El futuro económico del Mercado Común
La realidad de la Europa de estos últimos a?os es su incapacidad para tomar decisiones, pues teme el cambio, debido a que no es capaz de superar el statuo quo y la coartada. A intervalos regulares, por ejemplo, en vísperas de una u otra cumbre europea, los viejos informes vuelven a la luz; ya no se habla más que de lo que cuesta Europa y de los errores de la política agrícola común.Esta publicidad exagerada no sólo engendra cierto fastidio en la opinión pública respecto de Europa, sino que da vida a una ambigüedad fundamental sobre el futuro de una comunidad de cerca de 300 millones de personas.
?Es cierto que Europa cuesta tanto a sus ciudadanos?
?Cada uno puede echar sus cuentas! Si queremos hacer una caricatura, hela aquí: la política agrícola común representa aproximadamente, para 1984, un gasto de 8,5 francos belgas (23 pesetas) al día por cada ciudadano europeo. ?Es realmente escandaloso?
La ambigüedad aumenta si seguimos haciendo la comparación absurda entre presupuestos nacionales y presupuesto comunitario. Se trata de la contradicción aparente que se constata en la mayoría de las capitales de la Comunidad entre, por un lado, la comprensión presupuestaria nacional y, por el otro, el crecimiento de los gastos en el presupuesto de la CEE.
Pero una comparación así no es válida:
- El presupuesto de la CEE no representa más que una ínfima parte del total de los gastos presupuestarios acumulados de los diez Es decir, el 2,5% de él o el 0,87% del producto interior bruto (PIB) de la Comunidad.
- El presupuesto de la CEE ha de considerarse un elemento de economía, en la medida en que debe sustituir a los gastos nacionales u optimizarlos.
- El presupuesto de la Comunidad debe estar equilibrado. Se trata de un matiz importante respecto de los presupuestos nacionales: si un Gobierno decide optar por una política prometedora, puede endeudarse y hacer lo que se denomina déficit spending. A nivel de la Comunidad se nos tiene prohibido este procedimiento.
La Comisión Europea considera indispensable que se disipe esta ambigüedad, que da lugar a una caricatura fácil y da?ina para la credibilidad de la construcción europea.
Hasta ahora ha triunfado la política de pasos contados, del empirismo. Hay que volver al método que permitió llevar a cabo las grandes conquistas de la Comunidad, a saber, que los Gobiernos fijen primero los objetivos y luego los instrumentos necesarios para su realización, según plazos fijos.
Sólo entonces se podrá demostrar que un gasto a nivel comunitario no es en absoluto, en contra de la caricatura, una detracción sobre las economías nacionales, sino que, al contrario, es un medio para gastar menos dinero con mayor eficacia. Así, en vez de lamentarnos de lo que cuesta ' Europa, será mejor constatar con toda lucidez lo que costaría no construir Europa.
La apuesta: la dimensión
Las mentes cuitadas nos dicen: "?Para qué construir Europa si vamos a ser siempre unos pobretones comparados con los norteamericanos o los japoneses?" Y yo les contesto que esto es falso; el verdadero drama de Europa no es precisamente la carencia de medios financieros. Pongo un ejemplo: los microprocesadores, que se llaman también pulgas electrónicas. En ellos los japoneses gastaron en cinco a?os unos 240 millones de dólares para apoyar a la investigación en este sector. Los Gobiernos de los países de la Comunidad en los que se investiga en este campo gastaron en total, en este mismo período de tiempo, 470 millones de dólares, es decir, ?aproximadamente el doble!
El quid de la cuestión es que mientras las firmas japonesas han acaparado cerca del 40% del mercado mundial de micropulgas, los países europeos apenas controlan el 10%. ?Por qué? Porque en Europa cada uno piensa en sí mismo sin preguntarse si no sería más juicioso ponerse de acuerdo sobre un programa europeo en vez de contar con un mosaico de programas nacionales que a veces se repiten entre sí. Una actitud de este tipo, sin coordinar, conduce a un excesivo gasto de fondos públicos, cuando precisamente todos nuestros Gobiernos tienen políticas de austeridad.
Esto es lo que yo llamo el coste de la no Europa.
La apuesta por Europa en 1984 es comparable a la de los a?os cincuenta. ?Qué vamos a ofrecer a los países, a las empresas, a los ciudadanos de la Comunidad, en 1984, que corresponda a un modelo de compromiso semejante al de la Unión Aduanera de 1958, es decir, que no elimine evidentemente los riesgos pero que aumente su seguridad? La respuesta es simple y ambiciosa a la vez: Europa deberá ser el lugar donde se establezca una estrategia industrial que haga de intermediaria entre los antiguos sectores que hay que adaptar y las nuevas actividades a desarrollar. Por tanto, se trata de resolver ante todo un problema de dimensión.
