Fin del mundo en la chimenea
Sin duda el fin del mundo llegar¨¢ precedido por un per¨ªodo de grandes mutaciones biol¨®gicas y los monstruos engendrados por la radiactividad tal vez solucionen el problema del hambre cuando ya ning¨²n mortal tenga apetito. Los boquerones se transformar¨¢n en ballenas, las coles de Bruselas alcanzar¨¢n la altura de un eucalipto y un ej¨¦rcito de centollos del tama?o de una carroza arrastrar¨¢ sus pinzas por el asfalto como un desfile de carnaval en direcci¨®n a las marisquer¨ªas. En este sentido habr¨¢ comida para todos. Antes del solemne cataclismo el planeta se cubrir¨¢ con un minuto de silencio y los monos del zool¨®gico se pondr¨¢n muy nerviosos. ?sa puede ser la se?al.-Esta chimenea tira bien, oye.
-Oh, s¨ª, muy bien. Hemos tenido suerte.
-Cada chimenea esconde un secreto.
-Acabamos de comprar el chal¨¦.
-?Est¨¢is contentos?
-Siempre hab¨ªamos so?ado con esto. Esperar los misiles junto al fuego, tomando copas con los amigos.
La gran calabaza nuclear
En aquel grupo hab¨ªa de todo: intelectuales alpinistas, antiguas feministas de tijera y psiquiatras int¨¦rpretes del Apocalipsis. Eran siete, un n¨²mero de c¨¢bala, y no se sab¨ªa exactamente qui¨¦n hac¨ªa pareja con otro, excepto el joven profesor del instituto y su mujer a¨²n leg¨ªtima, que acababan de comprar la casa a un matrimonio belga con perro doberman. Pertenec¨ªan a esa clase de progresistas revenidos de melena calva y sexo gastado que han pasado del marxismo a la marihuana, del c¨¢?amo a la ecolog¨ªa, de la comuna de vacas al esoterismo egipcio y de las pir¨¢mides a la moda del fin del mundo con remate nuclear. Les quedaba cierto af¨¢n monta?ero, y este refugio en la sierra conservaba un esp¨ªritu de alta caba?a, lejos de las radiaciones, muy id¨®neo para hablar impunemente de orgasmos y explosiones at¨®micas alrededor de la chimenea escondida. Al parecer, ninguno quer¨ªa perderse la apoteosis. Una noche de verano con luna llena en la popa de los yates se celebrar¨¢n fiestas paganas y en las terrazas de todos los litorales, bajo el perfume de jazmines y magnolios, las orquestinas tocar¨¢n lentas melod¨ªas de amor. Previamente habr¨¢ una se?al algebraica en el firmamento, que s¨®lo los turistas matem¨¢ticos ser¨¢n capaces de descifrar si dejan de mirar las tetas de su amante y levantan los ojos hac¨ªa las esferas. Las estrellas cambiar¨¢n de lugar, se trabar¨¢n formando nuevas ecuaciones, binomios, fracciones o quebrados cuyo resultado ser¨¢ la hora H. De pronto, todas las luces del cielo se convertir¨¢n en astros fugaces y los vocalistas rom¨¢nticos, despu¨¦s de cantar Siboney con mucha nostalgia, anunciar¨¢n la llegada del hongo escarlata. La calabaza at¨®mica se alzar¨¢ en las tinieblas con suprema elegancia y cualquier inocente la podr¨¢ ver.-?A ti c¨®mo te gustar¨ªa acabar?
-Asomado al tendedero, viendo a Gilda cabalgar en una bomba que cae en el patio interior.
-?Y a ti?
-Blasfemando un poco.
-Eso no es coherente -dijo el psiquiatra.
-?Ah, no? Entonces haciendo el amor con alguien sobre el felpudo de la perra.
