Fumadores con muchos humos
En Espa?a nadie respeta la limitaci¨®n del uso del tabaco, a pesar de la legislaci¨®n vigente
A los dos a?os justos de promulgarse un real decreto sobre publicidad y consumo del tabaco, m¨¦dicos, sanitarios, familiares y enfermos fuman donde les viene en gana dentro de las cl¨ªnicas de la Seguridad Social. El ministro Lluch no sabe c¨®mo desmontar este ex¨®tico gran buffet de nicotina y humos, ¨²nico en el mundo.
El avi¨®n de Iberia Ciudad de Murcia remont¨® el vuelo sobre la pista, y con el tren de aterrizaje todav¨ªa fuera, dando a¨²n bandazos, la azafata se apresur¨® a autorizar a los viajeros para que "fumen si lo desean, excepto en los lavabos y los asientos en los que est¨¢ prohibido".?Qu¨¦ has dicho! M¨¢s de la mitad del pasaje ech¨® mano del socorrido chupete y se lo aplic¨® a la boca. Aunque la aeronave se divide te¨®ricamente en dos (a la derecha, los fumadores, y a la izquierda, los no fumadores), en la pr¨¢ctica todo es una derecha humeante. El tirulo arde por doquier sin respetar normas. Incluso a elevada altitud el espa?ol se entrega a la celtifagia.
Lo que acaba de manifestar el novelista Burgess (v¨¦ase EL PAIS del 8 de abril) no va con nosotros: "A finales de siglo no habr¨¢ ya fumadores; es un h¨¢bito que se extingue". Pero aqu¨ª sucede justo al rev¨¦s, y cuando el mundo se dispone a apagar la colilla, Espa?a apura la brasa y prende otra.
En este mismo avi¨®n viaja un suizo de 51 a?os, de ojo estr¨¢bico y perilla freudiana, que cada lunes salta de Alicante a Madrid para curar fumadores a 6.000 pesetas la sesi¨®n. Una sesi¨®n basta. A las puertas de su cl¨ªnica (en la madrile?a calle de Hermosilla) se forma una larga cola de adictos al tabaco.
-Me han dicho que es como un brujo, y en media hora te hace olvidar esta esclavitud -comenta un oficinista con los dedos temblorosos y amarillos de nicotina.
Fritz Stalder tiene ¨¦xito. Su t¨¦cnica no es de aversi¨®n. Nada de corrientes el¨¦ctricas cuando vas a sacar el pitillo. Y tampoco es cosa de acupuntura. "Con una aguja en la oreja no se aleja del tabaco ni siquiera a un punk", dice el suizo, "y tampoco es cuesti¨®n de a?adir culpabilidad ni angustia". Este disc¨ªpulo del ruso Wassiliew relaja al fumador a base de hipnotismos y otras sugestiones, y en ocho minutos cronometrados helv¨¦ticamente hace aborrecer los cigarrillos. "El espa?ol es un b¨¢rbaro fumando, el espa?ol est¨¢ siempre tenso, siempre en movimiento, huyendo siempre de la soledad. No se escucha a s¨ª mismo".
Pero escucha al suizo Fritz, quien le despide obsequi¨¢ndole una terap¨¦utica casete a modo de recuerdo: "Cuando un hombre o una mujer fuma inmediatamente despu¨¦s de hacer el amor, s¨®lo est¨¢ descubriendo su miedo a no haber cumplido como deseaba".
En Espa?a se fuma antes, despu¨¦s y durante el amor; entre comidas y tragos, y al salir de la siesta. Se fuma en el hospital, en el metro, el bus, los taxis, la escuela, la playa (donde hay m¨¢s filtros de celulosa que granos de arena) y la sacrist¨ªa. Si no se fuma en el hemiciclo del Congreso es, como cree un portavoz de Tabacalera, porque Peces-Barba padece del coraz¨®n. El s¨ªndrome de abstinencia resulta m¨¢s penoso a los diputados que un debate sobre celibato monacal.
