Nixon , el cometa Halley de EE UU
Richard Nixon y Henry Kissinger comieron recientemente en el restaurante m¨¢s elegante de Nueva York, Le Cirque, donde su entrevista en la cumbre se vio frecuentemente interrumpida por las pleites¨ªas de los paseantes en corte. ?sta es la historia de una tragedia. Tan s¨®lo hace 10 a?os, Richard Nixon era enterrado en la oscuridad de la noche, en un lugar remoto, con una estaca en el coraz¨®n, am¨¦n de todo tipo de precauciones para que el vampiro no pudiera despertar de nuevo. Pero, ya lo tenemos otra vez entre nosotros a plena luz del d¨ªa.El Segundo Advenimiento de Richard Nixon ha comenzado ya. Fragmentos de una entrevista televisiva realizada por un complaciente anfitri¨®n se han emitido con gran ¨¦xito por la cadena CBS que, en su tiempo, fue N¨¦mesis de Nixon, y en agosto, con motivo del d¨¦cimo aniversario de su dimisi¨®n, nos anegaremos en una marea de revisionismo hist¨®rico te?ido de culpa.
Una nueva y aguda biograf¨ªa, Exilio, escrita por Robert Sam Anson, dar¨¢ a conocer algunas reevaluaciones de la figura de Nixon sumamente significativas: George McGovern escribi¨® recientemente en una carta al ex presidente que "la historia le recordar¨¢ como uno de los grandes hombres de paz del siglo XX".
?Por qu¨¦ Richard Nixon se est¨¢ convirtiendo en una especie de cometa Halley de la pol¨ªtica norteamericana? Sus enemigos responder¨¢n que mala hierba nunca muere, pero observadores desapasionados subrayar¨¢n esa mezcla de talento y tenacidad del ex presidente, unida a un cierto mecanismo de perd¨®n que opera en la opini¨®n p¨²blica, m¨¢s una inclinaci¨®n al revisionismo entre los historiadores. Menos evidente parece, sin embargo, la curiosa transmigraci¨®n de personalidades ocurrida entre los dos recientes comensales de Le Cirque.
Hace una d¨¦cada, s¨®lo un miembro de la presidencia Nixon parec¨ªa libre de culpa. Era Henry Kissinger, el hombre que hab¨ªa sabido mantener el contacto con la elite intelectual de Washington.
"Nuestro querido Henry" era un islote de civilizaci¨®n en un mar de barbarie, la ¨²nica voz que recomendaba sosiego al o¨ªdo del loco bombardero que quer¨ªa planchar Hanoi. Cuanto m¨¢s fragorosa la cr¨ªtica en torno a Nixon, la elite cre¨ªa m¨¢s necesario proteger al consejero del presidente. Y Henry no se hac¨ªa de rogar.
A medida que la estrella de Nixon deca¨ªa remontaba la de Kissinger. El ex presidente se arrastraba hasta su casa de San Clemente mientras el secretario de Estado escalaba nuevas cimas geopol¨ªticas. Las memorias de Richard Nixon recib¨ªan una acogida tibia mientras las de Henry Kissinger eran jaleadas, merecidamente, como una obra maestra. En los a?os de la presidencia Carter, Nixon se sumerg¨ªa en el olvido mientras Kissinger se consolidaba como estadista en la reserva.
Recurso sin explotar
La situaci¨®n empez¨® a cambiar en los ochenta. Con la segunda guerra fr¨ªa, el liberalismo cr¨ªtico de la Administraci¨®n Reagan empez¨® a aflorar los tiempos de la distensi¨®n. En p¨²blico y en privado, Richard Nixon hab¨ªa sido fiel a su concepto del equilibrio de poder diplom¨¢tico y reconoc¨ªa el cambio producido en la actitud norteamericana hacia la URSS, a?adiendo el calificativo de combatiente al t¨¦rmino distensi¨®n. En ese momento, la elite de Washington decidi¨® declarar a Nixon gran recurso nacional sin explotar, porque les ofrec¨ªa la protecci¨®n necesaria a sus creencias. Al mismo tiempo, descubr¨ªan a un enemigo en Henry Kissinger. En la medida en que su pensamiento evolucionaba Henry dejaba de ser un incondicional de la Alianza Atl¨¢ntica, hasta llegar a sugerir que las tropas norteamericanas no ten¨ªan por qu¨¦ permanecer fatalmente desplegadas en el Viejo Continente. Su l¨ªnea dura en Centroam¨¦rica -hasta el punto de calificar a la Administraci¨®n Reagan de t¨ªmida al atender las peticiones de ayuda, y defender el minado de los puertos de Nicaragua- encoleriz¨® a los que le hab¨ªan puesto por las nubes 10 a?os antes.
?Cu¨¢ndo llegar¨¢ a su t¨¦rmino el Segundo Advenimiento de Richard Nixon? Predigo que el nombre de Nixon se barajar¨¢ para la vicepresidencia en 1988, quiz¨¢s, como compa?ero de equipo de la dur¨ªsima Jeane Kirkpatrick. Para esa fecha, el ex presidente tendr¨¢ 75 a?os y estar¨¢ por encima de toda ambici¨®n, con la cualidad a?adida de ser el mejor enviado posible para funerales de Estado. No olvidemos, por otra parte, que Nixon no cometi¨® ninguna acci¨®n por la que tuviera que dimitir, durante sus ocho a?os de vicepresidencia.
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