Viaje de regreso
Despu¨¦s de cruzar la calle, el hombre lleg¨® al pie de la alta construcci¨®n de cemento y vidrio ahumado, y en el solemne vest¨ªbulo de esta catedral financiera vio lo de siempre: la escultura abstracta de acero, la peque?a cascada que ca¨ªa sobre un falso jard¨ªn tropical, el conserje uniformado, los buzones y tableros con la raz¨®n social de otras empresas y muchas hormigas pulsando ascensores como ¨¦l mismo dispuestas a fichar. La primera sorpresa de la jornada fue el acorde de aquellos desgarrados trombones. Cuando este sujeto iba ya por el pasillo de la s¨¦ptima planta en direcci¨®n a la puerta 714, donde se hallaba su oficina, oy¨® algo semejante a un estr¨¦pito de jazz que brotaba por debajo de la rendija. Entr¨® en la sede de esta multinacional de piensos compuestos y comprob¨® con alarma que all¨ª dentro todo hab¨ªa sido desmantelado. S¨®lo los tel¨¦fonos estaban en la moqueta y algunos sonaban todav¨ªa, pero el resto de los enseres hab¨ªa desaparecido. Ahora este espacio sin escritorios, ficheros, paneles, mamparas y estanter¨ªas formaba una gran sala de tabiques pelados s¨²bitamente. Diez a?os seguidos hasta el d¨ªa anterior, jueves 29 de marzo, el hombre hab¨ªa trabajado en .este mismo lugar de subalterno en la secci¨®n de pedidos junto con otros 50 empleados. Ocupaba una mesa pegada a la cristalera con una visi¨®n de acantilado sobre los tejados de la ciudad. En este momento, al fondo del enorme recinto desolado estaba una mujer herm¨¦tica de pie, con la espalda en la pared, mirando el techo con los ojos en l¨¢grimas.-Se han ido -dijo.
-?Qu¨¦ ha pasado?
-Anoche.
-Ya.
-Llegaron unos capiton¨¦s y, se lo llevaron todo. No han dejado ni una silla para sentarse.
-?Y esa m¨²sica?
-Es un cuarteto de negros.
Nadie le hab¨ªa avisado. Tampoco hab¨ªa o¨ªdo nunca el rumor de que la empresa tuviera dificultades, aunque de hecho esa ma?ana en el despacho del antiguo director una orquestina tumbada en el suelo hacia sonar en, instrumentos de metal virtuosamente una melod¨ªa apta para el entierro de un negro en Nueva Orleans. ?Recuerda usted la pel¨ªcula Cincinatti Kid? Eso tocaba aquel cuarteto de morenos con chalecos multicolores, con los carrillos inflados y las blancas corneas en la punta de la nariz. No era posible entablar un di¨¢logo con aquellos m¨²sicos desconocidos ya que tal vez ten¨ªan la orden de realizar un bello sonido interminable y la secretaria, por su parte, s¨®lo repet¨ªa de modo autom¨¢tico la misma consigna. Ellos se hab¨ªan ido. A esa hora el jefe rubio estaba volando hacia Nueva York y la plantilla de empleados tambi¨¦n hab¨ªa quedado en el aire. En una situaci¨®n parecida cualquiera tiene la tentaci¨®n de creer que se ha equivocado de oficina, pero en la moqueta de la sala las llamadas de tel¨¦fono se suced¨ªan y arrodillado como en oraci¨®n el hombre descolg¨® un aparato y escuch¨® una voz del m¨¢s all¨¢ que reclamaba una partida de alfalfa sint¨¦tica. Por su cuenta ¨¦l tambi¨¦n intent¨® conectar con la f¨¢brica. All¨ª nadie respond¨ªa. La se?al del auricular sonaba con una lejan¨ªa metafisica. Simplemente lleg¨® a la evidencia de que estaba despedido. Se asom¨® al, acantilado de cristal, contemplando las; primeras golondrinas de primavera con un punto hirviente en el lagrimal, y por un instante pens¨® qu¨¦ habr¨ªa sido de los otros.
