Cubalibre de ron
Cuando un cubano viene al mundo, de pronto se entera de que su entierro ya est¨¢ pagado. No s¨¦ si este servicio proporciona al futuro usuario una cierta alegr¨ªa. Tal vez el no tener que pasarse la vida luchando por conseguir un f¨¦retro aceptable sea algo aburrido, pero al parecer los taxistas lo agradecen mucho porque te lo cue¨¢tan en seguida.-Aqu¨ª te mueres.
-Bien.
-Y la familia puede escoger entre llorarte en casa o llevarte a un establecimiento. En este caso se presentan a domicilio unos funcionarios que te acicalan antes de subirte a un furg¨®n. Aqu¨ª todos se van a la etemidad perfectamente peinados.
-?Y las coronas?
-Eso es aparte. Exceptuando flores y l¨¢grimas, el resto corre a cuenta del Estado. Cualquier ciudadano tiene derecho a dos metros c¨²bicos de tierra. En los cementerios cubanos tampoco hay clases.
La medicina es casi perfecta
En Cuba tambi¨¦n puede uno hacerse enderezar la nariz por pura vanidad sin pagar nada. La medicina es casi perfecta, totalmente gratuita, y abarca la gama entera del dolor humano en su cartilla, desde una simple caries a la operaci¨®n de cerebro, desde el mero resbal¨®n al caramelo obligatorio que se da a los ni?os con la vacuna trivalente. La mortalidad infantil ha descendido a nivel de pa¨ªs industrial y la poliomielitis ha sido erradicada por completo. Antes de la revoluci¨®n, en los boh¨ªos y barriadas de bidones los babalaos de tribu a¨²n ejerc¨ªan exorcismos africanos. Hab¨ªa una multitud de hechiceros, santeros o sanadores que al terminar la pelea de gallos pasaban una v¨ªscera seca de gato sobre la frente de los enfermos para curarles una p¨²stula, alg¨²n ataque misterioso y otros males sagrados e innombrables. La visita a un m¨¦dico racionalista costaba cinco pesos y un limpiabotas ganaba s¨®lo unos centavos bailando la rumba todo el d¨ªa alrededor de un zapato. Ahora el hospital Centro-Habana, con la traza de un orgulloso rascacielos, se levanta en la curva del malec¨®n dominando las viejas supersticiones. Se trata sin discusi¨®n del mejor sanator¨ªo general de Am¨¦rica Latina, y eso lo reconocen hasta los que quieren largarse de la isla aunque sea nadando. All¨ª dentro, las colas sentadas con un papel en la mano, en medio de una pulcritud as¨¦ptica, esperan frente a las consultas de cristal helado, mientras arriba los quir¨®fanos funcionan con absoluta modernidad. Se ven pacientes negros, mulatos y gente cence?a, vestidos con una etiqueta de rebajas en saldos Arias repantigados en sillones de estilo Bauhaus.
-?D¨®nde puedo comprar Le Monde?
-De eso, nada.
-Es que a un servidor le gustar¨ªa contrastar opiniones.
-Lea Granma.
-?se es el peri¨®dico del partido comunista.
-A ver si se entera usted. En Cuba s¨®lo existe la libertad de ser un perfecto revolu cionario.
En su degradaci¨®n capitalista, uno, que tiene el coraz¨®n sensible, al final reconoce que pedir Le Monde en ciertos lugares del planeta no deja de ser una mariconada. Un elegante liberal rodeado de ni?os t¨ªsicos sin escuela, un dem¨®crata europeo inscrito en la comisi¨®n parlamentaria de Derechos Humanos paseando con un pa?uelo en la boca entre mendigos un poco leprosos puede acercarse al kiosko de la selva y reclamar incluso el Herald Tribune, pero vio debe quejarse si no vuelve vivo al Hotel Hilton. A estas alturas hay una cosa clara. Los derechos humanos empiezan por la barriga.
