La batalla del ocio
El debate sobre el impacto social de las nuevas tecnolog¨ªas de comunicaci¨®n en la reuni¨®n de ministros de Cultura del Consejo de Europa (Berl¨ªn, 22 al 25 de mayo de 1984) ha demostrado que son muchos m¨¢s los interrogantes que pueden formularse que las respuestas que hoy es posible suministrar. Existen, no obstante, algunos puntos de consenso. El primero y m¨¢s general no es m¨¢s que una verificaci¨®n emp¨ªrica del aumento ininterrumpido del tiempo de ocio social debido al automatismo y a la inform¨¢tica. Corroborando esta tesis, mientras los ministros de Cultura se reun¨ªan en el viejo Reichstag, el mayor sindicato alem¨¢n convocaba huelgas en favor de la semana laboral de 35 horas. En este proceso irreversible, la reducci¨®n progresiva de la jornada laboral, el anticipo de la jubilaci¨®n y el crecimiento del desempleo tecnol¨®gico potenciar¨¢n grandemente y otorgar¨¢n un lugar central en la vida econ¨®mica a las industrias culturales y a las empresas del sector del ocio. De tal modo que para la vida econ¨®mica y para la din¨¢mica pol¨ªtica de la sociedad informatizada ser¨¢ mucho m¨¢s relevante el tiempo de ocio que el de ocupaci¨®n laboral, fen¨®meno que jam¨¢s hab¨ªa ocurrido antes. Como contrapartida perversa, las industrias culturales ser¨¢n el instrumento privilegiado de la ingenier¨ªa social, lo que obligar¨¢ a los poderes p¨²blicos a replicar con adecuadas pol¨ªticas de ocio que favorezcan a los ciudadanos y les protejan tanto de una manipulaci¨®n unilateral como de una concepci¨®n mercantilizada de la cultura, gobernada ¨²nicamente por las leyes econ¨®micas del mercado.El ocio no puede contemplarse como un concepto abstracto y ajeno a la socialdin¨¢mica de los Estados industrializados. El tiempo de ocio puede concebirse, en efecto, como un espacio creativo, de expansi¨®n de la personalidad, de contenido l¨²dico, formativo o autoexpresivo, de signo liberador, tal como fue concebido en las luchas sindicales del siglo XIX. Pero el ocio puede constituir tambi¨¦n un espacio consumista y de alienaci¨®n social, de sometimiento acr¨ªtico a los mensajes ideol¨®gicos de industrias culturales colonizadoras de las conciencias, o de actividades embrutecedoras. La extensi¨®n del alcoholismo cr¨®nico y de la drogadicci¨®n juvenil en Europa permite medir, por desgracia, la magnitud de este ocio que hemos calificado de embrutecedor.
Si Marx, en el libro primero de El capital, se?al¨® las malformaciones f¨ªsicas producidas por el duro y prolongado trabajo en la f¨¢brica, podemos hoy referirnos, en cambio, a las malformaciones ps¨ªquicas generadas por las disfunciones de la sociedad contempor¨¢nea, que incapacitan a muchos ciudadanos para gozar creativamente de su tiempo de ocio. Es por ello necesario que, desde la escuela, la educaci¨®n integral del ni?o tenga en cuenta las nuevas exigencias de la sociedad posindustrial y le prepare para enfrentarse creativamente con las nuevas formas de la tecnocultura contempor¨¢nea, ense?ando en las aulas las t¨¦cn¨ªcas audiovisuales y sus nuevos lenguajes, y capacitando a los alumnos para la lectura cr¨ªtica de las im¨¢genes, hoy omnipresentes en el entorno urbano. Pero esta pedagog¨ªa no debe contemplar al ni?o como mero receptor de mensajes, sino tambi¨¦n como activo emisor de informaci¨®n, condici¨®n necesaria (aunque no suficiente) para una verdadera democracia comunicativa.