El triste balance de los a?os setenta ilustra el da?o causado por los nacionalismos económicos en el seno de la Comunidad. El cada uno a lo suyo" ha traído como consecuencia el que durante los a?os setenta la economía europea no pudiera crear más que dos millones de nuevos puestos de trabajo. Pese. a enfrentarse al mismo marasmo, las economías de Estados Unidos y de Japón pudieron crear 19 y 5 millones de puestos de trabajo nuevos, respectivamente. Esto también es el coste de la no Europa.
Lo que pretende la estrategia industrial es la vuelta a la competitividad en los sectores tradicionales y el acceso a la competitividad en los sectores nuevos. Esto es una necesidad, pues, por un lado, desde un punto de vista humano, la inseguridad prolongada se hace insoportable para nuestros ciudadanos y, por el otro, el dinero que gastamos para adaptar nuestros útiles de producción envejecidos comienza a pesar demasiado sobre nuestras economías.
El futuro de Europa es demostrar que podemos conservar lo antiguo adaptándolo y, al mismo tiempo, conseguir nuestro trozo de pastel en las actividades nuevas. Sin esto, sería la decadencia.
De hecho, Europa está siempre a la defensiva. Sin una respuesta europea es la Comunidad como tal es decir, una construcción original basada en la solidaridad, pero no concebida como caja de compensación-, la que corre el peligro de desaparecer.
Por ello hay que curar el mal que corroe a Europa, es decir, la tentación de replegarse sobre sí misma. Sobre todo no se trata de aceptar de nuevo la esterilizante querella entre escuelas liberales e intervencionistas; en 1984, el intervencionismo público es una realidad. De lo que se trata es de vigilar para que los fondos públicos inyectados en las economías nacionales lo sean de acuerdo con una estrategia coherente a nivel europeo, que evite los despilfarros y la fragmentación del mercado contineqtal europeo.
La respuesta es crear un espacio industrial europeo, sustentado por inversiones productivas. La alternativa propuesta por la Comisión Europea es. rica en perspectivas de relanzamiento de la industria europea, en el caso de que los Gobiernos, las empresas y los sindicatos recuperan la audacia suficiente para emprender la reconquista de ese gran mercado continental que es el territorio de la Comunidad.
El marco de la respuesta es, clara y necesariamente, el mercado interior europeo, que sigue siendo la mejor baza que Europa puede dar a su industria.
A partir de 1958, los industriales han aceptado el desafío de Europa, porque ellos no "se lanzan a lo desconocido". El Tratado de Roma establecía netamente el .margen de seguridad": Europa aportaba un marco nuevo para el desarrollo de la industria. Elegir Europa en 1958 significaba aceptar tres cosas.
- Un objetivo (la Unión Aduanera).
- Un calendario (10 a?os).
- Una estrategia (la competitividad internacional).
Lo que la Comisión se propone restablecer es precisamente esa confianza elemental en la dimensión europea. Así en 1984, la respuesta para Europa es volver a hablar del "mercado común" como de una oportunidad para la industria europea.
La segunda se?al de confianza será la que aporte un relanzamiento de las inversiones productivas. La Comisión no propone un plan amplio, sino que quiere tranquilizar y convencer a las empresas, a las que incumbe, en primer lugar, el papel de garantizar la recuperación industrial de Europa.
La opción de la Comisán es garantizar el redespliegue industrial por medio de un relanzamiento de la inversión, a condición de que ésta tenga como objetivos principales:
- Las tecnologías nuevas.
- Las actividades que respondan a prioridades definidas en el marco de la Comunidad (energía, investigación y desarrollo, protección del medio ambiente, etcétera).
Semejante elección queda explicada por medio del análisis que la Comisión realizó del pasado reciente. Sustancialmente se constantan dos cosas:
1. La esperanza de un relanzamiento a través de las exportaciones es aleatoria. La industria comunitaria no se halla tan bien situada como para responder a una recuperación de la demanda mundial. Después de 1978 la proporción de productos europeos en el mercado mundial sufre una regresión.
