Madrid-2: dos ciudades a elegir
Madrid ha producido -por clonaci¨®n- dos hermanas gemelas. Tan gemelas, que hasta comparten el nombre: Madrid-2. Madrid-2 de Alcal¨¢ de Henares es una c¨¢rcel, Madrid-2 de la Vaguada es un centro comercial.Estos dos Madrid-2 son, en realidad, dos espejos de Madrid, y a la vez que la reflejan, se reflejan el uno al otro. El uno la refleja en la dimensi¨®n de la producci¨®n, el otro la refleja en la dimensi¨®n del consumo. Pero producci¨®n y consumo -producci¨®n de consumidores y consumo de productores- est¨¢n entrelazados, de modo que los dos espejos, al reflejar uno al otro, se reflejan cada uno a s¨ª mismo ("?Qu¨¦ reflejan", preguntaba Lautremont, "dos espejos, uno frente a otro y nada entre los dos?").
El capitalismo de producci¨®n programa nuestras actividades de producci¨®n (produce productores), el capitalismo de consumo programa nuestras actividades de consumo (produce consumidores).
Bentham, el fil¨®sofo burgu¨¦s por antonomasia, dise?¨® la c¨¢rcel modelo: una columna central, en la que est¨¢n los vigilantes, de la que brotan galer¨ªas radiales, en las que est¨¢n los reclusos, y el todo cercado por una corona de centinelas armados. Un dispositivo al que llam¨® panopticon: para ver -vigilar- sin ser visto, para formar y destruir a los que no se dejan formar. Pronto todas las c¨¢rceles -la de Carabanchel es un ejemplo palmario- adoptaron ese modelo. En seguida, el modelo se extendi¨® a todas las instituciones productivas: cuarteles, hospitales, escuelas, f¨¢bricas (especializaciones de la prisi¨®n). Producir era producir productores: formarles f¨ªsica y mentalmente. La ciudad de entonces, centro -con el ayuntamiento y la iglesia- del que parten v¨ªas radiales hacia los barrios perif¨¦ricos (y alrededor cuarteles), era el mismo dispositivo a otro nivel.
Del capitalismo de producci¨®n al capitalismo de consumo ocurren muchas cosas. Por una parte, se inventan dispositivos de observaci¨®n (televisi¨®n en circuito cerrado, micr¨®fonos ocultos, confidentes y soplones) y de acci¨®n (explosivos telecontrolados, electrodos implantados en el cerebro, anuncios por televisi¨®n) a distancia: ya no hay que encerrar a la gente en un trozo de espacio / tiempo; el poder les alcanza en todos los puntos del espacio y en todos los momentos del tiempo. Por otra parte, las actividades de producci¨®n se mezclan con las actividades de consumo: producimos consumiendo (nuestro trabajo consiste en consumir, por eso los modelos que nos proponen para imitar no son trabajadores -segadores, fresadores o m¨¦dicos-, sino consumidores -los par¨¢sitos de la jet-society-), consumimos produciendo (la producci¨®n es consumo de tiempo, la ense?anza como aparcamiento o el trabajo como simple prestaci¨®n de tiempo). En la producci¨®n y en el consumo somos reses esperando la hora del sacrificio (de ah¨ª el pasotismo). S¨®lo la televisi¨®n es productiva: nos forma como consumidores (produce consumidores).
La topolog¨ªa del dispositivo pan¨¢ptico es sustituida por la topolog¨ªa del laberinto. En el laberinto siempre hay una salida practicable, pero ninguna de las salidas conduce a la salida; hay caminos, pero ninguno lleva a ninguna parte (a ning¨²n lugar ni a ning¨²n tiempo); no hay paredes, pero todo el espacio y todo el tiempo es una pared. Nada tiene sentido. Los centros comerciales son el laberinto modelo. Ahora la instituci¨®n por antonomasia no es la c¨¢rcel, sino el centro comercial, y el fil¨®sofo por antonomasia no es el reflexivo Bentham, se refracta en una pululaci¨®n de umbrales y de cuetos. La c¨¢rcel era una met¨¢fora de la colmena, el centro comercial es una met¨¢fora del estercolero: el espacio y el tiempo estallan en una multiplicidad de vallas y altavoces; los que un d¨ªa fueron abejas son moscas aturdidas, van de aqu¨ª para all¨¢ o de all¨¢ para aqu¨ª, de antes a despu¨¦s o de despu¨¦s a antes, sin fin y sin objeto, ciegamente, brownianamente, empapuz¨¢ndose en el camino de basura y de ruido.
La prisi¨®n se abre (prisiones abiertas o semiabiertas, como Madrid-2) y el centro comercial se cierra (centros cerrados a la luz del sol y a la vida cotidiana, como Madrid-2), y una y otro ocupan toda la ciudad. M. C. Escher ha dibujado este mundo: escaleras o cascadas que suben hacia abajo y bajan hacia arriba, dibujos cuyo fondo'es otro dibujo, modelos que se convierten en copias o copias que se convierten en modelos. No hay arriba ni abajo, env¨¦s ni rev¨¦s, copia ni modelo; el capitalismo de consumo ha abol¨ªdo todas las diferencias: la diferencia entre bueno y malo en la pol¨ªtica, la diferencia entre bello y feo en la moda, la diferencia entre verdadero y falso en la publicidad.
(Hay un dibujo de Escher especialmente revelador: dos manos se dibujan cada una a la otra. Reversi¨®n generalizada de modelo y copia, de producci¨®n y consumo. Es la met¨¢fora m¨¢s potente del capitalismo de consumo.)
Vivimos, se dice, en el mundo Ubre, y es verdad. Hay una libertad de orden cero, libertad de no elegir o libertad de elegir entre t¨¦rminos indiferentes. Hay tambi¨¦n libertades de orden uno -libertad de elegir entre t¨¦rminos diferentes o de leer la ley- y de orden dos -libertad de escribir la ley o de legislar-; son, respectivamente, las libertades que persigue el reformismo: la revoluci¨®n. Si todos los t¨¦rminos son indiferentes (porque la ley es insensata) no hay peligro de subversi¨®n, por mucha que sea la libertad de elecci¨®n o de lectura. Se puede elegir entre Pepsi-Cola y Coca-Cola, entre Torremolinos y Benidorm, entre la derecha progresista y la izquierda responsable, entre Madrid-2 y Madrid-2.
(Paul Goodinan dise?¨®, en Tres ciudades para el hombre, tres utop¨ªas urbanas. En ellas se conjugaban, en el espacio y en el tiempo, la producci¨®n y el consumo, la libertad y el orden. Eran -est¨¢bamos en los felices sesenta, tan lejanos- ciudades para vivir, pensadas para desarrollar la libertad de orden uno -libertad para elegir- y la libertad de orden dos -libertad para legislar-. ?Pero qui¨¦n se acuerda ya de Goodman?)
Para poder elegir hacen falta por lo menos tres: o una u otra, o ninguna de las dos (y, entonces, ?qu¨¦?). No hay regla de juego que asegure la libertad si no queda asegurada la libertad de cambiar de regla de juego.
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