Los ministros no respetan nada
Hay que recorrer la ciudad de un extremo a otro para cerciorarse de la intensa ignici¨®n urbana: sobre los pasteles de las cafeter¨ªas y las tapas de los bares avanzan nubarrones de humo; en las aceras tosen y escupen los peatones, lo que es causa y efecto del tabaco; los anuncios asfixian con se?oras que succionan cigarros puros y te miran desde todas las vallas buscando tus labios; hay j¨®venes que prometen genuino sabor americano, y variedad de pitillos, tridimensionales y gigantescos, se alargan por las avenidas como irresistibles y obscenos falos.
A las puertas del Ministerio de Sanidad se agolpan los funcionarios para adquirir su marca preferida en el estanco propio. Es admirable la disciplina de esta cola, que m¨¢s parece formada por civil servants brit¨¢nicos que por bur¨®cratas hispanos.
Los conserjes fuman en la cara del visitante, al que, entre humos, aplican la pegatina de acceso. Fuman todos en los ascensores que transportan al director general en densas nubes hacia el cielo, y algo fuma, tambi¨¦n, el titular Ernest Lluch. Recostado en el sof¨¢ de piel de su despacho rebosante de libros ("mi vicio es la lectura", dice), el responsable de la Sanidad nacional confiesa que cada domingo me fumo un puro despu¨¦s de comer".
Del Rey abajo todos exhalan los mismos vapores. "Afortunadamente, el monarca no fuma en p¨²blico, y eso est¨¢ muy bien", comenta Lluch echando a un lado su flequillo, "pero ahora estoy dispuesto a hacer cumplir el decreto que regula el consumo del tabaco hasta sus ¨²ltimas consecuencias".
Pueden ser consecuencias dram¨¢ticas. Y el mismo ministro lo sabe: "F¨ªjese lo que ha pasado con la prohibici¨®n en el Congreso, una verg¨¹enza, es mejor que en Europa no se enteren". La brisa sanitaria peninsular no llega al continente, y viceversa.
Para Lluch est¨¢ claro que los pol¨ªticos no deben fumar a la vista del p¨²blico: "Los tengo a todos marcad¨ªsimos. El presidente Gonz¨¢lez ya lo ha entendido, y se controla. Mor¨¢n lo hace todav¨ªa fatal. Se cuelga el cigarro en los labios y, hale, a hablar de lo que sea, donde sea. Un horror. Y tambi¨¦n Moscoso. Levanta el pitillo as¨ª, y lo ense?a con mucho movimiento. El m¨¢s austero es Guerra".
?Puede ser juez y parte un Gobierno masivamente fumador? "A¨²n recuerdo con espanto la visita que hice una noche a un hospital cl¨ªnico, y all¨ª encontr¨¦ a todos fumando en la mistna unidad de quemados. Esto no puede seguir como est¨¢", concluye el ministro.
100.000 millones para el Estado
Pero la cosa sigue. Y en la calle del Barquillo, que es donde hay humos para dar y vender, el presidente de Tabacalera, SA, perfila la estrategia para que los espa?oles sigamos fumando. Ya fuma el 50%, de la poblaci¨®n. Pero no basta. La media de 16 pitillos al d¨ªa que consume el adulto masculino (12 pitillos en el caso de las mujeres) es insuficiente. O queman m¨¢s o han de ingresar nuevos candidatos en este club de chimeneas.
El presidente, C¨¢ndido Vel¨¢zquez Gaztelu, tiene ahora a los directores del monopolio echando humo alrededor de una cenicienta mesa. Los tiene al estilo de Aravaca: que cada cual fume de su petaca, y dice: "Yo soy fumador empedernido de Fortuna -una suerte-, y aunque el decreto nos parece muy bien, una cosa es respetar al no fumador, llamado el fumador pasivo, y otra distinta es olvidar que el Estado se embolsa al a?o 100.000 millones de pesetas por el tabaco. O sea: que el fumador no moleste al no fumador, y que el Ministerio de Sanidad y las consejer¨ªas auton¨®micas dediquen menos atenci¨®n al tabaco y m¨¢s a resolver sus problemas sanitarios".
