Jes¨²s Puga
El emigrante que volvi¨® de Am¨¦rica con una fortuna de p¨¢jaros y ¨¢rboles de ins¨®litas especies
De Am¨¦rica, despistando los controles fronterizos, con su techo azul violeta. Y en los bosques gallegos Jes¨²s Puga ha ido trayendo una fortuna inusual. Palos borrachos, que cuando crezcan ser¨¢n panzudos y dar¨¢n flor multicolor en oto?o; jacarand¨¢s, con su techo azul v¨ªoleta. Y en los bosques gallegos liber¨® horneros y calandrias, y pronto abrir¨¢ la jaula a una tribu de perdices coloradas, que son mayores que la gallina y tienen los h¨¢bitos del avestruz.
En la orilla del R¨ªo de la Plata, los paisanos emigrantes se re¨ªan de la desmedida afici¨®n de Jes¨²s Puga por recoger semillas y otear la rep¨²blica del cielo. ?l callaba y esperaba su hora. Un d¨ªa, hace 10 a?os, volvi¨® a Galicia por vez primera con el tesoro germinal de la pampa en el equipaje. Desde entonces, burlando las aduanas como una becacina al cazador, ha sobrevolado seis veces el oc¨¦ano con las maletas plet¨®ricas de primavera.Desde cr¨ªo, pastoreando el ganado, se le iluminaban los ojos descifrando el coraz¨®n del bosque. "Me fijaba en todo: en las plantas y en las costumbres de los bichos". Cansado del pan negro, se sum¨® al ¨¦xodo galaico hacia ultramar en 1948. En Buenos Aires aserr¨® madera, vendi¨® pa?os y acab¨® levantando casas. Pero nunca dej¨® que cesaran los latidos nutricios y se hizo hu¨¦sped asiduo de la pampa, durmiendo bajo carpa, maravill¨¢ndose como un Darwin artesano.
Ahora, en las tardes coru?esas de lluvia y calma, habla de la comuni¨®n universal con un entra?able acento porte?o, recita el Mart¨ªn Fierro tras el ventanal y parpadea abrumado cuando de la estancia inmediata llegan los ecos televisivos de una contienda nunca demasiado lejana. Tambi¨¦n ¨¦l, como Castroviejo, cree que la f¨®rmula E = m X C? podr¨ªa traducirse como "serenidad es igual a la belleza multiplicada por la luz".
Habla de sus aves y ¨¢rboles con la solemnidad conmovedora que inspir¨® a aquel gran jefe Sealth que intent¨® disuadir en vano a los depredadores b¨ªpedos. "Y, despu¨¦s de todo, ?para qu¨¦ sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque?". Tampoco la obra de Jes¨²s ha salido indemne de la barbarie. Dos de los reto?os plantados en los jardines p¨²blicos de M¨¦ndez N¨²?ez fueron hurtados y teme que alguna de las calandrias acab¨® su vuelo en la cazuela. Aun as¨ª, este emigrante que volvi¨® con la primavera en los bolsillos proyecta hacer una nueva suelta de horneros, esta vez en la ciudad, para que hagan compa?¨ªa a palomas y gorriones. El hornero es un p¨¢jaro arquitecto que hasta se atrevi¨® a anidar en la cima de la Pir¨¢mide de Mayo, en pleno centro bonaerense. El nido fue retirado por empleados municipales, pero un gran movimiento de apoyo popular permiti¨® al hornero reconstruirlo.
Sigue so?ando con repoblar Galicia con aves y ¨¢rboles del nuevo continente. "Este pa¨ªs podr¨ªa ser un para¨ªso, pero falla la gente". De cuando en cuando vuelve al pie del cerezo de Cecebre, donde emprendieron el vuelo los p¨¢jaros pioneros, y alg¨²n labrador bromea con ¨¦l: "?Foron-se pra Am¨¦rica!".
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