El peligro de la t¨¦cnica
Contar¨¦ de nuevo la historia que imagin¨® el bi¨®logo Jacobo von Uexk¨¹ll. Cierta criadita berlinesa ve hacer una tina de lavar, y todo lo encuentra muy comprensible; todo, menos la procedencia de la madera. "?C¨®mo hacen la madera?", pregunta. "La madera", le responden, "se saca de ¨¢rboles como los que hay en el Tiergarten". "?Y d¨®nde hacen los ¨¢rboles?", sigue preguntando. "No los hace nadie, crecen ellos solos". Y la tecnificada y met¨®dica dubitante concluye: "?Vamos! ?En alguna parte tendr¨¢n que hacerlos!Si esto pudo ocurrir hace tres cuartos de siglo, ?qu¨¦ no dir¨ªa esa misma criaturita en los a?os que ahora corren, cuando casi todo lo que nos rodea, desde que suena el despertador hasta que el televisor se apaga, es puro artefacto, calculado producto de esa actividad humana que los antiguos llamaron arte, y hoy, m¨¢s a la griega, denominamos t¨¦cnica? No es azar que desde hace muchos decenios menudeen las reflexiones de los fil¨®sofos y las invenciones de los literatos acerca de lo que la t¨¦cnica significa en la existencia del hombre; y tampoco lo es que ante la inexorable mecanizaci¨®n de la vida que la tecnificaci¨®n de ella trae consigo haya surgido la voz de alarma de cuantos ven en la libertad creadora la m¨¢s alta cima de la dignidad humana. Mucho antes de que Charlie Chaplin nos melancolizara con Tiempos modernos, el agud¨ªsimo Pirandello hab¨ªa expresado las cuitas ¨ªntimas de Serafino Gubbio, un viejo operatore de cine para quien vivir era dar vueltas y m¨¢s vueltas a la manivela del proyector: "De nada me sirve el alma. Me sirve, eso s¨ª, la mano, porque ella es la que sirve a la m¨¢quina... Forzados por la costumbre, mis ojos y mis o¨ªdos empiezan a ver y o¨ªr todo bajo la figura de ese tic-tac r¨¢pido e incesante... Todo obedece a un mecanismo que sigue y sigue jadeando..." Pirandello quer¨ªa hacemos ver que el anverso de la t¨¦cnica -brindarnos comodidad para lo que ya hac¨ªamos, permitirnos hacer algo que antes no hac¨ªamos- lleva fatalmente consigo un ¨¢spero y peligroso reverso: mecanizamos, disminuir o anular el ejercicio de nuestra libertad.
En cuanto yo s¨¦, nadie ha profundizado tanto como Martin Heidegger en la intelecci¨®n de este inquietante y ominoso reverso de la t¨¦cnica. Ser¨ªa a todas luces improcedente exponer aqu¨ª, y de manera apresurada, el pensamiento del fil¨®sofo en su ensayo La pregunta por la t¨¦cnica. No creo il¨ªcito, sin embargo, extraer de ¨¦l tres de sus tesis fundamentales. Una de car¨¢cter hist¨®rico: el auge irrefrenable de la t¨¦cnica se inici¨® con la idea del conocimiento de la realidad que propuso Descartes (concepci¨®n de tal conocimiento como representaci¨®n mental, previamente querida y proyectada, de lo que las cosas son y ulterior comprobaci¨®n experimental de ella; "ingente voluntarismo de la raz¨®n" hab¨ªa llamado Zubiri al pensamiento cartesiano) y alcanza su m¨¢s resonante clave psicol¨®gica y expresiva en la nietzscheana "voluntad de poder¨ªo", interpretada por Heidegger como "voluntad de voluntad", habitual violaci¨®n de querer y m¨¢s querer. Otra de orden teor¨¦tico: la t¨¦cnica ser¨ªa en esencia sometimiento de las cosas a una provocaci¨®n, no para que de modo cada vez m¨¢s profundo nos revelen su ser, sino para que de modo cada vez m¨¢s eficaz nos entreguen su fuerza. En el poema que H?lderlin consagra al Rin, el r¨ªo se hace obra de arte; en la presa de la central el¨¦ctrica que aprovecha su energ¨ªa, el Rin se hace obra de fuerza. Lo que un griego antiguo ve¨ªa como "nacimiento" se trueca ahora en "producci¨®n". Otra tesis, en fin, de ¨ªndole prospectiva: la creciente impronta de la t¨¦cnica sobre la vida lleva consigo un enorme peligro; no s¨®lo porque la t¨¦cnica puede destruir -la pistola mata, la electricidad electrocuta, la bomba at¨®mica puede acabar con la vida misma-, tambi¨¦n, de modo m¨¢s hondo y sutil, porque amenaza la posibilidad humana de penetrar cada vez m¨¢s profundamente, mediante la filosof¨ªa y el arte en el insondable e inagotable ser de las cosas. "Con el d¨ªa de la t¨¦cnica, que no es sino la noche hecha d¨ªa, un invierno sin fin nos amenaza a los hombres", vaticina Heidegger.