2. Contar con el aumento del consumo interior es también enga?oso, en el caso de que el objetivo sea asegurar el redespliegue industrial. En cuanto a Europa, estimular el consumo no es favorable a la balanza comercial ni al empleo. En efecto, por una parte, los bienes de consumo son muy vulnerables ante la competencia exterior; por eso, quienes se aprovechan realmente de una recuperación son, sobre todo, los importadores (el caso de los textiles lo ha demostrado de manera rotunda). Por otro lado, estimular la adquisición de bienes de consumo no tiene un efecto real y duradero sobre la modernización de los instrumentos de producción y, por consiguiente, los empleos que hayan podido crearse no tienen ninguna garantía de ser duraderos.
La opción de la Comisión está ligada igualmente al objetivo prioritario de lucha contra la inflación: los presupuestos nacionales que priman las inversiones en vez de primar el consumo reducen las presiones inflacionistas.
Las claves del espacio industrial
Para hacer saltar las cerraduras en el seno del mercado europeo, la Comisión propone las claves siguientes:
1. Discusión contra las tendencias proteccionistas nacionales: antes de tomar una iniciativa reglamentaria nacional se informará a los asociados.
2. Normas y estándares europeos para garantizar una preferencia europea en las realizaciones. Esto es más lógico y más eficaz que tener que armonizar después.
3. Adopción rápida de un estatuto jurídico y de un régimen fiscal que favorezca la eclosión de empresas industriales europeas.
postura dominante, habrá que compararla con la dimensión del mercado europeo y no sólo con la del nacional.
5. Las ayudas públicas nacionales no se examinan únicamente desde la perspectiva de la distorsión de competencia. En efecto, las ayudas pueden contribuir, en ciertos casos, a alcanzar los objetivos de reestructuración definidos por el mercado en conjunto.
6. Apertura de mercados públicos: el caso de los productos y de los servicios nuevos en las telecomunicaciones permite un salto cualitativo. Un pool europeo debe sustituir a los monopolios nacionales, los cuales son ya incapaces de responder aisladamente al desafío tecnológico a nivel de todo un continente.
7. Una acción propia de la Comunidad para estimular el nacimiento o el desarrollo de empresas europeas.
Todos los instrumentos de que dispone la Comunidad (política comercial y política de competencia, investigación y desarrollo, normalización, BEI, NIC*) deben ser utilizados de manera coherente.
8. La Comunidad como servicio público.
Cada vez que sus propias necesidades lo justifiquen, la Comunidad, como servicio público que es, deberá tomar la iniciativa de favorecer el aprovisionamiento por parte de la industria europea de nuevos productos y servicios. Con esto, la Comunidad ofrece una doble ventaja a los industriales europeos, consistente en, por un lado, proporcionar una especie de label europeo con prestigio en el mercado mundial y, por el otro, ayudar a la preparación de normas y estándares europeos.
La Comisión Europea ha comenzado ya a utilizar las mencionadas claves. Así, el programa Esprit lanzado por la Comisión Europea consiste en una estrategia de recuperación: en 10 a?os, la industria europea del sector ha de situarse al mismo nivel que la de sus competidores japoneses y norteamericanos. La idea central es crear, por medio de un esfuerzo conjunto europeo en el campo de la investigación precompetitiva, un espacio industrial europeo que permita la existencia de las economías de escala indispensables para llevar a cabo una penetración tecnológica en un merca do que ya es mundial.
Una acción concertada
La Comisión ha visto reforzada su convicción: los industriales asociados íntimamente a la elaboración del programa Esprit lanzaron un verdadero grito de alarma. Hace falta, han venido a decir, zafarse de las estrategias nacionales y desarrollar una acción concertada a nivel europeo con el fin de evitar empleos dobles y derroche de capitales públicos.
Para financiar el programa en cuestión, y en una primera fase de cinco a?os, se le dotará de unos 75.000 millones de francos belgas (210.000 millones de pesetas), la mitad de los cuales será aportada por los industriales y la otra mitad por la Comunidad, lo que representa una importante novedad en la historia de la Comunidad. ?Es caro? No. La amplitud del desafío está hecha a la medida del gasto:
- Europa se ve amenazada de dependencia industrial en un sector en el que su balanza de pagos ha registrado unos 10.000 millones de dólares de déficit (en servicios y productos de las tecnologías de la información) en 1982 (es decir, el doble que en 1981).
- El monto global de los gastos de investigación de la industria europea en este sector es de 5.000 millones de dólares por a?o.
- Cerca del 70% del PIB de la Comunidad se ve influenciado de una u otra manera por este sector.