Ante el reto de las nuevas tecnolog¨ªas de comunicaci¨®n es f¨¢cil caer en la tentaci¨®n de la tecnolatr¨ªa tanto como en la de la tecnofobia. Los entusiastas de las nuevas tecnolog¨ªas (televisi¨®n por cable, sat¨¦lite, autoprogramaci¨®n del usuario, ordenador) ven en la nueva sociedad telem¨¢tica un para¨ªso de opulencia informativa, caracterizado sobre todo por la descentralizaci¨®n de los espacios de decisi¨®n cultural y de emisi¨®n, por la diversificaci¨®n de los mensajes y por la interacci¨®n entre los part¨ªcipes en el proceso comunicativo. Los apocal¨ªpticos ponen, en cambio, el acento en el enclaustramiento dom¨¦stico y aislamiento interpersonal de los usuarios de la comunicaci¨®n por pantalla, en el desigual reparto social de los equipamientos y servicios de la nueva tecnocultura, en el reforzamiento de la estratificaci¨®n cultural producida por la autoprogramaci¨®n, en la destrucci¨®n de la cohesi¨®n social del imaginario colectivo compartido por efecto de la fragmentaci¨®n debida a la autoprogramacion muy selectiva y en la dependencia econ¨®mica e ideol¨®gica de los grandes imperios tecnol¨®gicos de Jap¨®n (para el hardware) y Estados Unidos (para el hardware y el software).
El debate est¨¢ abierto, y en el foro de Berl¨ªn se han expuesto el lado risue?o y el lado oscuro de la presente revoluci¨®n de las comunicaciones. Lo malo es que en el terreno de la prospectiva casi nunca se acierta. Leer hoy 1984, de Orwell, o Un mundo feliz, de HuxIey, o ver filmes como Metr¨®polis, de Fritz Lang, o La vida f¨²tura, de William Cameron Menzies, resulta bastante penoso. No obstante, el derecho a formular hip¨®tesis acerca de las nuevas pautas de conducta y de los cambios sociales inducidos por la nueva revoluci¨®n tecnocient¨ªfica sigue siendo perfectamente leg¨ªtimo, y aqu¨ª propondr¨¦ algunas reflexiones de cosecha propia.
En la sociedad de ma?ana, en la que ya hemos penetrado en el eje USA-Europa-Jap¨®n, y en la que los procesos de producci¨®n est¨¦n ¨ªntegramente confiados a los robots, el consumo (o la explotaci¨®n econ¨®mica e ideol¨®gica del tiempo libre) seguir¨¢ estando, en cambio, como hoy, a cargo de los hombres. Los ide¨®logos del pesimismo, como Baudrillard, han puesto el acento en que el desarrollo y la expansi¨®n de la civilizaci¨®n del ocio est¨¢n realizando una paradoja imprevista; a saber: que en vez de disponer los ciudadanos de mayor tiempo verdaderamente libre, se encuentran sometidos cada vez m¨¢s a imperiosas obligaciones consumistas, sociales o culturales, que aniquilan la disponibilidad personal del mal llamado tiempo libre, colonizado por las estrategias de las industrias culturales y de los comerciantes del ocio social. Desde esta perspectiva, el concepto de servicio -pilar central de la sociedad posindustrial-, cuya etimolog¨ªa procede de siervo, enmascara hasta qu¨¦ punto el consumidor se convierte en el verdadero siervo de las empresas que los suministran y de sus prestaciones, que debe pagar.
La nueva civilizaci¨®n tecnol¨®gica de acufiaci¨®n yanqui-nipona est¨¢ imponiendo la reconversi¨®n del homo faber en homo inform¨¢ticus, so pena de degradar a quien no efect¨²e tal salto a la categor¨ªa de arcaico, obsoleto o in¨²til socialmente. Al nuevo homo inform¨¢ticus se le exigen no s¨®lo unas nuevas habilidades (el know-how), sino adem¨¢s una nueva conciencia. Esta presi¨®n puede aumentar la fosa o desnivel de informaci¨®n, y con ello de poder, entre los ciudadanos ricos -ca
Pasa a la p¨¢gina 14
La batalla del ocio
Viene de la p¨¢gina 13
paces de telematizar sus hogares y sus empresas- y los ciudadanos pobres preinform¨¢ticos, culminando este desequilibrio social en la aparici¨®n de una nueva elite muy especializada de poder tecnocr¨¢tico y definida, en palabras del profesor Joseph Weizenblaum, por su analfabetismo informatizado.
