El mito de la democracia

Un mito, como un maquillaje, es un mecanismo social de ocultaci¨®n. Me dec¨ªa Madariaga que los ministros de todo dictador, si bien se denominan ministros de Informaci¨®n, en realidad son ministros de ocultaci¨®n. El ¨¢ntropos, el ser humano, parece ser el ¨²nico animal al que se le ha disparado un mecan¨ªsmo gen¨¦tico que denominamos verg¨¹enza por el que sufre una sensaci¨®n inc¨®moda cada vez que se mira en el espejo -gen¨¦tico tambi¨¦n- del homo sapiens y se ve menos presentable en sociedad de lo que deseara. Ning¨²n mono puede contemplarse en el espejo de la raz¨®n y descubrir su naturaleza fecal. La frontera gen¨¦tica entre el mono y el hombre est¨¢ en este espejo. Ahora bien, este descubrimiento va a crear una segunda frontera gen¨¦tica: la verg¨¹enza. Ning¨²n mono se siente inc¨®modo de mostrar sus verg¨¹enzas. Pasea sus genitales y su trasero ante toda la comunidad de simios y de pavos sin reparo alguno. Al homo sapiens hay que a?adir en rigor antropol¨®gico el homo verecundiae: el animal vergonzoso. El hombre, al descubrir sus verg¨¹enzas y al sufrir una sensaci¨®n tan inevitable como un dolor de muelas, va a crear una tercera frontera gen¨¦tica: homo ocultationis: el animal disfrazado. Homo sapiens - homo verecundiae -> homo ocultationis. ?Podemos imaginarnos a un mono inventando el artificio de la ropa para cubrir sus genitales? ?Podemos imaginarnos a una mona cubriendo sus pechos? ?Podemos concebir al l¨ªder de una manada de lobos intentando disfrazar su inmensa alegr¨ªa de sentirse monarca de la manada con maquillajes igualitarios y ropajes democr¨¢ticos? No comprender¨ªa un mono que Reagan dijera al derrotar a Carter y proclamarse el alfa de una manada de doscientos millones: "This is the most humble day of my life,": "Este es el d¨ªa m¨¢s humilde de mi vida". La naturaleza ha instalado en el mono y en el hombre unos poderosos mecanismos ps¨ªquicos -ganas de ganar- y de proclamarse el alfa, el n¨²mero uno de la manada (manada pol¨ªtica, y adem¨¢s, en el caso del hombre, manada ideol¨®gica, manada religiosa, manada period¨ªstica, manada cient¨ªfica, manada art¨ªstica y tantas otras). Al ganador, la naturaleza le paga puntual, rigurosa e inevitablemente un cheque gen¨¦tico de placer, y al perdedor le castiga con una sensaci¨®n inc¨®moda y dolorosa: el dolor espec¨ªfico dise?ado con todo detalle en el taller biosocial de la naturaleza. Es la ley del juego, que funciona con el mismo rigor que la ley de la gravedad. (En mis dos libros publicados Las reglas del juego: las tribus y Las reglas del juego: los sexos abordo esta ley desde distintas perspectivas.) Hasta aqu¨ª Reagan y el mono alfa que ha ganado su campa?a electoral han actuado movidos con parecidos resortes: las ganas de ganar y el placer cobrado al ver a sus contrincantes bebiendo la copa amarga que el verdugo gen¨¦tico les hace tragar a la fuerza. El mono alfa de la manada ni siente verg¨¹enza de su pene ni de su corona de monarca, pero el presidente de Estados Unidos debe ocultar en p¨²blico ambas verg¨¹enzas (las heces individuales y las sociales). Digo el presidente de Estados Unidos como puedo decir la reina de Inglaterra o el jefe del Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Es el ¨¢ntropos el que cada vez que descubre una nueva verg¨¹enza en el espejo del homo sapiens