El psiquiatra de melena calva contaba a sus amigos que el fin del mundo no producir¨¢ ninguna histeria colectiva. No habr¨¢ pillajes, atascos de coches, rebeliones masivas del instinto ni ese festival de latas de conserva en las cunetas que se ve en las pel¨ªculas. El gran cataclismo vendr¨¢ en medio de una suave aceptaci¨®n, como sucede con los agonizantes privados, que en el ¨²ltimo momento ceden, quedan en paz boca arriba en el colch¨®n y tienen maravillosas visiones antes de estirar la pata. Cuando un tipo presiente que va a morir, primero se sorprende, despu¨¦s trata de pactar con unas fuerzas irracionales, bien sea con Dios o con el m¨¦dico de cabecera, luego el alma se resiste con violencia a salir y, finalmente, se abandona a s¨ª misma a la dulzura de una bah¨ªa donde ya percibe el sabor afrodisiaco de la orilla. Ahora la humanidad est¨¢ en la fase de los tratados o de la nerviosa resistencia a desaparecer. Dentro de poco penetrar¨¢ en un tiempo de esplendor conformista lleno de prodigios y espect¨¢culos de luz y sonido. Las im¨¢genes m¨¢s incre¨ªbles se suceder¨¢n y cualquier milagro o aparici¨®n ser¨¢ tomado como algo normal durante el largo minuto de silencio que reine en el planeta mientras la gran calabaza nuclear cubra el sol o incendie la noche. Un coro de bailarinas sudanesas en la pasarela c¨®smica danzar¨¢ un tam-tam escalofriante en cada horizonte, a modo de despedida. No estar¨¢ bien visto alarmarse, sino aceptar o consumir el fin con desgana, sentados con decadente desmayo en el sill¨®n preferido y sin sorprenderse de nada.
El juego del orgasmo psicol¨®gico
Tal vez excitada por las postrimer¨ªas, una chica de la reuni¨®n propuso el juego del orgasmo psicol¨®gico mientras alguien le¨ªa salmos del profeta Isa¨ªas, pero en ese momento cay¨® en el fuego desde lo alto de la chimenea una pulsera de oro, aunque nadie repar¨® en ello. La experiencia er¨®tica de ¨²ltima moda consist¨ªa en ponerse en c¨ªrculo mirando los ojos de la pareja echada en suerte y acariciar las yemas del vecino hasta llenar con el pensamiento lascivo los bulbos de abajo. A la pulsera de oro siguieron otras joyas. Una esmeralda se desprendi¨® de la oscuridad envuelta en holl¨ªn y qued¨® como una brasa verde destellando luces entre las cenizas. A continuaci¨®n comenzaron a rebotar metales preciosos llovidos del cielo en los troncos de encina y las llamas de la chimenea pronto se convirtieron en una fragua de anillos, brazaletes, diademas, collares de perlas, pendientes y monedas de ley que saltaban con gui?os de vidrio y se derramaban en la hoguera. Parec¨ªa que un dios en el tejado de aquel chal¨¦ de la sierra estaba vaciando el cuerno de la abundancia por un tubo y en el fuego crepitaban diamantes y fina bisuter¨ªa de muchos colores. El grupo de intelectuales alpinistas se dio cuenta del suceso, pero implicados en un clima de apocalipsis con un ingrediente er¨®tico, ninguno quer¨ªa tener el mal gusto de pronunciar la primera exclamaci¨®n. Por la chimenea tambi¨¦n cay¨® un fajo de billetes de banco, que ardi¨® en seguida. El olor a carne ahumada se inici¨® poco despu¨¦s y nadie era capaz de adivinar de d¨®nde proced¨ªa. La sala y los pasillos de la casa se fueron impregnando lentamente de un sabor a chuletas. ?Acaso no ser¨ªa esto un presagio del fin del mundo? Grandes riquezas y chamusquinas, batallas carniceras y coronas de oro se anunciaban en aquellos salmos del profeta que uno del grupo le¨ªa en alta voz.-?Lo ves? Siguen cayendo m¨¢s joyas por la chimenea.
-?Te parece l¨®gico?
-Ahora en todas las chimeneas del mundo llueven diademas. Es la ¨²ltima novedad.
-No lo sab¨ªa.
-Debes acostumbrarte.
-?Y el perfume de carne quemada?
-Ser¨¢ alguno de nosotros que se est¨¢ poniendo demasiado cachondo.
-Ser¨¢.
Entre ellos se dec¨ªan cosas divertidas; todos trataban de comportarse de una forma aguda e informal. El corro de intelectuales, bajo el salmo mort¨ªfero de Isa¨ªas, a¨²n jugaba a acariciarse frente al tesoro del fuego, pero lleg¨® un momento en que el olor de la parrilla se hizo insoportable y entonces se escuch¨® el grito detr¨¢s de un tabique, segu¨ªdo de algunos gemidos de ultratumba. Fuera soplaba un ventarr¨®n de primavera que hac¨ªa rechinar las varillas de los toldos y los cristales de las ventanas. Todav¨ªa no cundi¨® el p¨¢nico en la reuni¨®n, ya que pod¨ªa tratarse de una broma. Adem¨¢s, eso no era nada comparado con el fin del mundo. El apocalipsis es una especie de misterio de la casa encantada a escala universal.
