Adolfo Marsillach
-Lo que pasa es que t¨² siempre me impones un gran respeto, Umbral.-?Yo?
-S¨ª, no s¨¦ lo que es. Me pasa algo parecido con otras personas, con pocas. Cuando estoy con ellas, siempre pienso: "Bueno, a ver qu¨¦ gilipollez voy a decir ahora".
-O sea que es imposible la conversaci¨®n.
(Pero s¨¦ que ha dicho eso del respeto precisamente para librarse de ello: seguramente no era m¨¢s que una peque?a catarsis. Los c¨®micos saben, como los psicoanalistas, que para liberarse de las cosas hasta con decirlas en voz alta).
-Con nuestro querido Haro Tecglen me pasa igual, Paco. Y ya sabes que le quiero mucho. Pero incluso tengo m¨¢s confianza con ¨¦l. T¨² me impones mucho.
-A ti te pasa algo con nuestro querido Eduardo, Adolfo.
-Bueno, yo hice un espect¨¢culo desafortunado, MataHari, y comprendo su cr¨ªtica, pero me duele que dijese que s¨®lo estaba bien Mercedes, que hab¨ªa intervenido apresuradamente, sustituyendo a una enferma. Era como negar toda mi labor de director de actores.
-Me parece que te interesa sobre todo la direcci¨®n de actores. Eso quiere decir que quisieras que todos lo hiciesen como t¨², que el teatro estuviese lleno de peque?os Adolfos que s¨®lo podr¨ªan osar imitarte y seguirte con tu permiso. Es un caso morboso de la voluntad nietzscheana de poder. T¨² lo que quer¨ªas era el poder, el poder en el teatro, y por eso te viniste a Madrid.
-Yo soy hijo y nieto de actores frustrados, que acabaron, inevitablemente, en cr¨ªticos de teatro. Y a m¨ª me pod¨ªa haber pasado lo mismo. Yo hab¨ªa estudiado Derecho (con Senillosa de compa?ero, por cierto), y pens¨¦ que si fracasaba como actor abrir¨ªa un bufete. De modo que mi vocaci¨®n teatral es deliberada voluntarista, quiz¨¢, aunque como ves, tiene algo de heredado. La primera vez que sub¨ª a un escenario me sent¨ª muy seguro pese a mi timidez.
-El escenario es una defensa-S¨ª, tienes raz¨®n, es una defensa. Aqu¨ª en Madrid trabaj¨¦ con Catalina B¨¢rcena. Ensay¨¢bamos en una casa regional. Catalina B¨¢rcena era una mujer temible, un poco d¨¦spota. Me re?¨ªa mucho por meterme las manos en los bolsillos, por volverle la espalda al p¨²blico, por todo. Efectivamente, quer¨ªa y necesitaba el poder. Y el director, en el teatro, hoy, es Dios, as¨ª como en el siglo pasado lo fue, por ejemplo, el primer actor. Luego puede que la cosa fracase, pero, mientras duran los ensayos, uno es Dios. Yo ya he aprendido a corregirme de todo eso, pero alguna vez lo he vivido muy intensamente.
-En tu apolog¨ªa del director, no has hablado para nada del autor. Si t¨² eres Dios, ?qu¨¦ es, qui¨¦n es el autor?
-Bueno, Dios es trino. Y hay que distinguir entre autores vivos y muertos. Con el autor vivo hay que entenderse. Con el muerto puedo hacer lo que me de la gana. Mi propia creaci¨®n del personaje, quiero decir.
-Una de las muchas veces que se ha puesto por televisi¨®n tu "Cajal", la Familia de don Santiago te escribi¨® diciendo que al sabio nunca le temblaron las manos, ni siquiera a sus 80 a?os. ?Lo volver¨ªas a hacer hoy con temblor de manos?
-Desde luego. Las familias qu¨¦ saben. Es veros¨ªmil que a un viejo de 80 a?os le tiemblen las manos. Es un elemento expresivo que a?adir al personaje. El p¨²blico lo entender¨¢ as¨ª mejor. A m¨ª qu¨¦ me importa que a Cajal no le temblasen. Lo que no entiende el p¨²blico, y menos la fa milia del pensonaje, cuando hay personaje real, es que Cajal ya no es Cajal, sino que yo estoy creando una cosa a partir de Ca jal. Por eso odio el realismo, no creo en ¨¦l. En cuanto t¨² te pones a escribir una cosa, Umbral, deja de ser verdad para ser literatura, que es lo que nos interesa.
-Con esto, que me parece muy bien, volvemos, Adolfo, a tu hegemon¨ªa como director/actor, a vuestro desprecio por el texto. Si puedes hacer impunemente tu Cajal, que ha existido, ?qu¨¦ no har¨¢s con h¨¦roes inventados que no existen?
