El crimen fue en Port Bou
A muy pocos kil¨®metros del cementerio de Collioure, en donde descansan los restos de Machado, pero en el lado espa?ol de la l¨ªnea fronteriza, hay otro mucho menos c¨¦lebre y visitado, que Hannah Arendt describe en estos t¨¦rminos: "Da a una caleta, directamente al Mediterr¨¢neo; desmontado en la roca, desciende en escalones en forma de terrazas, en cuyos muros de piedra se incrustan los nichos. Es, de seguro, uno de los lugares m¨¢s extraordinarios y bellos que he visto en mi vida".El cementerio as¨ª pintado es el de Port Bou, que la notable escritora jud¨ªa rastre¨® en 1941, buscando en vano la sepultura de Walter Benjamin. Pese a que los 70 d¨®lares que ¨¦ste llevaba consigo al morir sufragaron los honorarios del m¨¦dico, gastos de entierro y adquisici¨®n de un nicho por un per¨ªodo de cinco a?os, su amiga no descubri¨® la menor se?a de ¨¦l en ninguna de las tumbas. S¨®lo lustros despu¨¦s, avanzada ya la posguerra y rescatado el autor de Infancia berlinesa del olvido en que fuera abruptamente sumido, apareci¨® un misterioso sepulcro cercado con una valla de madera en la que figura garabateado su nombre: una pura fabricaci¨®n, seg¨²n Gershom Scholem, de los guardianes del lugar, que, interrogados a menudo por visitantes extranjeros admiradores de Benjamin, habr¨ªan recurrido a esta estrategema para agenciarse una propina. T¨ªpica realidad de Espa?a, en donde tan frecuentemente alternan la picaresca y el crimen.
Nadie, que yo sepa, se ha esforzado entre nosotros, ni siquiera desde el acceso al poder de un partido de historial antifascista, en aportar nueva luz al esclarecimiento definitivo de los hechos ni en promover el gesto simb¨®lico de la reparaci¨®n debida a la v¨ªctima. En medio de la faramalla hispana de las exhumaciones y traslado de huesos -frustrada, es verdad, en sus apetencias necr¨®filas en el caso de don Antonio Machado el Bueno-, el doble escamoteo del cad¨¢ver y recuerdo de Benjamin resultan, cuando menos, chocantes. Ni la tradicional ignorancia de nuestros dirigentes cultural es ni el desconocimiento por el p¨²blico medio del quehacer y la vida del pensador alem¨¢n justifican este descuido y silencio. La responsabilidad espa?ola en un crimen no muy distinto, a fin de cuentas, del ocurrido en Granada, incumbe no s¨®lo a quienes lo permitieron: nos alcanza a todos. La obra de Benjamin es patrimonio com¨²n de la cultura europea, y, en lo que a m¨ª respecta, me siento m¨¢s inmediato a ella que a la de la gran mayor¨ªa de los escritores peninsulares.
Fil¨®sofo, ensayista, viajero, Benjam¨ªn fue ante todo un cart¨®grafo excepcional de la memoria, un sutil explorador del paisaje urbano, un adelantado perspicaz y curioso de la modernidad. Las evocaciones espl¨¦ndidas de su ni?ez, fascinaci¨®n por las gran des ciudades, vagabundeos parisienses tras Baudelaire, reflexiones penetrantes sobre la historia y el arte le configuran un territorio propio, tan feraz como vasto, en el que el lector de hoy merodea con el sigilo tenso, gozoso, de un cazador furtivo. Marxista sin fe ni ilusiones, proscrito de su pa¨ªs por su doble condici¨®n de rojo y jud¨ªo, condenado a una existencia incierta y err¨¢tica, hab¨ªa hallado un refugio temporal en la Espa?a republicana y escrito en ella p¨¢ginas agudas, cordiales, sobre su estad¨ªa en Ibiza. Muchas veces, al releerle, me he preguntado si tuvo el presentimiento, en una de esas pausas silenciosas que descubren el germen "de un destino muy diferente de aquel que nos fuera otorgado", de la direcci¨®n ¨²nica o callej¨®n sin salida hacia los que inexorablemente le empujaban el fanatismo y barbarie de sus paisanos. Los abundantes testimonios de sus amigos al acaecer la cat¨¢strofe que le obsesionaba -guerra mundial, invasi¨®n nazi de Francia, huida y refugio precario en Marsella-, nos muestran a un hombre l¨²cido y pesimista que -habiendo descartado la oportunidad de asilarse en Estados Unidos cuando a¨²n era tiempo, como su colega Adorno- parece sufrir de una merma de sus reflejos de defensa y afronta los acontecimientos con una especie de ansiedad fatalista.
