Jordi Pujol, o la fuerza de un 'ismo'
Jordi Pujol i Soley, candidato de Converg¨¦ncia i Uni¨® a la presidencia de la Generalitat, es una personalidad compleja desde todos los puntos de vista, capaz de arrastrar a sus bi¨®grafos hacia el pecado de la hagiograf¨ªa o, en caso contrario, de condenarlos a las tinieblas del anticatalanismo. Pujol es, seg¨²n sus censores, autoritario, distante y fr¨ªo, mientras que para sus apologistas es tolerante, posibilista y desprendido. No es posible, en resumen, recoger opiniones moderadas sobre el candidato convergente; o son muy blancas o son negr¨ªsimas.Pujol se presenta as¨ª como el demiurgo de Converg¨¦ncia i Uni¨®; es decir, el arquitecto m¨¢ximo, seg¨²n unos; el alma de Catalu?a, distinta sin embargo de la causa primera, seg¨²n otros; y un genio no benigno, en opini¨®n de los agn¨®sticos.
En una primera aproximaci¨®n, Jordi Pujol, 53 a?os, licenciado en Medicina y antiguo director de una industria farmac¨¦utica, es un fajador a larga distancia, al¨¦rgico al cuerpo a cuerpo y proclive al soliloquio. En definitiva, un candidato que parece saber curarse en salud.
Pujol es un nacionalista de larga trayectoria, por lo menos desde 1946, cuando entr¨® en contacto con el nacionalismo confesional del grupo Torras i Bages. Desde entonces su obra ha conocido distintos per¨ªodos y diversas tonalidades.
Primero, la c¨¢rcel, tras el proceso por los incidentes del Palau de la M¨²sica durante una visita del dictador a Barcelona. Despu¨¦s, la "construcci¨®n de Catalu?a", en una accci¨®n dominada por la preocupaci¨®n por la infraestructura cultural y econ¨®mica. M¨¢s tarde, ya a mediados de los a?os 70, la pol¨ªtica propiamente dicha, en la que irrumpi¨® con la creaci¨®n de Converg¨¨ncia Democr¨¢tica. Y, finalmente, a partir de 1980, el poder auton¨®mico, tras su primer triunfo electoral desde 1977. En definitiva, Pujol ha atravesado por tantas etapas que parece l¨®gico que en alguna ocasi¨®n el presidente se haya visto obligado, como ocurri¨® en la precampa?a con el director de la serie Catalans de TV3, a frenar los ¨ªmpetus de los bi¨®grafos empe?ados en atribuirle todas las iniciativas desde los a?os catacumbales.
Ya en la presidencia de la Generalitat, Pujol se ha dejado llevar por la v¨ªa de las realidades tangibles, aparentemente empe?ado en darle la raz¨®n a Leon Blum cuando afirmaba que "no son los partidos los que hacen los gobiernos, sino los gobiernos los que hacen los partidos". Pero en el an¨¢lisis de este per¨ªodo tampoco hay acuerdo. Para unos han sido tiempos de elefantiasis propagand¨ªstica; para otros, d¨ªas de resistencia a viajar a Madrid como si se tratara de ir a Canosa. Partidario de la sin¨¦cdoque, Pujol ha logrado convertirse as¨ª, entre la no oposici¨®n y cierto diletantismo de los socialistas, en un nuevo ismo, el pujolismo, como dando la raz¨®n a los ¨¢rabes cuando dicen que el que se finge concepto acaba si¨¦ndolo.
Cuando se le habla de los nuevos conversos de aluvi¨®n, de la crisis de Banca Catalana o de aquellos tiempos del modelo sueco, en los que el adversario no era el socialista (Mario Soares) sino el comunista (Alvaro Cunhal), Pujol. parece decir, como las actrices al verse en una antigua foto: "Ese no soy yo; ese era yo". Ahora, por el contrario, considera que la obra ha sido un ¨¦xito y que el p¨²blico no ser¨¢ un fracaso.
Por los menos hay un punto, sin embargo, donde pujolistas y antipujolistas no se muestran en desacuerdo. La leyenda dice que los emperadores de la antigua China sol¨ªan ordenar la decapitaci¨®n de los mensajeros que les tra¨ªan malas noticias. En este terreno, todos coinciden en que ha habido un cierto progreso hist¨®rico: en 1984 o se les concede avales o se les retira la publicidad del partido.
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