El vicio es fuente muy saneada de ingresos estatales. Big Brother nos mete c¨¢ncer en el pulm¨®n, y el mismo Gran Hermano nos lo cura luego. La estimaci¨®n de consumo
Fumadores con muchos humos
para 1984 es, seg¨²n el monopolio, superior a los 3.000 millones de cajetillas. Y all¨¢ para el 1989 s¨®lo se fumar¨¢ rubio en un pa¨ªs tradicionalmente oscuro como el nuestro. El negro ser¨¢ una reliquia zumbona.Para crear ambiente propicio al consumo de nicotina, Tabacalera lanzar¨¢ pronto una campa?a "encaminada a acallar la mala conciencia y el rechazo social del fumador". Una nueva marca de rubio (Diana) pregonar¨¢ que es "agradable incluso a quienes no fuman".
Pero en Catalu?a, los responsables de la Sanidad auton¨®mica ya aprietan las tuercas sueltas del decreto con la promulgaci¨®n de otro previsto para finales de este mes. "El decreto deja demasiadas decisiones discrecionales en manos de directores de cl¨ªnicas, y nosotros vamos a crear zonas para fumadores en centros de ense?anza y en centros sanitarios donde hoy se fuma escandalosamente", dice el doctor Josep Vaqu¨¦, dependiente de la Generalitat. Son fumadores m¨¢s del 61% de los j¨®venes entre 16 y 24 a?os, sin apenas diferencia de sexos. "Queremos que la gente joven no se incorpore al vicio de fumar, y nuestra campa?a es constante", a?ade Vaqu¨¦. En breve se prohibir¨¢ en Catalu?a la venta de tabaco en los centros sanitarios y de ense?anza. "Los colectivos sanitarios fuman m¨¢s que otros, y especialmente las mujeres. Un 52,8% de los m¨¦dicos fuma en Catalu?a".
"Aqu¨ª fuma hasta el gato"
Una visita a la Ciudad Sanitaria La Paz, en Madrid, revela que la situaci¨®n es similar a la de otros puntos de Espa?a. "Aqu¨ª fuman hasta los gatos", se lamenta el doctor Granado, entre humos ajenos, all¨ª donde m¨¢s prohibidos debieran estar: urgencias. "Hay enfermos que se dan aerosol con una mano y chupan del cigarro con la otra dentro de la cama".
Ahora vemos al camillero empujando al yacente asegurado por los pasillos, y el camillero lo envuelve en una beat¨ªfica fumata. Las visitas suben fumando hasta las habitaciones, por pasillos que son fumaderos organizados. La residencia general es como un buffet de nicotinas variadas. El piso de cada una de las 14 plantas sufre quemaduras de segundo grado en su piel de lin¨®leo. Un celador, en radiolog¨ªa, lanza volutas hermosas hacia los rayos X. Los enfermos pasean su nueva ortopedia expulsando humillo por las narices. Monsieur Nicot, propalador del vicio, es venerado aqu¨ª.
"Soy cardi¨®logo y s¨¦ el mucho perjuicio que ocasiona el tabaco", declara, aplastando una colilla de Winston, el director de La Paz, doctor Sobrino, "y, lamentablemente, aqu¨ª no se respetan las prohibiciones. Si al menos los m¨¦dicos, enfermeras y el personal sanitario no fumaran, como el resto, en ascensores, pasillos y habitaciones, ya me dar¨ªa por satisfecho. Hemos logrado que los m¨¦dicos no fumen mientras pasan consulta y exploran al paciente".
El doctor Sobrino tampoco sabe qu¨¦ hacer. Y el decreto est¨¢ encima como un papel mojado. ?Multar? ?Correctivos? "?No s¨¦, no s¨¦!", exclama el cardi¨®logo. "?Ay, el decreto! ?Ay!", y tuerce el rostro en una mueca como de sentir pr¨®ximo el infarto. Por suerte, ¨¦ste no llega. El director de La Paz prende otro pitillo, y a trav¨¦s de la humareda dice: "Los jefes de servicio no quieren o¨ªr hablar de eso, cobran poco para hacer trabajos administrativos, la soluci¨®n es muy dif¨ªcil". Y se puso a toser, humildemente.
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