recurre inmediatamente a fabricar un nuevo disfraz, maquillaje, jerga tab¨², m¨¢scaras verbales (eufemismos). No parece tolerable ni admisible que la colmena humana se rija por una sola abeja que ordene y mande. ?Dios m¨ªo, qu¨¦ verg¨¹enza! Aqu¨ª manda el pueblo: demos, res-publica. Toda una gama de disfraces verbales ocultar¨¢ al mono alfa de la manada humana. El sistema pol¨ªtico brit¨¢nico se define como dem¨®crata; los chinos nos dicen -por si acaso, en griego y en lat¨ªn- que all¨ª de monos alfa nada: rep¨²blica democr¨¢tica; en Estados Unidos, un partido se define como popular -manda el pueblo- en lat¨ªn y el otro en griego y el sistema es democr¨¢tico de aleaci¨®n pura. Y, sin embargo, si bien no existe el monarca en estos sistemas democr¨¢ticos-republicanos-populares, como haberlo, haylo. El sost¨¦n oculta los senos, pero no los elimina y, hasta en un orden de cosas, los resalta. El t¨¦rmino tab¨² o el calz¨®n no niegan a ese humilde trabajador que est¨¢ encargado de abrir la frontera a los que los laboratorios digestivos han declarado personas non gratas en la rep¨²blica intestinal. El maquillaje verbal de la democracia no niega al l¨ªder de la manada, al monarca de la colmena.?Qu¨¦ sociedad es mon¨¢rquica, sea entre abejas, sea entre brit¨¢nicos, sea entre lobos, sea entre norteamericanos? Una colmena, una manada de lobos, la sociedad estadounidense y la comunidad brit¨¢nica son, si no me equivoco demasiado, sociedades mon¨¢rquicas. Una sociedad mon¨¢rquica es aquella comunidad de abejas o de seres humanos regida por una sola persona: monos (uno) y archo (reinar). Una sola persona dirige la orquesta. El organismo humano es una sociedad mon¨¢rquica, ya que los millones de c¨¦lulas y los diversos ¨®rganos est¨¢n regidos por un ¨®rgano ¨²nico y soberano: la cabeza. El director de orquesta, un mono alfa, la reina de las abejas, el presidente norteamericano, la reina de Inglaterra y la cabeza son mecanismos mon¨¢rquicos. Ahora bien, hay considerables diferencias en cada uno de estos sistemas mon¨¢rquicos que conviene examinar. En la comunidad de lobos, el monarca no nace, sino se hace. "Todos los lobos nacen iguales", podemos leer en la constituci¨®n pol¨ªtico-gen¨¦tica de esta sociedad. Ahora bien, un segundo mecanismo -lo que denomino "el juego"- empujar¨¢ a todos los lobos a medirse en una contienda electoral que desembocar¨¢ en una jerarqu¨ªa y en una monarqu¨ªa. Antes del juego, todos los lobos eran iguales, pero no despu¨¦s del juego. El juego es un mecanismo social que rompe la igualdad inicial y la transforma en un orden jer¨¢rquico preciso: 1?, el PSOE; 2?, AP; 3?, etc¨¦tera. Antes de jugar, el Real Madrid, el Bar?a y el Athl¨¦tic de Bilbao son iguales, pero despu¨¦s del juego la igualdad desemboca en jerarqu¨ªa. Si los lobos tuvieran a su disposici¨®n soci¨®logos, antrop¨®logos, psic¨®logos y otros ¨®logos dispuestos a descubrir los mecanismos sociales que rigen a una manada de lobos y a la colmena, cometer¨ªan estos estudiosos un lamentable error si razonaran de esta guisa: "Nuestra sociedad lobuna es una sociedad democr¨¢tica, republicana y popular, ya que aqu¨ª se elige al presidente de la rep¨²blica -que ni siquiera se llama rey o monarca-, mientras que la colmena es un sistema pol¨ªtico mon¨¢rquico, ya que una abeja nace reina -y adem¨¢s se llama as¨ª, reina o monarca- y