Defensa de Machado
Con inesperado asombro -dada la siempre l¨²cida perspicacia del autor- he le¨ªdo, en ¨²ltima p¨¢gina, Machado, de Vicente Verd¨². Otra vez m¨¢s, el petardismo hace mella en la conciencia de los periodistas m¨¢s esclarecidos. ?Qu¨¦ l¨¢stima! Hablando hace d¨ªas con Francisca Aguirre sobre estos ultra¨ªsmos de la publicidad -montar con un rasgo deslumbrante una publicidad eficaz-, me narraba una an¨¦cdota del maestro Luis Rosales. Ante una situaci¨®n semejante a la que justifica estas l¨ªneas, don Luis respondi¨®: "?Que no les gusta? Ya les gustar¨¢, Paca; ya les gustar¨¢. Parece la menuda historia de los pueblos. Compulsi¨®n a la repetici¨®n, dir¨ªa el viejo Freud. En ciertas etapas de la cultapol¨ªtica surgen estos petardos que, bajo el ropaje de la indignaci¨®n virtuosa, destruyen monumentos, arrancan flores de sus verjas, muerden diplomas, sabotean ateneos, proclaman las ventajas higi¨¦nicas del escupitajo, hacen de la bomba de Sarajevo un objeto del deseo, convierten la detracci¨®n en un ejemplo literario. Las penitencias posfranquistas -de las que habla Verd¨²- no son el tr¨¢nsito cotidiano de nuestro amor por don Antonio, sino art¨ªculos como el comentado aqu¨ª: hay que volar por los cielos el club de admiradores del enorme poeta, porque estamos al borde mismo de la beater¨ªa interminable. En nombre de la salud mental, refundamos a los delirantes, a los incondicionales, a los feligreses de esa iglesia laica que Machado fund¨® desde su entra?able sabidur¨ªa. Para ser objetivo hay que saber de Goma 2. Quiz¨¢ con un poco m¨¢s de tiempo y de talento podr¨ªa escribir una introducci¨®n al estudio de las perversiones de este siglo. Una de ellas, el uso del poder (?cuarto?, ?s¨¦ptimo?, ?octavo?) paradirimir compulsiones a la violencia y al parricidio.
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