ªa iniciado en el campo de la filolog¨ªa cl¨¢sica en 1933. Gracias a la presencia y a la dedicaci¨®n de Vallejo, la tarea se prosigui¨®, sin que la guerra civil significara m¨¢s ruptura que la ausencia de Espa?a de alg¨²n exiliado eminente. ?l lo hizo todo o casi todo durante 20 a?os, desde el mismo 1939, con la ayuda de los j¨®venes de entonces, como Tovar, D'Ors, Fern¨¢ndez Galiano, Magari?os muy pronto y, algo m¨¢s tarde, de los que vinimos despu¨¦s.
Los azares de la vida determinaron que entre los disc¨ªpulos de Vallejo fuera yo el que m¨¢s cerca estuvo de su amistad y sus confidencias durante los ¨²ltimos a?os de su vida, y que ahora me haya tocado desempe?ar la presidencia de la Sociedad Espa?ola de Estudios Cl¨¢sicos, cuando se cumplen 25 a?os de la muerte del que fue mi maestro. Recuerdo que mis primeras clases universitarias fueron como ayudante de Vallejo, en su propia c¨¢tedra, leyendo y traduciendo a Catulo por indicaci¨®n suya. Hay un bello poema que el vate de Verona dedica a la muerte de su hermano, al visitar su tumba al retorno a la patria, tras haber recorrido muchas tierras y surcado mares. Yo cerrar¨ªa esta evocaci¨®n del maestro haciendo m¨ªas las palabras y el esp¨ªritu con que el poeta acud¨ªa a su hermano a ofrecer un homenaje p¨®stumo y dirigir a sus mudas cenizas una voz que no espera respuesta, y que, en nombre de los que fuimos sus disc¨ªpulos y de los que lo son nuestros, consiste en decir sencillamente: bene magistrum, ave atque vale.
es catedr¨¢tico de Filolog¨ªa Latina en la Universidad Complutense y presidente de la Sociedad Espa?ola de Estudios Cl¨¢sicos.
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