Gracias a las cartas y relatos minuciosos de Lisa Fittko, Grete Freund y la esposa de Arkadi Gurland, divulgados por Scholem y Tiedeman en sus obras sobre Benjamin, podemos reconstruir paso por paso el trayecto o, por mejor decir, calvario de? escritor desde su llegada a Port Vendres con un peque?o grupo de ap¨¢tridas hasta esa noche cruel del 26 de septiembre de 1940, en la que, cogido en la trampa, se suicid¨® en el hotel de Port Bou adonde hab¨ªa sido llevado por la polic¨ªa: espera inquieta del gu¨ªa que deb¨ªa mostrarles el camino de Espa?a; ayuda solidaria del alcalde de Banyuls; caminata hasta Cerb¨¦re con su maleta negra cargada de manuscritos; reconocimiento previo, la v¨ªspera de la partida, del sendero indicado; brusca resoluci¨®n de pernoctar con sus papeles en plena monta?a, en vez de volver con los dem¨¢s al pueblo y emprender la marcha,de madrugada; penosa ascensi¨®n de la banda por vifiedos rojizos, impregnados de luminosidad; fatiga del escritor, al borde de la crisis cardiaca; su angustia por poner los manuscritos a salvo de la Gestapo; la euforia de los fugitivos al avistar Port Bou.
Lo que les aguardaba all¨ª ha .sido descrito con precisi¨®n por dos testigos presenciales del drama: "En la frontera espa?ola de Port Bou fuimos directamente a la polic¨ªa para cumplir con el tr¨¢mite obligatorio del sello de entrada, pero, aunque ten¨ªamos nuestros documentos de viaje en regla y un visado espa?ol de tr¨¢nsito, nos lo negaron de modo tajante. El jefe de polic¨ªa pretend¨ªa haber recibido nuevas instrucciones de Madrid en las que se prohib¨ªa el acceso al territorio espa?ol a aquellos cuyos documentos mencionaban 'nacionalidad indeterminada' o 'sin nacionalidad'. Quer¨ªa que volvi¨¦ramos por donde hab¨ªamos venido ( ... ) y, si no obedec¨ªamos a la orden, dijo que nos har¨ªa conducir con escolta a un campo de concentraci¨®n en Figueras para entregamos desde all¨ª a las autoridades alemanas" (Grete Freund, carta del 9-10-1940). "Durante una hora, los tres y otras cuatro mujeres permanecimos desesperados, llorando y suplicando a los oficiales a quienes hab¨ªamos mostrado nuestra documentaci¨®n en regla ( ... ) Nos permitieron pasar la noche en un hotel y nos presentaron a los tres polic¨ªas que el d¨ªa siguiente ten¨ªan la misi¨®n de custodiarnos hasta la frontera ( ... ) Para Benjamin, el regreso a Francia significaba el internamiento en un campo ( ... ) Por la ma?ana, hacia las siete, madame Lipmann me comunic¨® que deseaba hablar conmigo. Benjamin me dijo que la v¨ªspera, a las diez de la noche, hab¨ªa absorbido una gran dosis de morfina, pero que deb¨ªa presentar la cosa como una enfermedad. Me confi¨® una carta para m¨ª y otra para Adorno. Luego perdi¨® el conocimiento. Previne a un m¨¦dico, pero eludi¨® la responsabilidad de trasladarle al hospital de Figueras en vista de que agonizaba. El resto del d¨ªa lo pas¨¦ con la polic¨ªa, el alcalde y el juez, quienes examinaron los papeles de Benjam¨ªn y hallaron entre ellos una carta de recomendaci¨®n para los dominicos espa?oles" (Mme. Gurland, escrito fechado el 11-10-1940). El suicidio del autor de Par¨ªs, capital del siglo XIX salv¨® la vida a sus acompa?antes: incomodadas y molestas con un drama ocasionado por ellas, las autoridades franquistas les autorizaron a proseguir el viaje.
La escueta brutalidad de lo sucedido en ese siniestro puesto fronterizo nos obliga a plantearnos una serie de interrogantes: ?Qui¨¦n era el comisario de polic¨ªa que decidi¨® la expulsi¨®n de Benjamin? ?En qu¨¦ t¨¦rminos se expresa el certificado de defunci¨®n del m¨¦dico? ?Cu¨¢l es el contenido del acta que levant¨® el juez de guardia? ?Existen estos u otros documentos en los archivos de la provincia? ?No hay manera de conocer pro memoria unos nombres y apellidos dignos de figurar a todas luces en la historia universal de la infamia?
Los manuscritos por los que Benjamin estaba dispuesto a sacrificar la vida desaparecieron con el resto de sus enseres y nadie ha vuelto a saber de ellos: ?fueron destruidos, entregados a la Gestapo, permanecieron en manos de la polic¨ªa? El inestimable valor de los mismos ?no exige acaso una investigaci¨®n rigurosa a fin de establecer su destino? ?Hay una remota posibilidad de que los arrumbaran y pudieran alg¨²n d¨ªa ser descubiertos?
Aguardando una respuesta a estas preguntas, formular¨¦ otras m¨¢s claras y elementales: el hermoso cementerio marino de Port Bou, ?ha de seguir exhibiendo una tumba ficticia para burla de lectores y ganancia de sepultureros? Las instituciones democr¨¢ticas alemanas y espa?olas ?no deben un desagravio moral a la doble v¨ªctima de Hitler y Franco? Una simple estela con la sobria exposici¨®n de los hechos en el osario com¨²n en donde probablemente yace, ?no ser¨ªa el mejor recordatorio de un hombre cuyo pensamiento rico y estimulante contin¨²a marcando con su impronta, 44 a?os despu¨¦s del crimen, las obras mayores de nuestro tiempo?
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