-Shakespeare ten¨ªa una compa?¨ªa y seguramente les explic¨® c¨®mo era Hamlet. A nosotros no nos ha explicado nada, de modo que cada uno puede hacer su Hamlet.
-Me parece, Adolfo, que realizas tu voluntad de poder, tan reconcentrada, tan delicada, m¨¢s en el teatro que en la vida. Considerando a ese ser cent¨¢urico de fantas¨ªa/realidad que es el actor, t¨² tienes mucho m¨¢s de actor que de hombre.
-Pues me parece que s¨ª, ahora que me lo dices. Me he realizado m¨¢s en el teatro que en la vida. Pero ?qu¨¦ es la vida? La casa, los amigos, la mujer, unas mujeres, la otra casa en el campo. Todo eso lo tengo y lo vivo. Quiz¨¢ en el teatro, si es eso lo que quieres decir, me he realizado m¨¢s que en la vida, pero es que mi vida es el teatro.
-Las mujeres. ?Por qu¨¦ vives con Mercedes?
(Mercedes es joven, casi adolescente, y actriz.)
-Porque Mercedes me gusta, es joven (siempre me han gustado las mujeres muy j¨®venes, como a ti), nos entendemos bien, esto funciona, y estoy ya cansado de la sorpresa, del ligue, de la aventura, de todo eso.
-Del mismo modo que antes, hablando del teatro, no pronunciaste nunca la palabra "autor", ahora, hablando de la mujer, no has pronunciado la palabra amor".
-Bueno, pienso que todas ¨¦sas cosas que he enumerado son el amor.
-Ver¨¢s, Adolfo. Aparte la fascinaci¨®n de la ninfa (desde las culturas primitivas viene el culto a la virgen: y lo que menos importa es que realmente sean v¨ªrgenes), est¨¢ el erotismo como exotismo, la pareja ilegible, como a m¨ª me gusta decir. Aqu¨ª se cumple una ley que tambi¨¦n se cumple en poes¨ªa: cuando m¨¢s distantes entre s¨ª sean las dos co sas que se relacionan, m¨¢s brillante y reveladora es la met¨¢fora. Esto lo vieron bien los surrealistas. Del mismo modo que es bueno el mestizaje para la reproducci¨®n, es bueno el mestizaje cultural, de edad, clase o cos tumbres para el amor. Machado dec¨ªa que la mujer es "lo esencialmente otro". Yo dir¨ªa que es lo exasperadamente otro. Y cuando m¨¢s otro/otra, mejor. La fusi¨®n resulta m¨¢s brillante. Por otra parte, emparej¨¢ndonos con una menor tenemos la sensaci¨®n de estarle robando algo al tiempo, a la vida, a los huertos venideros del futuro. La sensaci¨®n de estarnos burlando del tiempo, de estar parando nuestro propio tiempo. En una palabra, la transgresi¨®n existencial, y tambi¨¦n social, pues que la pareja ilegible siempre es un desaf¨ªo a lo esta blecido.
-Nunca me lo hab¨ªa planteado, Paco, tan brillantemente como lo has hecho t¨² ahora, pero creo que tienes toda la raz¨®n. Lo que pasa es que yo ampliar¨ªa el concepto. Ese robo a la vida, al tiempo, no lo ejecutamos s¨®lo en el amor: tambi¨¦n en la indumentaria, en los gustos, en la calle. Nuestros padres, a esta edad, eran ya unos ancianos, y nosotros aqu¨ª estamos.
Aqu¨ª estamos, s¨ª, del sal¨®n en el ¨¢ngulo oscuro, ¨¦l con su cocacola y su catarro, yo con mi whisky. Enciendo una l¨¢mpara como a traici¨®n, como iluminando al hombre Marsillach por dentro.
-?Y t¨² qu¨¦ tal persona eres, Adolfo?
-Yo soy una buena persona, aunque tengo fama de malo. Te prometo, Umbral, que soy buena persona. Lo ¨²nico que soy muy vengativo y no perdono y no olvido jam¨¢s y disfruto mucho veng¨¢ndome, pero soy buena persona.
-Fama de malo. Y de fr¨ªo, distante, despectivo, ego¨ªsta, introvertido.
-S¨ª, todo eso. Pero mayormente en la profesi¨®n. A m¨ª, en la profesi¨®n, el que me la hace, me la paga. Lo que pasa es que tardo tanto en vengarme que luego, a lo mejor, ya no me acuerdo de qu¨¦ me estoy vengando, pero al interesado le hago polvo. Yo s¨¦ que me estoy vengando de algo, aunque no sepa ya de qu¨¦. Tambi¨¦n procuro disimular mi venganza con toda clase de argumentos, para que el otro no se entere. S¨®lo yo s¨¦ que es una venganza. Y me basta con eso. Como ves, algo completamente infantil.
