Cadenas
La cosa recomenz¨® t¨ªmidamente. Al principio no fue m¨¢s que una carta casual, una curiosidad anacr¨®nica. Pero despu¨¦s arreciaron los env¨ªos, se diversificaron, se prodigaron sin distinci¨®n de profesi¨®n, edad o sexo. Ya no cabe duda: ha renacido una moda pueril, una costumbre tercermundista, un uso bobo. Han renacido las cadenas de la suerte."Antonio Mart¨ªnez se lo tom¨® a broma y orden¨® a su secretaria que hiciera las copias y se olvid¨® de mandarlas; antes de los nueve d¨ªas perdi¨® su empleo y est¨¢ al borde de la ruina". Siempre hay una secretaria en estos trances, no s¨¦ muy bien por qu¨¦. "En Filipinas el general Lopito perdi¨® a su esposa a los siete d¨ªas de haber roto la cadena. M¨¢s tarde la envi¨® y recibi¨® la alegr¨ªa de 650.000 pesetas". Llegan las cartas henchidas de abracadabrantes amenazas e hinchadas de monedas rituales, con el peso superfluo de una peseta bien pegada al ¨¢ngulo del folio. Algunas son las cl¨¢sicas cadenas de la Virgen del Carmen, aquellas que amenizaron nuestra infancia, salpicadas de amenes y de padrenuestros de rezo obligatorio, so pena de morir de alg¨²n mal virulento. Otras son una versi¨®n moderna del asunto, sin peseta y sin Dios: basta con enviar 20 "buenos pensamientos" por correo para convertirte en millonario. Todas auguran cataclismos al descre¨ªdo, todas prometen una recompensa monetaria. Miedo y necesidad econ¨®mica: dos situaciones probablemente conocidas por quienes suscriben estas cartas.
Han resurgido las cadenas, s¨ª, un juego inculto que cre¨ªa olvidado. Aqu¨ª est¨¢n con nuevos br¨ªos, elementales y at¨¢vicas. Se multiplican como hongos felices en humus propicio. Si vivimos en una era de cat¨¢strofes, ?por qu¨¦ no creer en las calamidades anunciadas? Y aquellos cuya ¨²nica prosperidad posible consiste en ganar al bingo o las quinielas, ?por qu¨¦ no van a probar tambi¨¦n las cartas? As¨ª como el canceroso desahuciado acude como ¨²ltima esperanza al curandero, los desahuciados de futuro se aferran a cualquier promesa de destino. Es un juego idiota pero tambi¨¦n un s¨ªntoma. Han resurgido las cadenas de la suerte, que nos encadenan un poco m¨¢s a la irracionalidad y al desatino.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.