Sobre la carnosa arboleda de Cuba vuelan los albatros rayando la mar, planean con una solemnidad funeral las auras ti?osas y en la deshabitada autopista de ocho carriles que va hacia la playa de Varadero ruedan ladas sovi¨¦ticos y chevrolets de los a?os cincuenta con las puertas anudadas con alambres. A la salida de la ciudad, mulatas con macuto ponen el dedo al borde (de la cuneta meneando el trasero. En el campo se alternan meticulosas vaquer¨ªas, plantaciones de pitas, cafetales y extensas formaciones de ca?a. Ya no existen boh¨ªos, sino peque?as viviendas de ladrillo, de una austeridad aseada, entre pl¨¢tanos familiares y cocoteros. En la primera p¨¢gina del, peri¨®dico, como un parte de guerra, viene todos los d¨ªas la marcha de la zafra con los porcentajes de cumplimiento. Y desde la ventanilla del Coche uno lee en los grandes cartelones las consignas pol¨ªticas, que son enormes frases crispadas en medio de la dulzura de un paisaje de palmas reales, cedros, pinos, majayas, guayacanes y ceibas maternas. Cuba est¨¢ en pie de combate y esa tensi¨®n de la lucha revolucionaria hace contraste con la m¨®rbida densidad de los vegetales, con los lentos ademanes del guajiro, con la pastosa sensualidad de la brisa. De camino hacia Varadero, en la provincia de Matanzas, se suceden campos de deporte, escuelas de pioneros, colonias de descanso oficial, y todo aparece cuidado como un jard¨ªn. La gente menos adicta al r¨¦gimen tambi¨¦n lo dice.
-La revoluci¨®n no se ve en La Habana, sino aqu¨ª.
-El tr¨®pico es verde, un color muy agradecido.
-No lo crea usted. Esto era un yermo.
-?De qui¨¦n?
-De alguien que tendr¨ªa una mansi¨®n en el Vedado. Los pa¨ªses subdesarrollados son enanos de cuerpo raqu¨ªtico y cabeza muy gorda en forma de gran ciudad.
-?La Habana?
-La Habana, R¨ªo de Janeiro, Buenos Aires, M¨¦xico D. F. o El Cairo. El campo est¨¢ desierto. Todo el mundo coge su lata y se va a vivir en los suburbios de la capital. El primer trabajo de nuestra revoluci¨®n ha sido fijar a los campesinos sobre su tierra.
-?Son ¨¦sos?
-V¨¦alo usted. El paisaje de Cuba est¨¢ lleno de pobladores. Debajo de cada pl¨¢tano hay un agricultor.
La playa de Varadero es un estrecha pen¨ªnsula de 30 kil¨®metros de longitud, y a los interesados en asuntos feudales les conviene saber que este para¨ªso era propiedad de un solo se?or, el ¨ªnclito Du Pont de Nemours, magnate norteamericano de la industria qu¨ªmica. Un buen d¨ªa, este rey absoluto de los polvos cay¨® por la isla, vio que el ed¨¦n estaba en oferta y, en un acto de amor, lo compr¨® por cuatro perras gordas. A continuaci¨®n lo fraccion¨® en parcelas y las revendi¨®, centuplicando el valor, a hoteleros de su pa¨ªs y a gente de la alta burgues¨ªa azucarera, y ¨¦l se reserv¨® la n-¨²tad de la pen¨ªnsula para su placer exclusivo y all¨ª elev¨® un palacio de piedra y maderas preciosas que s¨®lo habitaba un par de semanas al a?o. Desde Miami se dejaba caeren avi¨®n sobre su aeropuerto privado, una mulata le hac¨ªa la manicura frente al mar y luego part¨ªa hacia otra residencia en la tierra. Penetra uno en aquella posesi¨®n y cree que va a encontrar todav¨ªa a un ad¨¢n de origen siboney dorm¨ªtando a la sombra de una palmera o al propio Dios Padre en guayabera j¨²gando al golf. Sin duda el autor del G¨¦nesis era un exagerado. Con unas pocas verduras de r¨ªo sembradas en medio del gran terregal de Irak labr¨® un sue?o de inmortalidad, pero la plenitud del instante no se halla ya en aquel huerto de la, Biblia, sino en Varadero. ?sta es una creaci¨®n que a la naturaleza le ha salido. redonda.
