Josep Maria Pi Su?er
Un 'gran se?or' de Barcelona ha cumplido los 95 a?os
Josep Maria Pi Su?er es uno de los innumerables miembros de esta familia catalana, los Pi y Su?er, formada por m¨¦dicos y hombres de ciencia, que desde finales del siglo pasado han destacado en la actividad pol¨ªtica y cultural. Por un casual, como ¨¦l mismo ha asegurado en varias ocasiones, su l¨®gico proceso de formaci¨®n hacia la medicina se vio truncado durante la infancia, cuando empezaron a ponderarse sus dotes como orador. Era brillante recitando poemas, y locuaz en la escuela cuando le escog¨ªan para escribir los discursos de final de curso.Cordial, ir¨®nico, mordaz incluso, siempre ha dispuesto de una frase oportuna, y en la facultad de Derecho le recuerdan con gran afecto. Como profesor lleg¨® muy pronto a la conclusi¨®n de que no quer¨ªa suspender a nadie. "La vida y el p¨²blico ya lo har¨¢n en el momento oportuno", sol¨ªa decir. Una an¨¦cdota le dio nuevas razones para mantener esta poco ortodoxa norma estudiantil. Fue el 6 de octubre de 1934, cuando ¨¦l era secretario del Ayuntamiento de Barcelona. Uno de los soldados que asaltaron, bomba en mano, los despachos municipales hab¨ªa sido alumno suyo y, evidentemente, le reconoci¨®. As¨ª se lo hizo saber el joven con una mirada que parec¨ªa amenazante. Pi Su?er le pregunt¨® qu¨¦ nota le hab¨ªa puesto. "Un notable", respondi¨® el soldado bajando el arma. "Respir¨¦ tranquilo", asegur¨® despu¨¦s, "y me jur¨¦ a m¨ª mismo que jam¨¢s suspender¨ªa a nadie. Un aprobado puede salvarle la vida a uno".
Alto y delgad¨ªsimo, su talante de hombre feo, de p¨¢jaro gru?forme, queda inmediatamente borrado cuando inicia el m¨¢s m¨ªnimo gesto, dejando s¨®lo una sonrisa impasible. Tan feo se sabe ¨¦l mismo que, aun en la actualidad, enfermo despu¨¦s de ocho hemiplej¨ªas y en cama, agradece cuando su esposa, Fifina, le dice que es "muy guapo, guap¨ªsimo". Entre sus recuerdos guarda como un tesoro el diploma conseguido en 1967, junto con Marcos Redondo y Pepe Armenteras, por tener las narices m¨¢s largas de Catalu?a.
Empez¨® a trabajar como mecan¨®grafo en la Diputaci¨®n de Barcelona, a los 17 a?os, y abandon¨® su bufete de ahogado a los 87. En, ese plazo, su actividad no par¨® en un s¨®lo momento. A los 74 a?os se matricul¨® para perfeccionar su ingl¨¦s en una facultad londinense. "Durante 13 a?os seguidos", explica su esposa, "hemos pasado el mes de agosto en el Reino Unido. Josep Maria era mucho mayor que los propios maestros y, en clase, cuando le preguntaban, le llamaban profesor". Pero su mayor afici¨®n siempre ha sido la m¨²sica. Se sabe de memoria todas las ¨®peras de Wagner y una disertaci¨®n sobre Parsifal le sirvi¨® de discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge: "Siempre me hubiera gustado ser director de orquesta".
Como jurista y como especialista en Derecho Administrativo han sido muy notables sus aportaciones a la administraci¨®n municipal. Algunos le recuerdan durante una visita a Queralps, un pueblecito en el valle de N¨²ria, enter¨¢ndose de los secretos de aquel ayuntamiento para ver si pod¨ªa aplicar alguno a la ciudad de Barcelona.
Ha sido siempre un ejemplo de cortes¨ªa, de amabilidad y de educaci¨®n, como lo prueban miles de an¨¦cdotas que no pocos editores le han pedido insistentemente que recoja en un libro de memorias personales. Josep Pla intent¨® hacerlo en su lugar. Explica Fifina Pi Su?er que Pla estuvo cuatro d¨ªas con ellos en Caldes de Malavella (Gerona) para recoger, in¨²tilmente, los datos. "Pero en eso estuve de acuerdo con Josep Maria. Pla era brillante siempre y cuando tuviera un elemento para ridiculizar. El terreno era muy peligroso y mi marido no acept¨® el juego".
Hasta hace apenas dos a?os asist¨ªa regularmente a las sesiones de ¨®pera en el Liceo. Tambi¨¦n se le encontraba en las principales exposiciones.
Ha ejercido la abogacia mientras su salud se lo ha permitido, aunque dejando pendientes numerosas minutas por cobrar. Entr¨¦ estas minutas hay una que le retrata. Una tarde se present¨® en su casa una mujer con un ni?o que quer¨ªan ser visitados por el doctor Pi Su?er. Ante el apremio, Pi Su?er no desminti¨® nunca su condici¨®n de m¨¦dico. Escuch¨® a la paciente con toda calma y al final le recet¨® paciencia y sentido del humor. La madre agradeci¨® haber, descubierto, por fin, un m¨¦dico que escuchaba sin prisas, y le envi¨® un hermoso pavo el d¨ªa de Navidad.
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