Abandonemos de una vez el amoroso, cultivo de nuestras se?as de identidad
Cuando en una novela m¨ªa, publicada fuera de Espa?a en 1966 y autorizada ac¨¢ 10 a?os m¨¢s tarde, el protagonista de la misma indagaba su pasado, tratando de rescatar del olvido una serie de sucesos e incidentes que deb¨ªan permitirle no s¨®lo iluminar su biograf¨ªa, sino tambi¨¦n dejar constancia de un conjunto de facetas oscuras pero reveladoras de la vida en el pa¨ªs en el que, para su suerte o desdicha, se criara, tanto ?lvaro Mendiola como su creador distaban mucho de pensar que esta labor de exhumaci¨®n minuciosa llegar¨ªa a convertirse alg¨²n d¨ªa en un pasatiempo nacional.La busca de las hoy tristemente c¨¦lebres "se?as de identidad" que planteaba la novela ten¨ªa en verdad muy poco que ver con la que en la actualidad, a escala estatal, nacional o auton¨®mica, de partidos pol¨ªticos o agrupaciones cantonales ha convertido a la nueva Espa?a democr¨¢tica en una especie de club cuya finalidad primordial consiste en la contemplaci¨®n amorosa por parte de cada uno de sus miembros de su propia, singular e irreductible identidad. Mientras el h¨¦roe de la novela calaba en el pasado para verificar a la postre la incertidumbre de sus coordenadas, "horro de pasado como de futuro, extra?o y ajeno a s¨ª mismo, d¨²ctil, maleable, sin patria, sin hogar, sin amigos, puro presente incierto, nacido a sus 32 a?os, sin se?as de identidad", la frondosa am¨¢ciga de sus ep¨ªgonos ha transmutado dicha operaci¨®n salut¨ªfera de desidentificaci¨®n y apertura, de cr¨ªtica radical de lo propio y comprensi¨®n generosa de lo ajeno, en una pesquisici¨®n mezquina, narcisista, engre¨ªda de una remota e inmutable esencia.
Ya no es la Espa?a tradicional, esa madrastra contra cuya correosa, amarga autoridad y obsesivo poder de gravitaci¨®n se afirmara en la huida el protagonista de la novela, sino un coro de patrias menores pero estridentes las que nos hablan de la pureza de lo catal¨¢n, c¨¢ntabro o euskera, de las esencias menorquinas o gallegas, de las se?as de identidad cartageneras o riojanas; ?por qu¨¦ no del condado de Trevi?o, el rinc¨®n de Adamuz o la baja Navarra?
Ese prurito peninsular de identificarse, entendiendo por tal la busca ansiosa, acumulativa de aquellos rasgos y elementos que nos distinguen de los dem¨¢s y nos encastillan en la orgullosa posesi¨®n de unos valores exclusivos, de orden casi m¨ªstico, ser¨ªa digno de tomarse en broma si no acarreara en la pr¨¢ctica unas consecuencias culturales y sociales f¨¢ciles de prever. La vieja y tenaz propensi¨®n nuestra a interrogarse sobre lo que es Espa?a, a permanecer absortos en el examen arrobado o doloroso de la supuesta "espa?olidad" produjo ' como sabemos, una implacable sucesi¨®n de podas, supresiones y descartes de cuanto no era genuinamente hispano -lo musulm¨¢n, jud¨ªo, luterano, afrancesado y un largo etc¨¦tera- que desarbolaron la rica y compleja cultura medieval y renacentista, arramblaron con los elementos supuestamente for¨¢neos y nos transformaron en los felices propietarios de vasto y castizo erial.