-?Te vengas de las mujeres?
-Pues nunca me lo hab¨ªa planteado, pero ahora que me lo preguntas veo que no. La mujer que m¨¢s da?o me ha hecho en el mundo, hasta el punto de que tuvieron que operarme de ¨²lcera, ahora es una buena amiga. Nunca he pensado en vengarme de ella. Lo de las mujeres se me olvida.
-Dice la Prensa f¨¢cil que eres polifac¨¦tico.
-Odio a los polifac¨¦ticos y odio la palabra. No se pueden tener dos profesiones, o varias. Hago muchas cosas, es cierto, pero todas dentro del teatro. Y ahora estoy haciendo cine, en condiciones p¨¦simas (bueno, yo jam¨¢s he conocido un rodaje confortable), precisamente por eso que dec¨ªamos antes: porque hacer cine me parece "joven", una vuelta a otros tiempos o un par¨®n en mi tiempo.
Uno, por algo que, en plena org¨ªa machista, podr¨ªamos llamar algo as¨ª como pudor viril, nunca le ha expresado a Adolfo, absolutamente, lo mucho que le admi-
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ra y le quiere, c¨®mo recibe uno sus pulsaciones -"vibraciones", ya que vamos de falsos j¨®venes, en esta conversaci¨®n- de instrumento humano/musical muy delicado, muy sensible, ego¨ªsta como lo pueda ser un viol¨ªn e hist¨¦rico como lo pueda ser un piano. Uno a Adolfo lo quiere sin motivo ni raz¨®n.
-Entre el director de escena que se limitaba a no existir, Adolfo, y el director/Dios que has descrito antes ?qui¨¦n eres ahora?
-En pleno -victorgarcismo hice mi S¨®crates para recordar que al teatro le basta con la palabra. En cuanto a mi famosa direcci¨®n de actores, te dir¨¦ que ya no pretendo llenar el teatro de Adolfitos. Por el contrario, observo los vicios profesionales de cada actor y los potencio. Si hay un actor que mueve las manos de una manera peculiar y fea, no le corrijo, sino que convierto eso en un gag. Naturalmente, lo que pasa es que el actor ya no me sirve para otra funci¨®n.
-El ocio.
-El ocio me aburre tanto como a ti, Umbral. El mar se ve en cinco minutos. Yo, cuando llego a un pa¨ªs, lo primero que hago es ponerme al tanto del teatro de ese pa¨ªs. Estos d¨ªas, en la cama, con gripe, he estado tomando notas para cosas. El ocio es una bobada.
-Tus art¨ªculos son siempre dialogados. Art¨ªculos de dramaturgo.
-Claro. Es para m¨ª lo m¨¢s f¨¢cil.
-?Eres un escritor frustrado?
-Frustrado en funci¨®n del teatro. He estrenado a los 50 a?os una obra de ¨¦xito que tendr¨ªa que haber estrenado a los 30.
Es lo mismo que me dijo en los primeros sesenta, en la primera entrevista que le hice, en su camerino desgualdrajado de un teatro madrile?o, y a la que me contest¨® casi hostilmente, sin mandarme sentar: "Voy a dejar esto y a dedicarme s¨®lo a escribir, que es lo m¨ªo". Ha pasado casi un cuarto de siglo. Ahora dice que soy un se?or que le impone. Se ve que el tiempo funciona en contra m¨ªa. "S¨ª, claro, lo mismo que Cela: lo que pasa es que Cela no me somete a interrogatorios". Hemos tenido vagos proyectos teatrales, juntos, siempre por iniciativa suya, que cre¨ªa en m¨ª de una forma disparatada. Al final es mejor que todo se quede en la amistad.
-Lo que te dec¨ªa del ocio, Umbral. Pens¨¦ en retirarme a Lanzarote, como has pensado t¨² en irte a tu pueblo. Pero era muy aburrido, ya lo sabes.-?Por qu¨¦ te odian los que te odian?
-Porque soy catal¨¢n y he ahorrado un peque?o dinero. Hay otros que caen m¨¢s simp¨¢ticos porque, adem¨¢s de serlo, no tienen un duro, y eso siempre gusta a los espa?oles. As¨ª se perdona mejor el ¨¦xito.