Su caso no era debido a una carencia de vitaminas porque el tipo tomaba polen en el desayuno y jam¨¢s hab¨ªa tenido un mareo. Con un fragor de jazz y algunas . carcajadas de negro a sus espaldas el hombre abandon¨® el local deshabitado. Baj¨® en el ascensor, donde todav¨ªa funcionaba el hilo musical con una melod¨ªa de, sedantes violines, y al desembarcar en el vest¨ªbulo se encontr¨® con otro ajetreo de gran mudanza mientras una flota de capiton¨¦s llenos de mantas permanec¨ªa aparcada junto a la acera. Le pregunt¨® al conserje.
-?Qu¨¦ sucede aqu¨ª?
-Nada. Que se van.
-?Quienes?
-Ellos
-?Todos?
-Parece que se van todos.
-?Los amos?
Sin embargo, en el entorno no hab¨ªa ninguna protesta. Las hormigas de otras empresas o negocios sal¨ªan a la calle sin volver la vista atr¨¢s hasta disolverse humildemente en el asfalto, y de pronto aquel edificio de cristal se convirti¨® en una caja rebosante de m¨²sica. M¨²ltiples orquestas de jazz con gran desgarro de trombones de varas se hab¨ªan apoderado de cada oficina vac¨ªa, y si bien el magn¨ªfico sonido de Nueva Orleans llenaba una manzana entera en los altos de Chamart¨ªn, nadie reparaba en eso. Era un bell¨ªsimo concierto de despedida con una dentadura de negro detr¨¢s de los vidrios, pero el hombre decidi¨® regresar a casa.
Vag¨®n hacia la oscuridad
Al principio tampoco sucedi¨® nada especial. Entr¨® en la estaci¨®n del suburbano en la plaza de Castilla y esper¨® unos minutos en el. and¨¦n extra?amente desierto. Cuando lleg¨® el convoy abord¨® el primer vag¨®n y en seguida le sobrevino un escalofr¨ªo de espanto. El vag¨®n lo ocupaban por completo los 50 compa?eros de su propia oficina, que no le: saludaron ni siquiera sonrieron. Unos iban sentados con el malet¨ªn en las rodillas, otros viajaban agarrados a las barras del techo, todos en silencio, y aunque se apretujaban entre s¨ª, exhib¨ªan un distanciamiento como los personajes de un cuadro de Solana. El hombre se acomod¨® en medio de dos ejecutivos, de la empresa de piensos compuestos, el tren cerr¨® las puertas con un soplido de aire comprimido y a continuaci¨®n ech¨® a rodar hacia la. oscuridad. Al instante tuvo una sensaci¨®n certera. Tal vez el convoy no se detendr¨ªa jam¨¢s y en las tinieblas de la ventanilla donde su imagen se reflejaba comenz¨® a vislumbrar peces atravesados. No era una pesadilla. Simplemente el tren corr¨ªa a una velocidad endiablada y no paraba de momento en ninguna parte, pero a veces se suced¨ªa en el interior del vag¨®n un fogonazo de luz cuando el. convoy atravesaba las estaciones sin reducir la marcha y entonces se produc¨ªa una visi¨®n. De repente la expedici¨®n sali¨® del t¨²nel y el primer and¨¦n, durante unos segundos, se hab¨ªa convertido en un inmenso acuario en el que nadaban algunos monstruos marinos, blandos pulpos gigantes, centollos de gran tama?o con las p¨²as de diamante tortugas primitivas, langostas de dorados filamentos y antenas radiactivas, adem¨¢s de salmonetes, carpas y lubinas sobre una base de coral. Los pasajeros de la oficina penetraron fugazmente en esta placenta y se sumieron de nuevo en la larga noche del t¨²nel. Los golpes del hierro en la divisi¨®n de los ra¨ªles eran simplemente pulsaciones del cerebro.
En la siguiente estaci¨®n el tren suburbano tampoco se detuvo ya que all¨ª no esperaba ning¨²n pasajero y por otra parte se sab¨ªa que nadie podr¨ªa apearse nunca. Contra las ,ventanillas del vag¨®n cay¨® un rel¨¢mpago y. todo se inund¨® de una brev¨ªsima claridad. El hombre vio que aquella estaci¨®n se hab¨ªa transformado en un elegante sal¨®n franc¨¦s Luis XV con ara?as, tresillos, alfombras y ¨®leos de pr¨®ceres con barba de herradura. Alrededor de una mesa oval de madera preciosa hab¨ªa una reuni¨®n de se?ores sentados, que bien pod¨ªa ser un consejo de ministros o de administraci¨®n. El convoy circulaba totalmente a oscuras y de forma intermitente se suced¨ªan otras visiones, aunque no demasiado apocal¨ªpticas. Un oasis con palmeras, camellos y c¨ªrculos de seres ¨¢rabes. Un panorama de la Quinta Avenida con un desfile de elefantes blancos con las trompas engarzadas con joyas y sobre las gualdrapas bordadas unos maraj¨¢s cabalgando. Paisajes holandeses sembrados de vacas echadas que rumiaban pensativamente revistas de piensos compuestos.
