El nacimiento
La ma?ana del s¨¢bado 19. Existe una geograf¨ªa de la insurrecci¨®n en algunos barrios, la batalla se desencadena sin interrupci¨®n desde hace cuatro d¨ªas; en otros se mantiene la calma con una especie de constancia casi inquietante.Pero ser¨ªa dif¨ªcil trazar un mapa del Par¨ªs combatiente: en numerosos lugares la batalla se extendi¨® como una inundaci¨®n y luego se retir¨®, dejando las calles asoladas con algunas barricadas y restos de camiones, mientras otros barrios pasan lentamente de la paz a la guerra. Uno de estos ¨²ltimos es el que quiero describirles hoy. Desear¨ªa mostrar el nacimiento del esp¨ªritu insurreccional.
El barrio que se extiende entre el Sena, la calle Dauphine, el bulevar de Saint-Germain y la calle Bonaparte est¨¢ en absoluta calma. La calle de Seine y la de Buci bullen de amas de casa en busca de v¨ªveres y de tipos callejeros en busca de noticias. Se dirigen unos a otros riendo, dici¨¦ndose: "Se han ido todos esta noche". Sobre este gent¨ªo pesa todav¨ªa una especie de inercia; desean que Par¨ªs sea evacuado sin derramamiento de sangre, esperan a los aliados como quien espera un regalo. Algunas personas llegan hasta el bulevar de Saint-Germain y vuelven decepcionadas: todav¨ªa ondea en el Se nado la bandera con la cruz gama da, todav¨ªa est¨¢n ellos all¨ª. Pero no puede tratarse m¨¢s que de un ligero retraso, solo de algunas horas m¨¢s de paciencia, y m¨¢s de uno se dispone a atravesar Par¨ªs para ir a esperar a los aliados en las puertas exteriores de la ciudad. Unos ciclistas que vienen de la Concordia traen las primeras noticias de la insurrecci¨®n.
Hacia mediod¨ªa las noticias de la insurrecci¨®n a¨²n son confusas. "Todos los pasos est¨¢n cerrados. Nos han hecho desviarnos por unas callejuelas; disparan sobre la explanada de los Inv¨¢lidos". Las mujeres que hacen cola ante la panader¨ªa de la calle de Buci rodean a los ciclistas: "?Qui¨¦n dispara?'. "Los alemanes". "?Contra qui¨¦n?'. "No lo sabernos". ( ... )
Hacia las tres de la tarde, la primera r¨¢faga. En la encrucijada del Ode¨®n ha comenzado el combate. Los habitantes del barrio desconocen los rostros de sus defensores. La Resistencia es casi un mito: se cree en ella con todas las fuerzas, pero nadie les conoce. ?Se trata de escaramuzas o la insurrecci¨®n es general? Los porteros se asoman cautelosos,a los portales de sus edificios, las gentes que dormita ban en su comedor ante los restos de su pobre comida bajan ahora a la calle en mangas de camisa. Se forman grupos. Miran hacia el Se nado, hacia la esquina del Ode¨®n. Una veintena de soldados alemanes salen del Senado y bajan por la calle de Seine. La gente, inmovil, les ve venir.
Pero apenas han llegado al bulevar Saint-Germain cuando roc¨ªan la calzada y la acera con una r¨¢faga de ametralladora, sin mirar siquiera lo que hacen. Se dir¨ªa que por principio. Es lo que ellos, elegantemente, denominan una limpieza. La gente, sorprendida, no ha tenido tiempo de ponerse a cubierto. Caen abatidas dos mujeres; un viejo tiene atravesado un hombro. En un abrir y cerrar de ojos la calle se vac¨ªa.
En el bulevar s¨®lo queda un anciano que no puede correr. Los alemanes le apuntan. El viejo se precipita sobre la puerta cerrada de un inmueble pr¨®ximo y llama con todas sus fuerzas basta con que le abran. La puerta no obstante sigue cerrada. Los alemanes disparan y el hombre cae, alcanzado en la espalda por cinco balas.
Ahora los alemanes ya han pasado. La gente sale con prudencia, y comienza a actuar con mayor osad¨ªa. Unos camilleros se llevan el cuerpo. Ante el. inmueble, como una acusaci¨®n, queda un charco de sangre. La puerta se abre de repente y aparece una cabeza velluda y fofa. Es el portero que se neg¨® a abrir. Mira el charco con aire de desaprobaci¨®n, desaparece, vuelve luego con un cubo y una escoba y se pone a limpiar la sangre, indiferente y minucioso, como si se tratara de una mancha de grasa. Es entonces cuando repentina mente se desencadena el furor de la gente. Es su primera manifestaci¨®n colectiva; la primera vez, des de la ma?ana, que toma conciencia de s¨ª misma. Rodea al portero, le maltrata: "?Lava esa sangre, t¨² tienes la culpa de que haya corrido", y el otro les mira, l¨ªvido y es t¨²pido. Estoy caminando por todo Par¨ªs desde hace cuatro d¨ªas, y es la ¨²nica vez que he visto el miedo, el verdadero miedo, en los ojos de un parisiense.
Ha bastado con un incidente como este para que la gente se transforme. Sus peque?os sue?os confortables de evacuaci¨®n pac¨ªfica han muerto. Todav¨ªa no son combatientes, puesto que no cuentan con armas ni consignas, pero ya han dejado de ser personas completamente civiles. Han tomado partido. Permanecen en las ventanas, en la calle, algo p¨¢lidos, al acecho. La batalla est¨¢ all¨ª, bajo el sol. Pero la escaramuza ha terminado. Cae la tarde, solo se oyen secas crepitaciones procedentes de los muelles, estampidos sordos y lejanos en la plaza de la Prefectura, el n¨ªtido timbre de las ambulancias, que recuerda el de los tranv¨ªas de antes de la guerra. Es el ¨²nico ruido de paz en estos d¨ªas de sangre.
Babelia
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