Una est¨¦tica de desahucio
Uno se tumba all¨ª boca arriba con la mirada fija en un coco y el sentimiento de la perfecci¨®n posee al turista. El vidrio del agua contiene en su interior azul algunos matices violetas, est¨¢ alanceado de reflejos verdes, rosas, c¨¢rdenos, en franjas sucesivas de plata que alargan la lengua hasta la arena fin¨ªsima, de un blanco harinado. S¨®lo el cielo permanece est¨¢tico como una categor¨ªa de Plat¨®n, no con el rigor del diamante grecolatino sino con la blandura camal del Caribe. Hoy la playa de Varadero parece un balneario para ag¨¹istas que han sido titanes en el corte de ca?a, pioneros con sed de porvenir, reatas de esforzados productores y otros elementos oficiales. Ha quedado en el aire todav¨ªa una est¨¦tica de desahucio. Los dorados reyes partieron hacia el exilio, fueron incautados. Ellos abandonaron estas moradas que un d¨ªa plantaron alrededor del fort¨ªn de Batista, villas coloniales con columnas d¨®rico-j¨®nicas y balaustradas pompeyanas con frescos de delfines descascarillados. En las terrazas de los hoteles medio desiertos, donde hay expedicionarios canadienses e italianos, cantan mulatas de voz pastosa. En la biblioteca del palacio del se?or Du Pont, con sus libros a¨²n en los anaqueles se ha instalado un restaurante atendido por camareros vinculados.
-?Qu¨¦ es la revoluci¨®n?
-Esto.
-?La langosta con salsa?
-No exactamente, sino que la pueda comer ese negro con su familia sentada en estas sillas de caoba. Y que el se?or Du Pont haya sido fulminado con un simple decreto. Y algo m¨¢s.
Cuba tiene 10 m¨ªllones de habitantes. Despu¨¦s de pasear unos d¨ªas por la7 calle y de sorprender espont¨¢neamente toda clase de gestos se llega a la evidencia de que un tercio del censo se dejar¨ªa hacer picadillo antes de rendirse otra vez a los norteamericanos. Luego est¨¢ esa capa media de la sociedad que trabaja, cobra y no se entera de nada, aunque se muestra feliz de tener la medicina pagada, el entierro gratuito y que sus hijos puedan llegar a ingenieros sin soltar un duro. Finalmente, hay un resto de cubanos que desear¨ªa abandonar la isla aun nadando a braza.
Una epopeya
Hoy es domingo en La Habana, y a media ma?ana la catedral, como siempre, est¨¢ vac¨ªa. En una capilla contigua un cura joven dice la misa a dos docenas de fieles. Predica el misterio de la cuaresma y las virtudes de la abstinencia con sutilezas de amor y teolog¨ªa, que suenan de forma extra?a en lo desolado del templo. Los devotos son todos viejos. Parecen ne¨®fitos de una secta rara acogidos a un madero de naufragio, aunque exhortar a la abstinencia en Cuba puede ser la clase m¨¢s elevada de m¨ªstica. ?ste es un pueblo cuyo orgullo espartano permanece 25 a?os sometido a bloqueo. Nadie carece de lo b¨¢sico, pero los alimentos terrestres, no celestiales, est¨¢n racionados, y la ¨²nica moral es la resistencia a toda costa. La gente vive abrazada a su cartilla, donde las Estas de frijoles, az¨²car, arroz, carne, pollo, harina, camisas, zapatos, se escriben en la bodega del barrio como salmos del socialismo.
Puede que alg¨²n turista se deje arrastrar por ciertas contradicciones: grandes escuelas del Estado y el deslumbramiento de la putita con un mechero, magn¨ªficas conquistas en la cirug¨ªa y alg¨²n m¨¦dico que cambiar¨ªa el bistur¨ª por un bol¨ªgrafo, seguridad ciudadana y mercado negro de d¨®lares alrededor de los hoteles. Aun con la peque?a corrupci¨®n y toda la picaresca, la obra que Cuba est¨¢ levantando es una epopeya. Hay que ir all¨ª para verlo.
-Oiga, ?puedo leer Le Monde?
-No.
-?Por qu¨¦?
-Porque eso, en ciertos lugares del planeta, es una mariconada.
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