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Hoy, el mismo empe?o m¨ªstico, aseverativo, excluyente, enamorado de lo tenido por propio y desde?oso de lo ajeno, prolifera en el mosaico de naciones, nacionalidades, entes auton¨®micos y provincias que cubren el suelo peninsular. Quienes cre¨ªamos que la liquidaci¨®n de la dictadura centralista llevar¨ªa consigo la de sus agresivas, feroces y opresoras identidades y esencias, hemos visto con desconsuelo reaparecer ¨¦stas, a escala reducida y a veces min¨²scula, pero con su mismo af¨¢n posesivo, intolerante y autosatisfecho. El cari?o ¨²nico, ensimismado y defensivo a lo "nuestro" -ll¨¢mese espa?ol, franc¨¦s, ¨¢rabe, catal¨¢n, euskera, gallego o corso- y consiguiente desapego a lo ajeno no s¨®lo empeque?ecen el campo de visi¨®n y curiosidad humanos de un pueblo o comunidad, sino que falsean y anulan su propio conocimiento.
Cuando a mediados del siglo XVII Espa?a se encerr¨® en sus fronteras y dej¨® de interesarse por los dem¨¢s, dicha involuci¨®n en vez de producir frutos genuinos y admirables esteriliz¨® nuestro suelo: la desatenci¨®n a cuanto acaec¨ªa a extramuros, la falta de contacto con la expresi¨®n m¨¢s viva y din¨¢mica de otras culturas arruin¨® una producci¨®n literaria surgida en un per¨ªodo de mestizaje y trasvase, de apertura feraz a lo que ven¨ªa de fuera. Id¨¦ntico fen¨®meno de infecundidad y decadencia afect¨® dos siglos antes al mundo ¨¢rabe, a partir del d¨ªa en que, ovill¨¢ndose, vuelto hacia s¨ª mismo, ces¨® de absorber, incorporar y transmutar genialmente el legado de Grecia, Roma, Persia y la India; mientras la inmensa, portentosa capacidad de ¨®smosis del islamismo lo convirti¨® por espacio de siglos en una cultura rica y din¨¢mica cuyo influjo embebi¨® la incipiente cultura europea, su declive posterior se disfrazar¨ªa de puertas afuera con la busca tan in¨²til como bald¨ªa de su pureza y autenticidad.
Lo que la historia literaria no se cansa de ense?arnos es que el jibarismo reductor inherente a la recuperaci¨®n de un pasado genuino, esencial y castizo conduce a una copia o caricatura de ¨¦ste y, a fin de cuentas, a la inanidad. La gran literatura castellana creada desde el arcipreste de Hita a Cervantes, la gran literatura ¨¢rabe que abarca de Mutannabi a Ibn Jald¨²n fundan, muy al contrario, en el trasvase, permeabilidad, ¨®smosis, su verdadera y m¨²ltiple especificidad. Tanto quienes penetramos en la obra de Juan Ruiz, Ram¨®n Llull, San Juan de la Cruz o el autor del Quijote, como los estudiosos de Ibn Hazin, Ibn Quzman o Ibn Arabi, verificamos que su creaci¨®n narrativa o po¨¦tica es impura y mestiza, fertilizada por sus contactos y calas en el acervo un?-versal. No hay as¨ª en los grandes autores ni en los per¨ªodos m¨¢s fructuosos y ricos de una literatura influjos un¨ªvocos, ni esencias nacionales, ni tradiciones exclusivas: s¨®lo polig¨¦nesis, bastardeo, mescolanza, promiscuidad.