ella manda y las abejas -el pueblo- obedecen".. Ambas sociedades son mon¨¢rquicas y ambas est¨¢n regidas por un monarca. Se trata de dos sistemas mon¨¢rquicos distintos: monarqu¨ªa elegida por el azar y monarqu¨ªa elegida en un juego pol¨ªtico con sus reglas determinadas. Algo parecido ocurre entre el rey ingl¨¦s y el presidente de Estados Unidos. En el primer caso se trata de un monarca elegido por el azar -"por la gracia de Dios", seg¨²n el sistema teocr¨¢tico ingl¨¦s-, y en el segundo, elegido en un apasionado y apasionante juego electoral, que entretiene al personal tanto como una carrera de caballos, el f¨²tbol o una buena guerra. Pero ser¨ªa ingenuo y disparatado, a nuestro juicio, el pensar que el presidente de EE UU no es monarca o es menos monarca que el rey de los ingleses. En realidad, en un orden de cosas, el presidente de los estadounidenses -o americanos, corno se denominan ellos para irritaci¨®n de mexicanos y nicarag¨¹enses- es un monarca mucho m¨¢s mon¨¢rquico que el rey de los ingleses. En primer lugar, el monarca que se ha conquistado su cetro y corona en una sociedad de m¨¢s de 200 millones de posibles monarcas se siente m¨¢s monarca que aquel a quien se le ha dado en bandeja de plata dentro del seno materno. El estadounidense que de igual llega a ser el alfa de la manada se siente satisfecho al o¨ªr en su interior este tipo de razonamientos: "T¨² s¨ª que eres un t¨ªo, t¨² eres aqu¨ª el que manda, pero por tus propios m¨¦ritos, claro". ?Qu¨¦ m¨¦rito tiene el rey que nace rey? Puede ser un cualquiera. Da igual. Aqu¨ª no, amigo. Hay que probar d¨ªa a d¨ªa, a?o tras a?o, que eres el mejor en una brega que t¨² s¨®lo sabes, rompi¨¦ndote los cuernos en una lucha feroz y despiadada, teniendo que torear a una Prensa hostil que se te mete hasta en la cama donde te acuestas. Crees que est¨¢s solo en la cama y tienes a 40 periodistas grab¨¢ndote en cinta c¨®mo haces el amor y con qui¨¦n. Tus enemigos pol¨ªticos, bueno, no veas, ?qu¨¦ atajo de lobos feroces!, y que perdonen los lobos, que son buena gente. Los que te est¨¢n haciendo la pelota te est¨¢n acuchillando por detr¨¢s. Los enemigos declarados es lo de menos. Bueno, esos ya se sabe que procurar¨¢n calumniarte, pagar a calumniadores profesionales, comprar a sicarios a sueldo, echarte una fulana d'esas p'a que largues. Normal. Lo peor son los que parece que est¨¢n contigo, pero lo que quieren es empalarte como en los grabados de Goya. Todo lo has superado. Has demostrado inteligencia, valor, astucia, tenacidad. ?Te imaginas c¨®mo estar¨¢n hoy todos trag¨¢ndose su orgullo como aceite de ricino? ?Pobrecitos! La envidia les debe de estar carcomiendo las entra?as. El Buckingham Palace le han dado a la reina Isabel de b¨®bilis b¨®bilis. T¨² has tenido que conquistarte la Casa Blanca palmo a palmo. Si¨¦ntate ahora en este trono y g¨®zalo. Ya hubiese querido Napole¨®n sentarse en una poltrona de tanto poder. ?Qu¨¦ poder ten¨ªa un emperador romano al lado del tuyo? No pod¨ªa el c¨¦sar decretar el bombardeo de Hiroshima. T¨² decides desde esta Casa Blanca el destino de m¨¢s de 200 millones de seres humanos; pero adem¨¢s, el destino del mundo entero. T¨² decides la velocidad de las autopistas, un golpe de Estado en una de esas republiquillas de bananas o el inicio de la gran corrida nuclear. De ti depende, amigo. ?Enhorabuena!"