-?Oye usted esa m¨²sica?
-La oigo, s¨ª se?or.
-Es maravilloso, a pesar de todo.
-No lo es.
-A m¨ª me gusta.
-All¨¢ usted.
Entre los viajeros de la oficina, que llenaban el vag¨®n veloz y apagado, era imposible establecer un di¨¢logo feliz. Sobre el hermetismo de cada cr¨¢neo sonaba la misma melod¨ªa de aquel cuarteto de jazz. Realmente el desgarramiento de trombones no les, hab¨ªa abandonado y la larga traves¨ªa del t¨²nel ten¨ªa el pastoso sudor del entierro de cualquier negro en Nueva Orleans. ?Pod¨ªa ser esta locura la causa de su despido?
Durante diez a?os seguidos este hombre hab¨ªa cumplido un horario lleno de rigor, pero tal vez ignoraba que era un poeta. Se levantaba a las siete de la ma?ana. Tos¨ªa un poco en el cuarto de ba?o mientras una mujer de felpa amorosa le preparaba en la cocina un vaso de leche caliente con polen de abeja, que tomaba oyendo las noticias de la radio sobre un mantel de hule. Cog¨ªa el metro y despu¨¦s de hacer un trasbordo emerg¨ªa alegremente en una calle junto al edificio de cemento y cristal. Hab¨ªa entrado en la empresa como ordenanza y un trabajo implacable y la fidelidad absoluta a aquella multinacional de piensos compuestos le hab¨ªan elevado al cargo subalterno en la secci¨®n de pedidos y todos los d¨ªas estaba en contacto con cerdos, gallinas y reses de papel satinado al borde de un acantilado de vidrio ahumado en la s¨¦ptima planta y s¨®lo hablaba de alfalfa y avena.
Una pieza interminable de 'jazz'
De pronto ellos se hab¨ªan ido. Desde un punto innominado de Norteam¨¦rica, de Jap¨®n o de Alemania alguien hab¨ªa dado la, orden tajante de retirada y entonces esta humilde hormiga se hab¨ªa encontrado con la oficina desmantelada. La tarde anterior a¨²n hab¨ªa consignado algunas partidas en el libro de facturaci¨®n, pero esta misma ma?ana en el local desvalijado de la empresa s¨®lo hab¨ªa hallado un conjunto musical de negros tocando una interminable pieza de jazz con los mofletes hinchados, y en este momento de forma tambi¨¦n absurda estaba realizando en compa?¨ªa de otros 50 empleados un viaje de regreso sumido en la oscuridad del vag¨®n del suburbano que circulaba a gran velocidad sin detenerse nunca. No era m¨¢s que un poeta. El convoy sal¨ªa brevemente de los t¨²neles y en cada estaci¨®n ¨¦l ve¨ªa una escena distinta, que acontec¨ªa como una r¨¢faga. Ahora en ese and¨¦n hab¨ªa vislumbrado un baile de navajas en el que unos atracadores de opereta acuchillaban a un viejo pordiosero y en seguida volv¨ªan las tinieblas, que al instante se iluminaban de nuevo intermitentemente para dar paso a otra representaci¨®n casi teatral.
-Nos han despedido. Eso es todo.
-Pod¨ªan habernos avisado.
-?Para qu¨¦?
-El viaje est¨¢ lleno de bellos paisajes. Entre los pasajeros apenas se hac¨ªan comentarios, Iban distanciados como figuras de Solana con ademanes de cart¨®n. Sus ojos paralizados, al atravesar velozmente las estaciones, contemplaban actos orientales, jaulas de fieras y danzas en el interior de las jainas donde algunas hur¨ªes mov¨ªan el vientre. Todos sab¨ªan que el tren no se detendr¨ªa nunca.
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