Luego puso Oliver. All¨ª estaba, con la calva y la cl¨¢mide de S¨®crates, en el div¨¢n de frente, sesenta/setenta, y entonces el que se impresionaba era yo, de verle, y parec¨ªa que nos ignoraba a todos mientras hablaba con uno solo, recibido paulatinamente en su div¨¢n. Tere del R¨ªo, entonces su mujer, iba de egipcia sexy y de vez en cuando perd¨ªa una joya que todos busc¨¢bamos a gatas por la moqueta, debajo de las mesas y los sillones. Con Tere del R¨ªo tuvo dos hijas que ahora van de actrices. Hizo un Maratl Sade inolvidable y prohibido, y, me parece que con Buero Vallejo, un Hamlet m¨¢s bien olvidable. Y, quiz¨¢ no por culpa de Buero. Aquello era el fort¨ªn debil¨ªsimo de la Resistencia anticuarenta?ista, con figuras tan febles y l¨²cidas como la de Eduardo Rico. Las hijas, ahora, tienen m¨¢s o menos la edad de su mujer, Mercedes, y Mercedes tiene un cuello cisne/Modigliani que yo le envidio mucho a Adolfo. La cabeza de Ram¨®n y Cajal (se r¨ªe Verdes cuando se lo digo) y la cazadora de progre carroz¨®n. Hay cr¨ªticos que opinan que Cajal, aparte de un genio cient¨ªfico, no ten¨ªa por qu¨¦ ser un modelo urbano, tal y como nos lo cont¨® la tele. Don Santiago se iba de ni?as: yo me parece que lo cuento en mi¨¢ memorias. Pero esta beatificaci¨®n de un cient¨ªfico laico no es atribuible a Marsillach, naturalmente, sino a los guionistas y al loable desvelo edificante de la tele.
-?Qu¨¦ edad ten¨ªa Amparo Soler cuando te casaste con ella?
-Veinte a?os. Nunca me ha gustado pasar de esa edad, en mujeres.
Con la conversaci¨®n, naturalmente, ha perdido ese respeto que me ten¨ªa. A uno tambi¨¦n le parece que las mujeres comienzan a ser ancianas despu¨¦s de los 20. Somos unos machistas irrecuperables, pero ho lo pasamos del todo mal.
-Se dice que exageras en lo de economizar dinero, Adolfo/ fenicio.
-Ya te he dicho Que he ahorrado muy poco.
Despu¨¦s del prolongado ¨¦xito de su funci¨®n autobiogr¨¢fica Yo me bajo en la pr¨®xima, ?y usted?, Justo Alonso le encarg¨® un espect¨¢culo brillante, e hizo Mata-Hari s¨®lo porque se encontr¨® una biograf¨ªa de aquella meretriz internacional en una librer¨ªa de viejo de la calle del Prado, donde ¨¦l viv¨ªa entonces. Pero escribiendo/escribiendo, lleg¨®, quiz¨¢, a creerse que Mata-Hari era Juana de Arco, por el juicio que le hace. Quiso huir, por otra parte, de Fatalidad, de la Dietrich, una biograf¨ªa cinematogr¨¢fica de la esp¨ªa donde no se la nombra. Dud¨®, en fin. Si algo caracteriza a este hombre es la dubitaci¨®n civilizada. Por eso es un Hamlet natural que siempre podr¨¢, en Espa?a, hacer mejor que nadie el HamIet.
-Haro TecgIen parece como que nos desprecia un poco con su imparcialidad.
-T¨² y yo conocemos bien, Adolfo, a Eduardo, y sabemos que es tierno. Lo que pasa es que la imparcialidad no existe. Y eso le obliga, quiz¨¢, a forzar la postura. Otra vez el poder, para terminar.
-El ¨¦xito, como t¨² sabes, est¨¢ vac¨ªo, Umbral. El poder cansa. Lo ¨²nico que sigue importando es la vocaci¨®n, la realizaci¨®n.
-Si algo te falta, Adolfo, para completar la imagen, es el escepticismo.
-Soy esc¨¦ptico, no creo en nada, pero, cuando acepto un trabajo, lo tomo con gran ilusi¨®n y responsabilidad. Otros hacen como que no les preocupa nada, pero les preocupa tanto como a m¨ª. Por ejemplo, nuestro admirado Fern¨¢n-G¨®mez. S¨®lo que ¨¦l es el ¨¢ngel bueno y yo el ¨¢ngel malo.
-Otra vez el complejo de malo, de malvado.
-S¨ª, Fernando le da a todo un aire entre p¨ªcaro y ¨¢crata, como que no importa. Lo mismo puede montar un cl¨¢sico que anunciar una langosta. Yo he anunciado champ¨¢n, pero parece que a m¨ª todo me importa m¨¢s. Y no es verdad.
Cuando viene a mi dacha, en verano, con Mercedes, mi sobrina Carola se enamora de ¨¦l por una tarde y se pone su minifalda amarilla m¨¢s adolescente para recibirle. Ahora que no cree en la gloria ni en nada, yo le dir¨ªa, con toda entra?abilidad: "La gloria, Adolfo, es eso: que una adolescente dulce y en sombra, pregunte: T¨ªo ?y va a venir esta tarde Adolfo?".
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