- Sólo en 1982, la cifra de ventas mundiales del sector alcanzaba unos 237.000 millones de dólares y debería llegar a los 500.000 millones de dólares en 1990, aproximadamente (en precios de 1980).
- Ningún país de la CEE puede lanzarse a un combate así de manera aislada.
La decisión de los ministros de investigación, el 28 de febrero de 1984, de lanzar el programa Esprit, no sólo abre perspectivas de desarrollo importantes, sino que significa también la vuelta a la Europa de la ambición.
Se trata de una decisión de envergadura. Es la primera decisión optimista de los a?os 1983 y 1984, que va a impresionar asimismo a nuestros asociados norteamericanos y japoneses, conscientes también ellos de que el programa Esprit representa un nuevo aliento para Europa. Efectivamente, nos hemos impuesto un nivel de actividad comparable al de Japón y Estados Unidos.
Concretamente, ha quedado demostrado ya que se trata de un programa estratégico: la gestión del Esprit se orientará totalmente hacia los objetivos a alcanzar. El monto financiero adoptado no es, pues, un simple subsidio, ni un fondo a distribuir. El objetivo al que tiende Esprit va a permitir la realización de importantes innovaciones por parte de empresas peque?as y medias, gracias a la presencia y a la infraestructura de grandes proyectos.
Todo esto demuestra que cuando se es capaz de hacer entrever claramente a los Gobiernos cuál es el impacto de la no -decisión, es decir, de la no-Europa, el sentido común vuelve a predominar.
La biotécnica y las telecomunicaciones son otros dos sectores que producen un elevado crecimiento y que, como ha constatado la Comisión, son una necesidad para Europa. El sector de las telecomunicaciones presenta un ,interés vital, pues afecta al 55% del valor a?adido total en la CEE, y ata?e al empleo de unos 62 miIlones de personas.
Las tres prioridades más importantes de una estrategia europea en este sector se refieren al esfuerzo tecnológico, a la dimensión del mercado y al estímulo de la demanda, debido a la modernización de las redes y a la desorganización en el campo de las terminales.
Por lo que respecta a la biotecnología, Europa debe hacer un esfuerzo conjunto para alcanzar la masa crítica necesaria en el campo de la formación de investiga dores en actividades que por definición son multidisciplinarias, y en el campo del fomento de acciones en los sectores de la genética de la bioquímica, de la microbiología y de la fisiología.
Hasta ahora hemos presenciado una dispersión de las políticas nacionales en la investigación y el desarrollo: pese a los gastos, comparables a los de Estados Unidos (160 millones de dólares en Europa, 200 millones en Estados Unidos), no conseguimos reducir nuestro retraso inicial respecto de nuestro socio norteamericano.
La Comisión sugiere tres campos de actividad prioritarios:
1. Mejora de las condiciones económicas de la producción agroalimentaria.
2. Estimular a las industrias médico-farmacéuticas para que se centren en los métodos de elaboración de productos que favorezcan el diagnóstico y la prevención de enfermedades costosas para los presupuestos públicos: así se contribuiría al tan deseado saneamiento de los presupuestos de la atención sanitaria de los diez.
3. Un especial esfuerzo de la CEE en los países del Tercer Mundo, con el fin de dar una respuesta, por medio de la biotecnología, a los problemas de la alimentación, de la salud y del desarrollo agrícola.
Conclusión
Europa dispone hoy de las mismas bazas científicas que Estados Unidos y Japón, y nos damos cuenta, además, de que ya nadie puede desenvolverse solo. Lo que no quiere decir que se pueda hacer cualquier cosa y mejor a nivel europeo. Es necesario un acto de humildad, es decir, hay que demostrar lo que la dimensión europea puede hacer además de lo que ya hace, o determinar las actividades que sólo la dimensión comunitaria permite llevar a cabo.
Es necesario ser paciente, pero no pesimistas. El costo de la no-Europa es que no podemos sacar partido de nuestras cualidades. ?En 1984 ya no se cree en milagros! El momento es muy delicado, pues el análisis objetivo de la situación nos lleva al pesimismo.
Pero la cuestión europea ha vuelto a ser importante: ahora, cuando criticamos a la Comunidad, lo hacemos únicamente con el fin de mejorarla y de permanecer en ella, y no ya con el de abandonarla. En 1984, la alternativa de la vía solitaria no resulta ya atractiva. En la actualidad estamos pagando la factura de nuestros errores pasados. Así, pues, tratemos de no seguir construyendo Europa con mentalidad de acorralados.
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