La afortunada situaci¨®n geogr¨¢fica de los pueblos mediterr¨¢neos, insertos en una encrucijada de culturas y civilizaciones, muestra la vacuidad de la busca de unas se?as identificatorias si tal empresa mira tan s¨®lo el pasado y fomenta lo privativo. La identidad, como dice muy bien el poeta sirio-liban¨¦s Adonis, no puede aceptarse como algo completo ni definitivo; muy al rev¨¦s, cuando menos a nivel de la creatividad, "es una posibilidad siempre abierta". El escritor ¨¢rabe de hoy puede reivindicar leg¨ªtimamente la profunda arabidad del Libro del buen amor, el Quijote y la poes¨ªa de San Juan de la Cruz, como As¨ªn Palacios y Massignon asum¨ªan la tradici¨®n helen¨ªstica y cristiana que articula e impregna los m¨¢s bellos poemas de Ibn Arabi o Al Halach. Hoy como ayer, la verdadera identidad es una corriente continua, alimentada de infinidad de arroyos o cauces: el creador es afectado por cuanto vive y lee, y, salvo en aquellos casos en donde la aspiraci¨®n a una "pureza castiza" o una "identidad esencial" le impone la imitaci¨®n rutinaria y f¨²til de un determinado canon o modelo, su obra ser¨¢ generada por la suma total de incidencias personales, vicisitudes hist¨®ricas y corrientes culturales de su tiempo. Todo texto literario importante entronca con una profusi¨®n de obras pertenecientes a g¨¦neros, per¨ªodos y tradiciones distintos y, cuanto m¨¢s rico y enjundioso sea, mayor ser¨¢ la densidad y proliferaci¨®n de sus conexiones con el conjunto de la literatura universal.
La falta de curiosidad o inapetencia por las culturas ajenas es a mi entender un ¨ªndice de decadencia y pasividad. En lugar de ser sujeto contemplador de la m¨²ltiple y varia riqueza cultural del mundo, la cultura afectada por este s¨ªndrome se convierte sin quererlo en mero objeto de contemplaci¨®n. Ah¨ª, de nuevo, lo ocurrido en Espa?a por espacio de casi dos siglos deber¨ªa servir de ejemplo: mientras la intervenci¨®n hispana en el desenvolvimiento de otras culturas fue escasa y casi irrelevante, las naciones no ensimismadas en la busca de sus se?as y esencias convirtieron el inmovilismo umbilical nuestro en tema feraz de sus observaciones y an¨¢lisis. Si la participaci¨®n espa?ola en el estudio de la literatura francesa, italiana o inglesa es por punto general desde?able, resulta imposible analizar la castellana sin recurrir a la ingente y esclarecedora labor del hispanismo ingl¨¦s, franc¨¦s, norteamericano o alem¨¢n. La desdichada incapacidad de vernos a nosotros mismos desde una perspectiva abierta, incompleta, no "esencialista" condujo a situaciones tan an¨®malas y tristes como la de que las mejores obras sobre la Espa?a de la primera mitad del XIX fueran escritas en ingl¨¦s por Borrow, Ford y el desterrado White.
Grandes escritores de las culturas mediterr¨¢neas como Juan Ruiz, Ram¨®n Llull o Dante prueban, cada uno a su manera, que sus se?as de identidad son abiertas, mestizas, bastardas, fecundadas por ¨®smosis y trasvases, enriquecidas por el pillaje voraz de m¨²ltiples territorios culturales: han tomado de las diferentes culturas -griega, latina, ¨¢rabe- lo que les conviene, le han dado la vuelta como a un calcet¨ªn y lo han transformado en algo diferente. Su actitud libre y receptiva de lo ajeno deber¨ªa ser un modelo para nosotros: como he dicho en bastantes ocasiones, la cultura de hoy no puede ser puramente castellana, francesa, italiana ni tan s¨®lo europea, sino mestiza, bastarda, enriquecida con aportes de otras civilizaciones que, como la que se extiende al otro lado del Mediterr¨¢neo, son de alg¨²n modo parte de la nuestra. Frente a la afirmaci¨®n m¨ªstica, definitiva y excluyente de "lo espa?ol", "lo franc¨¦s", "lo catal¨¢n", "lo liban¨¦s" o "lo turco", el desarrollo de nuestro encuentro deber¨ªa auspiciar la revelaci¨®n del com¨²n denominador que nos une: hacernos sentir a todos m¨¢s cercanos a los dem¨¢s y un poco menos espa?oles, franceses, italianos o ¨¢rabes de lo que cre¨ªamos ser al comienzo. El Mediterr¨¢neo no ha de ser una frontera sino un v¨ªnculo de uni¨®n entre los pueblos de sus orillas.
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