Esta hip¨®tesis introduce algunos retoques significativos al modelo social propuesto por Galbraith hace a?os para explicar la pir¨¢mide de poder en la sociedad opulenta. Seg¨²n tal hip¨®tesis, puesto que el automatismo y la informatizaci¨®n liberar¨¢n al hombre de las tareas m¨¢s rutinarias o f¨ªsicamente m¨¢s duras, los puestos de trabajo remanentes ser¨¢n sobre todo aquellos relacionados con la creatividad (de todo orden) y con la toma de decisiones. Estas tareas encajan con aquellos trabajos que Marshall caracteriz¨® como gratificadores en s¨ª mismos (y no tanto por su retribuci¨®n econ¨®mica) y que Galbraith consider¨® espec¨ªficos de la llamada por ¨¦l nueva clase en la sociedad opulenta, en la que se consum¨® el divorcio hist¨®rico entre propiedad y direcci¨®n de las empresas, confiada esta ¨²ltima a personal altamente profesionalizado. Esta. nueva clase se concentra, por otra parte, en el sector de servicios, y no en el de la producci¨®n, dibujando el perfil de la elite cient¨ªfico-intelectual que constituir¨¢ la columna vertebral de la sociedad posindustrial. Sus miembros dispondr¨¢n de m¨¢s poder de decisi¨®n que el resto de los ciudadanos (salvo la elite pol¨ªtica y financiera), gozar¨¢n de prestigio social y tendr¨¢n el privilegio de un puesto de trabajo en vez de padecer un ocio forzoso sufragado socialmente, como les ocurrir¨¢ a muchos de sus conciudadanos.
Por lo que ata?e al hardware, el desarrollo de las tecnolog¨ªas audiovisuales, implantadas a trav¨¦s del terminal televisivo en los hogares y en los lugares de trabajo, est¨¢ realizando en la pr¨¢ctica el mito ancestral del ojo ubicuo y omnisapiente (los cien ojos de Argos, el ojo de Jehov¨¢). Por otra parte, el terminal televisivo en el hogar y en el lugar de trabajo ha hecho de la categor¨ªa del audiovisual no una forma de comunicaci¨®n m¨¢s, sino el espacio central y hegem¨®nico de la cultura actual. Pero esta opulencia de im¨¢genes y de sonidos no debe inducir a la confusi¨®n, ya denunciada por Schiller, entre abundancia de. medios y diversidad de contenidos. Incluso la libertad individual de la autoprogramaci¨®n electr¨®nica est¨¢ limitada en gran parte por las decisiones empresariales sobre suministro social de programas. Resulta imposible, en efecto, que un ciudadano programe en su televisor un v¨ªdeo que no ha podido encontrar en el mercado porque alguien ha decidido no comercializarlo, o un mensaje que no est¨¢ contenido en la memoria del ordenador al que su televisor est¨¢ conectado.
Esta dependencia plantea el problema crucial del control social del acervo de mensajes disponibles, problema que sigue en vigor en el nuevo modelo comunicacional descentralizado e interactivo.
En la nueva sociedad telem¨¢tica, tal como profetizaron Ren¨¦ Berger y Baudrillard, los signos tienden a suplantar a las cosas y la realidad f¨ªsica se transmuta en su simulacro, en imagen manufacturada por procesos industriales. Por eso es leg¨ªtimo afirmar que la iconosfera constituye hoy una de las capas, probablemente la principal y la m¨¢s densa, de la mediasfera que nos envuelve en la sociedad urbana, cual una segunda naturaleza artificial. Pi¨¦nsese que un norteamericano medio recibe unos 1.600 impactos publicitarios al d¨ªa, lo que supone (restando ocho horas de sue?o) un impacto cada segundo y medio. La investigaci¨®n emp¨ªrica ha demostrado a los publicitarios que una pared con algunos carteles atrae la mirada del peat¨®n, pero un exceso de ellos (saturaci¨®n) la desv¨ªa. Pues bien, la densidad de nuestra iconosfera es tan grande en las culturas urbanas, que ya no vemos las im¨¢genes, porque su hiperabundancia las ha trivializado y despojado en gran medida de su capacidad de atracci¨®n de la mirada. Parad¨®jicamente, su exceso las ha convertido en invisibles o poco visibles, lo que no significa que no nos influencien subliminalmente. Como ha escrito Pignotti: "El sistema de las comunicaciones de masa est¨¢ amenazado por la masa de las comunicaciones que ¨¦l mismo produce".
Es en el seno de este paisaje y de esta escenograf¨ªa urbana en donde se est¨¢ librando hoy la crucial batalla pol¨ªtica del ocio en la sociedad posindustrial.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.