La est¨¦tica de postrimer¨ªas
A pesar de eso, ellos comenzaron a abrir las habitaciones, a destapar ba¨²les, a escrutar el secreto de cada armario y a comprobar el horno de la cocina. No hallaron nada raro, aunque un eco de jadeos de l¨¢stima retumbaba siempre detr¨¢s de las paredes. El psiquiatra advirti¨® a sus amigos con sonrisa de conejo que pod¨ªa tratarse de un caso de psicosis o de alucinaci¨®n de grupo y se sent¨ªa en cierto modo orgulloso de sus, dotes de sugesti¨®n. Eso era exactamente. Un refugio de monta?a, la lectura terrible de Isa¨ªas, la amenaza de guerra nuclear que viene en los peri¨®dicos y la est¨¦tica de postrimer¨ªas hab¨ªan hecho, gracias a su palabra, un buen trabajo en el coraz¨®n de aquella gente tan moderna. Un d¨ªa no lejano el cielo se cubrir¨¢ de ¨¢ngeles negros, de murci¨¦lagos o querubines de amianto, y cuando en las terrazas de las cafeter¨ªas los simples mortales est¨¦n tomando horchata impunemente, el desgarrado alarido del hijo del hombre, dentro de un estallido de trompetas siderales, sacudir¨¢ el cosmos. Eso estaba muy bien. Incluso no dejaba de poseer cierta belleza. Pero el fin del mundo en aquel chal¨¦ de la sierra hab¨ªa adoptado una forma demasiado vulgar. Las radiaciones at¨®micas ol¨ªan como un asado de chorizos en Casa Paco, un ser misterioso, tal vez emparedado, aullaba tibiamente un dolor de muelas y el humo pestilente de carne, mezclado con un hedor a zapatilla chamuscada, lo inundaba todo y s¨®lo te obligaba a toser.El profesor del instituto comenz¨® a sospechar de los antiguos due?os de la casa, aquel matrimonio belga con perro doberman que hab¨ªa desaparecido sin dejar instrucciones para una nueva existencia. Sin embargo, las joyas eran aut¨¦nticas y estaban desparramadas en la piedra de granito.
Una chica rescat¨® del fuego una diadema de esmeraldas ardientes y se la puso en la frente. En ese momento los jadeos del moribundo cesaron, pero en la frente de aquella mujer qued¨® grabado un jerogl¨ªfico que nadie supo interpretar. Era un s¨ªmbolo de ganader¨ªa o hierro de divisa quemado sobre sus cejas.
-Puesto que nada se ilumina, hagamos el amor.
-Oh, s¨ª. Es una buena idea.
-?Me quieres?
-Tal vez.
-Hay que tener experiencias corporales bajo el misterio.
-Es un m¨¦todo de an¨¢lisis.
El grupo se emparej¨®, excepto uno, que todav¨ªa ley¨® el ¨²ltimo salmo de Isa¨ªas. Estos intelectuales alpinistas, antiguas feministas de tijera y psiquiatras int¨¦rpretes de sue?os pertenec¨ªan a una clase de progresistas, revenidos y posmodernos que hab¨ªan pasado del marxismo a la marihuana, del c¨¢?amo a la ecolog¨ªa, de la comuna de vacas al esoterismo del Alto Egipto y del templo de Luxor a la moda del fin del mundo con el gran fest¨ªn nuclear. Mientras ellos se amaban en los sof¨¢s y en los catres de cada alcoba, en el interior de la chimenea ard¨ªa lentamente el cad¨¢ver de un hombre. ?sta es una peque?a historia real. Aquella casa hab¨ªa sido visitada antiguamente por los ladrones, y el matrimonio belga hab¨ªa instalado una reja en mitad de la chimenea para que los visitantes no se colaran por ella como otras veces. Un ladr¨®n con un alijo de joyas hab¨ªa quedado atrapado all¨ª y ahora su carne con harapos se quemaba a fuego lento como un pollo, pero el fin del mundo, con gritos de suaves orgasmos, continuaba en aquella caba?a.
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