Que la vida futura del hombre puede ser as¨ª, no parece dudoso; que tenga que ser as¨ª, si el progreso de la t¨¦cnica contin¨²a, pienso que s¨ª lo es. A mi modo de ver, la actividad t¨¦cnica no es s¨®lo voluntad de poder¨ªo, y la realidad a que la t¨¦cnica se aplica puede no ser fuente de fuerza. Debo explicarme.
Contra lo que presupone la visi¨®n heideggeriana de la t¨¦cnica, el saber previo al manejo t¨¦cnico de las cosas y consecutivo a ¨¦l -en suma: la ciencia- no es tan s¨®lo un recurso para dominar y utilizar la realidad; puede y debe ser tambi¨¦n una pregunta por lo que las cosas en -s¨ª mismas son, adem¨¢s de ser ¨²tiles fuentes de energ¨ªa. "Podemos tanto como sabemos", dijo con gran verdad, pero no con toda la verdad, lord Bacon. "Podemos m¨¢s de lo que sabemos", agreg¨® Claudio Bernard, pensando ante todo en los f¨¢rmacos de acci¨®n eficaz, pero no bien conocida. Pues bien: al lado de ambos asertos hay que afirmar que, pueda o no pueda ser convert¨ªdo en t¨¦cnica utilitaria, el saber cient¨ªfico lleva esencialmente consigo la exigencia de una piregunta por el ser de las cosas, por lo que la realidad es. Desarrollando la concepci¨®n relativista del cosmos, Sitter y Lemaitre llegaron a la conclusi¨®n de que el universo se expande. Estudiando espectrosc¨®picamente la radiaci¨®n que emiten ciertas lejan¨ªsimas nebulosas, el astr¨®nomo Hubble pudo concluir que esas nebulosas se apartan cada vez m¨¢s del observador; por tanto, que, como te¨®ricamente hab¨ªan afirmado Sitter y Lemaitre, el universo se halla en expansi¨®n constante. Mi escasa capacidad para la ciencia-ficci¨®n no me permite conjeturar si las t¨¦cnicas usadas por Hubble para la exploraci¨®n del cosmos permitir¨¢n en el futuro alguna aplicaci¨®n pr¨¢ctica de lo que hoy nos hacen conocer; pero es bien seguro que, si eso acontece, la t¨¦cnica utilitaria plantear¨¢ entonces a la mente, humana las mismas interrogaciones que ante la realidad del cosmos hoy plantea la t¨¦cnica cognoscitiva: ?qu¨¦ es esto que yo llamo universo y que desde un originario y remot¨ªsimo primer estallido -ese que en todo el mundo culto suelen llamar big-bang- se halla en constante expansi¨®n?; ?qu¨¦ es el hombre, en tanto que ente capaz de conocer la expansi¨®n del cosmos y de preguntarse por lo que el cosmos sea? Interrogaciones que siempre trascender¨¢n la visi¨®n de la realidad como "producci¨®n" obligar¨¢n a entenderla como nacimiento".
Consideraremos ahora las t¨¦cnicas espec¨ªficamente enderezadas al conocimiento y gobierno de la realidad humana; por ejemplo, las propias de la medicina. Administar penicilina a un paciente es, por supuesto, utilizar cierta energ¨ªa potencial de la mol¨¦cula del medicamento para producir ciertas modificaciones en el germen causante de la enfermedad tratada; mutatis mutandis, lo mismo que con la energ¨ªa potencial de la corriente del Rin hace la presa de la central el¨¦ctrica; hecho que de alg¨²n modo suscita o alimenta la concepci¨®n de la terap¨¦utica como una ingenier¨ªa correctora de cuerpos alterados por la enfermedad. Pero ?es realmente esto la medicina? En ciertas ocasiones -el tratamiento penicil¨ªnico de una pulmon¨ªa, la extirpaci¨®n quir¨²rgica de un ap¨¦ndice infectado- s¨ª se aproximar¨¢ a serlo. Pero en la mayor parte de los casos, el m¨¦dico deber¨¢ contar con lo que hoy se denomina "efecto placebo" -todo remedio act¨²a m¨¢s favorablemente cuando el enfermo cree en su eficacia- o, como en las enfermedades cr¨®nicas y en las enfermedades neur¨®ticas acontece, se ver¨¢ obligado, si quiere ser m¨¢ximamente eficaz, a tratar al paciente teniendo en cuenta datos tocantes a su intimidad y a su libertad; es decir, a su vida personal. Lo cual, s¨ª no es un fan¨¢tico doctrinario de la concepci¨®n ingenieril de su oficio, necesariamente le pondr¨¢ ante la tarea intelectual de mirar la realidad de ese paciente conforme a lo que todo paciente en s¨ª mismo es, un hombre, un ente real cuyo conocimiento y cuyo tratamiento trascienden los presupuestos cognoscitivos y operativos de la t¨¦cnica utilitaria del ingeniero y de la t¨¦cnica exploratoria del f¨ªsico y el qu¨ªmico. Aun cuando lo que el f¨ªsico y el qu¨ªmico le digan sea para ¨¦l por completo ineludible, si como tal m¨¦dico quiere entender rectamente la enfermedad y la curaci¨®n.
Ambos ejemplos muestran con evidencia que si el hombre seriamente se lo propone, siempre podr¨¢ situarse ante la realidad por encima de los imperativos dictados por la tecnificaci¨®n f¨ªsica del mundo; m¨¢s all¨¢, por tanto, de las pautas planificantes que con tanta fuerza ofrece o impone la empresa universal de dominar el cosmos. Pese a cuanto se diga, hoy todav¨ªa es capaz de ello. ?Lo ser¨¢ en el futuro? Dentro de un siglo ?habr¨¢ sobre el planeta hombres capaces de consagrar su ocio a la dura faena de adentrarse filos¨®fica y art¨ªsticamente en el fascinante enigma de la realidad?
De ese empleo del ocio han nacido siempre la filosof¨ªa y el arte. Fue posible la filosof¨ªa en la Grecia antigua porque hubo en ella hombres para los cuales, seg¨²n la arrogante sentencia de Jen¨®fanes de Colof¨®n, la sabidur¨ªa -"nuestra sabidur¨ªa", dice el texto- vale m¨¢s que los honores y los placeres propios del banquete y del estadio. Es decir, porque esos hombres, antes que en gozar, como los ricos de entonces, de bienes inmediatos y groseros, prefirieron emplear su ocio, el ocio que el trabajo de los artesanos y los esclavos les regalaba en la denodada conquista del saber filos¨®fico. Existi¨® en la Edad Media, porque algunos monjes y frailes quisieron consagrar esforzadamente al pensamiento una parte del ocio que muchos de los suyos dedicaban ¨ªntegramente a la oraci¨®n. Ha sido posible en los siglos XIX y XX porque ciertos profesores emplearon abnegadamente en crearla -en recrearla- el ocio que su oficio profesoral les permit¨ªa, pasadas las horas lectivas de la clase y el seminario. Parece que la t¨¦cnica propia de la ¨²ltima revoluci¨®n industrial va a otorgar a los hombres, sin esclavos, s¨®lo con m¨¢quinas humanamente inventadas y humanamente manejadas, cantidades de ocio inmensamente superiores a las exiguas y no bien repartidas de que hasta hoy ha disfrutado la humanidad. ?En qu¨¦ van a emplearlo? ?S¨®lo en inventar nuevas t¨¦cnicas, movidos por la "voluntad de voluntad" que Heidegger ha visto en la entra?a del mundo moderno y en una versi¨®n in¨¦dita de los placeres sociales a que Jen¨®fanes opuso su sabidur¨ªa? ?O habr¨¢ entre ellos algunos que empe?en su vida en la empresa de entender con profundidad trans-cient¨ªfica y transt¨¦cnica lo que las cosas son? De la respuesta a estas interrogaciones depender¨¢ que se cumpla o que no se cumpla la amenaza de ese "invierno sin fin".
Como coletilla, un aserto y una nueva pregunta. El aserto: tres pensadores espa?oles del siglo XX, Unamuno, Ortega y Zubiri, han expuesto, cada uno a su modo, concepciones de la vida humana en las cuales va impl¨ªcita o aparece incoada una respuesta a este central problema de nuestro tiempo. La pregunta: en lo que queda de siglo ?seremos capaces los espa?oles de avanzar con buen ¨¢nimo en la formulaci¨®n de tal respuesta?
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